miércoles, 1 de febrero de 2017

Símbolos

Cuando yo era joven fui a la universidad y aprendí un lenguaje racional, a pensar con el lado izquierdo del cerebro. Pero en el lado derecho del cerebro, que tiene la intuición y la imaginación. Las palabras no son la verdad, sino que indican el camino a seguir, pero hay que ir solo, en silencio. Los símbolos tienen un lenguaje que mata a las palabras.
Alejandro Jodorowsky
©DR Xavier A. López y de la Peña
El ser humanos es creador de símbolos y ellos le sirven ya para orientarle, intimidar o instruir entre otros. Erich Fromm en su libro "El lenguaje Olvidado" (1951), reconoce 3 diferentes variedades de símbolos: el convencional que suele utilizarse en la vida diaria como el ejemplo de la palabra silla que todos sabemos para qué sirve y qué significa cuando la escuchamos o la vemos escrita en alguna parte, sin embargo, el arreglo de las letras en sí (S-I-L-L-A) y el objeto no poseen ninguna relación intrínseca, es un convencionalismo que se da a un arreglo de letras para simbolizar una silla. Otro es el llamado símbolo accidental relacionado con vivencias personales que expresan de una u otra manera nuestro "sentir" con respecto de circunstancias particulares. Así puede "sentirse" una sensación de disgusto y rechazo al oír hablar de nopales, o ver y oler un melón que traen a nuestra memoria un recuerdo desagradable vivido en relación con estos productos. Y por último el símbolo universal que tiene una relación intrínseca con lo que representa y es, en verdad, la única lengua común de los seres humanos.
El fuego es el más importante exponente del lenguaje simbólico universal. Hacia el percibimos de una u otra forma la sensación de calor, luz, protección y poder de una parte, y de otra terror, desolación, miedo e impotencia. Puede entonces representar algo constructivo o algo destructivo y con ello se constituye en dinámico.
El semáforo que regula el tránsito de vehículos y peatones combina símbolos convencionales en un arreglo de luces de colores que indican ya seguir adelante (verde), como detenerse (rojo) o tener precaución (ámbar), y símbolos universales como el color rojo que, relacionado con el fuego y la sangre imprimen en quien le mira una idea de temor instándole a detenerse; el verde que recuerda la vegetación o el mar ofrece seguridad, tranquilidad y permite seguir la marcha. El ámbar mantiene un estado de neutralidad, paz y sosiego. Más aún, el ordenamiento de los símbolos luminosos con el rojo en la parte superior (generalmente, aunque ya hay algunos que se presentan horizontalmente) le dan una representación jerárquica indudable.
El ser humano en su historia ha creado y adorado a los símbolos, les ha utilizado como repositorios de la sabiduría y a través de ellos ha tratado de llegar a la curación de los cuerpos y las almas y les ha dado una dimensión artística impresionante como sucede con el cuadro de Pablo Picasso Guernica que mediante formas simbólicas llenas de dinámica plasticidad nos muestran el horror de la guerra y el sufrimiento humano que conlleva.
Algunos símbolos han sufrido transformaciones con el paso de los siglos, adecuándose a las circunstancias y culturas dominantes. El comercio que enlazaba a las diversas civilizaciones y culturas fue el motor que impulsó a estos cambios en el simbolismo. Así, el símbolo del Ojo de Horus egipcio sufrió grandes transformaciones al mezclarse con atributos de otras deidades; dice una antigua interpretación que "representaba la creación del hombre a partir de lágrimas del ojo divino". Horus era el primitivo dios halcón del firmamento muy probablemente derivado de otras deidades y al que se relacionó con Ra como hijo del dios Sol y como ojo del Ra naciente, es decir, el amanecer. El sol en Egipto fue conocido como el Ojo de Horus, en lugar de ojo de Ra. Probablemente una versión del Ojo de Horus se estableció posteriormente en el signo romano que simbolizaba a Júpiter y que se dibujaba de forma muy parecida a un número 4 arábigo, muy utilizado en las prescripciones médicas en los tiempos de Nerón, para que el medicamento llevara la influencia de Júpiter y contribuyera de forma significativa a su curación. Anteriormente en la cultura de Mesopotamia el bârû (experto en adivinación) ya había establecido nexos entre las enfermedades y los astros y Marduc, dios del sol y de las curaciones había sido identificado precisamente también, con Júpiter.
En la Edad Media solía utilizarse el símbolo Rx en las prescripciones médicas y se supone que correspondía a un símbolo del arcángel San Rafael, nombre que significa -dicen algunos estudiosos- "medicina de Dios" y otros historiadores le refieren como una abreviatura de la palabra latina recipe, imperativo del verbo recipere (recibir) y originaria del castellano récipe y, hay hasta quién llegó a considerarle como una variante del signo de Júpiter. En esta misma época el análisis de la orina o la uroscopía (método que se remonta a orígenes egipcio-babilónicos) llegó a ser tan popular que el frasco para depositar y examinar la orina se convirtió en un símbolo médico al plasmarse en un diagrama circular conocido como "anillo de la orina".
Alrededor de los siglos XIII y XVIII los cirujanos-barberos eran reconocidos por la "vara del sangrador" cuyo símbolo se cree originado en una tablilla pintada de color rojo y que se colocaba en la mano del que se iba a sangrar, al que se hacía apretarla fuertemente para lograr que se hincharan las venas. Cuando no se utilizaba esta vara era cubierta con una venda blanca colocada en espiral. Aún hoy queda en algunos lugares este símbolo de las barberías o peluquerías.
La medicina astrológica se rigió por los diagramas anatómicos como El Sangrador y El Herido normados por los signos del Zodíaco que los alquimistas representaban, por medio de símbolos a los planetas para designar a ciertos metales: el sol era el oro, la luna la plata, Venus el cobre, Mercurio el mercurio, Marte el hierro, Júpiter el estaño y Saturno el plomo. Venus y Marte a su vez también simbolizaban al sexo femenino y masculino respectivamente, hoy todavía en uso en la simbología médica.
El color tuvo también una fuerte representación simbólica. Los cuatro estados de la materia en la antigüedad eran representados asimismo por colores. El negro representaba el pecado, lo malo y la culpabilidad para la materia en su estado básico; el blanco era representante de la purificación, ablución y correspondía a la primera transmutación o transformación de la materia; el rojo simbolizaba a la pasión y el amor en la segunda transmutación de la materia y finalmente, el oro era símbolo de la inmortalidad, sueño eterno de los alquimistas, y de la salvación en el fin último de la materia.
En el atuendo de los monjes, además de pretender con su forma ocultar y negar la corporeidad de quien lo porta para así entregarse más a los asuntos del alma, también el color tuvo y tiene un fuerte significado simbólico. Por el año 1000 el hábito de la Orden de Cluny era negro para conjurar el maleficio del blanco ya que éste era el color del caballo que representaba a la conquista en el Apocalipsis, sin embargo dos siglos después y de manera opuesta la Orden de Cister usaba el blanco como símbolo de pureza. Antes del año 1000 los colores de la simbología religiosa en frescos y miniaturas estaban representados dominantemente con los colores negro y rojo, después por un movimiento de trasposición, el negro se hace el color del diablo y el blanco acompaña con su luz clara a las representaciones virginales.
En la India el color es símbolo de jerarquía social: blanco para los brahmanes, rojo para los guerreros, amarillo para los campesinos y comerciantes y negro para los siervos en general. El azul corresponde al aire, el pardo a la tierra, el verde al agua y el rojo al fuego. El blanco, verde, rojo y azul son colores simbólicos bienhechores y alegres. En contrario, el negro, amarillo y violeta suelen ser considerados colores simbólicos tristes y nefastos que evocan la penitencia y el duelo. El blanco simboliza la luz y la eternidad.
Cuando se fundó la Cruz Roja en 1864 se eligió como emblema a la bandera suiza por su eterna ideología neutral, con los colores invertidos: una cruz roja sobre fondo blanco. Al paso del tiempo, este símbolo representa la misericordia y la compasión en donde quiera que se le vea. El lenguaje simbólico en todas sus formas de expresión sigue latente en la época moderna. Carl Jung encontró que la energía que el hombre occidental dedicara en otros tiempos a la mitología, hoy la aplica a la ciencia y a la técnica y que la interpretación de los símbolos oníricos no es un proceso empírico sino personal, ya que su significado varía según cada persona.
Freud entendía a los síntomas neuróticos como expresiones simbólicas procedentes del inconsciente, como cuando un hombre deja olvidado su paraguas en la casa de una mujer, éste se convierte en símbolo de su intención sexual. Religión, arte y literatura están plagados, como todo en la vida de un simbolismo sutil o profundo.
La transformación que sufre Gregor Samsa -el protagonista de la obra La metamorfosis de Franz Kafka- en una cucaracha, lleva la intención de producir simbólicamente náuseas, y las manzanas que su padre le avienta y se pudren en su costado, simbolizan la salvación (sol, manzana) denegada. El cuento de La caperucita roja (rojo, símbolo de la menstruación) representa la transformación de la niña en mujer y le alerta contra los peligros del sexo y la virginidad al indicarle "no perder el camino" y "cuidarse de no romper la botella" ante la amenaza del lobo (el hombre).
El sacerdote católico, Agustín Dueñas Aguilar, quien fuera párroco del templo en Mechoacanejo, Jal., fue conocido nacional e internacionalmente por su obra en ese lugar (hoy lamentablemente destruido) en el que el lenguaje simbólico era su modo de expresión más destacado a nuestro juicio. Recordamos que en un terreno frente al atrio de la iglesia (donde tenía su exposición-colección-construcción-simbólicos, si se nos permite llamarle así) había un viejo mezquite con varios jarros de barro colgando de sus ramas y cenizas en su base. Al preguntarle en una de las múltiples visitas que hicimos a ese lugar y que tuvimos la suerte de contar con su compañía-guía ¿qué era ello? De forma brusca y seca -tal como era su carácter- nos respondió rápidamente: "es el monumento a la madre mexicana cuya entereza y dureza se expresan por la madera del mezquite, lo torcido de su tronco representa los problemas que cada madre debe sortear en su vida, los jarros de barro significan que la madre provee siempre y las cenizas a sus pies nos dicen de su apego constante a la cocina -al hogar- y que también, con la mayor facilidad se le manda a la tiznada."
Nada mejor que esta sencilla expresión simbólica.