viernes, 2 de febrero de 2018

"Hantiguedades" 2a. Parte


O el misterio criptográfico.

Dr. Xavier A. López y de la Peña

            Entretanto se arreglaba o no doña Tula con la mujer del niño de los mocos (Léase “Hantiguedades” de fecha 20 noviembre 2017) inicié tranquilamente el habitual recorrido por la estantería de metal oxidado que tapizaba los muros de piso a techo del negocio, desbordante de trebejos inútiles. Buscaba pequeñas cosas antiguas y con relación al hacer médico: jeringas, fórceps, recipientes, medicamentos, libros, etc. Aunque pretendía –como era mi costumbre- aparentar que no sabía qué buscaba, porque me había hecho la idea de que si el comerciante percibe que el posible comprador muestra interés en “algo” particular, de inmediato ajusta el precio de la mercancía a la “alza” como suele decirse en el argot  bursátil; esta estrategia, sin embargo, no me funcionaba más con doña Tula. Ella sabía perfectamente qué buscaba y, como si hubiese un acuerdo no expreso entre ambos, cada uno asumía su papel de ignorante en cuanto a las intenciones del otro. También adivinaba que doña Tula tendría “escondida” alguna cosa que pudiera interesarme y ya para salir de su local sin comprarle nada –como también era mi costumbre, me diría atajándome: ... creo que tengo una “pincita  poray que parece para dotores”. A ver si le sirve -añadía con voz más suave, bajando los ojos y corriendo en busca del objeto para mostrármelo-.
            Mirando aquí y acullá llamó mi atención una estructura metálica aparentemente que estaba colocada atrás de un viejo radio de bulbos Zenit transoceanic asomando por uno de sus ángulos. Y acaparó mi interés ver que tenía unas letras inscritas en aparente latín. Lo saqué y efectivamente las letras grabadas estaban en latín. Se trataba de una pieza de bronce conformando un triángulo equilátero de unos 30 cms. por lado cuyos vértices remataban en círculos en los que se leía: Pater, Filius  y Sps Sctus, los lados que unían a uno y otro vértices a su vez tenían la inscripción: non est y, de cada vértice hacia el centro salían a su vez tres placas a manera de rayos con la inscripción  est y al centro un círculo en que se adivinaban sólo las letras De. Se trababa, como todo parecía indicar, que era una obra en bronce representando al Triángulo Místico, símbolo de la Trinidad del inefable misterio de la fe católica. Quién sabe de dónde saldría esta pieza y qué antigüedad pudiera tener pero... ciertamente, yo no la adquiriría por supuesto. Nada que ver con el hacer médico –pensé finalmente dejándola en el mismo sitio.
            Seguí mirando, escudriñando y cogiendo uno que otro vejestorio para saber qué sería o para qué podría ser o servir en todo caso. No faltaban las planchas de carbón, las cerraduras, los candeleros, los azadones viejos, los marcos para fotografías de madera, las piedras de molino, los radios viejos, las pantallas para lámparas, el foco, vasijas, cadenas y un sinfín de cosas más.
            Una hora después de curiosear por cualquier rincón de los dos locales del negocio decidí que era el momento de retirarme.
            Al llegar a la puerta, escuchando que doña Tula me detenía para mostrarme “algo”, aproveché para preguntarle si acaso no tendría un maletín médico entre sus muchas curiosidades.
            -Recordé que hacía tiempo había visto alguno por allí, era de piel y lucía muy deteriorado por lo cual ni siquiera había preguntado entonces-.
            Los ojillos de doña Tula brillaron por un instante cuando establecimos contacto visual sin que el resto de sus facciones denotara el más mínimo cambio y me dijo desenfadadamente: Creo que allá atrás tengo uno, voy a traerlo. Y uniendo la última sílaba de lo dicho con la acción, puso en movimiento sus piernas rumbo a su escondrijo para traer el maletín por el que sabía me iba a interesar.
            Venía en una caja con otras “viejeces” que me trajeron a vender el mes pasado -dijo mostrándome el polvoso maletín que tenía adherida una etiqueta en su asa, marcada con lápiz con los números 70-.
            El maletín, era efectivamente un maletín médico. De color marrón y con huellas de haber sido recosido en el exterior de uno de sus costados de manera no muy meticulosa. Estaba hecho de piel y fuertemente reforzado con herrajes en las equinas. Lucía muy deteriorado y su asa central se mostraba muy gastada por el uso. Su interior estaba forrado con una tela color beige claro estampada con lo que en sus mejores tiempos habrían sido unas estilizadas flores de lis de color verde oscuro. En la pared posterior e interior, y con el mismo material, tenía una bolsa que se sujetaba con un broche de presión. En la parte inferior y externamente tenía grabados en la piel dos números 16 y 33. Su chapa –sin la llave, por supuesto- tenía adherida por un lado y sujeta con una asa, un pequeño medallón metálico con las iniciales impresas “AP”.
            El maletín -añadió doña Tula, me lo vino a vender la viuda del licenciado Barrera que tenía su notaría allá por la calle del Codo. Este licenciado juntaba muchas “viejeces” y gastaba “muncho” dinero en ello. Mi viejo, que en paz descanse, lo tenía de cliente hacía “muncho” tiempo.
También –siguió diciendo-, me vendió el maletín junto con una caja de fierro que tenía unos papeles y un libro. Hace una semana vendí el libro pero quedaron los papeles –dijo apresuradamente- pues ya corría a traer también la vieja caja.
            Estaba emocionado teniendo en mis manos este maletín médico. Porque ¿cuántas cosas podría contarnos? ¿Qué pacientes habrán sido explorados y atendidos con los instrumentos y remedios que contenía? Seguramente habrá sido testigo múltiples tragedias como de frecuentes dichas. De la mano del médico, éste maletín como muchos otros, se han convertido en un símbolo representativo de la medicina en pie de igualdad actualmente con el del caduceo y el estetoscopio.
            Muy antiguo es el empleo de maletines -recordé. De Roma provienen algunos cofres metálicos que datan del año 300 a. de C. como aquél que pertenecía al ahora con ello célebre médico romano Gaius Firmius que contenía un mortero, vasos y algunos ganchos quirúrgicos. Con el tiempo, el transporte de los materiales de curación, de diagnóstico y análisis médicos en los maletines ha evolucionado pasando de los materiales metálicos, a los de madera, piel, cartón y plásticos.
            Mire –dijo doña Tula regresándome a la realidad-  mientras me mostraba y entregaba la también polvosa caja metálica.
            -Le pregunté si me podía sentar en su banco, a lo que accedió, y me senté a revisarla.
La caja era una caja de hierro forjado, muy pesada,  rectangular, de unos 20 c. de ancho por 40 cm. de largo y 10 cm. de alto con la tapa  convexa y chapa en el frente. El grosor de sus paredes era de 0.5 cm. con una marca en el centro de su base, troquelada en forma oval que decía C.H. Teissier, Paris. Dentro de ella había efectivamente unos papeles amarillentos y parcialmente destruídos por polillas. Algunos eran partes de libros como un cuadernillo de alguna obra ciertamente médica que ostentaban la página 13 a la 30 con una cabeza que reza,  por el anverso LES THÉORIES DE L’HÉRÉDITÉ  y en el reverso ÉTUDE DES CAUSES MORBIFIQUES,  posiblemente proveniente de una obra editada a principios de los años novecientos ya que en el texto mencionan que tratarán la teoría de la pangénesis de Darwin, la teoría de Hœckel, de Nægeli, de Weismann y Bouchard entre otros para enfocar el asunto de la herencia.
            El resto de su contenido eran siete hojas de  tamaño carta que tenían unas anotaciones manuscritas alfa numéricas en una sola línea al principio de cada hoja, como las siguientes:

M51.2:4.6:8.9:8.12,16.13:8.15,12.16,10.27,14 

M225.11:3.28:7.32:2.32:6  

M250.10:6.19:8.23:1.24,4.25:6 
           
            Pregunté a doña Tula –de forma desenfadada- por el precio por la caja metálica porque esta no tenía ninguna etiqueta que lo indicara y también me pregunté qué relación podrían tener este maletín y la caja metálica, si es que pudiera haber alguna entre ellas.

¿Habrán pertenecido a la misma persona? ¿Qué significado tenían las anotaciones manuscritas? ¿Se trataría de una forma de escritura encriptada o criptograma y, en su caso, qué significado tendrían?