miércoles, 2 de agosto de 2017

Aporética existencial.


Algo del más allá con un poco de
más acá o de la depresión.

¡Ser, o no ser, es la cuestión!
-¿Qué debe
más dignamente optar el alma noble
entre sufrir de la fortuna impía
el porfiador rigor, o rebelarse
contra un mar de desdichas, y afrontándolo
desaparecer con ellas?
[...]

Hamlet, William Shakespeare


Dr. Xavier A. López y de la Peña

            Vamos a comentar algo acerca de un libro que leí hace poco tiempo y que llamó mi atención desde su mismo título: Angustia en las filosofías. Aporética de la filosofía trascendental, escrita por el Lic. José Merino Blázquez y editado por el mismo autor en México, en el año de 1945.
            De entrada, hablar de angustia en las filosofías parece una perogrullada pues la filosofía siempre está angustiada en la búsqueda de respuestas acerca de la esencia, las propiedades, las causas y los efectos de las cosas naturales, especialmente sobre el hombre y el universo. El ¿qué?, ¿cómo?, ¿cuándo?, ¿dónde?, ¿por qué?, acerca de la vida, de la mente, de la verdad, del conocimiento y más. Esto vuelve locos (y con angustia, por supuesto) a los filósofos y a cualquier mortal que de esto se ocupe tratando de encontrar respuestas a ello.
            Ahora, la segunda palabra: aporética. Ese es un adjetivo que viene de la palabra aporía, que significa paradoja o dificultad lógica insuperable o situación sin salida y que surge del vocablo griego ἄπορον con el significado de “algo” muy difícil de entender o de interpretar, impracticable; la palabra surge con la partícula negativa o privativa "α" y la palabra πόρος (pasaje). Cuando se hacía una pregunta que no tenía respuesta los antiguos filósofos griegos (especialmente los academistas) solían expresar: «ἀπορέω»..."no se puede a través de esto" con el significado de "no concibo esto" o "esto no puede ser aclarado". También recibe el nombre de "aporía" la fase de la mayéutica de Sócrates en la cual aparece el "falso saber" para ser develado.
            Luego entonces el subtítulo que lleva esta obra: Aporética de la filosofía trascendental, nos indica que la filosofía a tratar será la importante no la baladí, la que nos da alguna luz, la que sea digna de discutir, la que contenga los mejores razonamientos; en fin, la trascendente, misma que se encuentra ante una dificultad lógica insuperable o lo que es lo mismo, en un callejón sin salida que nos dejará perplejos una vez más.

            Sigamos…
            El libro consta de una introducción (que el autor nomina introito), 28 capítulos y un colofón. Los últimos dos capítulos están separados con un subtítulo: Segunda época.
            Ya con leer el introito empiezo a sufrir. A percibir la angustia, desesperanza, ansiedad, dolor, tristeza, desazón y otros adjetivos similares proyectados por el autor de acuerdo a mi personal punto de vista.
            He aquí una parte de dicho introito y usted juzgará lo conveniente:

            ¿Prólogo? - ¿Epílogo?
            Me da igual. En el hacer y deshacer, nunca tengo una idea justa de lo que estoy haciendo; ni como terminarlo.
            Una fuerza superior empuja de nuevo mi mano cuando el cansancio y el hastío infinitos me invaden con ansias destructoras y las páginas escritas vuelan en pedazos al cesto de los papeles o las sepulto en el cajón más profundo de mi mesa.
            ¿Escribir? - ¿Qué?
            ¿Qué decir de mí, ni de lo que dicen los demás? - Allá cada cual con sus manías y flaquezas. -Debiera dejarles en su afán; en su expansión sincera o insincera. También de seguro, es vibración de cansancios abrumadores; como los míos.
            Pero no hay ningún inconveniente en exhibirlos. En verdad; espero impasible los más furibundos palmetazos o las más irónicas sonrisas de suficiencia altísima.
            […]
En el acontecer, fui resolviendo lo cotidiano anónimo; como todos. -Entre aspiraciones y desengaños. -Ni mejor, ni peor; pero por mí mismo, con firme rebeldía. Sin la humillación del favor, ni el sonrojo de la limosna.
¡Non serviam!

            Corrí entonces a consultar estas últimas palabras en latín, y encontré que la expresión latina Non serviam equivale a decir "no te serviré". Esta frase generalmente se le atribuye a Lucifer, quien se dice que pronunció estas palabras para expresar el rechazo a servir a su Dios en el reino celestial y, en tiempos recientes los escritores del modernismo anglosajón utilizaron el non serviam como expresión radical, aunque no limitada exclusivamente a cuestiones religiosas.

            ¡Santa cachimba de Asis! -me dije a mi mismo- ¿Que voy entonces a leer?
            Hice rápidamente un paréntesis en mi lectura para saber algo sobre el autor.

            El licenciado José Merino Blázquez fue un técnico ferrocarrilero español, profesor y matemático, refugiado en México tras la guerra civil sufrida en su país (1936-1939) y que laboró en la Secretaría de Comunicaciones de nuestra patria. Publicó en Barcelona, España (1933): Ferrocarriles. Manual de formularios de reclamaciones ante las juntas de tasas y comentarios a la ley y reglamento de las mismas; en México (1944): En defensa de la ciencia ferroviaria. Fue miembro de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística.
            Esta breve información me permitió saber que se trata de una persona preparada, culta y que pasaba por una época de su vida muy difícil cuando escribió este libro; más aún, me atrevo a decir que esta obra es consecuencia de un fuerte proceso depresivo.

            Para insistir, veamos otra parte del introito:

            ¿A quién puede interesar? - De seguro a nadie; ni a mí mismo.
            ¿Aspiración? - ¿Cuál?
            ¿Una réplica? - ¿Una ironía? - ¿Un desdén indiferente?
            ¿Una satisfacción? - ¿Un análisis? - -¿Un hálito misántropo?
            ¡Quién sabe! - Todo ello en conjunto; nada, intrascendencia. - Vacío en el corazón y en el cerebro.
            No sé si esto verá la luz o morirá conmigo en el polvo del polvo de un olvido integral, somático. - Tampoco se me ocurre, si el prólogo tendrá en aquel instante los límites del epílogo o aún habré de andar más en derredor de mi inquietud insatisfecha, sin rozar todavía el límite máximo de mi soledad.

            Acabé la lectura con cierto trabajo iniciado ya desde algunos títulos de los capítulos como éstos: Capítulo III. Retórica malabarista o las tragedias de la apofántica conceptual. Capítulo VII. Sarampión retórico. - El olimpillo ibérico. - Torneos y escarceos filosófico-diletantes. Bueno, siquiera hay algo de humor negro en ellos, pero ni hablar, me contagió su depresión.
            Sí, depresión. Depresión que muestra en el conjunto de sus expresiones de predominio afectivo, el grado variable de afectación al talante: tristeza, apatía, anhedonia, desesperanza, decaimiento, irritabilidad, sensación subjetiva de malestar e impotencia frente a las exigencias de la vida.
            Seguramente una depresión que tiene como posibles causas tanto factores genéticos como bioquímicos y psicosociales que distorsionan el funcionamiento de alguno o ambos circuitos importantes involucrados -morfológicamente hablando- del control del talante: el circuito limbo-talámico-cortical y el límbico-estriado-pálido-talámico-cortical.
            La comunicación neuronal se “enloquece” entonces, bioquímicamente hablando ahora, por el disturbio producido a nivel de alguno o varios de sus neurotransmisores: Serotonina, Norepinefrina y Dopamina.

            Pero volviendo al tema:

            Después de leer esta obra que expresa una verdadera aporética vital, recordé algunas otras piezas literarias cargadas (o proyectadas) de alteraciones en el ánimo o talante. En este caso la angustia, o para mejor decirlo, una forma de expresarla por escrito como se muestra plasmada en el poema “Lo Fatal” del poeta, periodista y diplomático nicaragüense Félix Rubén García Sarmiento (1867-1916) mejor conocido como Rubén Darío, el príncipe de las letras castellanas:

Dichoso el árbol, que es apenas sensitivo,
y más la piedra dura porque esa ya no siente,
pues no hay dolor más grande que el dolor de ser vivo,
ni mayor pesadumbre que la vida consciente.
Ser y no saber nada, y ser sin rumbo cierto
y el temor de haber sido, y un futuro terror ...
y el espanto seguro de estar mañana muerto
y sufrir por la vida y por la sombra y por
lo que no conocemos y apenas sospechamos,
y la carne que tienta con sus frescos racimos,
y la tumba que aguarda con sus fúnebres ramos,
¡y no saber a dónde vamos
ni de dónde venimos!...

            Y este de otro de la profesora y poetisa uruguaya María Eugenia Vaz Ferreira (1875-1924):
Y no tengo camino.
Mis pasos van por la salvaje selva
en un perpetuo afán contradictorio.
La voluntad incierta se deshace
para tornasolar la fantasía
con luz y sombra. Con silencio y canto
el miraje interior dora sus prismas,
mientras que siento desgranarse afuera
con llanto musical los surtidores
siento crujir los extendidos brazos
que hacia el materno tronco se repliegan:
temor, fatiga, solitaria angustia
y en un perpetuo afán contradictorio
mis pasos van por la salvaje selva.

            Y ni que hablar de la Carta al padre (1919) del escritor checoeslovaco Franz Kafka (1883-1924), una carta que como el propio Kafka refirió en otra ocasión: escribir cartas… significa desnudarse uno mismo ante los fantasmas […]”. En ella expresa su propio yo, como el filósofo alemán, Martin Heidegger, definiera diciendo que la lengua es la casa de la verdad del ser:

            […]
            Para ti la cuestión fue siempre sencilla, tanto que te referías a ella delante de mí y sin que te inhibiera la presencia de otras personas. Según tu criterio, las cosas eran más o menos así: has trabajado duramente toda tu vida, te has sacrificado por tus hijos, en especial por mí; por eso mi vida fue tan "disipada" y tuve la libertad de estudiar lo que se me antojara; además, no tenía necesidad de preocuparme por mi subsistencia ni por cualquier otro problema; tú no exigías ninguna retribución a cambio por conocer "la gratitud de los hijos", pero esperabas al menos un mínimo halago, alguna señal de reconocimiento. Pero ante tu presencia yo siempre me recluía en mi cuarto, entre libros, amigos absurdos e ideas extravagantes; jamás te hablé con franqueza, nunca te acompañé al templo ni te visité en el Fransensbad, nunca tuve interés por los problemas familiares y jamás me ocupé del negocio o de otros problemas tuyos, transferí la fábrica y luego te abandoné, fomenté los caprichos de Ottla y mientras soy incapaz de mover un solo dedo por ti (ni siquiera tuve la cortesía de comprarte una entrada para el teatro) lo sacrifico todo por los amigos.
            […]

            Después de esta depresión y angustia, tuve que buscar consuelo (no con tabletas de Prozac, por supuesto) y releí en calma y recomponiendo mis neurotransmisores cerebrales al talante “normal” u homeostático, al poeta mexicano Amado Nervo (1870-1919), con su poema En Paz y pude dormir tranquilo:

Muy cerca de mi ocaso, yo te bendigo, vida,
porque nunca me diste ni esperanza fallida,
ni trabajos injustos, ni pena inmerecida;

porque veo al final de mi rudo camino
que yo fui el arquitecto de mi propio destino;

que si extraje las mieles o la hiel de las cosas,
fue porque en ellas puse hiel o mieles sabrosas:
cuando planté rosales, coseché siempre rosas.

...Cierto, a mis lozanías va a seguir el invierno:
¡mas tú no me dijiste que mayo fuese eterno!

Hallé sin duda largas las noches de mis penas;
mas no me prometiste tan sólo noches buenas;
y en cambio tuve algunas santamente serenas...

Amé, fui amado, el sol acarició mi faz.
¡Vida, nada me debes! ¡Vida, estamos en paz!