lunes, 13 de septiembre de 2010

Para qué vivir


VIDA Y SENTIDO*

DR Xavier A. López y de la Peña

Una vida lograda es un sueño de adolescente
realizado en la edad madura.

Vigny


Levantarse todos los días, bañarse, desayunar, lavarse los dientes, correr al trabajo, hacer lo asignado, regresar a casa, comer, completar el trabajo por la tarde en horas de oficina, cenar y dormir etc. Son tareas cotidianas que pueden parecer monótonas, vacías para un hombre o para una mujer si es el caso.
¿Qué sentido tiene vivir? Dicho de forma distinta, cuál es el sentido que cada uno de nosotros imprime a su vida, al hacer cotidiano ¿para qué vivir?
El sentido del vivir no sólo puede ser el de seguir día a día con lo que se tiene que hacer: lavar la ropa, limpiar el piso, tender la cama, preparar alimentos, comprar los víveres, pagar el teléfono, la renta o la tarjeta de crédito. Ocuparse de que se pode el césped, estar pendiente de la llegada del repartidor de gas y muchas otras cosas más.
La vida es acción, todo lo que los seres humanos hacemos, lo hacemos para vivir. La vida implica un intercambio con el medio exterior a nosotros y este intercambio implica un esfuerzo, una acción. Quien no actúa e interactúa con el medio circundante se muere. Pero ¿qué sentido le damos entonces a esta actuación? Más allá de la mera activación el ser humano debe tener una motivación, un sentido para vivir. En términos generales, la motivación suele referirse a la consecución de algo más allá que la simple satisfacción de las necesidades básicas: alimento, vivienda, seguridad. El motivo más allá del simple vivir, es realmente el sentido que damos a nuestras vidas.
Los animales no tienen este sentido. Ellos sólo viven y mueren, no más. El ser humano proyecta, interpreta, construye su vivir con el sentido que él mismo desea seguir. Por supuesto que las circunstancias enmarcan, y de cierta forma conducen el vivir que cada uno de nosotros e imprime a su hacer cotidiano, sin embargo, la conducción final y su responsabilidad es asunto de cada cual.
Vivir con sentido no representa solamente el conducir nuestras acciones hacia la satisfacción de necesidades elementales como anteriormente apuntamos, sino que vivir con sentido es vivir disfrutando con lo que hacemos en la vida siguiendo un propósito. Vivir la vida es estar conscientes de nuestra propia existencia y esta consciencia se adquiere con la madurez psicológica que, paso a paso se desarrolla y se logra. Es, en esencia, la madurez psicológica adquirida la que nos otorga la capacidad de poder dar sentido a nuestras vidas.
Para el adulto, el reto más importante en la educación hacia los niños es el de poder guiarlos a encontrar el sentido a su vida. Como primeros pasos, el niño o la niña deben aprender a comprenderse a sí mismos y a los otros, y a poder establecer relaciones armónicas entre ellos, plenas de satisfacción y con significado.
El niño o la niña debe transitar la vida luchando por integrar su personalidad haciendo que el yo se fortifique y, cuando entienda que aprendiendo a leer (por citar un ejemplo), su vida se le facilitará y podrá enriquecerse, es señal de que ha madurado. Debe luchar por vencer las adversidades que se habrán de presentar a lo largo y a lo ancho de su camino por la vida. Debe tener la esperanza de que podrá vencerlas. Luchará. Entrará en acción desarrollándose, integrando su persona de manera coherente consigo mismo y para con los demás. Será dueño de sí y sus acciones. Será un ser maduro, consciente, capaz de darle sentido a su vida y que a su vez ella misma tenga sentido, que tenga razón de vivirse.
El proceso de crecimiento intelectual y de maduración psicológica, implica que el niño o niña venza satisfactoriamente los conflictos propios del desarrollo, que renuncie superando sus dependencias infantiles, que adquiera un sentimiento de identidad y se autovalore.
El mundo para todos se presenta lleno de variables. Sucesión de días, noches y años. Tiempo de lluvia o de sequía. Comer, dormir, cumplir con las tareas. Vestirse, cargar algo, caminar, moverse de aquí para allá. Todo el hacer en el mundo se nos presenta bajo la óptica temporal. Todo el vivir está temporizado aunque sólo podamos vivir el presente. Lo que pasó no puede ya, bajo ninguna circunstancia, modificarse. Sólo el futuro puede diseñarse según nuestros deseos y aspiraciones, sólo sobre él podemos incidir.
Algunas personas pueden requerir ya llegados a la edad adulta, de un guía como hiciera Louis Pauwels, el escritor que conjuntamente con Jacques Bergier escribiera “El retorno de los brujos” cuando afloraron sus conflictos existenciales siendo ya un hombre de 20 años y buscaba afanadamente un “maestro que le enseñara a vivir y a pensar. Esforzábame –dice Pauwles- en desligarme de mis emociones, de mis sentimientos, de mis impulsos, con el fin de encontrar, más allá, algo que me fuese móvil y permanente y que me consolara de mi escasa realidad y del absurdo del mundo.” Otras personas no alcanzan nunca a madurar psicológicamente y quedan atados a etapas infantiles, siempre en conflicto e incapaces de crear, de crecer, de activarse, de vivir con sentido.
El ser humano lucha hoy dando sentido a su vivir en hacer más que por ser. Se afana en correr, en llegar cuanto antes a la cima del llamado –por algunos- éxito, del poder y, de manera no poco frecuente, sin importarle los medios de que pudiera echar mano para lograrlo. Su vivir de esta manera está cifrado unidireccionalmente en el tener, en atesorar cosas. El sentido que da a su vida se rodea así de la consecución de pertenencias y por tanto “se pertenece a ellas”. Mientras los objetos del mundo le pertenezcan parcial o totalmente cumplirá su sentido vital del “tener”; su mundo será entonces objetivo. Cuando ya no tenga objetos o no pueda conseguirlos, entonces se desmoronará, su vida carecerá de sentido.
El ser humano debería entonces tratar de dar sentido a su vida con el ideal de “ser”, autovalorado, suficiente, integrado, consciente de sus capacidades y limitaciones. Debe entonces darse prisa por correr a abrir el intelecto y aprehender el mundo que le rodea. Para lograr conectar los sentidos y oír a la naturaleza, para hablar íntimamente con el yo, para comprender al tú y sabernos en nosotros, para pensar, idear, disfrutar y sufrir (por qué no) el vivir fluyendo sin ataduras a objetos. Dando sentido a nuestras vidas disfrutando del hacer siendo en consonancia con la naturaleza, vibrando con ella. Escuchando y no sólo oyendo, sintiendo y no sólo tocando, entendiendo y no sólo almacenando datos, mirando y no sólo viendo, gustando y no sólo comiendo; creando, dando y no sólo teniendo. Haciendo discurrir su vida en torno al vivir propio y ajeno armónicamente.
El sentido de la vida y del vivir, por tanto, está en el dar más que en recibir, en el ser más que en el tener. En apresurarnos por cambiar nuestra comprensión del mundo en objetos por la de aprehendernos en él como sujetos.
Demos entonces sentido a nuestra vida. Vivamos.