miércoles, 22 de diciembre de 2010

Maternidad subrogada


MADRE DE SUSTITUCIÓN
O DELEGADA.

© Dr. Xavier A. López y de la Peña

¡Oh, hombre, ¿cuál es tu procedencia?
Eres demasiado malo para un Dios
y demasiado bueno para haber surgido del azar!

Ma. Elena Martín Alonso (1993)


Es probable que un importante número de personas desconozcan los alcances y avances que se han logrado en el terreno de la reproducción humana y que han llevado a una disociación conceptual de la procreación y de la relación sexual.
Hoy han perdido sentido las antiguas frases latinas: mater sempre certa est que otorgaba el verdadero crédito de madre a la mujer que paría un hijo de sus entrañas, y el de pater is est quem nuptiae demostrant en el que el padre es el esposo de la madre.
La fecundación y la gestación se han fragmentado de forma tal que es posible la unión de un óvulo con un espermatozoide fuera del cuerpo humano y la posibilidad de implantar a este embrión en el cuerpo de otra mujer que, dejando entonces de ser genitora se convierte ahora en gestadora. Su hijo así, realmente no será hijo suyo; esto es lo que suele conocerse como -existen otras acepciones- madre portadora, madre de sustitución o subrogada.
El campo biotecnológico aplicado a la reproducción humana así, queda abierto para la participación de personas “ajenas” a ella y puede establecerse la venta o donación de óvulos a mujeres estériles, llevar a término el embarazo con embriones de otras mujeres o gestar embriones de donantes desconocidos y otras más. Como ejemplo actual, se tiene a la compañía norteamericana llamada The Surrogacy & Egg Donation Center (www.madresubrogada.com), fundada por Theresa M. Erickson y con oficinas en San Diego, Los Angeles y Miami.
La maternidad por sustitución, -esta información nos lleva a recordar el caso de maternidad “subrogada” bíblica de Abraham cuya mujer Sarai era estéril y, en el que ella misma le propuso a Abraham que tomara como concubina a una esclava egipcia de nombre Agar de la que tuvo un hijo al que pusieron por nombre Ismael (Génesis 16:2)-, delegada o subrogada inició operaciones comercialmente en 1980 con la Surrogate parenting associates en Louisville, Kentucky, E.U.A. con un “costo” -estimado- de 15 000 dólares; aquí, las mujeres “contratadas” para gestar el hijo mediante convenio son inseminadas artificialmente con semen del marido de la mujer estéril.
Se abre también con el procedimiento descrito, una nueva forma de filiación que puede denominarse contractual, que sigue a la legítima, natural y adoptiva que daban seguridad a la transmisión genealógica.
La dimensión que ofrecen las nuevas tecnologías rebasan con mucho los campos éticos y legales de la ciencia y caen con mucha frecuencia en la transformación objetiva del asunto desde una óptica mercantil como lo ofrece el contenido conceptual de la terminología empleada: Banco de semen, gestación por cuenta ajena, alquiler de vientre, stock de embriones, procreática, ingeniería genética, maternidad subrogada, donación o venta de ovocitos, etc.
Tres elementos de enorme trascendencia están ahora en la mesa de discusión en torno a la identidad humana: la diferencia entre los sexos (las operaciones para la reasignación de sexo, como expresan psiquiatras y cirujanos, que se reducen -desde el punto de vista morfológico únicamente- a un simple cambio de los órganos genitales en una persona para asemejarse al sexo opuesto únicamente. Los hombres siguen biológicamente siéndolo pero sin pene ni capacidad generacional y las mujeres con pseudopene son incapaces de concebir.), el orden naturabilis de las generaciones (nadie como los árabes que conocen su genealogía hasta la más remota generación) que fracturan la filiación, y la inviolabilidad del cuerpo humano que hoy es sujeto de manipulación desde su primerísima célula.
Tocan a las puertas del conocimiento humano también, las posibilidades reales de llevar a feliz término la ectogénesis (embarazo llevado a cabo fuera del útero y totalmente en un tubo de ensayo) y la clonación (copia idéntica de un mismo individuo -los Dres. Briggs y King en el Instituto Carnegie en Washington los iniciaron con éxito desde 1952).
En el caso de la ectogénesis (crecimiento y desarrollo de un organismo vivo en un ambiente artificial) obtenido a partir de un óvulo y un espermatozoide anónimos ¿quiénes serán asignados como los padres? o dicho de otra forma ¿cómo se establece la filiación?, ¿la “madre” -en el absurdo- será la el útero artificial en que se desarrolló el nuevo ser? La ciencia y tecnología actuales ya están sobre los pasos de este procedimiento, y los avances en la puesta en marcha de una placenta artificial se describen ampliamente en: Development of an Artificial Placenta. Nobuya Unno. pp. 62-69. Disponible en la internet en:
http://translate.google.com.mx/translate?hl=es&sl=es&tl=en&u=http%3A%2F%2Fen.wikipedia.org%2Fwiki%2FEctogenesis
En 1791 en Inglaterra aparentemente se iniciaron las primeras medidas encaminadas a aplicar la inseminación artificial a solicitud de parejas con problema de esterilidad y sin embargo parece que no tuvieron éxito y, para 1897 el Santo Oficio les impuso una oposición formal: non licere. El tribunal de Bordeaux había antes (1883) emitido una condena previa al decir que “la inseminación artificial repugna a la ley natural, puede constituir un verdadero peligro social e importa a la dignidad del matrimonio que semejantes procedimientos no sean trasladados del terreno de la ciencia al de la práctica.”
Actualmente consideramos que no representa un problema mayor tanto jurídico como ético-filosófico el que una pareja con problema de esterilidad recurra a la inseminación artificial empleando sus propias células germinales, ya que el hijo concebido así, será realmente su hijo biológico y afectivo.
La controversia se suscita cuando en la procreación artificial se hace participar a un donante y/o una madre de sustitución, porque se ponen en tela de juicio la maternidad-paternidad, el derecho a la filiación, las estructuras de la parentalidad, y la representación del hijo en la sucesión de las generaciones, además de que coloca al cuerpo humano como una posible opción inaceptablemente negociable, esto es, que pudiera estar sujeta de comercio que sustituye la relación de pareja en el orden del ser con una relación en el orden del tener: el hijo se convierte entonces en la cosa de su madre, simple objeto de posesión -apunta el profesor Alain Seriaux-.
Aún cuando muchos procedimientos actualmente utilizados en el tratamiento de la o los problemas de infertilidad sean legalmente aceptados, moralmente se presentan objeciones dependiendo de razones culturales, religiosas, económicas y hasta políticas en su caso.
La Dra. López Moratalla en su libro de Deontología biológica (1987) nos dice: El desarrollo tecnológico ha acostumbrado de tal forma al hombre de la civilización actual a fabricar cualquier cosa, que se ha hecho en ocasiones difícil reparar en la gravedad que supone sacar el origen de una nueva vida humana del entorno profundamente humano de la sexualidad conyugal, para situarlo en el mundo de la técnica, donde el padre y la madre, convertidos en simples donadores de gametos, no son ya insustituibles, y lo único que queda como imprescindible es el trabajo de un técnico capacitado y eficaz.
Jacques Testard, el padre científico del primer “niño de probeta” francés (recordamos que el primer “bebé de probeta”, la niña Louise Brown nació el 25 de julio de 1978 en el Oldham and District General Hospital de Lancanshire, cerca de Manchester luego de 15 años de trabajos del fisiólogo Robert Edwards y el ginecólogo Patrick Steptoe) se retiró de la investigación en 1987 con las siguientes palabras:
“El científico no es ejecutor obligado de cualquier proyecto salido de la lógica inherente de su propia técnica. Situado en el eje del remolino de las posibilidades, el investigador adivina antes que nadie la dirección de la curva que sigue, y debe tener capacidad autocrítica. La novedad trae satisfacción y hace falta mucho coraje para detenerse en la investigación comenzada..., pero sé que cuanto más se avance en estas técnicas sin una guía ética los riesgos y los percances serán mayores: no ha ocurrido nunca que un conocimiento adquirido deje de ser aplicado después.
Yo, Jacques Testard, trabajando en el campo de la procreación asistida he decidido parar y acabar con esta carrera enloquecida hacia la novedad científica, porque sé la dirección de la curva. Se pretende sacrificar innumerables vidas humanas para construir un hipotético progreso genético: primero se eliminarán embriones con enfermedades congénitas y posteriormente serán otros motivos para desecharlos: el sexo, la estatura, el color de los ojos, el color de los cabellos... Mi última aportación ha sido la congelación de embriones humanos, pero no iré más allá, ni intentaré otras marcas. Lo harán otros, pero no porque sean mejores, sino simplemente porque tienen ganas de hacerlo, de que se hable de ellos, de aparecer en la televisión. Soy plenamente consciente de que esta decisión equivale para mí a una especie de suicidio profesional”.
Cuando el ser humano -apunta la Lic. Ma. Elena Martín Alonso (1993)- pueda ser expresado ad integrum, éste quedará reducido a un objeto. La dignidad y racionalidad del hombre, único, irrepetible, incanjeable, insustituible y trascendente deberían ser permanentes, intocadas.
Todas estas opiniones tienen valor, sin embargo, no responden cabalmente al derecho humano de procrear cuando ciertas condiciones de naturaleza insalvable lo impiden. Surge entonces la posibilidad de procrear artificialmente mediante la procreática, término acuñado por los franceses para referirse a todo el espectro de la reproducción artificial o fabricación de seres humanos y que habla del derecho a tener o a no tener hijos, del derecho a la reproducción, a la libertad reproductiva, etcétera.
Es entonces necesario encontrar alternativas terapéuticas válidas a la esterilidad, compatibles con la dignidad de la procreación humana. Todo un reto para los científicos responsables de conciliar la ciencia y la ética.
En México se estima actualmente que hay un millón y medio de parejas con problemas de fertilidad y acaba de promulgarse en el Distrito Federal la Ley de Gestación Subrogada que fue aprobada el 29 de noviembre del 2010. Esta ley entrará en vigor a partir del mes de enero de 2011 y ha sido producto de esfuerzos conjugados que se han venido gestando desde años atrás. Recuérdese el documento titulado: Maternidad Subrogada, que emitió en el 2008 la Cámara de Diputados de la LX Legislatura a través del Servicio de Investigación y Análisis, Subdirección de Política Exterior, de la autora Lic. Alma Arámbula Reyes, Investigadora Parlamentaria, accesado en: http://www.diputados.gob.mx/cedia/sia/spe/SPE-ISS-14-08.pdf.
El tiempo y la experiencia habrán de decirnos si esta ley, similar a la que se tiene en algunos países como Australia, Alemania, Francia, Noruega y Suecia, entre otros, contribuye a hacer valer el derecho de procreación de las mujeres imposibilitadas naturalmente para ello, en nuestro país.

jueves, 2 de diciembre de 2010

Sobre el morir


CAPACITACIÓN TANATOLÓGICA

© Dr. Xavier A. López y de la Peña


Nuestra alma se desliga fácilmente de la tierra
cuando ve desaparecer aquellos que amamos;
la muerte de una persona querida cambia
completamente a nuestros ojos el aspecto del mundo.

Eugenie de Guerin


Afrontar a la muerte siempre ha constituido un reto enorme. ¿Cómo actuar, qué hacer, qué decir o callar ante un ser humano que ha dejado de vivir? ¿Cómo nos percibimos nosotros mismos el encontrarnos ante un congénere sin sentido vital?
Paradoja enorme enfrenta el médico ya desde sus inicios en la formación profesional. De la dedicación exclusiva por la vida en su quehacer, empieza a formarse en las primeras lecciones escolares bajo dos constructos diferentes que entretejen los ejes de su preparación y conducta ulteriores: inicia con la enseñanza en la muerte, con más propiedad, sobre el ser humano muerto y por demás fraccionado en secciones corporales en los que se busca y entiende su forma, apariencia, consistencia, sus relaciones entre uno y otro elementos. Se instruye en y sobre objetos humanos inanimados, se vuelve por tanto su mirar al ser humano en objetivante, inerte, sin sentido personal.
Luego se refrenda el seguimiento del cuerpo humano ya en la salud como en enfermedad desde una óptica ahistórica y carente de casi cualquier componente social.
Después, pero prontamente, el escolapio aprende que la muerte constituye el fracaso no infrecuente de su misma lucha por la vida y se le enseña a evadirla. Cesa abruptamente su razón de ser ante la persona muerta y prefiere cerrar los ojos y los oídos, las puertas a su interior. ¿Fue un fracaso esperado o inevitable, o por el contrario, un desenlace imprevisto y súbito? Sea cual fuere, la consigna ineludible es que debe evitarse.
El conjunto de representaciones que giran alrededor de la muerte misma como la agonía y el duelo, no son temas a discutir y a aprender en el curriculum médico. Ello se consigue a pulso, sin la formación adecuada.
El profesional de la salud, el técnico y el administrativo que guarden relación con el hacer médico deben entonces capacitarse sobre la agonía, la muerte y el duelo de los seres humanos para dar respuesta a estas necesidades insatisfechas de la población.
La muerte constituye no solamente la cesación de una vida sino la pérdida de un ser humano dentro de un cuerpo social.
La noticia sobre una muerte próxima o la ya consumada implican necesariamente el establecimiento de una comunicación entre 2 o más personas y que debe atender a diferentes contenidos. Uno de ellos es el informativo, simplemente dar la noticia. Este elemento debe permearse, no obstante, con sensibilidad ante un evento doloroso por sí mismo. El comunicador debería estar preparado y manejar ciertas destrezas para que la comunicación fluya sutilmente ya que no siempre se hace en el mismo tiempo y forma. Ello depende de la persona con la que interactúa, sus necesidades propias, las expectativas, sus sentimiento de pérdida, su participación (si la hubo) en el mismo proceso del morir, su preparación personal, su forma de responder tanto de manera verbal como no verbal, el ámbito en que el suceso se da y más.
Otro elemento a considerar en la comunicación es el orientador. ¿Qué hacer con la persona por morir o muerta? ¿Qué hacer ahora que un ser humano se ha perdido? ¿Qué hacer y harán los que se quedan? No se trata sólo de decir que se tiene que hacer determinado trámite ante la oficina del Registro Civil, de requisitar un formulario especial para obtener el Certificado de Defunción y/o de dar aviso a una determinada agencia funeraria. El apoyo psicológico juega un papel muy importante en la orientación ante la pérdida y responde, también de forma personalísima, a las necesidades del interlocutor. El aplomo en el control de la situación, el reconocimiento de la angustia, la frustración, el enojo, la resignación y otras manifestaciones de la persona que enfrenta la pérdida, requieren de la sutileza del comunicador para disminuir tensiones. A veces se requieren de muchas palabras, gestos y acciones, otros más de largos y quizá únicos silencios.
La muerte y sus pormenores, su preparación para afrontarla, da a quien la enfrenta una formación actual en nuestro medio empírica, sobre la marcha, no se obtiene una formación especializada como se propone.
La situación mortal debe reconocerse, si ello es posible, y afrontarse. Ciertamente un desenlace no esperado como el que se presenta con la muerte de un pequeño o un joven en plenitud de vida aparente, improntan e impresionan más a quienes le rodean que el deceso en un anciano aquejado de un mal incurable conocido hacía poco tiempo atrás. Podría decirse que el primer caso tuvo un desenlace inoportuno que lleva así mismo todo un bagaje de incomprensión en el orden temporal difícil de asimilar y entender, en tanto que el segundo caso ilustra un deceso esperado, ya temporalmente y racionalmente asimilado.
¿Qué debe hacerse para enfrentar al agonizante, al muerto y a los dolientes? Quizá el primer elemento a considerar sea el de adoptar una mentalidad abierta, receptiva a las personas y las situaciones que les rodean. Que mejor enseñanza se podrá tener que la de enfrentar a los casos reales bajo la tutela de un capacitador experimentado. Alguien que enseñe sobre la muerte, que ofrezca capacitación tanatológica.
Recuerdo una técnica utilizada por nosotros como herramienta en el proceso de la enseñanza-aprendizaje que nos llevaba de la práctica a la teoría y luego nuevamente a la práctica en el Centro Interdisciplinario de Ciencias de la Salud del IPN. Esta fórmula nos enfrentaba con la realidad (práctica) para luego llevarnos a su discusión y análisis en el gabinete a nivel multidisciplinario (teoría) y, ya con propuestas de cambio metodológicamente estudiadas eran llevadas para su implementación en el terreno (práctica) nuevamente. Pues bien, este modelo es ideal para la capacitación tanatológica.
El cuadro del morir, que incluye su antes y después, puede ser discutido y analizado con enorme provecho bajo esta óptica. Con ello, quien enfrente el reto sabrá qué hacer o dejar de hacer ante la pérdida real o en potencia de un ser humano.
Pequeñas tareas rodean el hacer sobre la muerte que revisten, sin embargo, una importancia considerable como la privacía. Nada hay como favorecer un ámbito en confidencia, porque pocas cosas y sucesos hay que demanden tan personalísima atención. Comodidad: la tensión suele disiparse y liberarse con facilidad si se dispone de elementos que brinden comodidad a los interlocutores. Sentido común y de equipo entre los diversos actores en torno a la pérdida, cada uno de ellos asumiendo el papel y cumpliendo con las responsabilidades que le competan. La muerte de las personas involucran directa e indirectamente a los deudos, el personal de salud, y a una amplia gama de administrativos particulares y oficiales.
No hay respuestas concretas a situaciones determinadas; hay actitudes asimiladas con buen o mal sentido proyectivo. La sociología de la muerte puede ser ajena a las etapas del morir señaladas por la Dra. Elizabeth Kübler-Ross que comprenden la negación, el enojo, la ira, la envidia, la aceptación y resignación, y la respuesta de los deudos tampoco modelarse unívocamente.
Sin embargo, tanto al agonizante como a los deudos debe enfrentarse. El personal de salud ha sido entrenado por las breves razones que arriba mencionamos a evitarlo. Es difícil que alguien se pueda, y de hecho se haga, cargo del asunto. El tema se evita y se burla la atención derivándola hacia otra u otras personas, si ello es posible. El personal de salud está estructurado para el mantenimiento objetivo de la atención hacia los problemas de salud, hacia la vida, no hacia el morir o la muerte.
La muerte debe ser entendida como parte de la misma vida, su fenomenología debe ser descubierta, disecada y expuesta a la luz del entendimiento. Debe desmitificarse. La capacitación tanatológica es una necesidad, no cubierta, en la formación profesional de quienes le enfrentan con más frecuencia: el personal que provee servicios de salud.

viernes, 29 de octubre de 2010

Albedrío conculcado: Aborto


Blanco y Negro,o del Aborto.
Albedrío conculcado.*

*© (DR) Xavier A. López y de la Peña

Hombres [y mujeres] necios que imponéis
vuestra moral a la mujer,
sin ver que son de razón
y libres de decisión;
si con ansia sin igual
solicitáis su atención,
¿porqué no las dejáis que obren por elección
si las forzáis a vuestra convicción?
Siempre tan necios andáis,
que con desigual nivel
a una culpáis por ilegal y cruel
y a otra la excomulgáis.
¿Para qué os espantáis, pues, de la culpa que tenéis?
Regocijaos enhorabuena,
queredlas y dejadlas a su conciencia hacer
y os suplico por favor,
son mujeres con razón, no os entrometáis.

Quise rescatar este ensayo escrito en el año 2000 porque, a pesar de ciertos avances legislativos en la materia, la óptica sigue siendo más que miope en asunto tan trascendente en la vida humana.

El color «blanco» se define como el “color de la luz solar, no descompuesta en los del espectro”, y «negro» a lo “totalmente oscuro, como el carbón, y en realidad falto de todo color”. Para fines prácticos contrarios son el tener o no color.
El tema del aborto, como sustantivo de abortar y que significa el “expulsar un feto muerto o que todavía no está en condiciones de vivir” (en tanto que en el Código Penal para el D.F. en materia común y para toda la república en materia federal se establece que el «aborto» es la muerte del producto de la concepción en cualquier momento de la preñez) por causas varias, desde directas a indirectas, intencionales o no intencionales, voluntarias o involuntarias, enfrenta siempre a “pensares” contrarios de manera tan estricta como lo es con la tenencia o ausencia de color.
Sí a la despenalización del aborto, bajo ciertas circunstancias se matiza y esgrime de una parte, no a la despenalización del aborto bajo ninguna circunstancia se enfatiza y apuntala del otro.

PANORAMA REAL

En México como en todos los países, se acepte o no, quiérase o no se aborta legítimamente o no también bajo circunstancias varias. En el Programa Nacional de Población 1995-2000 (México 1995), el Consejo Nacional de Población (CONAPO) estimó que un 19.8% de la mujeres en edad reproductiva que han tenido algún embarazo informaron que habían tenido cuando menos un aborto.
Apreciaciones de la OMS para nuestro país consideran la cifra de 800 000 abortos ilegales practicados anualmente, en tanto que la referencias ofrecidas por las feministas estudiosas del tema y directamente implicadas la cifra asciende a casi 2 000 000. Si consideramos que de los abortos realizados ilegalmente sólo el 12% tienen complicaciones y que de éstas muere un 8% como se estimó en un estudio realizado en el IMSS en 1980, podemos inferir que por causa de este tipo de aborto ilegal y complicado en México mueren entre 7 680 y 19 200 mujeres anualmente.
Por estar penalizado el aborto en nuestro país, salvo bajo ciertas circunstancias y como especifica el código penal de una u otra entidad federativa y que son: por imprudencia de la mujer embarazada, o como resultado de una violación, por causas eugenésicas en situación de peligro para la vida de la madre, por grave daño a la salud y por razones económicas serias (Yucatán) o de inseminación no deseada (Colima, Chihuahua, Guerrero); algunas de las 800 000 a 2 000 000 mujeres que recurren al aborto ilegal aducen las siguientes razones de acuerdo a Marie Claire Acosta y cols. (El aborto en México, FCE 1976) y que son: 52% por considerar que ya tienen muchos hijos (método de control natal), 27% por problemas económicos, 12% por problemas con su pareja, y el resto argumentan razones de salud o terapéuticas.
De otra parte, la autoridad no parece fortalecer el mandato prohibitivo puesto que tampoco la ley se ejecuta si consideramos que de todas la mujeres que estimada mente abortaron ilegalmente en México en 1988 (unas 800 000 como mínimo como hemos señalado), sólo 15 de ellas fueron sometidas a juicio y de éstas sólo 6 fueron declaradas culpables. Por tanto, la ley establecida en realidad no desalienta la práctica ilegal aborto. La Iglesia Católica por otra parte y que yo sepa hasta hoy, no ha excomulgado a ninguna de las mujeres que ilegalmente abortaron en... 1995, 1996, 1997.....
7 680 o 19 200 mujeres muertas anualmente en el país por complicaciones de abortos ilegales constituyen un problema «real» de salubridad pública que no previenen ni frenan nuestras leyes ni las ideas religiosas. El Estado entonces, como responsable de la salubridad pública en el país debe ser considerado como el único responsable por dichas muertes. La única solución posible está, indiscutiblemente, en la despenalización del delito del aborto.
El otrora presidente francés V. Giscard enfrentó esta situación en su país y al aprobar la despenalización del aborto en 1975 dijo a sus conciudadanos los siguientes motivos: “Yo soy católico, pero también soy presidente de una República cuyo Estado es laico. No tengo por qué imponer mis convicciones personales a mis conciudadanos, sino que debo procurar que la ley responda al estado real de la sociedad francesa, para que pueda ser respetada y pueda ser aplicada..."
El Estado mexicano también laico, ha sido incapaz de afrontar la misma situación «real de la sociedad mexicana» con la misma medida.

LO DIVINO

La Iglesia Católica, como la religión (conjunto de creencias o dogmas acerca de la divinidad, de sentimientos de veneración y temor hacia ella, de normas morales para la conducta individual y social y de prácticas rituales, principalmente la oración y el sacrificio para darle culto) predominante en México, finca su posición en cuanto a negarse a la despenalización del delito del aborto basada en la aceptación de un Dios que da la vida y por tanto solo él puede quitarla. Es, de hecho un razonamiento dogmático sobre el cual ninguna argumentación objetiva y racional puede hacerse si se piensa en contrario.
La creencia y el dogma (en la religión católica como en las otras) constituyen una manera de entender y ver el mundo que le rodea a la persona, lo que de suyo no necesariamente es cierto o falso.
Si las personas creen en esta forma de comprender el mundo, entonces considerarán indiscutible el dejar a Dios las decisiones, y toda intervención humana sobre la vida será, definitivamente reprobable. Pero si las personas no creen, su forma de entender al mundo se desligará del mando de Dios y podrá decidir ejerciendo su albedrío sobre el asunto de la vida, luego entonces, en tanto que en México habemos creyentes y no creyentes, la pretendida imposición de los primeros hacia los segundos es, a todas luces, inaceptable.
La vida tiene para los creyentes como para los que no creen un valor intrínseco ciertamente, sólo que para los segundos, este valor tiene un significado humano en su dimensión social que le hace diverso contra el unívoco deificado extra-social y acorde al positivismo moral. Sin embargo, hay que resaltar que de los 7 680 o 19 200 abortos ilegales realizados anualmente en México, aproximadamente podríamos considerar que un 90% de las mujeres que lo consintieron, son o se dicen católicas que también decidieron su acción en función de lo social que les «apremió» y no les contuvo el precepto religioso. Pretender entonces imponer una posición religiosa a otros les lleva a caer en el dogmatismo o la presunción de los que quieren que su doctrina o sus aseveraciones sean tenidas por verdades inconcusas.

LO HUMANO

El óvulo fecundado por el espermatozoide se convierte en un complejo biológico potencialmente en condiciones (si todo es propicio) de desarrollarse (pasando por estadios definidos como mórula, blástula, gástrula, etc.) hasta un ser humano hombre o mujer. Es por tanto una “persona en potencia”, sin embargo, como sucede en aproximadamente un 20% de todos los embarazos, éstos terminan en abortos. Quiere decir que 2 de cada 10 embarazos de “personas en potencia” son, de hecho, “no personas en potencia” por lo que resulta complicado otorgar un valor moral derivado igual a uno u a otro. Uno que podrá llegar a ser y de otro que no podrá llegar a ser. Damos valor así sólo a las “personas potenciales” que llegan a ser.
Ahora vamos al asunto de las personas. El diccionario define a lo que llamamos persona como: Individuo de la especie humana, hombre o mujer, con un supuesto inteligente. Las personas entonces son consideradas como constituidas con dos atributos: a) un cuerpo (materia y forma) particular indiscutibles. Es así que un árbol, como una vaca o un plamodium que también poseen materia y forma nunca podrán ser considerados personas y; b) las personas poseen una conciencia o una «acción intencional» o un supuesto inteligente como se le ha denominado.
Si otorgamos entonces un valor moral a las personas, entonces el asunto nos obliga a una exigencia moral de ello derivada. Si el óvulo fecundado tiene el potencial humano, podremos reconocer en él su componente corpóreo exclusivo –materia, aunque no forma aún- si tomamos en cuenta a su carga genética humana única ciertamente, pero también muy distante de ser (o no ser) una persona, y a este nivel ausente por completo de una acción intencional o un supuesto inteligente.
Si la Iglesia Católica opone el argumento bajo su particular manera de entender al mundo, dogmática e incuestionable de que la vida surgida de la unión de los gametos está infundida por Dios y que desde ese momento por su potencialidad es una persona, aún sin su forma de persona ni sin el supuesto inteligente que, también potencialmente habrá de adquirir. Nada puede razonarse en contrario.
El asunto del aborto y su despenalización en México, en todo caso, contiene argumentos a favor o en contra, de índole legal, social y religiosa y bajo los cuales cada actor esgrimirá cuanto recurso ideológico y material sea necesario para apuntar, justificar, criticar, imponer, liberar o anatemizar su convicción en contra de otro.
La norma mexicana legal que lo regule y que apremia, no obstante, debe contener ya los supuestos que den amparo a la «razón real social» que hoy tilda de ilegales a las 7 680 o 19 200 mujeres que ejercieron su potestad de obrar por reflexión y elección personalísimos (cada quien su conciencia) optando por el aborto clandestino y murieron por la miopía legislativa y religiosa.
Las controversias seguirán pero, en tanto que el Estado cacareadamente laico de México siga orientado como “conciencia moral” impositora como sucedió con la resolución del Congreso de Guanajuato que aprobó (hoy, asunto ya vetado por el Gobernador) la penalización del aborto en caso de violación, que no sólo privaba a las mujeres de un recurso antes legal (aunque también se les negara como en el infame caso de Paulina) sino que les obligaba además a sobrellevar una maternidad repugnante y no deseada; y que se muestre ciego a la realidad social que deja atrás miles o millones de tumbas de mujeres que ejercieron su albedrío por las razones que a ellas les atañen en manos del insalubre -las más de las veces- clandestinaje abortero al que fueron forzadas, seguirá siendo el único responsable por ello.

FINAL

El aborto es un asunto de albedrío.
No rendir el albedrío nos hará personas (cuerpo e inteligencia) libres; rendirlo nos hará ser sólo títeres entecos aherrojados por la “conciencia” de otro u otros.

lunes, 25 de octubre de 2010

Expropiación de la Salud


IDEA DE LA EXPROPIACIÓN MÉDICA DE LA ENFERMEDAD

(DR) Xavier A. López y de la Peña

El pensar médico y la práctica de la medicina plantean un cúmulo de problemas filosóficos que varían, desde la caracterización de la propia medicina hasta los problemas epistemológicos, lógicos y éticos que le son afines. Hay entonces muchas cosas que hacer para que tanto la teoría como la práctica de la medicina tengan madurez y profundidad.
Con cuatro siglos de desarrollo científico, y casi dos siglos de medicina basada en la investigación científica, aún quedan hondos resquicios por dilucidar sobre su quehacer.
En este trabajo pretendo abordar el tema de la medicina desde su práctica. Con más precisión, sobre la práctica clínica y con un enfoque hacia la “propiedad” de la enfermedad.
Para iniciar, puedo decir que la función de la medicina, en su más amplia acepción de la palabra como ciencia y arte, se refiere al mantenimiento de la vida [la salud es el pivote] de la persona, mediado por el control de la biología humana que se conduce por las leyes de la naturaleza. Es pues, una ciencia cuyo principio de realidad es el sujeto enfermo de hecho o en potencia. Una ciencia que legitima un ordenamiento del ser humano sometido a leyes naturales, y un arte por cuanto exprese la virtud, disposición y habilidad del que la realiza.
La práctica médica clínica, como es bien sabido, requiere de dos interlocutores: el médico y el enfermo. Este binomio ha sido caracterizado por diversos autores, cuando menos, como asimétrico en múltiples órdenes, pero siempre a favor del médico.
En este sentido, empezaré diciendo que la medicina se apropia el conocimiento acerca del organismo humano tanto en la salud como en la enfermedad; es más, el único referente para la medicina se da precisamente en relación con la enfermedad, el desacierto corporal, la pérdida de la función, el desvío contra natura ya de manera individual o colectiva y actuante en pasado (historia), presente (práctica) y futuro (filosofía).
Apartado del camino moderno de la medicina actual resulta el método hipocrático de la catástasis (punto culminante de un asunto) que consideraba al hombre como una totalidad en un ambiente determinado que, mediante su estudio cuidadoso, y rigurosamente sistematizado, con un buen "juicio y razonamiento" se llegaba a conocer la causa de la enfermedad o del enfermar de las personas.
Primitivamente, recordemos, el enfermo "vivía" su enfermedad de manera individual. Toda su alteración en la salud, desde el comienzo hasta su resolución o la muerte le pertenecían, eran él, su enfermedad y su circunstancia.
Él mismo reconoció la postura o la presión que daba alivio a su dolor, molestia o malestar, qué movimiento o alimento lo aumentaba o disminuía, elaboró sus interpretaciones acerca de la causa probable o cierta a su entender de su enfermedad y otros detalles más; era el actor que representaba su propio drama de salud trastocada.
Su sufrimiento y en general, el cambio de comportamiento que debía tener a la vista de los otros seres humanos -los espectadores-, hizo que éstos se integraran de alguna manera con su sufrir y le procuraran "alivio" de alguna forma, desde la simple compañía hasta alimentarlo, cubrirlo, protegerlo o practicar en él el masaje, el conjuro o la maniobra que, para "aliviar" su problema de salud experimentaban y consideraban necesario.
El compartir con "otro" ser humano su enfermar le llevó a ceder de alguna manera su dominio absoluto acerca de su enfermedad. El enfermo, principal actor protagonista en el drama de la enfermedad como señalamos, transmitió y compartió al espectador el drama de sus sensaciones.
La pérdida del equilibrio en la naturaleza humana (el enfermar) requirió desde entonces y a ese paso de la mirada ajena para su interpretación, se hizo necesaria así la interrelación entre el enfermo y su intérprete, su médico (que ha recibido otros nombres). En este preciso momento el enfermo cedió su naturaleza alterada al médico para su restitución al verse impedido para luchar por sí mismo para ello.
El encuentro médico-paciente entonces, inicia camino mediante la mirada, el tacto, el olfato, el gusto y el oído del "intérprete", que hurga en el cuerpo en busca del texto que la enfermedad imprime con sus caracteres particulares, cada cual con su bagaje histórico-cultural, su razón y la limitación espacial del "tú y yo" en un tiempo y lugar determinados.
Progresivamente el médico fue acrecentando sus conocimientos en base al enfermar ajeno (y personal) haciéndolo "suyo" con lo que poco a poco se acrecentó la brecha entre el saber del enfermo y el suyo propio.
Dejó al enfermo el sufrir o padecer su enfermedad únicamente y le expropió el conocimiento de su enfermedad construyendo sobre este su marco teórico conceptual y operacional.
Interpretó las causas del enfermar en bases empírico-sobrenaturales inicialmente y luego científicas, dio nombre a la enfermedad al reunir ciertos hechos concretos y abstractos reconocidos o supuestos del ser humano enfermo y su entorno con lo que categorizó el enfermar, determinó su causa, prevención, cura o rehabilitación y pronóstico en su caso, y fijó los límites de salud diferenciando y clasificando a los unos de los otros en extremos de bueno o malo, conveniente o inconveniente, propio e impropio. También estableció quién está o no enfermo (en referencia a su concepto de salud), cuándo, cómo, y porqué y en qué grado y, aún llegó a determinar y decidir sobre los extremos de la vida: el nacer, cuándo nacer y cuándo morir, y dónde.
El lenguaje verbal fue sobresalientemente el vínculo de comunicación entre los interlocutores enfermo-médico y con él se conservó la experiencia del enfermar-curar al transmitirse oralmente (luego por escrito) este conocimiento a las generaciones siguientes.
Este saber concentrado en forma paulatina en el médico le llevó a codificarlo para su control, llamando prurito a la comezón y lipotimia al desvanecimiento por citar sólo unos pocos ejemplos, con lo que la brecha médico-enfermo se amplió, ya no sólo el conocimiento de su enfermedad le fue expropiado sino que también este fue asignado a otro lenguaje (latín o griego, como ejemplos) en el que el médico era único poseedor del diccionario bilingüe.
El ambiente del enfermar también fue cambiado. De la experiencia inicial del padecer solitario del enfermo, le siguió su sede del sufrir a nivel tribal-comunitario-familiar, para luego sustituirse el hogar por el hospital, clínica, asilo o manicomio bajo control del proveedor de servicios de salud. Se reglamentó con ello la experiencia del enfermar en el entorno ajeno, al del médico, quién dice quién puede o no visitarle (tarifas, prestigio, ubicación, métodos curativos o diagnósticos, publicidad, derechohabiencia, etc.) cuándo (horario, urgencia o no) y por cuánto tiempo y, con el brazalete de identificación al ingreso a "su" entorno, simbolizó la propiedad y control sobre el cuerpo del enfermo y sus funciones.
La búsqueda de la enfermedad, el aditivo nocivo al cuerpo, fue al fin reconocido en el substrato anatómico, a nivel macro y luego micro (molecular ahora) inaugurándose la era anatomo-clínica de la enfermedad.
El reduccionismo propio de la investigación evidenció la alteración física que explicaba la alteración funcional y orgánica subsecuente: causa y efecto eran revelados interpretando a la vida destruida desde el mirador de la muerte como hace el patólogo.
Para los problemas de la mente hubo de crearse asimismo un marco teórico-conceptual que hiciera coherente el discurso médico y surge la figura del aparato intrapsíquico que formaliza un órgano con tres niveles filogenéticamente adquiridos: el ego, el yo y el superyo cuya alteración conduce al desequilibrio conductual y comportamental individual, y socialmente bien caracterizado y sancionado.
La relación entre el enfermo y el médico transfería sentimientos, emociones y contactos físicos por el uso de los sentidos a plenitud, único medio de aprehender la realidad circundante para luego interpretarla.
Luego en base a la tecnología, el médico extendió sus sentidos y amplió sus alcances; su mirada llegó más lejos o más cerca, su mano asió con más fuerza o delicadeza y dio luz a la obscuridad, como también, amplió la distancia con el enfermo mediante el estetoscopio, símbolo instrumental-técnico del distanciamiento progresivo físico de ambos interlocutores y la transferencia y contra transferencia emocional y sentimental fue diluyéndose en forma progresiva al ritmo de la técnica.
Inicialmente el enfermo "consumía" por llamarlo de alguna manera sentimientos, hoy consume tecnología.
Hace 15 años, hablando sobre la evolución de la práctica médica, el Dr. Adolfo Giles reflexionaba sobre sus 3 etapas constitutivas: a) la del médico humanitario al lado del enfermo, preocupado por él, b) el médico científico, más eficiente, más especializado, más remoto como producto del avance tecnológico y c) el médico fantasma ocupado en su observatorio-laboratorio recibiendo y enviando información-órdenes de y hacia el paciente a través del ordenador.
La medicina, acto bi-personal en pro de la salud gira en torno a la búsqueda de los objetos causales de la pérdida de la salud (la enfermedad) al amparo de la tecnología cada día creciente, con lo que se objetiva también al enfermo "medicalizándole" y oponiéndose a lo dicho en la frase harto conocida de que "hay enfermos, no enfermedades".
De esta manera surge un nuevo modelo de relación médico-paciente expropiatorio de "su" enfermedad: el tecnológico-informático.
¿No se requiere actualmente -a cierto nivel, por supuesto- que el enfermo acuda al médico con su integridad fragmentada en objetos (rayos X o resonancia magnética, exámenes de laboratorio y ficha clínica previamente elaborada) "antes" de entrevistarse "médicamente" con él?
Hoy vivimos el modelo de una Medicina Basada en Aparatos que nos somete a una dependencia tecnológica tal que, de no contarse y auxiliarse con ella, el médico se ve imposibilitado a diagnosticar o tratar al paciente.
En esta situación, su armamentarium medicum se vería limitado a la de la ya lejana práctica hipocrática, sin embargo dada su pobre (probablemente) clínica, no le sea suficiente para salir airoso.
La brecha también se ha incrementado entre ambos en el orden comunicacional ya que el médico a perdido una mitad de su diccionario bilingüe al no poderse "entender" con su interlocutor enfermo que le refiere tener un "sonido en la espalda" o un "un calor sordo de quijada."
Viene a la memoria la representación sobresaliente de aquél enfermo que, aquejando un dolor crónico en la cabeza consulta al médico, y éste, después de agotar su arsenal tecnológico que incluye rayos X, EEG, Tomografía axial computarizada o de emisión de positrones, al fin le informa: Estimado señor, ¡usted no tiene nada!
La tecnomedicina sanciona así por encima de la persona que "padece" negándole su derecho a "estar y ser con su enfermedad": "no hay enfermedad, luego usted no está enfermo" –se le dice-, aunque le duela.
La medicina del siglo XXI debe replantearse el reforzar en sus representantes los elementos intelectuales, principalmente filosóficos, históricos, éticos y legales que le guíen, teniendo como eje a la persona enferma.
Además, deberán ser hábiles en la semiótica (parte de la medicina que trata de los signos de las enfermedades desde el punto de vista del diagnóstico y del pronóstico) con y sin el auxilio de la robótica (entendida como el empleo de aparatos que, en sustitución de personas, realizan operaciones o trabajos diversos) y practicando una medicina con humanitarismo, esto es, con una actitud vital basada en una concepción integradora de los valores humanos.

lunes, 13 de septiembre de 2010

Para qué vivir


VIDA Y SENTIDO*

DR Xavier A. López y de la Peña

Una vida lograda es un sueño de adolescente
realizado en la edad madura.

Vigny


Levantarse todos los días, bañarse, desayunar, lavarse los dientes, correr al trabajo, hacer lo asignado, regresar a casa, comer, completar el trabajo por la tarde en horas de oficina, cenar y dormir etc. Son tareas cotidianas que pueden parecer monótonas, vacías para un hombre o para una mujer si es el caso.
¿Qué sentido tiene vivir? Dicho de forma distinta, cuál es el sentido que cada uno de nosotros imprime a su vida, al hacer cotidiano ¿para qué vivir?
El sentido del vivir no sólo puede ser el de seguir día a día con lo que se tiene que hacer: lavar la ropa, limpiar el piso, tender la cama, preparar alimentos, comprar los víveres, pagar el teléfono, la renta o la tarjeta de crédito. Ocuparse de que se pode el césped, estar pendiente de la llegada del repartidor de gas y muchas otras cosas más.
La vida es acción, todo lo que los seres humanos hacemos, lo hacemos para vivir. La vida implica un intercambio con el medio exterior a nosotros y este intercambio implica un esfuerzo, una acción. Quien no actúa e interactúa con el medio circundante se muere. Pero ¿qué sentido le damos entonces a esta actuación? Más allá de la mera activación el ser humano debe tener una motivación, un sentido para vivir. En términos generales, la motivación suele referirse a la consecución de algo más allá que la simple satisfacción de las necesidades básicas: alimento, vivienda, seguridad. El motivo más allá del simple vivir, es realmente el sentido que damos a nuestras vidas.
Los animales no tienen este sentido. Ellos sólo viven y mueren, no más. El ser humano proyecta, interpreta, construye su vivir con el sentido que él mismo desea seguir. Por supuesto que las circunstancias enmarcan, y de cierta forma conducen el vivir que cada uno de nosotros e imprime a su hacer cotidiano, sin embargo, la conducción final y su responsabilidad es asunto de cada cual.
Vivir con sentido no representa solamente el conducir nuestras acciones hacia la satisfacción de necesidades elementales como anteriormente apuntamos, sino que vivir con sentido es vivir disfrutando con lo que hacemos en la vida siguiendo un propósito. Vivir la vida es estar conscientes de nuestra propia existencia y esta consciencia se adquiere con la madurez psicológica que, paso a paso se desarrolla y se logra. Es, en esencia, la madurez psicológica adquirida la que nos otorga la capacidad de poder dar sentido a nuestras vidas.
Para el adulto, el reto más importante en la educación hacia los niños es el de poder guiarlos a encontrar el sentido a su vida. Como primeros pasos, el niño o la niña deben aprender a comprenderse a sí mismos y a los otros, y a poder establecer relaciones armónicas entre ellos, plenas de satisfacción y con significado.
El niño o la niña debe transitar la vida luchando por integrar su personalidad haciendo que el yo se fortifique y, cuando entienda que aprendiendo a leer (por citar un ejemplo), su vida se le facilitará y podrá enriquecerse, es señal de que ha madurado. Debe luchar por vencer las adversidades que se habrán de presentar a lo largo y a lo ancho de su camino por la vida. Debe tener la esperanza de que podrá vencerlas. Luchará. Entrará en acción desarrollándose, integrando su persona de manera coherente consigo mismo y para con los demás. Será dueño de sí y sus acciones. Será un ser maduro, consciente, capaz de darle sentido a su vida y que a su vez ella misma tenga sentido, que tenga razón de vivirse.
El proceso de crecimiento intelectual y de maduración psicológica, implica que el niño o niña venza satisfactoriamente los conflictos propios del desarrollo, que renuncie superando sus dependencias infantiles, que adquiera un sentimiento de identidad y se autovalore.
El mundo para todos se presenta lleno de variables. Sucesión de días, noches y años. Tiempo de lluvia o de sequía. Comer, dormir, cumplir con las tareas. Vestirse, cargar algo, caminar, moverse de aquí para allá. Todo el hacer en el mundo se nos presenta bajo la óptica temporal. Todo el vivir está temporizado aunque sólo podamos vivir el presente. Lo que pasó no puede ya, bajo ninguna circunstancia, modificarse. Sólo el futuro puede diseñarse según nuestros deseos y aspiraciones, sólo sobre él podemos incidir.
Algunas personas pueden requerir ya llegados a la edad adulta, de un guía como hiciera Louis Pauwels, el escritor que conjuntamente con Jacques Bergier escribiera “El retorno de los brujos” cuando afloraron sus conflictos existenciales siendo ya un hombre de 20 años y buscaba afanadamente un “maestro que le enseñara a vivir y a pensar. Esforzábame –dice Pauwles- en desligarme de mis emociones, de mis sentimientos, de mis impulsos, con el fin de encontrar, más allá, algo que me fuese móvil y permanente y que me consolara de mi escasa realidad y del absurdo del mundo.” Otras personas no alcanzan nunca a madurar psicológicamente y quedan atados a etapas infantiles, siempre en conflicto e incapaces de crear, de crecer, de activarse, de vivir con sentido.
El ser humano lucha hoy dando sentido a su vivir en hacer más que por ser. Se afana en correr, en llegar cuanto antes a la cima del llamado –por algunos- éxito, del poder y, de manera no poco frecuente, sin importarle los medios de que pudiera echar mano para lograrlo. Su vivir de esta manera está cifrado unidireccionalmente en el tener, en atesorar cosas. El sentido que da a su vida se rodea así de la consecución de pertenencias y por tanto “se pertenece a ellas”. Mientras los objetos del mundo le pertenezcan parcial o totalmente cumplirá su sentido vital del “tener”; su mundo será entonces objetivo. Cuando ya no tenga objetos o no pueda conseguirlos, entonces se desmoronará, su vida carecerá de sentido.
El ser humano debería entonces tratar de dar sentido a su vida con el ideal de “ser”, autovalorado, suficiente, integrado, consciente de sus capacidades y limitaciones. Debe entonces darse prisa por correr a abrir el intelecto y aprehender el mundo que le rodea. Para lograr conectar los sentidos y oír a la naturaleza, para hablar íntimamente con el yo, para comprender al tú y sabernos en nosotros, para pensar, idear, disfrutar y sufrir (por qué no) el vivir fluyendo sin ataduras a objetos. Dando sentido a nuestras vidas disfrutando del hacer siendo en consonancia con la naturaleza, vibrando con ella. Escuchando y no sólo oyendo, sintiendo y no sólo tocando, entendiendo y no sólo almacenando datos, mirando y no sólo viendo, gustando y no sólo comiendo; creando, dando y no sólo teniendo. Haciendo discurrir su vida en torno al vivir propio y ajeno armónicamente.
El sentido de la vida y del vivir, por tanto, está en el dar más que en recibir, en el ser más que en el tener. En apresurarnos por cambiar nuestra comprensión del mundo en objetos por la de aprehendernos en él como sujetos.
Demos entonces sentido a nuestra vida. Vivamos.

jueves, 26 de agosto de 2010

Vida y verbos




(DR) Xavier A. López y de la Peña

El tema de la vida, el misterio sempiterno ha hecho brotar del pensamiento del hombre múltiples interpretaciones desde una variedad inmensa de enfoques: su origen, su desarrollo y su destino pueden ser solo algunos. Su concepción ya en sí es difícil: ¿qué es la vida? El concepto de la vida ha cambiado en el curso de la evolución del pensamiento humano y nuestro interés en el tema, por ahora, no se ubica en su génesis sino en su finalidad: su teleología. ¿Porqué la vida?, ¿Cual en su teleología?
Posiblemente podrían dársele cuando menos dos enfoques desde los cuales se pudiera abordar esta cuestión: el físico o biológico, esto es el sentido material de lo que entendemos como vida, que es tangible, mesurable, realizable; y el punto de vista metafísico, espiritual o religioso, inmaterial, intangible, inconmensurable e irrealizable.
Dicho de otra manera, tratar el concepto teleológico de la vida con lo que conocemos -o creemos conocer- basados en el método científico y sus evidencias o con lo que no conocemos ni podemos demostrar con el referido método de la ciencia, sustentado en dogmas de fe substancialmente. Haremos un intento con lo primero.
A la luz del conocimiento actual, la vida en nuestro planeta (recuérdese que en el espacio interestelar se ha documentado la presencia hidrocarburos, alcoholes, ácidos, aminas, nitrilos, etc.) tuvo sus orígenes en el mar, y surge de la combinación de elementos que, dispuestos de manera tal, cumplieron ciertas acciones o funciones en una tierra prebiótica -antes de la vida- hace unos 4,500 millones de años y evidentes en ciertas formaciones de hierro encontradas en rocas de la región de Isua en Groenlandia con una antigüedad de 3,824 millones de años, como producto probablemente de organismos fotosintéticos que transformaron este elemento desde aquella época. Estas funciones u acciones fueron haciéndose cada vez más complejas y su estudio sigue apasionando al mundo científico que hurga en el pasado con la tecnología del presente en la búsqueda de respuestas a preguntas varias: ¿cómo se desarrollaron los sistemas bioenergéticos y de biomembranas en el medio abiótico?, ¿cuál es el sustrato físico de la evolución molecular? y otras que hacen, a fin de cuentas, la diferencia entre lo que llamamos "vivo" y lo que no lo es. Sin embargo y a pesar de las lagunas en el conocimiento acerca de la transición de la materia a niveles de complejidad que conforman los seres vivos, un aforismo atribuido a Virchow (1853) y que sigue siendo válido dice que las células solo pueden provenir de otras células preexistentes: omnis cellula e cellula.
Lo "no vivo", quizá para darle vuelta a lo que es lo "vivo", es aquello que sigue las leyes de la entropía (término definido por Rudolph Clausius en 1850 en términos de una "transformación") que es el término utilizado en termodinámica y que trata de los movimientos espontáneos de la energía hacia su dispersión al azar en forma de calor, esto es, que los elementos que conforman la "no vida", lo material, físico, tienden a ocupar un lugar más probable, más estable en el universo.
Para entender esto último pensemos en el sol como ejemplo: sabemos que este astro pierde a cada momento material energético y por consecuencia tiende a enfriarse al desprender energía calorífica entre otras; de hecho se enfría en forma progresiva hasta que con el paso del tiempo termine desapareciendo. De esta manera el sol está "ganando" entropía. Pasa de un estado de "menor probabilidad" a uno de "mayor probabilidad", de la inestabilidad a la estabilidad, de una situación concentrada a una dispersa.
El mundo "no vivo" tiende a diluirse, en tanto que el mundo "vivo" tiende a concentrase. Los primeros a ganar entropía y los segundos a perderla. Los primeros a ser más estables, los segundos a ser más inestables.
Lo "no vivo" (mundo inorgánico) tiende a cumplir con las leyes del universo que se diluye y corre a ocupar una posición más estable a cada momento. Lo "vivo" (mundo orgánico) vamos ahora a señalar las diferencias, lucha contra ésta fuerza, se opone a diluirse, se concentra y por oponerse a la entropía puede llamársele antientrópico, de hecho se le conoce como neguentrópico -entropía negativa-. Utiliza trabajo para remontar "contra la corriente" a la que le empuja la entropía a partir de la información almacenada en sus genes.
Hagamos un recuento simple que diferencie a ambos (nótese que estas diferencias se hacen bajo la perspectiva termodinámica básicamente, por lo que no se incluyen los conceptos de "porque este se mueve, come, respira, excreta, se reproduce", etc.)

INORGANICO-- ORGANICO
(Sin vida)-- (Con vida)

Estable -- Inestable
Probable -- Improbable
Posible -- Imposible
Se dispersa -- Se concentra
Se destruye -- Se construye
Entrópico -- Antientrópico

Hay otras diferencias entre los elementos vitales y materiales, por ejemplo: un organismo vivo reacciona intercambiando material con el medio ambiente mediante la inversión de cierta cantidad de trabajo y éste es el elemento distintivo más sobresaliente: intercambiar material con el entorno e incorporarlo con ciertas transformaciones bioenergéticas a sí mismo y disipando algo de calor y materia no aprovechada o de desecho lo que le confiere la categoría de sistema abierto en contraposición con los sistemas cerrados del mundo inorgánico que no intercambian material con el exterior.
La vida entonces sólo es posible merced al intercambio activo, dinámico y de transformación material-energético con el exterior.
El organismo acepta material del exterior -depende de ello su vida-, lo incorpora a sí y para sí transformándolo utilizando e invirtiendo trabajo-energía, y elimina aquello que no le es útil en forma de calor básicamente.
El punto medular estriba en que el organismo vivo incorpora a si cierta cantidad de material como "estructura" que dé sostén (cuerpo) a sí mismo, esto es, los elementos que hacen que permanezca, que sea "algo" que perviva revelándose con ello a la ley del caos universal o entropía, se autoconstruye permanentemente de manera activa.
De esta manera podemos llegar a la conclusión siguiente: los seres vivos, merced al intercambio activo de material con el medio circundante y la inversión de trabajo mediado por mecanismos bioenergéticos que realizan, logran incorporar elementos a sí mismo para conservar (éste es el primer verbo de la vida) su estructura. Toda acción que desarrolla un organismo está dirigida a la lucha por conservarla, esta es la teleología de la vida: la (lucha) actividad constante hacia la conservación de su estructura dentro de su ambiente. El ser vivo solo vive para conservarse. Cualquier acción que desarrolle un ser vivo, estará directa o indirectamente relacionada con esta finalidad biológica.
Si esto es cierto como tratamos de explicar, entonces la ejecución de algún movimiento o el pensar -cosas a primera vista tan diferentes- llevarían el propósito inequívoco de mantener o conservar la estructura biológica. ¿Será así?
Parecería imposible, podemos reflexionar sin embargo, que el movimiento que ejecuta una amiba (que por cierto no se mueve porque si, nada más) no llevara otro propósito que acercarse al lugar en donde se encuentra el alimento como una forma de participación activa y dinámica para apropiárselo e incorporarlo a su propia estructura, o que el mismo movimiento le aleje de un posible peligro -calor, frío, ácido, etc.- y si ello es cierto, entonces ¿no se realizan estas acciones para sobrevivir, para ser, para conservar su estructura y no desaparecer?.
Toda acción, repito nuevamente, de los seres vivos se encamina a conservar su estructura, esta es la finalidad de la vida, la teleología biológica.
El proceso evolutivo o de cambio de las formas de vida con el pasar del tiempo a introducido dos elementos que a mi ver marcan las más importantes adquisiciones desde las formas más primitivas de vida hasta el hombre, en el sentido de que los cambios provean al organismo de una mayor capacidad de actuación y por ende de sobrevivencia y son: la socialización y la capacidad de ejecutar el pensamiento abstracto, dicho con un segundo y tercer verbos: convivir y pensar.
Por supuesto que estos elementos, su adquisición y su desarrollo son complementarios de la finalidad biológica de la conservación de la estructura y surgen a medida que los organismos van ganando en complejificación.
Podríamos entonces escudriñar y enfocar el estudio de cada uno de ellos por separado: el orgánico, el social y el psicológico y cada uno de ellos con rasgos propios de cada especie en cuanto a valor de supervivencia.
"El cerebro del hombre no fue hecho por la naturaleza para buscar la verdad, sino para buscar alimento, seguridad y sus similares; para buscar superioridad, para ayudar al hombre a sobrevivir otro día. Es un órgano de supervivencia"… decía Albert Szent-Györgyi premio Nobel de medicina de 1935, a lo que habría que añadir, sin embargo, que la búsqueda de la verdad constituye la teleología del pensar y es por tanto también un coadyuvante en la consecución de soluciones a los problemas que el hombre enfrenta, es también una función de supervivencia.
Las evoluciones sociales y psicológicas corren paralelas a la evolución biológica y alcanzan el zenit en el dominio del entorno, como medio de supervivencia en el hombre a través del pensamiento abstracto.
En resumen, la evolución biológica en sentido progresivo, moldea el social y el psicológico y se complementan correspondientemente.
La vida desde sus orígenes mantiene continuidad. Es un proceso termodinámico que sucede en macromoléculas complejas, antientrópico, autoregulable, autoreplicable y reproducible. Es decir, la vida implica un cambio constante a través de una dinámica energética que intercambia materia con el exterior, se controla a si misma en sus procesos y puede reproducirse con lo que se perpetúa en términos muy poco probables. Toda acción que un ser vivo ejecuta por insignificante que pudiera parecer, "cualquier rasgo de una especie -estructural, químico, comportamental- puede considerarse en términos de su valor de supervivencia"
El proceso vital es un continum en la lucha por la supervivencia. Desde su origen éste es su propósito, su finalidad como anteriormente analizamos.
Desde la primer macromolécula que tuvo posibilidad de realizar los procesos vitales, hasta los macroorganismos complejos de la actualidad, esta finalidad -de conservarse- no ha variado, y sus componentes, en mayor o menor proporción, son los mismos que se encuentran en la tierra: carbono, hidrógeno, oxígeno y nitrógeno, azufre, fósforo, etc., de lo que se concluye que la vida comparte en su estructura los elementos del exterior, no en sentido cuantitativo ni cualitativo sino en el ordenal, en este último cuya organización estructural confiere la posibilidad de intercambiar material energético con el exterior para apuntalarse y seguir.
Se obtiene así otra característica: la estructura determina la función y, recordando las palabras de T.H. Huxley de 1874 que decía que "el pensar es función del cerebro y las raíces de la psicología están en la fisiología del sistema nervioso".
Al surgir el hombre como producto elaborado de la naturaleza, sostiene vínculos indisolubles con ella y desde el punto de observación materialista, sus nexos en relación estrecha con el trabajo le convierten en catalizador hombre-naturaleza y en cuyo proceso el hombre se apropia para sí mismo la materia de la naturaleza y la utiliza para sus propios fines e intereses, para mantenerse y reproducirse...".
El binomio hombre-naturaleza interactúa perpetuamente pero, a diferencia de otros seres vivos, sólo el hombre es capaz de modificar a la naturaleza y oponerse -si se permite el calificativo- a sus leyes. ¿Acaso no el hombre se reproduce sin limitaciones de espacio?, ¿No es capaz de desviar el cauce de un río para lograr un asentamiento más acorde a sus necesidades? El hombre, gracias a su intelecto enfrenta a la naturaleza y establece sus leyes, se le opone como arriba se mencionó y por ello deberá pagar un precio. Este precio podría ser su propia destrucción. Las poderosas fuerzas que el ser humano a descubierto en algún momento podría escaparse a su control y revertirse contra él.
En ese momento, posiblemente todos los seres vivos sucumbirían a la eterna y universal ley de la entropía que así impondría su destino.
Del proceso evolutivo que los organismos han experimentado con interés de supervivencia, el que considero de mayor trascendencia es el de la consecución del pensamiento abstracto por el hombre, cuyo fin último o teleológico es llegar al conocimiento de la verdad. Esta máxima aspiración le ha conferido tanto poderío que tiene ahora que luchar para controlarlo y reubicarlo en el contexto primigenio y biológico de la conservación de su estructura.

martes, 3 de agosto de 2010

Cuando se muere


*Xavier A. López y de la Peña

La muerte representa la cesación de nuestra (y de toda) vida corporal. Con el tiempo yo ya no seré yo. Sin embargo, algunas personas creen que su alma o espíritu (algo de ellos) habrá de desplazarse hacia el más allá, seguirá viviendo sin forma corpórea y ya disfrutará o padecerá, según el recuento y balance que se haga de sus acciones ya buenas o malas durante su vida terrenal. Otras personas más, creen en la reencarnación, una vida futura en “otro” cuerpo ya sea humano o no humano y más variedades.
¿Qué misterio importa la muerte? Lo ignoro y sin afán fastidioso creo que nadie lo sepa fuera de las explicaciones esotéricas o confesionales y hasta biológicas. Del proceso que le antecede, del morir, del cuando se muere si tenemos alguna idea.
Por principio diremos que el ser humano posee sobresalientemente tres atributos únicos que le caracterizan diferencialmente de otros seres con vida. Quizás el más destacado y primero es el de la búsqueda insaciable de conocimiento. Su sed de aprehender el entorno no parece conocer límites. Busca la explicación a todo cuanto le rodea, interpreta todo, aún lo que no puede entender y por tanto interpretar a cabalidad. En segundo lugar esta la conciencia que tiene del tiempo. Mantiene en su memoria recuerdos del pasado, es consciente de su vida presente, de sus sensaciones personales y planea y diseña a futuro, prevé. Sabe que nació, que vive y que habrá de morir tarde o temprano. El tercer atributo lo constituye su propio hacer, su modelación personal, su vivir único e irrepetible estructurado por su entorno y la respuesta que de a ello como producto del azar y la necesidad. Es, como señala Santiago Genovés, hacerse a sí mismo entre unos y otros al vaivén de la premisa de la cultura-tiempo-espacio.
La muerte, no obstante, nos quita la necesidad de búsqueda, nos castra el afán de conocimiento. Nos deja sin conciencia de temporalidad, anunciándonos la nada en la que ya no seremos más y seremos olvidados. Y moriremos también en un entorno de cultura-tiempo-espacio particulares.
Cuando el ser humano muere, debe ser retirado. Incorporado a la tierra, incinerado, echado al mar, embalsamado, dejado a la intemperie y la soledad y más. Se establecen una enorme variedad de ritos funerarios que dan espacio al “retiro” y despedida del fallecido. Se da el adiós ritual al que era y ya no es más. La muerte todavía no se entiende, se interpreta, se especula, se cavila, pero, no se entiende al fin y al cabo. La relación humana se trunca con el muerto(a) y por tanto se le debe ubicar en otro nivel. Debe hacerse “algo” con el que era ya no es.
Infelicidad, abandono y olvido, son tres premisas que impone la muerte en contraposición al ser felices, que nos quieran y el dejar huella que todo ser humano desea. Cierto que hay matices, no todo es blanco o negro pero la muerte siempre se liga con pérdida más que con ganancia.
El morir, es diferente. En esta etapa previa a la muerte, el moribundo todavía posee los atributos humanos diferenciales y en ella requiere con más ahínco que se le escuche, que se le atienda, que se le toque (físicamente) y que se le comprenda y perciba como un ser humano aún entre seres humanos.
El nacer, vivir y morir eran antaño compartidos por la familia en un continuo temporal-espacial hoy difícil de seguir. Padres, hijos, abuelos y bisabuelos y quizá más, eran conscientes del nacer, vivir y morir de unos y otros bajo un mismo techo. El nacimiento, tanto como la muerte no son ya procesos de una vida que se percibe, se aprehende, se vive y se sufre en una familia. Ahora se nace y se muere en el ambiente aséptico (cuando menos en apariencia) y despersonalizado de un hospital rodeado de extraños sin nexos parentales. Son extraños a nuestros lazos filiales aquellos que participan, regulan, certifican y hasta nos anuncian la llegada o la partida de un ser humano. Se ha fragmentado y por tanto medicalizado el continuo de la vida, apropiándose ya no solo la salud sino también y bajo su entorno, de su alfa (nacimiento) y omega (muerte).
Aparece entonces la organización médico-social del morir y de la muerte. El personal de salud establece entonces una ordenación social bien estructurada que protocoliza, jerarquiza y rutiniza el proceso en todas sus etapas. Se institucionalizan así el camino del morir y la muerte bajo una serie de procesos que se complican, o amplían -según se quiera entender- hoy, con la donación de órganos por parte del difunto. La participación del muerto para el vivo que necesita sus partes.
La organización “social” de la muerte de esta manera conformada a nivel hospitalario, tiene cuando menos dos niveles perceptibles importantes de atención. En primer termino está el interés por desviar la atención sobre la persona moribunda (que no se sepa, que no se vea, que no se oiga, que no se perciba) y en seguida, hacer lo más expedito posible la salida del cuerpo de la sala o habitación y, luego, de la institución respectiva. Las cargas emocionales que ello impone, se procesan de forma “rutinaria” de manera general. Sin embargo, eventos “inesperados” en pacientes niños o jóvenes o en aquellos en los que la muerte no constituía un evento anunciado; lo sucedido a personajes importantes de la política, con gran poder económico o en artistas famosos -por citar sólo algunos- la rutina puede suscitar sólo unas pocas alteraciones en el proceso y dar pie a comentarios adicionales y procedimientos “poco usuales” por breve tiempo y como una anécdota más en el vivir el proceso del morir y la muerte misma a nivel institucional. ¿Sabes quién murió en mi guardia? –le dice una enfermera a la otra.
El moribundo genera desesperanza tanto en el personal proveedor de servicios de salud, como con la de sus allegados, y sólo en esta situación se permite la estancia de familiares cercanos a el o a ella por tiempo y en condiciones superiores a las usuales.
Las causas que llevan a la muerte generan también cambios operacionales a nivel de los prestadores de servicios de salud institucionales. De hecho, la atención del moribundo puede ser distinta a la que se ofrece entre la de una persona con un suicidio frustrado, que aquella que se otorga a un anciano(a) con cáncer muy avanzado y en fase terminal. Después de todo, la atención humana es dada entre humanos y variará de acuerdo a la percepción, prejuicios, valores, necesidades, cultura, religión, etc. de lo que unos tengan sobre los otros. El intento suicida podría ser reprochado y atendido, sin embargo, con un reprobable “código lento”.
El mundo de la técnica y de la ciencia que permean en las instituciones hospitalarias se recrean en una organización burocrática que establece niveles de poder y hacer mediante normas, esquemas y rutinas, que se nutre a su vez del humanismo interpersonal, difícil a veces de interpretar. El poeta lo asimiló bien diciendo que:
“La ciencia con ser ciencia
no me sabe a mi decir
por qué yo te quiero tanto
y no me quieres tu a mi”.

La medicina se ve confrontada más directamente con el morir y la muerte. Su razón de ser por la salud y bienestar del ser humano cesa ante esta última. Ante el moribundo, la esperanza se desvanece de manera inexorable y progresiva, las razones del vivir enfrentan un callejón sin salida ante la certeza de la finitud. Fortaleza, entereza, vigor y propuesta se ven coartadas ante el inevitable destino de un ser humano que nos muestra, a su vez, nuestro inevitable también futuro destino.
Más allá de la atención médicamente institucionalizada del moribundo está el peligro latente y medrando de la obcecación, probablemente también institucionalizada, por la vida. El tratamiento desproporcionado e inusual, el encarnizamiento terapéutico como en ocasiones también ha sido nombrado y la futilidad (lo frívolo, trivial, sin significado, sin consecuencias) de los procesos para mantener “con vida artificial” y sin esperanza a un ser humano.
El morir genera una amplia gama de tensiones ya físicas como morales que deben atenderse de manera oportuna y con sensibilidad, paliarse si es el caso, consolarse cuando menos. Algunas tendrán respuesta, otras no. Las tensiones surgen en el moribundo y le generan angustia ante su futuro, ante los problemas que deja atrás, ante la carga física, económica, social que impone a los suyos. Pena, desesperanza, angustia, depresión son ingredientes notables que cargan fuertemente pacientes, familiares y amigos y prestadores de servicios de salud.
El viejo que ante su propia muerte deja atrás a su compañera también vieja y con, posiblemente, también importantes limitaciones de índole variada suma a su congoja el desamparo en que quedará aquella con la que compartió su vida.
Las acciones que se tomen para atender a las personas moribundas afectaran de manera sensible la forma en que estas respondan y sientan. Más allá de la atención al dolor que hoy por hoy, algunos pueden tener al alcance de sus posibilidades dada la amplia gama de analgésicos disponibles que incluyen a los opiáceos y los no opiáceos, como síntoma más angustiante para quien lo pueda padecer y padezca, hace falta la creación de una cultura de atención al moribundo, del proceso del morir para dignificarlo.

viernes, 16 de julio de 2010

Del alacrán a la clonación.


DEL ALACRÁN A LA CLONACIÓN.*

*Dr. Xavier A. López y de la Peña


Así como el humanista debe tener en cuenta las lecciones
de la ciencia moderna, evitando una representación
anacrónica del hombre, también la ciencia debería
por su parte realizar un esfuerzo para tener en cuenta al hombre.

Jean Laloup. La Ciencia y lo humano.


Recuerdo que de niño, aficionado a la búsqueda nocturna y furtiva de arañas para “criarlas” en cautiverio, con la ayuda de una linterna sorda en la enredadera que tapizaba el muro sur de la casa paterna, el encuentro con un alacrán me impresionó enormemente. Lo capturé no sin grandes dificultades y temor y lo coloqué en un frasco que llevaba siempre preparado para “mis” especímenes. Por poco mi padre se da cuenta de ello y, apresuradamente puse agua en el frasco a sabiendas que ése era un animal potencialmente peligroso y lo metí corriendo a hurtadillas en el congelador del refrigerador Frigidaire que había en la cocina. Al siguiente día muy temprano, no pude recuperar mi frasco del congelador por el ajetreo propio de la cocina-desayunador ocupado en los preparativos del desayuno para correr a la escuela primaria. Por fin, de vuelta en casa, recuperé mi frasco con el alacrán que estaba ya, lógicamente, incluido en un bloque de hielo. Puse entonces el alacrán “helado” al sol y pacientemente esperé a que se derritiera para poder “prepararlo” para la colección. ¡Mayúscula sorpresa me causó observar que el alacrán -que yo pensaba muerto- empezó a moverse lentamente sobre el charco del deshielo, y corrió!
Este fue mi precoz e inexplicable contacto -por aquél entonces- con el fenómeno conocido como “hibernación”, proceso que aún bajo diversas modalidades y términos sigue vigente en el terreno del conocimiento.
Mucho tiempo después supe que más o menos por la misma fecha de mi experiencia (década del 1950), el cirujano indochino Henri Laborit de 37 años de edad, intervenía quirúrgicamente por vez primera y de forma exitosa a una joven agónica en Francia bajo el proceso de “hipotermia” (bajar la temperatura del cuerpo con medios físicos) que no es otra cosa que una forma de “hibernación” , dando con ello inicio formal a ésta práctica hoy tan cotidiana en el mundo entero. Las experiencias científicas precedentes de Spallanzani, Rahm y Becquerel en éste campo daban al fin sus frutos.
Y seguimos asombrándonos. Hace unos años se ha hecho del conocimiento público el trascendente experimento de reproducción asexual en un mamífero realizado por los investigadores escoceses Ian Wilmut y Keith Campbell en el PPL Therapeutics y el Roslin Institute de Edimburgo, Escocia, en el que se produjo una oveja, el Roslin lamb 6LL3 y al quien se ha dado el nombre de “Dolly” (Nature -27 de febrero- 1997;385:810) a un costo aproximado de 750,000 dólares americanos.
El método utilizado para ello recibe el nombre de “clonación”, palabra que proviene del griego clone y que significa varita o acodo.
Desde la antigüedad se tiene el conocimiento de que al plantar una pequeña rama, o un pedazo de tronco en la tierra, ésta es capaz de crecer y desarrollarse dando una planta con la misma composición genética, y también que al injertar se produce una planta exacta de la cual se tomó el acodo.
Estas formas de reproducción asexual han sido ampliamente conocidas, como también la reproducción que ocurre con animales simples como la medusa.
La idea de la clonación tiene casi sesenta años cuando el biólogo y premio Nobel alemán Hans Spemann en 1938 planteó la posibilidad de “sacar” el núcleo de un óvulo y reemplazarlo con el núcleo de una célula somática y esperar a ver si del óvulo se obtenía un descendiente idéntico al del que se había sacado el núcleo.
Para 1952 la idea del Dr. Spemann se hizo realidad en los laboratorios del Instituto Carnegie, de Washington en las investigaciones conducidas por los Dres. Robert Briggs y Thomas J. King quienes extrajeron los núcleos de huevos recientemente fecundados de ranas, reemplazándolos con núcleos de células de tejido embrionario de individuos de la misma especie y produciendo renacuajos genéticamente idénticos al donante de núcleos celulares.
Siguieron adelante los estudios del Dr. F.C. Steward con células diferenciadas de las raíces de zanahoria que, tras varios procesos técnicos de reproducción, abrieron camino a la aplicación a nivel comercial de la clonación en el ámbito vegetal.
En la Universidad de Oxford, el Dr. John B. Gordon demostró que es posible “clonar” células somáticas de animales adultos al trasplantar el núcleo de una célula intestinal de un sapo adulto en el huevo de una sapa a la que se había extraído previamente el núcleo. Lo mamíferos se empezaron a clonar experimentalmente desde 1981 tras la información de los doctores Karl Illmensee de Ginebra, Suiza y Peter Hoppe de Maine (EUA) en que dan a conocer la clonación en ratones, cuya técnica fue mejorada luego en 1983 por los norteamericanos McGrath y Solter de Filadelfia (EUA) .
Dolly, sin embargo, representa el primer mamífero adulto entero clonado. Para el efecto, los científicos referidos cogieron células de la ubre de una oveja adulta de 6 años de edad y las pusieron a cultivar. Dichas células fueron sometidas luego a un proceso “quiescente” o de inactividad (un símil de la “hibernación”) en el que se manipuló su ADN (ácido desoxiribonucleico) mediante un proceso que llamaron de “reprogramación de la expresión del gen” . Luego tomaron el óvulo de otra oveja adulta a la que se le quitó el núcleo. En seguida hicieron pasar el núcleo de la célula de la ubre a la del óvulo sin núcleo mediante una descarga eléctrica y, cuando se inició el desarrollo del óvulo éste se implantó en el útero de una tercera oveja que hizo las veces de “madre gestadora” hasta el nacimiento normal de Dolly.
El mundo científico se conmocionó con la noticia y en México está por conformarse un comité encabezado por los doctores Pablo Rudomín (investigador del CINESTAV-IPN) y Ruy Pérez Tamayo que estudiará la situación y ofrecerá sus opiniones a la Secretaría de Salud para crear la normatividad correspondiente tan atrasada en nuestro país.
Los biotecnólogos y, en general los científicos, se dedican con ahínco a la búsqueda de la verdad, de su verdad y casi nunca -si es que algunas veces lo hacen- reflexionan acerca de las posibles implicaciones en el terreno ético, moral o incluso legal de sus pesquisas y descubrimientos.
Al interesado en la clonación, sumido en la maraña altamente tecnificada de su laboratorio le tiene muy sin cuidado -ni siquiera llega a pensarlo, tal vez-, si su proyecto pueda ser aplicado bien o mal, de la misma forma que Alfred Nobel no recapacitó en el posible y terrible uso como poder destructivo de la dinamita, o Albert Einstein en el caso de la bomba atómica construida sobre las bases matemáticas teóricas.
Los constructos formativos en las ciencias carecen, en general, de ligas con lo ético. La carrera de física, matemáticas o ingeniería civil -vamos, la de biología- ¿tienen materias que aborden los aspectos éticos de su quehacer?
La clonación, regresando al asunto, abre nuevamente un conflicto científico-ético que ha desatado la polémica y en efervescencia afloran diversas opiniones: “No existe -dice el Lic. Diego León Rábago del Centro de Investigaciones en Bioética de la Universidad de Guanajuato, México- para el hombre y la mujer un derecho a tener descendencia mediante la clonación. Todo derecho, para serlo, ha de sustentarse en una razón lógica y valorativa de ser, en una justificación, y la clonación carece de ella. Sólo puede servir a personas narcisistas que pretenden perpetuarse en sus descendientes. En el fondo, la clonación sólo puede servir para satisfacer tendencias racistas, mediante una práctica eugenésica discriminatoria. ¿A costa de qué -se pregunta siguiendo la línea de Huxley- se habrán de producir en serie hombres superiores?” De otro lado un especialista en biotecnología, el Dr. Fco. Bolívar Zapata dice que los experimentos en torno a la clonación no significan que éstos vayan “a hacerse de una manera inadecuada, y cree que es totalmente inexacto pensar en la clonación de seres humanos. Pero por otro lado -sigue diciendo- debemos entender que a través de este conocimiento nos iremos conociendo mucho mejor”.
La clonación ofrece ahora la oportunidad de que la mujer ya no necesite de un hombre para reproducirse, sólo necesitaría -hoy- de un útero, mañana quizá sólo del tubo de ensayo descrito en el Mundo Feliz, hoy perfeccionado y confrontando fuera de la ficción a la ciencia con lo humano.

FUENTES:
Laloup J. La ciencia y lo humano. Editorial Herder. Barcelona (España) 1964:286-7.
Miravitlles L. Visado para el futuro. Salvat Editores, S.A. Navarra (España) 1969:12.
Varga AC. Bioética. Principales problemas. Ed. Paulinas, Bogotá (Colombia) 1988:128.
Science, 23 de enero de 1981, p. 375.
Science, 17 de junio de 1983, p. 1300.
Barba N, Carrillo AJL. ¿Gen-ético? Clonación, incursiones en los dominios de la creación. Investigación Hoy. IPN México. Julio-Agosto de 1997(77):20-25.
León RD. Fecundación médicamente asistida y clonación. En: Ecos del IV encuentro de la Federación Latinoamericana de Instituciones de Bioética. CIEB, Univ. de Guanajuato, México 1996:149-54.

martes, 29 de junio de 2010

Un episodio Jónico.


UN EPISODIO JÓNICO .*

* (DR) Xavier A. López y de la Peña

En un lugar de la costa bañada por el mar Egeo, Calímaco reposaba sentado sobre unas rocas de frente al mar.
Él era un pensador y más que un pensador en sentido estricto, un hábil ejecutante de la dialéctica. Invencible en las lides de la conversación. Un «entrometido» que siempre habría de salirse con la suya en el tema que se tratase. Un personaje desgarbado con esposa pero sin hijos que solía decir ufanamente en los últimos reparos de agitadas, controvertidas y acaloradas discusiones su postrera e inamovible frase: aunque me convenzan, digo que no.
Había tenido algunos encuentros con Demócrito y Zenón y cavilaba sobre sus teorías. Sabía que ellos habían realizado varios viajes por Asia Menor y Egipto, en esta última en la ciudad del sol (Heliópolis) porque tenían padrinos poderosos, pero los despreciaba por disponer de las ideas de Empédocles básicamente y argumentar que todo en la materia podría reducirse, si se fragmenta y se fragmenta hasta un límite: al átomo, al no-se-puede-cortar-más.
Insensatos -refunfuñaba- ¿Quién podría cortar el agua de mar o el aire?, por supuesto que les había dado una lección en el momento debido.
Él había consultado previamente –como solía hacer, para tener “otra opinión”- sobre el asunto al oráculo de Delfos en varias ocasiones y la sacerdotisa encargada, Anexitidis, una mujer flaca o mejor enjuta y de malas pulgas le había contestado irritada e histérica que sus preguntas como siempre, eran vagas, rebuscadas e imposibles de responder por el oráculo. ¡Los dioses no atienden estupideces!, le recordaba gritando airadamente y casi fuera de sí.
Otro día -recuerda amargamente Calímaco-, se topó con Sócrates el mayéutico, un hombre feo, medio jorobado, narinosus [esto es, narizón] y regordete de quien pomposamente se decía ayudaba a los demás a parir sus ideas ¡háganme el caramba favor! quien le espetó, harto de sus necedades y con la premura de llevar el aceite de oliva a su mujer Jantipa: conócete a ti mismo primero, menso.
Sócrates, como el mismo Calímaco, nunca había trabajado y se pasaba el día de vago haciendo una serie de preguntas a cuanto paseante encontraba y listo para argumentar sobre ello: ¿sabe usted que es el ser? ¡Deténte! -le dijo a Liserpo una vez, a la salida de un mitin político cuando iba acompañado de sus jóvenes seguidores- y contéstame con sinceridad espontanea y diáfana: ¿la esencia de la virtud radica en la belleza, o es ésta la que posee la virtud? Liserpo, por su cuenta, siempre listo y nada tonto no abrió ni un milímetro la boca, apresurando el paso.
¡Puf! –Exclamó rumiando exasperado Calímaco- ¿cómo podría uno conocerse a sí mismo? Si se mira uno reflejado en un espejo, entonces se conoce a uno mismo. Uno es uno y basta. Yo soy yo y tú eres tú. Ellos son ellos y ya. Nadie puede mirarse el interior, la introspección es una falacia ¿cómo puedo verme por dentro? El mayéutico o “partero de las ideas” le había caído gordo. Él era el menso ciertamente y se aseguraba de saber en realidad que él no sabía nada.
Calímaco cambió de posición en la roca al sentir dormida una nalga, se incorporó y haciendo a un lado su túnica orinó en dirección al mar.
Satisfecha su necesidad fisiológica elaboró de inmediato un novedoso constructo ideológico: toda la materia proviene del agua. Ciertamente Calímaco desconocía que poco tiempo antes un tal Tales había enunciado el mismo principio pero mirándolo desde otra perspectiva. El agua –pensó- es elemento material constitutivo en los seres vivos y no vivos de toda la naturaleza, el agua va y viene en movimiento constante en el mar con un dinamismo propio. El agua es signo de vida como había comprobado (práctica ya vieja) al colocar un espejo bajo la nariz de un muerto, sin que dejase la huella del vaho. Lo seco es muerto. La sangre, la orina, la savia y el mismo semen tiene una humedad incuestionable.
Feliz, dejó la roca y aterido por el cambiante tiempo, fue directo a cuestionar al oráculo de Delfos nuevamente. Mayúsculo coraje hubo de pasar al encontrar el oráculo cerrado “por reparaciones en sus columnas y atrium”.
Fue entonces a su casa y encontró a su mujer atareada cortando unas aceitunas y cociendo huevos, mientras de reojo, leía una comedia recién escrita de Aristófanes: Las Tesmofonas.
¡Quihubo Soprista, ya llegué! –dijo eufórico al trasponer el umbral de su casa- Sabes que pensé que el agua es el constituyente primordial de la materia –le dijo orgullosamente-.
¡Calímaco carajo! le reconvino de súbito Soprista. En lugar de andar vagando siempre por ahí y jorobar metódicamente al oráculo deberías buscar trabajo. ¡Los niños tienen que pagar sus cursos de verano en la Academia, sus túnicas deben renovarse y le debo cuando menos tres siclos de plata al tendero! Si la materia es agua, con el molinillo te voy a remojar de inmediato la cabeza, ¡haragán!
Calímaco salió corriendo, apesadumbrado y tropezó con Anaxímenes el hijo de Eurístrato. Otro menso –solía decir reiteradamente para descalificar siempre al otro-. Por todos los dioses Calímaco, fíjate por donde corres insensato, me rasgaste la túnica y me pisaste un callo. Perdóname Anaxímenes, -dijo disculpándose- el asunto de que toda la materia proviene del agua me tiene loco y Soprista no me entiende: ¿qué piensas tú? -le soltó aprovechando la ocasión-.
Bueno, -con una amarga resignación ante el embate de Calímaco que ya sabía presto a discutirle- a decir verdad, yo le apuesto al aire; todo –siguió diciendo-, es aire como la misma roca que lo contiene estupendamente comprimido.
Calímaco soltó de inmediato una estruendosa carcajada ¿cómo es posible pensar que la materia se constituye de aire? que especulación más falaz y sin sentido. Ya había yo escuchado –recordó Calímaco- que otro vecino del rumbo de las Éfeso, de nombre Heráclito, el eterno misántropo que desdeñaba acremente la estupidez humana, apostaba por el fuego y que hacía referencia a este elemento tal vez de forma metafórica en alusión a que todo cambia y se transforma; fluye, no es propiamente una materia sino que constituye un proceso.
Todo y todos estaban locos –rumió-.
Calímaco, pensando febrilmente, luchaba con desesperación por entender lo que los otros creían y decían, pero se daba cuenta de que eso no era posible. Cada quién entendía lo que quería. El principio de las cosas [opinión aparte de los dioses] radicaba en algo. El agua digo yo; el viento y el fuego dicen otros. El agua se opone al fuego, por tanto son contrarios, en cambio el viento aviva al fuego y agita el agua, son pues similares y...
En estas lucubraciones estaba cuando se percató que tenía hambre. Esto lo sabía bien: una sensación de vacío en el abdomen acompañada de los crujidos y chillidos que emitía o los borborigmos como los llamaba Hipócrates y que revelaban que el ser necesita nutrirse para ser, porque si no, deja de ser. Guió entonces sus pasos hasta el mercatus para comer alguna cosa porque en casa Soprista estaría ocupada con Aristófanes… y brava.
Llegó al puesto de Arístides y éste, al verle, de inmediato le ofreció un pedazo de cecina de chango y un envoltorio con dátiles sin decir nada, rogando a los dioses que Calímaco tampoco dijera nada y se fuera de inmediato. Bien sabía Arístides que Calímaco pretendía nutrir su cuerpo y su mente con su comida y con él, por lo que prefirió –una y mil veces lo haría-, concederle sólo lo primero aunque no pagara, como siempre.
Perplejo recibió Calímaco la ofrenda pensando, sin embargo, que su buen nombre y prestigio le hacían meritorio y digno del donativo y siguió camino cuando de pronto fue a caer pecho a tierra con toda su humanidad al haber tropezando con el acuaeductus.
Rápido acudieron a prestarle auxilio Mirto, ex-esposa [la primera, Jantipa es la segunda] de Sócrates, y sobrina de Arístides, y Peleómano ahora su nuevo esposo.
Calímaco había recibido un fuerte golpe en la cabeza haciéndose un chichón sobre la frente; los dátiles se aplastaron y su cecina se llenó de tierra. ¡Tierra! –gritó Calímaco fuera de sí al incorporarse y mirar su enterrada cecina-, ¡este es el elemento que me faltaba! TIERRA, FUEGO, AIRE Y AGUA; la tierra se lleva con el agua, el agua se mueve con el viento, el fuego se aviva con el viento, la tierra apaga el fuego, el agua no se lleva con el fuego, yo soy yo y tú ¿quién eres? –le dijo a Peleómano esposo de Mirto-.
Todo se mueve –seguía diciendo Calímaco fuera de sí ¿o en sí?-, todo gira en acto y potencia, todo es forma y materia ¿qué es eso de la esencia y accidente? ¿sujeto y atributo? ¿entelequia o... tauromaquia? ¿sinfonía o… quién me puede definir lo que es mirificus?
Hipócrates de Cos –al que se le consultó inmediatamente y de urgencia- dijo en su acertadísimo diagnóstico sobre Calímaco una vez enterado de los pormenores del acuaeductus, del chichón y de la cecina enterrada que no se pudo comer: longa enim abstinentia aut nutritionis defectus astheniam directam parit [la abstinencia larga, o sea la falta de nutrición, produce astenia directa], le mandó al hospitium per invocatum sanitatem restituere [al hospital, pidiendo por su salud].

miércoles, 12 de mayo de 2010


“Om Mani Padme Om”
(¡Ah!, la joya en el loto, ¡ah!)*

* (DR) Xavier A. López y de la Peña

Esta es una oración mística budista impresa en una de las ruedas “para rezar” que los monjes budistas tienen en sus templos del Tibet.
El Tibet, cuyo nombre oficial es Xizang, conforma actualmente junto con Guangxi Zhuang, Nei Mongool, Ningxia Hui y Xinjiang Uygur una de las regiones autónomas de la República Popular de China.
La atmósfera del Tibet, de este lugar sagrado, se encuentra rodeada de un misticismo y devoción inimaginables. La oración seguida por los monjes tibetanos en su milenaria tradición apenas se alumbra por las lámparas que queman grasa de yak y que ennegrecen e impregnan con su fuerte olor todo el ambiente.
En modo creciente estos monjes van elevando sus voces al ritmo de sus oscilantes movimientos o “mudras” y hacen que todo en el recinto vibre conjuntando el cuerpo con el espíritu. También emplean para cumplir con sus oraciones unas varas altas de poco más de seis metros a las cuales tienen adosadas en el extremo unas tiras de muselina a manera de banderas (“caballos del viento”, como también les llaman) con la consecuente oración impresa. Hoy, lamentablemente, la cultura tibetana se transforma rápidamente dejando atrás su misterio, su poder y su legado merced a la penetración cultural occidental.
Tenzin Gyatso, el actual Dalai Lama (cuyo nombre significa Océano de Sabiduría), líder espiritual en el exilio del actual del pueblo tibetano y premio Nobel de la paz, estuvo en México para recordarnos a su pueblo, sus penurias y entregarnos su mensaje de paz.
El doctor Jan Gibbons, un anciano médico retirado que radica en Castro Valley al oeste de la costa este de la bahía de San Francisco y que conoció a uno de los ingleses que acompañó a la comitiva inglesa al Tibet en 1904, me contaba sobre este pueblo (al que también conoció posteriormente) de fantasía, deslumbrante y prohibido a los extraños, enclavado en un terreno hostil -en el “techo del mundo”- y al que sólo se podía acceder por una abertura al sur sobre la gran muralla de los Himalayas, el paso Jelep-la a 4 500 metros de altura sobre el nivel del mar, para llegar difícilmente también al valle del Yatung guiados y auxiliados por recios y curtidos conductores de yaks cubiertos con ropas hechas de pieles de oveja, tejidos de pelo y botas de cuero también de yak.
El valle del Yatung ofrece un espectáculo maravilloso amurallado por enormes montañas colmadas de pinos en sus laderas. Siguiendo el paso difícil, escarpado, sin caminos por supuesto -seguía diciendo-, y a unos kilómetros de distancia se llega a donde confluyen los escurrimientos montañosos dando paso al río Ammo-Chu; nueva y penosamente se asciende ahora para llegar hasta la altiplanicie del valle del Chumbi a unos 4 500 metros de altura en promedio, para llegar al lugar que ya nos deja ver y sentir la imagen del territorio del Tibet a seguir: desértico y hostil en donde sólo los yaks pueden sobrevivir con temperaturas inferiores a los 30 grados bajo cero en el mes de enero. Lugares que dejan atónito y perplejo al viajero que se abren al paso cansino de los cargados yaks: el valle del Paina-Chu, una de las pocas tierras fértiles al sur de Tibet; el paso por la nevada cordillera de Noijin Kang Sang, el paso del Karo-la desde donde descienden magníficos glaciares hasta bajar a la cuenca del Yamdok Tso (el Lago Turquesa) a cuya vera el camino conduce por el norte hasta Khambala y de allí a la ciudad de Lhasa, la ciudad bendecida por el Buda y el gran Potala, el palacio en donde habita el Dalai Lama.
Los caminos pedregosos en esta difícil latitud ofrecen abundante materia prima para la erección de los frecuentes túmulos que, en forma piramidal, se erigen sobre las reliquias de algún santo budista y sirven para hacer diversas ofrendas. También suelen verse multitud de mendangs o paredes también de piedra sobre las que se graban oraciones. De hecho, cuando los ingleses llegaron al Tibet a principios del siglo veinte para lograr un paso que permitiera el comercio entre el Tibet y la India, los sabios del Tibet tuvieron largas y difíciles negociaciones con ellos dado que se encontraban frente a frente dos culturas fuertemente diferentes, casi totalmente opuestas y supusieron los tibetanos que éstos mendangs, o “muros sagrados” serían suficientes para impedir la entrada de los extraños a su tierra.
La vena vivificante del Tibet la constituye el gran río del Tibet, el Tsang-po, que conforma el curso superior del Brahmaputra y que grácilmente serpentea de oeste a este por las yermas colinas y el altiplano desértico de ésta región. El Tsang-po ha servido como medio de transporte de personas y víveres de una a otra parte del Tibet en embarcaciones hechas de cuero de yak y, además, es el camino real del Buda por el que transitan río arriba los peregrinos que desean llegar hasta la corte del Panchen Rinpoche o Tashi Lama de Tashi Lumpo, el “gran Maestro querido”, el segundo Gran Lama del Tibet considerado en aquél entonces aún más sagrado que el propio Dalai Lama ya que éste es el detentor del poder político y aquél del poder espiritual.
La llegada a la ciudad de Lhasa, luego de espectáculo que la naturaleza ofrece y del esfuerzo por vencer mil y un obstáculos, nos deja ver desde la lejanía de poco más de diez kilómetros de distancia al Potala en el centro del valle, el palacio en que habita el Dalai Lama y que con su magnífica cúpula de oro resplandece mágicamente como lo haría una pepita de oro en la arenisca. Al sur se encuentra, sobre la roca llamada el Chagpori que se eleva desde las riberas del Kyi Chu, un castillo amarillo y el Colegio médico de los lamas. Entre ambas estructuras y sobre una colina pequeña se encuentra un típico templete tibetano que señala la entrada principal a Lhasa.
El Potala está construido sobre una colina rocosa de la que es difícil diferenciar dónde empieza el palacio y dónde la roca; son una sola espléndida estructura cuya pared sudeste de 270 metros de extensión brilla al sol. En la parte alta de este macizo bloque de roca y ladrillo se encuentra el Fodang-marpo, el palacio rojo del Dalai Lama conformado por una hilera de construcciones de color rojo carmesí intenso. Se oculta, otra maravilla de gran contenido simbólico, de la mirada ajena al rey-sacerdote tras una impresionante y bellísima cortina de pelo de yak negra. Santidad y soledad del Dalai Lama que vive en sí para los demás.
En 1950 el ejército chino de Mao Tse Tung invadió el estado teocrático del Tibet que cuenta con una superficie de 1 221 600 Km2, incorporándolo más tarde como provincia como lo había sido en el siglo XVIII. En 1959 una rebelión encabezada por los lamas del Tibet forzó al Dalai Lama a refugiarse en la India y desde allí el decimocuarto Dalai Lama ha seguido su peregrinaje por el mundo en pos no ya de su independencia, sino de su autonomía, llevando su mensaje de paz por el mundo.
La cultura tibetana, tachada de feudal, arcaica y oscurantista por el régimen de Pekín está siendo borrada por el ateísmo civilizador a la luz de su “reeducación patriótica”.
Antes de que el budismo conquistara el Tibet, el país tenía una religión propia denominada “bon” en la que pululaban infinidad de dioses y demonios a los que los magos debían exorcizar para ahuyentarlos por medio de la magia. Hoy, a pesar de su progresivo desmantelamiento perdura la magia en el mundo mágico del Tibet que Lobsang Rampa conociera y en el que se hiciera el médico de Lhasa.