jueves, 2 de julio de 2020

Sátira médica.


Sátira sobre los médicos
y la muerte, o al revés.

La medicina es el arte de disputar los hombres a la muerte de hoy,
para cedérselos en mejor estado, un poco más tarde.

Noel Clarasó i Serrat

Dr. Xavier A. López y de la Peña.

Abordaremos en este ensayo, un capítulo (el número 10 que lleva por título: Pesadumbre que tuvo la muerte en el fallecimiento de un médico que amaba tiernamente), de la obra La portentosa vida de la muerte, emperatriz de los sepulcros, vengadora de los agravios del Altísimo y muy señora de la humana naturaleza (México, Joseph de Jáuregui, 1792)[i], libro considerado como un iniciador de la novelística criolla novohispana, escrita por un mexicano, el michoacano y sacerdote franciscano, Joaquín Hermenegildo Bolaños.[ii]

           Es una obra gustosa de leer, ya que el autor nos ofrece una reseña de principio (La Muerte es hija legítima del pecado de Adán, la culpa de Eva podemos decir que fue su Madre) a fin, de la atribulada y sempiterna “vida” de la Muerte a través de sus 40 capítulos.
           Como es de esperar en un escritor religioso católico, la trama toda del libro se entreteje en consonancia con diversos pasajes de la biblia, en una alegoría sazonada y regida por la época y circunstancia del pensamiento místico novohispano, en la que conviven los mexicanos con su propia ideología de la muerte. Es, a su vez, una prédica moralizante de exaltación hacia el vivir la vida ordenadamente -según hace suyo, el canon católico- para lograr una inevitable -y cristiana, por supuesto- buena muerte.

           Sobre esta obra, el polímata mexicano, José Antonio Alzate (1737-1799), quien fuera su primer crítico, dijo que el autor era un consumado predicador y pregonero del evangelio y que no encontró en esta obra ninguna virtud; la consideró así mismo, “perjudicial al dogma y a las buenas costumbres”.
           En tanto que el novelista y político mexicano, Agustín Yáñez Delgadillo (1904-1980), señala que, esta obra es un producto con en el que los curas conservadores tenían el recurso al temor a la muerte como una estratagema para refrenar las pasiones del siglo[iii], y en la que la ficción queda relegada y, cuando aparece, es balbuciente, construida con vistas a la ejemplaridad, cuando no sea sin más un ejemplo tomado del repertorio convencional de los predicadores… Así resulta el hibridismo de su esfuerzo: ni es propiamente sermón, tratado apologético o análisis místico, ni novela.[iv]
           Sin embargo, con mesura, tolerancia y análisis crítico racional, la historiadora mexicana contemporánea, doctora Blanca López de Mariscal, considera en cambio que, la obra del padre Bolaños es un riquísimo compendio de las tradiciones, las posturas frente a la vida y la muerte y la idiosincrasia de los mexicanos. Reconoce, además, que su lectura no es fácil y continuará siendo siempre polémica y declara que ha tratado de recuperar el contexto en el cual se produjo, para que por medio de éste encontremos una brecha para acercarnos a una producción literaria que marca el origen de la novela en México.[v]

           Bien, el autor de esta obra, Joaquín Hermenegildo Bolaños fue hijo natural[vi] de Miguel de Bolaños y Pabla Santos de Villa. Fue bautizado el 14 de abril de 1741,[vii] en Michoacán, y se asentó en Cuitzeo de la Laguna, cabecera del Municipio de Michoacán. El 2 de agosto de 1766, en el convento de Guadalupe, Zacatecas, tomó el hábito de la orden franciscana. Predicador del Colegio de Propaganda Fide en Zacatecas y examinador sinodal del Obispado del Nuevo Reino de León.

El capítulo al que nos referiremos, lo reitero, es el número 10 y lleva por título: Pesadumbre que tuvo la muerte en el fallecimiento de un médico que amaba tiernamente.

 

           En este capítulo, el padre Bolaños hace una sátira hacia el quehacer médico ya que, desde la mirada cristiana de entonces se consideraba que, el pequeño triunfo obtenido por la medicina, representaba un acto de soberbia, al usurparle dicha unívoca facultad a la Providencia Divina.

           Sin embargo, el autor se cura en salud al iniciar este satírico capítulo, diciendo que no ha sido su ánimo zaherir, ni satirizar a un cuerpo tan ilustre, tan distinguido y tan sabio en la república literaria, en cuyos miembros tenemos librado nuestro consuelo en los lances más apretados de la vida.

           Para desarrollar su sátira, recurre a la ficticia figura de don Rafael Quirino Pimentel de la Mata, excelso representante del antimodelo médico de la picaresca hispánica, resaltando que por su apellido Mata, que venía heredando por su padre, traía impresa una divisa, infausto presagio o pronóstico de mal agüero, con que venía anunciando al mundo una guerra intestina contra el quinto precepto del Decálogo, como lo mostró la experiencia en toda la serie de su preciosa vida.
           Una vez matriculado en la clase de los médicos practicantes, cursó como un incompetente estudiante, al que no le ayudaba a sus deseos la limitada escasez de sus talentos, salió tan aprovechado en las aulas, que abarcó en su entendimiento con todo el abismo de la nada.[viii]
           Graduado fue con las correspondientes licencias del protomedicato y ya, desde entonces, no se apartaba la Muerte de su lado ni un instante… Con tan estrecha unión y amistad, don Rafael, salía a sus visitas llevando a la Muerte en las ancas de su mula.
           Ante el enfermo, sus acciones se distribuían así: la Muerte tomaba el pulso y la pluma para escribir con puntualidad los récipes (Récipe, segunda persona del singular del modo imperativo de recipio del latín, que significa recibir o tomar: y por consiguiente récipe quiere decir Toma, y es la palabra con que suelen comenzar habitualmente todas las recetas -Rp-)[ix] que habían de presentar en la botica, y don Rafael se aplicaba a los accipes (palabra derivada del latín accipere, recibir, aceptar), y los aplicaba a su bolsa.
           De esta manera, recetando la Muerte al enfermo, no hubo (alguno) de cuantos visitó nuestro célebre don Rafael, que no quedara sin dolencia en breve tiempo, pues para que el cuerpo no sienta, no hay remedio más eficaz que separarlo del alma.
           Con una vida llena de múltiples y variados desaciertos fatales, en su desgraciada práctica de la medicina, don Rafael, a sus avanzados ochenta años llegó al término de su vida.    Su compañera y amiga, la Muerte no podía prolongar las licencias a su vida, porque no (tenía) el privilegio de pasar más allá (de su final), por lo que se vio fuertemente obligada, con indecible dolor de su real pecho, a romper el frágil estambre de que estaba pendiente la preciosa vida de un compañero tan antiguo y de un amigo que le había sido tan fino.
           Ante don Rafael ya difunto, se vistió la Muerte de bayetas (tela de lana, floja y poco tupida) negras en señal de sentimiento, junto a la viuda y demás interesados en la pena.            Durante el novenario hubo pocos difuntos, porque la Muerte, estaba tan fuera de sí, tan oprimida del dolor y del cuidado, que no se acordaba de meter la hoz en otra mies.
           A su entierro, ocurrieron numerosos miembros de la plebe y la nobleza, …y no se cansaban las gentes de bendecir a Dios y darle gracias a la Muerte de haberse llevado a don Rafael a la obscura región de los sepulcros.
           Con todo, en su funeral hubo algunas canciones y poemas; y en el cuerpo de la pira, esculpidas estas redondillas:

Este túmulo elegante
De un médico es, evidente,
Que en despachar tanta gente
Con un solo vomitorio
Que don Rafael recetaba,
Al enfermo sentenciaba
A penas de purgatorio,
Dolorida se ha mostrado,
La Parca, bien resentida,
Pues ha perdido una vida,
Que tantas vidas le ha dado.
Fuerte trance, trance fuerte,
¡Oh trance desesperado!
¿Qué no se le haya escapado
Su Benjamín a la Muerte?

Sólo el silencio testigo
Ha de ser de mi tormento,
Pues no cabe lo que siento,
En una ollita de a tlaco:
Ese cadáver tan flaco,
Fue objeto de mis encantos,
Y fueron sus triunfos tantos,
Que, ajustándole la cuenta,
Abasteció de osamenta
A todos los capos santos.

Setecientas carretadas,
Como el ministro más fiel
Me ha entregado don Rafael
De calaveras mondadas:
Las trojes bien apretadas
Según lo que yo percibo
Están por su genio activo;
Y pues él dio cumplimiento,
Yo le doy este instrumento,
En que consta del recibo.

Si a canillazos la Muerte
El motín no apaciguara,
Otro gallo le cantara
A don Rafael, de otra suerte:
Válgale empeño tan fuerte
Al médico vejancón,
Pues en aquesta ocasión
Le hiciéramos mil pedazos,
Si la Muerte a canillazos
No le alcanzara el perdón.

           Un forastero que por allí pasaba y ante el evidente alboroto, se atrevió a preguntarle la causa de ello a la Muerte; tomándolo (ella) por la mano, lo llevó a las iglesias, cementerios y osarios, y le dijo: Mira si tengo razón para sentir la muerte de mi amantísimo proveedor: no me deja otro consuelo esta pérdida tan fatal, que una cláusula de su testamento, en la que deja el difunto a sus discípulos por únicos herederos de su doctrina.


[i] . Agustín Yáñez. “Prólogo” a Francisco Bramón, Los sirgueros de la Virgen y Joaquín Bolaños. La portentosa vida de la Muerte. México, D.F., Ediciones de la Universidad Nacional Autónoma de México, Biblioteca del estudiante universitario, 1944: V-XXVII.
[ii] . Ángel Muñoz Fernández. Fichero bio-bibliográfico de la literatura mexicana del siglo XIX. 2 t., México. Factoría Ediciones, 1995. Disponible en: Enciclopedia de la literatura en México. Secretaría de Cultura. México. http://www.elem.mx/autor/datos/2918
[iii] . Agustín Yáñez. Ob cit.
[iv] . Trinidad Barrera. En la región del aire: Obras de ficción en la prosa novohispana. Ed. Renacimiento. Sevilla, España, 2011, p. 105.
[v] . Fray Joaquín Bolaños, La portentosa vida de la Muerte. Ed., introducción y notas de Blanca López de Mariscal. El Colegio de México/ Centro de Estudios Lingüísticos y Literarios [COLMEX] (Biblioteca Novohispana [Obras]; 2). México, 1992, p. 18.
[vi] . Fray Joaquín Bolaños., Ob. Cit., p. 11.
[vii] . "México bautismos, 1560-1950", database, FamilySearch (https://familysearch.org/ark:/61903/1:1:NG1Q-QXX : 10 April 2020), Joachin Hermenegildo Volanos Santos, 1741.
[ix] . Ramón Cabrera. Diccionario de etimologías de la lengua castellana, publ. Por J.P. Ayegui.