lunes, 19 de noviembre de 2012

¿Escuchamos nuestro cuerpo?

A LA ESCUCHA DEL CUERPO.

© D.R. Xavier A. López y de la Peña


¿Cómo transmitir un modo de aproximarnos
a la persona que sufre? ¿Cómo hacer comprender
algo tan vasto, tan inasible, algo que implica a la
vez un modo de ver y un modo de ser?

Salomón Touson
Buenos Aires, 1995

 Las formas de comunicación humana que no utilizan el lenguaje siguen facetas extraordinariamente interesantes y ajenas frecuentemente al común de las personas, cuando menos a nivel consciente.
      Se suele conocer como el lenguaje no verbal a la comunicación que se establece con los demás a través de nuestra actitud, movimientos, gestos o acciones y en última instancia con nuestra presencia misma. También la mercadotecnia recurre al lenguaje no verbal «subliminal se dice» de sus anuncios y promociones para inducir a la compra de un determinado producto, o preferir su uso al asociarlo con ideas eróticas, juveniles, de poder, de “frescura” y más que le hagan deseable y hasta irresistible. En este terreno, como en otros, no pretendemos de ninguna manera seguir a pie juntillas el comentario del Sr. Marshall McLuhan quien fuera director del Centro de Cultura y Tecnología de la Universidad de Toronto que decía:
todas mis recomendaciones [hablando sobre la propaganda subliminal]se pueden reducir a una: estudie las formas de los medios de comunicación para extraer todas las suposiciones del reino subliminal no verbal con el fin de estudiar detalladamente y para predecir y dominar los propósitos humanos.
      Una persona segura de sí misma, cuando le contactamos, manifestando su lenguaje no verbal suele mirarnos de frente, saludarnos de mano con firmeza y verse relajada, esto es, que su rostro no mantenga el ceño fruncido, que su hablar sea pausado, con los brazos en posición “abierta” y que se conduzca sin modales atropellados, etc.; consecuentemente lo contrario se apreciará en una persona insegura.
      El psicólogo y el analista de actitudes están muy familiarizados con estas formas de expresión no verbal y suele empleárseles en la selección y reclutamiento de personal. Es útil para los analistas este reconocimiento del lenguaje no verbal en situaciones que demanden certeza o seguridad como lo son los vigilantes en las aduanas que se preparan arduamente para “percibir” los gestos, actitudes o formas de desenvolvimiento sospechosos de alguna persona posiblemente infractora. El policía que interroga a una persona como presunta responsable de algún delito o infracción también debe ser sensible a captar aquellos elementos que denoten inseguridad en el indiciado y le hagan reconocer que posiblemente esté mintiendo u ocultando algo.
      Nos hemos acostumbrado a nivel no consciente en general, insisto, a reaccionar al lenguaje no verbal emitido por otra persona o por un anuncio publicitario cualquiera, sin embargo no dejo de asombrarme por la indiferencia y falta de interés observado con largueza por comprendernos a nosotros mismos. Por escuchar a nuestro cuerpo, por identificar sus señales, por establecer un diálogo entre nosotros y nuestro propio cuerpo.
      Valga un ejemplo sencillo que me viene de pronto a la memoria. Un hombre de 60 años de edad que tiene un dolor en el pecho, suele atribuírselo inicialmente a una indigestión por la cena que comió ayer por la noche con los Gutiérrez, a un disgusto que tuvo con sus empleados el día pasado por faltantes en el control de almacén de su empresa, o porque no se cubrió bien por la noche e hizo mucho frío. Pensará en todo menos en la posibilidad de que su dolor exprese un infarto de miocardio. De igual forma los dolores que producen las contracciones uterinas anunciando el inicio de un trabajo de parto en una mujer al término de su embarazo, podrían interpretarse y atribuirse también erróneamente a una simple indigestión.     
¿Por qué nos mostramos incapaces de reconocer el lenguaje no verbal que nuestro propio cuerpo expresa?
      El cuerpo humano ha sido dividido desde hace muchísimo tiempo en dos objetivos de análisis operativo mutuamente, y de forma absurda por demás, excluyentes: cuerpo y mente. El primero suele manejarse objetivamente, esto es, como un objeto. El corazón enfermo, la fractura del peroné, una enfermedad autoinmune o hepatitis anictérica. La mente, en segundo término, se maneja de manera subjetiva y por tanto aislada del cuerpo, del «soma» mediante técnicas doctrinarias, etéreas, intangibles. Procesos interactuantes del yo, ello y el superyo en una lucha por expresarse o reprimirse emitiendo “señales” que el terapeuta descifra al través de la doctrina psicoanalítica.
      Puede decirse así que el ser humano enfermo actualmente ya no es dueño ni de su cuerpo ni de su mente fraccionados. Ha sido presa del discurso médico en cuanto que el cuerpo enfermo se expresa solamente mediante el “cuadro clínico” objetivante de la mirada médica. El dolor abdominal de una persona representa entonces no la angustia del sufriente de forma intrínseca sino el “dato” de un deterioro intestinal o ureteral en su caso. La mirada médica bajo esta perspectiva desconoce el padecer del sufriente en todas las esferas; es simple y llanamente un “dolor-dato-enfermedad” de tal o cual estructura corporal.
      G. Groddek considerado el padre de la medicina psicosomática era sensible a estas cuestiones y entendía muy bien la unidad cuerpo-mente como lo demuestra una parte de su carta dirigida a S. Freud el 27 de mayo de 1917 al decirle que
      A mis concepciones [anteriores a 1909]-o debo decir a las suyas- no llegué a través del estudio de las neurosis, sino a lo largo de observación de pacientes aquejados de enfermedades que se suelen denominar corporales. Mi celebridad médica la debo originalmente a mi actividad como terapeuta físico y especialmente como masajista. [Hace tiempo]... había abrigado en mí la convicción de que la distinción entre cuerpo y alma no era más que una distinción nominal e inesencial, y que el cuerpo y el alma constituyen una cosa común: que en ellos se encierra un Ello, una fuerza por la que somos vividos mientras creemos que somos nosotros mismos quienes vivimos.
      El cuerpo enfermo con sus señales (“signos y síntomas”), le impide hoy al terapeuta (médico) ver la mente sufriente, su padecer, en tanto que las señales de la mente enferma impiden a su vez ver al psicoterapeuta el cuerpo que le contiene. Representan en ambos casos a el árbol que les impide ver el bosque. Hay entonces médicos de cuerpos y médicos de mentes. El sentido holístico del quehacer médico se ha perdido y S. Freud, si se me permite la digresión, fue culpable de ello en gran medida. Su psicoanálisis desplazó al cuerpo del análisis médico, creando su propio lenguaje, su propio método de estudio, su propia “enfermedad”.
      Joyce McDougall, la psicoanalista se lo preguntaba de la siguiente manera ¿Qué ocurre con el psicoanalista? ¿Necesita que le recuerden que el analizado no es pura estructura psicológica? ¿Y que no está moldeado únicamente por la palabra? ¿Con qué oído oye el psicoanalista el cuerpo de sus analizados y los mensajes mudos del soma?
      Decíamos arriba que el ser humano enfermo ha perdido potestad sobre su cuerpo y su mente frente al discurso médico que además lo ha dividido en dos constructos funcionales irreconciliables. Así, el enfermo suele referirse a sus partes corporales como “me duele el hígado, la cabeza o el estómago y no como me duele mi cabeza, mi estómago o mi columna vertebral indicativos de una «falta de posesión corporal»; tengo hepatitis y no padezco hepatitis sería otra forma de expresarlo.”
      La medicina integralmente debería entonces reconstruirse a fin de llegar al abordaje holístico (completo) del ser humano como una unidad. Debe reaprenderse a escuchar al cuerpo y ver a trasluz del signo o síntoma expresado por el soma, la mente del sufriente y sus diversos modos de expresión corporal.

¿Podrá algún día el ser humano establecer comunicación válida con su cuerpo-mente? ¿Podrá hablarle a su hígado en forma coloquial, escucharlo en su protesta por desvíos alimentarios? ¿Podremos estar orgullosos tanto de nuestros ojos, como de nuestro plexo mientérico de Auerbach?

      Si sentimos nuestro cuerpo-mente (particularmente cuando alguna de nuestras partes está ausente o alterada) pero no nos percibimos, entonces no nos poseemos. ¡Démosle entonces el cuerpo al terapeuta para que en secciones nos interprete a su manera y a callar! El terapeuta al fin, ya del soma o de la psiquis, hará un revoltijo con sus ideas interpretando un cuerpo o una mente que, a fin de cuentas no le pertenece ni entiende ni sufre y, muchas veces quizá, ni le importa.

Sólo cuando el mismo terapeuta sufra en su soma-mente, se dará cuenta de que, en realidad, los terapeutas de cuerpos y mentes no entienden su lenguaje verbal o no verbal integralmente (ven el árbol que les impide mirar el bosque) aunque lo atiendan, y sufrirá el no haberse sabido poseer (establecer el dialogo con su cuerpo-mente, conocerse) a tiempo y clamará entonces por encontrar a un terapeuta holístico del ser humano.