domingo, 1 de agosto de 2021

Otredad

 

Otredad. 


A 500 años de la caída del imperio mexica, pero… 
In quexquichcauh maniz cemanahuatl,
ayc pollihuiz yn itenyo yn itauhcain Meshico-Tenochtitlan 
En tanto que permanezca el mundo no acabará,
 no terminará la gloria y la fama de México-Tenochtitlán

Memoriales de Culhuacan.


Dr. Xavier A. López y de la Peña.


            El reconocimiento que hacemos del “otro” como diferente a nosotros, es lo que se conoce con el nombre de “otredad”.
           A nivel social, la “otredad” se suele construir a partir de la alteridad, esto es que desde el punto de vista del “yo”, se tenga “la cualidad de ser otro”, de entenderlo y aceptarlo o, coloquialmente hablando, “de poder ponernos en sus zapatos”; y de la oposición, que es la acción y efecto de oponer u oponerse (proponer una razón contra lo que otra persona dice, poner algo contra otra cosa para impedir su efecto, colocar algo enfrente de otra cosa, contradecir un designio) al “otro”, a aquello que nunca fuimos, no somos y no seremos.
            En síntesis, la “otredad” es percibir al otro como No igual, sin embargo, ello no tiene relación con algo “negativo” y, antropológicamente se concibe como el reconocer y apreciar en el “otro” a un ente ajeno a nosotros, aceptar la diversidad y convivir con ella.
       A la “otredad”, lamentablemente en algunos casos, se le puede asociar con formas de discriminación como la xenofobia, homofobia, racismo o misoginia, entre otros.
            M. Foucault señala que, en toda sociedad, el discurso histórico que se emplea para el manejo de la “otredad” está controlado, seleccionado y redistribuido por procedimientos que tienen la finalidad de conjurar ciertos poderes y peligros, controlar los posibles efectos aleatorios y esquivar su pesada y temible materialidad.
            Sobre este vocablo, el caso de la conquista y colonización de México por los españoles, nos ofrece un ejemplo del desconocimiento y la negación de estos últimos hacia la “otredad” representada por el indígena y su cultura; negación construida con una base ideológica-discursiva para justificar el sometimiento, control y explotación de ellos.
            Por esto mismo, además, debe aclararse y acentuarse que el "indio" recién descubierto no fue reconocido como “otro” en sí mismo, sino como el igual al conocido “otro” asiático (de allí que les nombraran “indios”), pero de la misma manera “incomprensible”, negando y conculcando su “otredad”, para pretender dar validez jurídico-moral a sus acciones.
            La historia de dicha conquista ha sido, es y seguramente será estudiada, discutida y reinterpretada muchas veces más bajo ópticas diversas, militares, ideológicas, sociales, económicas y culturales. Esto es, que esta historia como todas, habrá de conducirse según la Ley Campoamor (llamada así por su autor, el poeta asturiano, Ramón de Campoamor y Campoosorio) con el poema que dice que: …en el mundo traidor / nada es verdad ni mentira: / todo es según el color / del cristal con que se mira. Frase que implícitamente considera que ninguna “verdad histórica”, para referirnos a nuestro caso, tiene un valor inmutable dado que, de cierto, en su cuestionamiento y razonamiento intervendrán el subjetivismo, la arbitrariedad y el relativismo.
            La historia y, con más propiedad, los historiadores se enfrentan inexorablemente entonces contra estos demonios porque, como asienta el siquiatra e historiador argentino Mario Ernesto (Pacho) O’Donell: “…si se insiste en que hay una historia imparcial es porque esa corriente detenta el poder historiográfico. No quiere que se cuestione su versión, la que es dada como natural, intachable. Y el que no lo acepte molesta y hay que denostarlo e ignorarlo…”
            Por todo lo anterior, se explica que la conquista y colonización de México por parte de los españoles encabezados por Hernán Cortés Pizarro, sea mostrada históricamente con distintos colores y matices. La “otredad” conquistada y colonizada es denominada, vista y entendida en múltiples formas que van, permítaseme decirlo simplemente, de lo sublime a lo execrable.

            Veamos algunos ejemplos interpretativos de la “otredad” del indio:

            El cronista español Gonzalo Fernández de Oviedo (1478-1557), en su Historia General y Natural de Indias se refiere así a la “otredad”, representada por los indios: “…son ociosos, mentirosos, crueles, inhumanos, sodomitas, de frágil memoria, inclinados al mal y con toda clase de vicios. Agrega que nada se puede esperar de ellos, porque tienen un cráneo tan grueso y duro que las espadas de los conquistadores se rompen cuando llegan a ellos…”

            El sacerdote católico, jurista e historiador español, Juan Ginés de Sepúlveda refiere que: “Con perfecto derecho los españoles imperan sobre estos bárbaros del Nuevo Mundo e islas adyacentes, los cuales en prudencia, ingenio, virtud y humanidad son tan inferiores a los españoles como niños a los adultos y las mujeres a los varones, o los negros a los blancos, habiendo entre ellos tanta diferencia como la que va de gentes fieras y crueles a gentes clementísimas. ¿Qué cosa pudo suceder a estos bárbaros más conveniente ni más saludable que el quedar sometidos al imperio de aquellos cuya prudencia, virtud y religión los han de convertir de bárbaros, tales que apenas merecían el nombre de seres humanos, en hombres civilizados en cuanto pueden serlo? Por muchas causas, pues, y muy graves, están obligados estos bárbaros a recibir el imperio de los españoles, [...] y a ellos ha de serles todavía más provechoso que a los españoles, [...] y si rehúsan nuestro imperio podrán ser compelidos por las armas a aceptarle, y será esta guerra, como antes hemos declarado con autoridad de grandes filósofos y teólogos, justa por ley natural.
            De otra parte, Fray Bartolomé de las Casas, reconoció el valor de la “otredad” del indio cuando en un famoso sermón preguntó, haciendo referencia a ellos: “¿Y éstos no son personas? Y aun cuando estaba en desacuerdo con su doctrina, luchó denodadamente porque se le diera al indio un mejor trato en consonancia con el derecho natural y divino; esto es, su concepción de la “otredad” de indio se sazonó con la alteridad necesaria para con el “otro”.
            El fraile dominico español, Francisco de Vitoria (1483-1546) por su parte, también justipreció la “otredad” del indio con sus “Justos Títulos” en los que establece:
            “Los indios bárbaros antes de que los españoles llegasen a ellos eran los verdaderos dueños en lo público y privado. El emperador, aunque fuese dueño del mundo, no por ello podría ocupar las provincias de los bárbaros, establecer nuevos señores, deponer a los antiguos y cobrar tributos. El Papa no es señor civil o temporal de todo el orbe, hablando con propiedad de dominio y potestad civil. El sumo pontífice, aunque tuviera potestad secular en el mundo, no podría darla a los señores seculares. El papa tiene potestad temporal en orden a las cosas espirituales. El papa no tiene ninguna potestad temporal sobre los bárbaros indios, ni sobre otros infieles. A los bárbaros, si no quieren reconocer dominio alguno del papa, no por esto se les puede hacer guerra ni ocupar sus bienes. A los bárbaros, porque se les haya anunciado probable y suficientemente la Fe y no hayan querido recibirla, no por ello, sin embargo, se les puede perseguir con guerra y despojarles de sus bienes. Los príncipes cristianos no pueden, ni aún con autoridad del papa, reprimir a los bárbaros por los pecados contra la ley natural, ni castigarles por razón de ello”.
            El motor de la conquista de México por los españoles estuvo liderado por el extremeño Hernán Cortés (1485-1547) quien, a la vista del registro histórico, la “otredad” de este personaje ha desatado una multitud de interpretaciones que varían desde considerarle un apóstol del cristianismo a responsabilizarle por el genocidio indígena mexicano; o como el avasallante e intrépido conquistador que supo entender y aprovechar las circunstancias que se le presentaron y conquistó México, o fue un instrumento títere manipulado por los propios indígenas para ganar su propia guerra contra los opresores mexicas, como lo señala el historiador Federico Navarrete Linares.
            Acaso el indomable orgullo y valentía de Hernán Cortés y de sus correligionarios, fueron las virtudes que le llevaron a conquistar a un enemigo cien veces mayor en número (aquí se define la “otredad”), pero sin fe y que parecía no jugarse sus tierras y su memoria, comandado por el huey tlatoani Moctezuma quien, atrapado por su destino se escondió tras su máscara de majestad y no reaccionó. De esta manera, en menos de 2 años, 1519- 13 de agosto de 1521, la civilización mexica se iba a diluir como se diluye un terrón de azúcar en una taza de chocolate caliente.
            Atemperando el ánimo en la percepción de “otredades” personales y circunstanciales, Hernán Cortés “sólo fue un hombre de su época”, dice el historiador mexicano José Manuel Chávez Gómez (CdMex 1969), como también así lo consideró el historiador español, Esteban Mira Caballos, diciendo que fue:

            Una persona con las mismas virtudes y defectos que la mayor parte de sus contemporáneos. Ni fue un héroe ni tampoco un villano. Un conquistador con suerte, pero a fin de cuentas un conquistador con sus grandezas y sus miserias.

            Para terminar, refiriéndose y coincidiendo ahora con la opinión del mexicano Premio Nobel de literatura Octavio Paz, quien expresó:

            El conquistador debe ser restituido al sitio a que pertenece con toda su grandeza y todos sus defectos, es decir, a la Historia. Así dejará de ser un mito antihistórico y se convertirá en un personaje histórico, es decir, humano. Entonces los mexicanos podremos vernos a nosotros mismos con mirada clara, generosa y serena. 


            Es así que, entre lo bueno o malo, justo o injusto, la verdad, el mito o la leyenda, el historiador, crítico, biógrafo, ensayista o el simple comentarista ciudadano, se devanea en consonancia con sus propias capacidades y limitaciones sobre el significado, representación, interpretación, tolerancia y aceptación o rechazo -en su caso-, de la “otredad”.