viernes, 27 de julio de 2012

Quetzalcóatl

QUETZALCÓATL, EL DADOR DE VIDA.
© DR. Xavier A. López y de la Peña
La práctica de la medicina en México tiene, indudablemente, raíces profundas en el conocimiento precortesiano tanto sobre la salud como sobre la enfermedad como lo demuestra como sencillo ejemplo el de que ciertos problemas de salud provengan influidos por el frío y la humedad. La historia así, nos lleva a comprender en la medida de las posibilidades éste tan prolífico tema. La historia de la medicina no busca simplemente conocer las “bases” de tal práctica con el propósito de hacerla “muy interesante” a secas, a quien a esto se asomen, o para satisfacer el interés meramente histórico de los conocimientos de los hechos del pasado en relación con la medicina a los que de ello se ocupen, sino que al penetrar en las entrañas (o cuando menos intentarlo) del llamado Ticiotl o arte médico precortesiano entre nuestros antepasados, se ofrezca una luz hacia las raíces de nuestra práctica médica actual por un lado, y sea la fuente de conocimiento acerca de muchísimas inquietudes sobre las propiedades medicinales de tantos elementos, casi todos vegetales, provenientes de la herbolaria precortesiana tan poco estudiada y apreciada aún. Fray Juan de Torquemada hacía referencia a que la historia ... “es un beneficio inmortal que se comunica a muchos: ¿Qué depósito hay más cierto y más enriquecido que la historia? Allí tenemos presentes las cosas pasadas y testimonio y argumento de las por venir. Ella nos da noticia y declara y muestra lo que en diversos lugares y tiempos acontece. Los montes no la estrechan, ni los ríos, ni los años, ni los meses, porque ni está sujeta a la diferencia de los tiempos ni del lugar. Es la historia un enemigo grande y declarado contra la injuria de los tiempos, de los cuales claramente triunfa. Es la reparadora de la mortalidad de los hombres y una recompensa de la brevedad de esta vida...” El tímido asomo que haremos a este Ticiotl o arte médico precortesiano tiene la intención de sembrar la inquietud hacia nuestro pasado, cimentar aún cuando superficialmente la raigambre de nuestro mestizaje cultural y demostrar el amplísimo panorama alcanzado en materia médica por los pueblos que conformaron la cultura Náhuatl. La investigación sobre los hechos del pasado necesitan indiscutiblemente, para su adecuada apreciación, ubicar los acontecimientos dentro del marco de referencia social, cultural ideológico y otros acorde con la época y, para ello, las fuentes más útiles aún cuando no necesariamente las mejores, las obtenemos de los escritos del siglo XVI. De una forma muy simplista podemos resumir el contexto histórico del desarrollo cultural náhuatl como base a la interpretación de su medicina, en que el ordenamiento material tenía como base el régimen militar, y el espiritual el teocrático. Así, la gestación de la práctica médica y el desarrollo alcanzado hasta el tiempo de la llegada de los españoles se desenvolvió en un continuo luchar, conquistar y domeñar tierras y hombres, amalgamando las tradiciones, costumbres, ideologías, conceptos, artes y técnicas de las culturas de otros pueblos mesoamericanos, desde el momento mismo del establecimiento del imperio azteca, militar por excelencia, en Tenochtitlán y guiados en su largo peregrinar por el implacable dios Hitchilopochtli -colibrí zurdo-, el dios de la guerra. Nace entonces el lazo de la lengua náhuatl y se fortalece el Ticiotl, el arte y la técnica de la medicina que nos darán a conocer los historiadores; recios conquistadores y pacientísimos sacerdotes principalmente. La espada, la cruz y la pluma (en este mismo orden) se enfrentaron en un choque ideológico-cultural portentoso, cuna de nuestro mestizaje y a la luz de la cultura europea con fuerte sabor medieval que, si bien es cierto que sus apreciaciones serán un tanto distorsionadas, constituyen la principal, sino única fuente de información para el conocimiento de la medicina náhuatl. No trataremos de “racionalizar” la medicina precortesiana a la luz de nuestros conocimientos actuales sino que dejaremos que sean sus obras ya en escultura, pintura o escritos las que nos muestren por sí mismas, las ideas que sobre salud y enfermedad imperaban en la época. “El hombre ejercía la práctica médica -nos dice el Dr. Gonzalo Aguirre Beltrán- en la edad adulta, en tanto que la mujer lo conseguía hasta pasada la menopausia, una vez libre de la impureza derivada de partos y menstruaciones”. La figura del que se ocupaba de restaurar la salud que pudiera ser comparable al chaman, nombre que se da en el ámbito antropológico al médico-brujo, podría estar dentro de la descripción que hace de él Fray Bernardino de Sahagún: “El médico suele curar y remediar las enfermedades; el buen médico es entendedor, buen conocedor de las propiedades de las yerbas, piedras, árboles y raíces, experimentado en las curas, el cual también tiene por oficio saber concertar los huesos, purgar, sangrar y sajar, y dar puntos, y al fin librar de las puertas de la muerte. El mal médico es burlador, y por ser inhábil, el lugar de sanar, empeora a los enfermos con el brebaje que les da, y aún a las veces usa hechicerías y supersticiones para dar a entender que hace buenas curas”. El ejercicio de la práctica médica se heredaba de padres a hijos de acuerdo a las declaraciones del Dr. Francisco Hernández, protomédico de las Indias en su obra Historia Natural de la Nueva España y la enseñanza pudiera decirse más formal (el pueblo tenía un amplio conocimiento de las propiedades medicinales de múltiples elementos de la naturaleza) se llevaba a cabo en el Cálmecac ya que también el propio Bernardino de Sahagún refiere que en estos templos había unos sátrapas ya médicos o ministros. Ciertamente que aún y a pesar de las ideas supersticiosas y mágicas, el conocimiento adquirido a través de la experiencia les había llevado a realizar procedimientos como el siguiente en referencia al tratamiento de las fracturas: “Las quebraduras de los huesos de los pies, curarse han con los polvos de la raíz que se llama acocotli, y la de la tuna que deberá ponerse en la quebradura del pie, y envolverse, y atarse con algún lienzo o paño, y después de puesto, se han de poner cuatro palitos o tablitas a la redonda de la quebradura, y atarse han fuertemente con algún cordelejo, para que de esta manera salga la sangraza, y también se sangrará de las venas que vienen a juntarse entre el dedo pulgar del pie y el otro porque no se pudra la herida; y los palillos o tablillas se han de tener atados por espacio de veinte días, y después de este tiempo, se ha de echar una bilma de ocozótl con polvos de la raíz de maguey, con alguna poca de cal y sintiendo alguna mejoría, podránse tomar algunos baños”. Las sangrías representaban un insuperable remedio terapéutico ya realizado como elemento único o combinado en el que se utilizaban con frecuencia puntas de maguey y cuyo simbolismo no tenía únicamente el fundamento (como el europeo) de ayudar así a la eliminación del agente morboso, sino que representaba en sí misma una ofrenda a los dioses rememorando el auto sacrificio de Quetzalcóatl, fuerza positiva del panteón Azteca que dio origen a la humanidad presente según esta descripción que nos hace llegar en versión del ilustre nahuatlato, el padre Ángel Ma. Garibay Kintana:
“Luego deliberan los dioses, Dijeron: -¿Quién habrá de morar? Consolidóse el cielo, se consolidó la Señora Tierra, ¿quién habrá de morar en ella, oh dioses? Todos ellos se preocuparon. Pero ya va Quetzalcóatl, llega al reino de la Muerte, al lado del Señor y la Señora del Reino de la Muerte. Al momento les dijo: -He aquí por lo que he venido. Huesos preciosos tú guardas: yo he venido a tomarlos. Pero le dice el rey de los muertos: -¿Qué vas a hacer, Quetzalcóatl? Y éste de nuevo responde: -Preocupados están los dioses de quien ha de habitar la tierra. El Señor del Reino de la Muerte dice: -Bien está, tañe mi trompeta de caracol y cuatro veces llévalos en torno de mi redondo asiento de esmeraldas. Pero como el caracol no tiene asa, llama luego a los gusanos. Ellos le hicieron muchos agujeros por donde al instante, entraron avispones y las abejas nocturnas. Una vez más dice el Señor del Reino de la Muerte: -¡Bien está, toma los huesos! Pero dice a sus vasallos los muertos. -¿Decidle aún, oh dioses, que ha de venir a dejarlos! Pero Quetzalcóatl responde: -¡No, para siempre los tomo! Pero su doble le dijo: -Diles: ¡Los vendré a dejar! Y Quetzalcóatl va a decirles, y a gritos les dice: -¡He venir a dejarlos! -Ya con esto subir puede, ya toma los huesos preciosos. En un sitio hay huesos de varón, en otro sitio, huesos de mujer: los coge, los hace fardo, y luego los lleva consigo. Pero otra vez dice el Señor de los Muertos a sus vasallos: -¡Dioses, de veras se los lleva, los huesos preciosos! Venid y ponedle un hoyo. -Ellos vienen a ponerlo: él azotó en el hoyo y cayó, azotó en tierra consigo, lo espantaron las codornices, cayó como un muerto, y con ello desparramó por tierra los huesos preciosos, lo mordisquearon, lo picotearon las codornices. Mas pronto se recuperó Quetzalcóatl, llora por lo sucedido y dice a su doble: -Doble mío, ¿cómo será esto? Y él dice: -¿Cómo será? ¡Pues cierto se echó a perder, pero sea como fuere! Y luego ya los recogió, uno a uno los levantó, y con ellos hizo un fardo, y los llevó a Tamoanchan. Y cuando a Tamoanchan llegó, ya los remuele Quilaztli, en un lebrillo precisos hecha los huesos molidos, y sobre ellos su sangre sacada del miembro viril echa Quetzalcóatl y luego todos los dioses hacen penitencia y por esto dijeron luego: “Nacieron los merecidos de los dioses, pues por nosotros hicieron penitencia meritoria”.