miércoles, 2 de marzo de 2016

Del sentimiento rítmico de la vida.

Ritmo.
“La música es la receta perfecta para todo facultativo agobiado de trabajo”.
Dr. Harvey Salomón. Internista-timbalero, Nueva York. 1966
© DR Xavier A. López y de la Peña
La vida es todo ritmo. Estamos sometidos a las variaciones rítmicas estacionales de primavera al invierno, ciclos día-noche, frío y calor, y al cambio cósmico cíclico también con variaciones temporales diversas como algunos de los factores externos. Somos compañeros inevitables de nuestro propio y rítmico latido cardíaco, del ritmo respiratorio, de la cadencia de nuestro talante que oscila rítmicamente también entre la alegría y la depresión, de ciclos hormonales circadianos, ultradianos e infradianos como algunos factores internos. La expresión emocional vibra también a ritmos. Con la voz inicialmente expresamos nuestras emociones -a más de gestos y posturas- y luego a través de instrumentos. Sonidos rítmicos creados con instrumentos que posteriormente se armonizaron.
¿Qué música nos hace vibrar de emoción? ¿Qué emoción despiertan? Habrá quien llegue a las lágrimas con el canto de un jilguero o el de un canario, como quien se cimbre más ante la modulación de sonidos que con el ritmo como sucede entre los mongoles.
Recuerdo a un viejo argelino, Ahmed, que al tañer acompasadamente un instrumento de cuerdas de fabricación propia pedía a los transeúntes, en los suburbios de Orán, alguna moneda para poder sobrevivir. Música, ritmo y sentimiento de la miseria del ejecutante, haciendo vibrar la compasión del distraído viajero.
Música sacra y profana, contraste de comunicaciones emocionales entre lo sagrado y lo terreno aunque de cualquier forma, sublimes ambos; música folklórica y popular que señala un lugar con sus usos y costumbres tradicionales como la interpretada por un solitario violinista de Helsingland, al oeste de Suecia, contra la sinfónica que alcanza un nivel universal; música infantil que recrea sueños y fantasías propias del menor, contra el estridente ritmo juvenil que en su expresión musical nos demuestra sus pasiones, desencuentros y búsquedas de adolescente ávido por crecer y ser; música para evocar o, inclusive, para forzar a comer. Ritmo que excita a favor o deprime en contra de una u otra expresión emocional.
El ritmo es también señal. Ha sido usado como señal de duelo -deprime-; señal de alerta -excita- como el ulular de las sirenas que previenen sobre un inminente bombardeo o del paso de una ambulancia; solicitud de socorro -demanda- como el representado por el lenguaje Morse con su SOS (tres golpes cortos, tres golpes largos y tres golpes cortos); bienvenida –alegría-. Juego: fanfarria olímpica. Guerra, marcha militar con olor a muerte, rígida. Acongoja si la cadencia del ritmo unida a la experiencia personal nos hace rememorar algún episodio triste en nuestro pasado como escuchar un lánguido dúo de damas japonesas tocando típicos instrumentos de cuerdas: el gekkin y el samisen.
Incita a beber y comer cuando se le escucha en los restaurantes o tabernas haciendo que el comensal o bebensal entre en tensión, y la desesperación -respuesta subliminal- inconsciente que genera, les haga pedir otra copa más o un pastelillo adicional, para mitigarle. Música con mariachis en el Asador Musquis, fiesta, disipación, alegría y jolgorio con el toque nacionalista. Regocijo. El ritmo de las bandas de guerra que al son de sus marchas militares nos indican y marcan orden, disciplina. Ritmos que alientan al honor en la defensa (¿) de una causa, en morir dignamente para ser glorificados y en el matar al prójimo -sin remordimiento- a grado de excelsitud: ... al sonoro rugir del cañón. Ritmo nacionalista o regionalista.
Ritmos cuya cadencia nos hace entrar en un sopor que invita, irremediablemente al sueño. El rítmico sonido del oleaje, relaja y hace entrar en sincronía a nuestros sentimientos. Tic tac de la naturaleza que impacta a otra naturaleza.
Villancicos, o aguinaldos venezolanos evocando episodios navideños cristianos. Rítmico el masaje que en el ir y venir de la mano, o las manos, impulsada por el músculo de ejecutante, hacen fluir el tónico para mitigar la contractura, posicionar la vértebra, reubicar el despistado tendón o dinamizar la linfa estancada. Relajar la tensión.
Ritmo en el aquelarre, las ceremonias de iniciación donde desbordan las acciones colectivas de posesiones ultraterrenas y demoníacas. Ritmo de la marcha nupcial indicando la unión de dos personas ante la sociedad. Ritmo que mueve a convulsión y posesiona a los participantes en ciertas ceremonias haitianas, impregnados de vudú al monótono son de los tambores.
La voz humana que sigue el ritmo de la música y genera también intensas emociones es, en algunos casos, incapaz de ser superada por otros. Es así, que la interpretación de la canción de 1951 Padam-padam interpretada sin el particularísimo estilo de la francesa Edith Piaf, carecería de todo encanto. El artista imprime emoción también al ejecutar su instrumento, sentimiento que se trasmite a quien le escucha. Ritmo, tono, altura, compás, textura, duración, timbre. Emoción en todo. Ritmo y comercio. “Al son que me toquen bailo”, espectáculo taquillero, disco de platino por ventas en el mundo a cierto exitoso fonograma.
Ritmo con el cuerpo en las artes marciales desde el más sutil hasta el más enérgico, con o sin contacto físico con otro. Ritmo en la práctica gimnástica y para el acondicionamiento físico; ritmo del desarrollo muscular a fuerza de contraer una, dos, tres y mil veces más un músculo o un grupo muscular contra una carga determinada; ritmo de construcción de imagen corporal. Ritmo para el baile: danzón, cumbia, vals, joropo, merengue.... Ritmo negro, blanco, amarillo impulsado por el color de la piel de las personas de una u otra región. Ritmo en la siega del trigo, en la pizca del tomate combinando sudor y esfuerzo. Ritmo de banyo (como la famosa composición instrumental de Arthur "Guitar Boogie" Smith, de 1955 para banjo bajo el título Feudin' Banjos) o del blues que surge de las manos negras del recolector de algodón norteamericano como la obra Summertime, aria compuesta en 1935 por George Gershwin, en que nos ofrece una canción cargada de dolor, sufrimiento, esperanza tal vez.
Una vez de viaje en Guatemala, reunidos en una larga casa con techumbre de paja llena de gente, nos sentamos en unas sillas hechas de cuero en el centro. Llegaron luego veinte músicos vistosamente vestidos con chalecos policromos, fajines, pañuelos y calzones cortos, cargando marimbas hechas por ellos mismos y, a su ritmo ejecutaron un repertorio musical incitante mezclado con los olores de la campiña de la ciudad de Retalhuleu, animados entre el calor humano concentrado y los efectos de la chicha.
Ritmos los hay para una contada elite refinada en la que una sinfonía de Mozart, un cuarteto de Beethoven, una pieza instrumental del austríaco Anton Webern, un concierto brandenburgés de Bach, un preludio de Chopin o una obra orquestal de Bartók, son partituras estimadas por los estetas como la más alta proyección del pensamiento musical. En contraposición, la música popular que hermana en la democracia, emana –como dijo Jacobo Grimm- como cualquier cosa buena de la naturaleza, silenciosamente y de la pacífica fuerza de todos; nace como también apuntó Cecil Sharp, del inconsciente colectivo.
El ritmo es, a fin de cuentas y en última esencia parte polifónica de nuestra propia existencia. En cuanto a la música se refiere y como en gustos se rompen géneros, cada quien tiene su especial sensibilidad y respuesta al ritmo y yo, ni hablar, como repetidamente he dicho prefiero el ritmo de la salsa.
El ritmo a nadie puede ser indiferente. El ciclo vital oscila ente el ritmo del nacer y el morir. Ritmo de crecimiento, ritmo de bombeo, ritmo de producción; todo es ritmo, la frecuencia periódica de un fenómeno en el que está inmersa la vida.