lunes, 25 de octubre de 2010

Expropiación de la Salud


IDEA DE LA EXPROPIACIÓN MÉDICA DE LA ENFERMEDAD

(DR) Xavier A. López y de la Peña

El pensar médico y la práctica de la medicina plantean un cúmulo de problemas filosóficos que varían, desde la caracterización de la propia medicina hasta los problemas epistemológicos, lógicos y éticos que le son afines. Hay entonces muchas cosas que hacer para que tanto la teoría como la práctica de la medicina tengan madurez y profundidad.
Con cuatro siglos de desarrollo científico, y casi dos siglos de medicina basada en la investigación científica, aún quedan hondos resquicios por dilucidar sobre su quehacer.
En este trabajo pretendo abordar el tema de la medicina desde su práctica. Con más precisión, sobre la práctica clínica y con un enfoque hacia la “propiedad” de la enfermedad.
Para iniciar, puedo decir que la función de la medicina, en su más amplia acepción de la palabra como ciencia y arte, se refiere al mantenimiento de la vida [la salud es el pivote] de la persona, mediado por el control de la biología humana que se conduce por las leyes de la naturaleza. Es pues, una ciencia cuyo principio de realidad es el sujeto enfermo de hecho o en potencia. Una ciencia que legitima un ordenamiento del ser humano sometido a leyes naturales, y un arte por cuanto exprese la virtud, disposición y habilidad del que la realiza.
La práctica médica clínica, como es bien sabido, requiere de dos interlocutores: el médico y el enfermo. Este binomio ha sido caracterizado por diversos autores, cuando menos, como asimétrico en múltiples órdenes, pero siempre a favor del médico.
En este sentido, empezaré diciendo que la medicina se apropia el conocimiento acerca del organismo humano tanto en la salud como en la enfermedad; es más, el único referente para la medicina se da precisamente en relación con la enfermedad, el desacierto corporal, la pérdida de la función, el desvío contra natura ya de manera individual o colectiva y actuante en pasado (historia), presente (práctica) y futuro (filosofía).
Apartado del camino moderno de la medicina actual resulta el método hipocrático de la catástasis (punto culminante de un asunto) que consideraba al hombre como una totalidad en un ambiente determinado que, mediante su estudio cuidadoso, y rigurosamente sistematizado, con un buen "juicio y razonamiento" se llegaba a conocer la causa de la enfermedad o del enfermar de las personas.
Primitivamente, recordemos, el enfermo "vivía" su enfermedad de manera individual. Toda su alteración en la salud, desde el comienzo hasta su resolución o la muerte le pertenecían, eran él, su enfermedad y su circunstancia.
Él mismo reconoció la postura o la presión que daba alivio a su dolor, molestia o malestar, qué movimiento o alimento lo aumentaba o disminuía, elaboró sus interpretaciones acerca de la causa probable o cierta a su entender de su enfermedad y otros detalles más; era el actor que representaba su propio drama de salud trastocada.
Su sufrimiento y en general, el cambio de comportamiento que debía tener a la vista de los otros seres humanos -los espectadores-, hizo que éstos se integraran de alguna manera con su sufrir y le procuraran "alivio" de alguna forma, desde la simple compañía hasta alimentarlo, cubrirlo, protegerlo o practicar en él el masaje, el conjuro o la maniobra que, para "aliviar" su problema de salud experimentaban y consideraban necesario.
El compartir con "otro" ser humano su enfermar le llevó a ceder de alguna manera su dominio absoluto acerca de su enfermedad. El enfermo, principal actor protagonista en el drama de la enfermedad como señalamos, transmitió y compartió al espectador el drama de sus sensaciones.
La pérdida del equilibrio en la naturaleza humana (el enfermar) requirió desde entonces y a ese paso de la mirada ajena para su interpretación, se hizo necesaria así la interrelación entre el enfermo y su intérprete, su médico (que ha recibido otros nombres). En este preciso momento el enfermo cedió su naturaleza alterada al médico para su restitución al verse impedido para luchar por sí mismo para ello.
El encuentro médico-paciente entonces, inicia camino mediante la mirada, el tacto, el olfato, el gusto y el oído del "intérprete", que hurga en el cuerpo en busca del texto que la enfermedad imprime con sus caracteres particulares, cada cual con su bagaje histórico-cultural, su razón y la limitación espacial del "tú y yo" en un tiempo y lugar determinados.
Progresivamente el médico fue acrecentando sus conocimientos en base al enfermar ajeno (y personal) haciéndolo "suyo" con lo que poco a poco se acrecentó la brecha entre el saber del enfermo y el suyo propio.
Dejó al enfermo el sufrir o padecer su enfermedad únicamente y le expropió el conocimiento de su enfermedad construyendo sobre este su marco teórico conceptual y operacional.
Interpretó las causas del enfermar en bases empírico-sobrenaturales inicialmente y luego científicas, dio nombre a la enfermedad al reunir ciertos hechos concretos y abstractos reconocidos o supuestos del ser humano enfermo y su entorno con lo que categorizó el enfermar, determinó su causa, prevención, cura o rehabilitación y pronóstico en su caso, y fijó los límites de salud diferenciando y clasificando a los unos de los otros en extremos de bueno o malo, conveniente o inconveniente, propio e impropio. También estableció quién está o no enfermo (en referencia a su concepto de salud), cuándo, cómo, y porqué y en qué grado y, aún llegó a determinar y decidir sobre los extremos de la vida: el nacer, cuándo nacer y cuándo morir, y dónde.
El lenguaje verbal fue sobresalientemente el vínculo de comunicación entre los interlocutores enfermo-médico y con él se conservó la experiencia del enfermar-curar al transmitirse oralmente (luego por escrito) este conocimiento a las generaciones siguientes.
Este saber concentrado en forma paulatina en el médico le llevó a codificarlo para su control, llamando prurito a la comezón y lipotimia al desvanecimiento por citar sólo unos pocos ejemplos, con lo que la brecha médico-enfermo se amplió, ya no sólo el conocimiento de su enfermedad le fue expropiado sino que también este fue asignado a otro lenguaje (latín o griego, como ejemplos) en el que el médico era único poseedor del diccionario bilingüe.
El ambiente del enfermar también fue cambiado. De la experiencia inicial del padecer solitario del enfermo, le siguió su sede del sufrir a nivel tribal-comunitario-familiar, para luego sustituirse el hogar por el hospital, clínica, asilo o manicomio bajo control del proveedor de servicios de salud. Se reglamentó con ello la experiencia del enfermar en el entorno ajeno, al del médico, quién dice quién puede o no visitarle (tarifas, prestigio, ubicación, métodos curativos o diagnósticos, publicidad, derechohabiencia, etc.) cuándo (horario, urgencia o no) y por cuánto tiempo y, con el brazalete de identificación al ingreso a "su" entorno, simbolizó la propiedad y control sobre el cuerpo del enfermo y sus funciones.
La búsqueda de la enfermedad, el aditivo nocivo al cuerpo, fue al fin reconocido en el substrato anatómico, a nivel macro y luego micro (molecular ahora) inaugurándose la era anatomo-clínica de la enfermedad.
El reduccionismo propio de la investigación evidenció la alteración física que explicaba la alteración funcional y orgánica subsecuente: causa y efecto eran revelados interpretando a la vida destruida desde el mirador de la muerte como hace el patólogo.
Para los problemas de la mente hubo de crearse asimismo un marco teórico-conceptual que hiciera coherente el discurso médico y surge la figura del aparato intrapsíquico que formaliza un órgano con tres niveles filogenéticamente adquiridos: el ego, el yo y el superyo cuya alteración conduce al desequilibrio conductual y comportamental individual, y socialmente bien caracterizado y sancionado.
La relación entre el enfermo y el médico transfería sentimientos, emociones y contactos físicos por el uso de los sentidos a plenitud, único medio de aprehender la realidad circundante para luego interpretarla.
Luego en base a la tecnología, el médico extendió sus sentidos y amplió sus alcances; su mirada llegó más lejos o más cerca, su mano asió con más fuerza o delicadeza y dio luz a la obscuridad, como también, amplió la distancia con el enfermo mediante el estetoscopio, símbolo instrumental-técnico del distanciamiento progresivo físico de ambos interlocutores y la transferencia y contra transferencia emocional y sentimental fue diluyéndose en forma progresiva al ritmo de la técnica.
Inicialmente el enfermo "consumía" por llamarlo de alguna manera sentimientos, hoy consume tecnología.
Hace 15 años, hablando sobre la evolución de la práctica médica, el Dr. Adolfo Giles reflexionaba sobre sus 3 etapas constitutivas: a) la del médico humanitario al lado del enfermo, preocupado por él, b) el médico científico, más eficiente, más especializado, más remoto como producto del avance tecnológico y c) el médico fantasma ocupado en su observatorio-laboratorio recibiendo y enviando información-órdenes de y hacia el paciente a través del ordenador.
La medicina, acto bi-personal en pro de la salud gira en torno a la búsqueda de los objetos causales de la pérdida de la salud (la enfermedad) al amparo de la tecnología cada día creciente, con lo que se objetiva también al enfermo "medicalizándole" y oponiéndose a lo dicho en la frase harto conocida de que "hay enfermos, no enfermedades".
De esta manera surge un nuevo modelo de relación médico-paciente expropiatorio de "su" enfermedad: el tecnológico-informático.
¿No se requiere actualmente -a cierto nivel, por supuesto- que el enfermo acuda al médico con su integridad fragmentada en objetos (rayos X o resonancia magnética, exámenes de laboratorio y ficha clínica previamente elaborada) "antes" de entrevistarse "médicamente" con él?
Hoy vivimos el modelo de una Medicina Basada en Aparatos que nos somete a una dependencia tecnológica tal que, de no contarse y auxiliarse con ella, el médico se ve imposibilitado a diagnosticar o tratar al paciente.
En esta situación, su armamentarium medicum se vería limitado a la de la ya lejana práctica hipocrática, sin embargo dada su pobre (probablemente) clínica, no le sea suficiente para salir airoso.
La brecha también se ha incrementado entre ambos en el orden comunicacional ya que el médico a perdido una mitad de su diccionario bilingüe al no poderse "entender" con su interlocutor enfermo que le refiere tener un "sonido en la espalda" o un "un calor sordo de quijada."
Viene a la memoria la representación sobresaliente de aquél enfermo que, aquejando un dolor crónico en la cabeza consulta al médico, y éste, después de agotar su arsenal tecnológico que incluye rayos X, EEG, Tomografía axial computarizada o de emisión de positrones, al fin le informa: Estimado señor, ¡usted no tiene nada!
La tecnomedicina sanciona así por encima de la persona que "padece" negándole su derecho a "estar y ser con su enfermedad": "no hay enfermedad, luego usted no está enfermo" –se le dice-, aunque le duela.
La medicina del siglo XXI debe replantearse el reforzar en sus representantes los elementos intelectuales, principalmente filosóficos, históricos, éticos y legales que le guíen, teniendo como eje a la persona enferma.
Además, deberán ser hábiles en la semiótica (parte de la medicina que trata de los signos de las enfermedades desde el punto de vista del diagnóstico y del pronóstico) con y sin el auxilio de la robótica (entendida como el empleo de aparatos que, en sustitución de personas, realizan operaciones o trabajos diversos) y practicando una medicina con humanitarismo, esto es, con una actitud vital basada en una concepción integradora de los valores humanos.

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