lunes, 10 de agosto de 2015

Sin fronteras o de la operómica.

OPERÓMICA
© DR Xavier A. López y de la Peña.
Llegará una época en la que una investigación diligente y prolongada sacará a la luz cosas que hoy están ocultas. Llegará una época en la que nuestros descendientes se asombrarán de que ignoramos cosas que para ellos son tan claras. La naturaleza no revela sus misterios de una vez para siempre.
Séneca, Cuestiones naturales, Libro 7, siglo primero.
El ser humano inquiere, investiga, es parte de su naturaleza. Es "homo/mulier conquisitum" reacio a mantenerse ignorante sobre todo lo que le rodea. Hurga en el conocimiento con la ansiedad de saber cada día más de menos, y nos entrega con ello la luz de un nuevo proceso, idea o descubrimiento llenándonos de asombro. La herencia cultural de la que somos partícipes en el mundo occidental, se nutre de tres ejes que aún hoy día nos guían e influyen ya a favor o en contra de nuestro innato deseo de sabiduría, a saber:
1) El de la religión,
sustentada en la ideología hebrea que a su vez abrevara de los sumerios, babilonios, acadios y que nos enfrenta a la «caída del hombre» por haber comido Adán y Eva del fruto del árbol de la ciencia del bien y del mal, el único que les estaba prohibido por Dios en el jardín del Edén. Pese a ello, la instigadora y astuta serpiente les persuadió a desobedecerle diciéndoles «De ninguna manera moriréis. Es que Dios sabe muy bien que el día en que comiereis de él, se os abrirán los ojos y seréis como dioses, conocedores del bien y del mal». Este «conocimiento» les llevó entonces a la desgracia. A partir de este momento Eva fue condenada por siempre a parir sus hijos con dolor, a desear a su marido y a ser dominada por él. Adán, el pecador secundario en estricto orden cronológico, quedó obligado a obtener su sustento con gran fatiga y el sudor de su frente por todos los días de su vida, y a volver a la tierra de la que fue tomado. Hoy, la prohibición que parte de este fundamento bíblico por saber enfrenta aún a los científicos o a los simples pensadores herederos culturalmente de la religión hebrea. Abundan los ejemplos ampliamente conocidos de la divergencia entre religión y ciencia, esto es, entre la prohibición por saber y el deseo por saber: Nicolás Copérnico fue uno de ellos que trastocó la concepción tolemaica del geocentrismo revelando y colocando al sol como eje sobre el que giran los demás planetas; Charles Darwin con su teoría de la evolución de las especies, se estrelló frontal y estrepitosamente con la idea de la creación, y otras.
2) El eje de la filosofía,
es otro marco cultural que heredamos proveniente de los griegos y que nos impone los retos por descifrar acerca de quiénes somos, de dónde venimos y a dónde vamos. El hilo conductor de esta ideología se inició aproximadamente en el siglo VI anterior a nuestra era al ocurrir un fenómeno que transformaría a la humanidad; el ser humano convirtió su pensamiento especulativo en secular y comenzó a buscar explicaciones naturales para los acontecimientos que anteriormente eran considerados de origen sobrenatural. Sus balbuceos en explicar la naturaleza mediante el uso de la razón pura parieron a la filosofía, esto es, al «amor al saber». En la colonia jónica de Mileto (Asia Menor) nació la búsqueda de «esta» verdad con Tales, el estadista, astrónomo, matemático y considerado el padre de la filosofía quien inició interpretando a la vida y al cosmos como constituido por agua; Anaxímenes, a su vez, consideró que todos los elementos naturales eran producidos por aire, y Anaximandro complicó el panorama ideológico con la introducción del termino apeiron, lo indeterminado, lo indefinido, lo infinito. Más allá de lo sobrenatural y dogmático, el pensamiento filosófico en boca de Sócrates planteó posteriormente lo siguiente: ¿es posible una ética natural? ¿puede la moral ser independiente de la religión? Este renacimiento del saber desde el pasado remoto nos da aún la pauta de la avidez por la sabiduría en oposición al sobrenaturalismo. No obstante aún hoy, religión y filosofía se entrelazan entre la trascendencia y temporalidad, el cuerpo y el alma, substancia y espíritu. El científico sufre aun de esta dislocación basada en nuestra herencia cultural y duda entre acceder o no a las jugosas y deseadas manzanas que se ofrecen eternamente en el árbol de la sabiduría, del bien y del mal. ¿Podremos o no ser como dioses?
3) La legislación,
conforma la tercia hereditaria cultural occidental que nos viene, ahora de los romanos, y que impactan en el hacer de la ciencia. Como parte de un continum, el cuerpo legal que nos rige también está permeado de ideología religiosa y filosófica, si no destáquese el diferendo entre los enfoques de las corrientes iusnaturalistas e iuspositivistas que, sin embargo, no son netamente excluyentes una de otra. De hecho, se entremezclan como respuesta a ciertas necesidades sociales. Los romanos no tuvieron las extraordinarias capacidades artísticas e intelectuales de los griegos, sin embargo, les aventajaron en cuanto a la administración, organización y estructura política. La expansión de los romanos hacia nuevas fronteras les hizo conocer otra suerte de leyes sobre las que se apresuraron a discutir, entender y aplicar dentro de su propio marco legislativo. El emperador Justiniano (527-564 d. de J.C.) ordenó entonces al jurisconsulto Triboniano acopiar, seleccionar y adaptar tanta variedad de leyes en una sola obra naciendo con ello el conocido Corpus Juris Civilis o código civil justiniano. Tuvo tanto éxito esta obra que rápidamente se difundió por Europa, destacando su sencillez y su contenido fácilmente accesible. Entre sus aspectos más sobresalientes están que hace referencia a que las reglas formales de la ley se pueden atemperar con la equidad (justicia natural, por oposición a la letra de la ley escrita, concepto que ha constituido una piedra angular para el derecho), y la de que todos los hombres son iguales por naturaleza y que deben serlo también ante la ley. Este código se extendió por Europa durante el Renacimiento, como señalamos arriba, impulsado por la razón y los valores, y por la Iglesia Católica quien a su vez conformó su derecho canónico basado en el mismo derecho romano al que aderezó con sus preceptos religiosos en cuanto a la relación entre la Iglesia y los fieles.
Bien. Este panorama que nos reúne en torno a la cultura de que formamos parte nos coloca hoy frente a nuevos conocimientos.
La estructura ordenada de tres mil millones de bases nitrogenadas que integran el ácido desoxirribonucleico (ADN) humano, y la ubicación de los genes que componen el genoma humano ha sido ya revelado. Terminó el impresionante despliegue tecno-científico que desde su propuesta en 1985 disparó la conciencia de unos y otros a favor o en contra de tan impresionante gesta. Hoy contamos ya con un mapa físico total del genoma humano; el mapa citogenético que indica la referencia a lo largo del genoma y que ata el mapa físico a las posiciones subyacentes de los correspondientes cromosomas, y el mapa de los polimorfismos de nucleótidos sencillos. La humanidad se ha abierto paso a la nueva ciencia llamada genómica. Esta nueva línea de conocimiento nos permite conocer otros patrones de identidad «íntima» de las personas; establecer certeza en asuntos de paternidad, predecir riesgos de contraer enfermedades y otros. Esto coloca a la genómica, la nueva manzana del árbol de la sabiduría, en el centro del debate en que campean lo religioso, filosófico y legal.
Pero también y como si fuera la ciencia una escalera, este nuevo conocimiento nos coloca en el umbral del siguiente escalón al que se denomina proteómica que tiene por objeto describir el conjunto completo de moléculas del ácido ribonucleico mensajero (ARNm) presentes en una célula, tejido u órgano, y ello todo al atisbo de la operómica que se refiere al conocimiento de toda la operación del análisis molecular de la célula desde el ADN, pasando por el ARN y terminando en las proteínas.
El árbol de la sabiduría, del bien y del mal, cede así una a una sus interminables manzanas. Cada una con su particular hechizo que les vuelve irresistibles al apetito humano y, aunque nuestro conocimiento se amplíe día con día, puede ser que nos maravillemos ante ello pero no habrá que excitarse demasiado.... Todavía faltan muchos años para que tan siquiera tengamos un conocimiento mediocre del funcionamiento de nuestro cuerpo nos dice el biólogo molecular Pablo Escriba.
Nuestras raíces culturales hebreas, griegas y romanas habrán de ponerse a trabajar en el asunto para poder aceptarlo, interpretarlo, asimilarlo y adecuarlo en beneficio de la humanidad; porque el árbol no dejará de dar frutos, y nosotros de ir por ellos.