lunes, 3 de junio de 2013

Guadalupanismo

EL MEXICANO Y LA RELIGION: UNA CONFRONTACION HISTÓRICO-IDEOLÓGICA
© DR. Xavier A. López y de la Peña
"Señor Malinche: si tal deshonor como has dicho creyera que abrías de decir, no te mostrara mis dioses. Estos tenemos por muy buenos, y ellos nos dan salud y agua y buenas sementeras y temporales y victorias cuantas queremos; y tenémoslos de adorar y sacrificar; lo que os ruego es que no se digan otras palabras en su deshonor".
Palabras de Moctezuma a Hernán Cortés.
Mucha tinta a corrido en la discusión histórico-ideológica en materia religiosa entre los mexicanos. El tema se mantiene en silencio durante algún tiempo y luego estalla estrepitosamente cuando se toca a alguno de sus pilares como en el caso de la polémica en torno a la Señora del Tepeyac: la Virgen de Guadalupe. Aunada a la ilegalidad, la virilidad, la soledad y el relajo, la religiosidad constituye una invariante -¡qué duda cabe! resalta el Dr. Agustín Basave Fernández del Valle- más del mexicano. ¿Qué es una invariante? Mi querido maestro el Dr. Antonio Oriol Anguera en colaboración con el Dr. Vargas Arreola nos ofrecen en su libro El Mexicano (Raíces de la mexicanidad) de 1983 su descripción: Una invariante es una palabra sinónima de estilo aunque con algunas características propias. La primera condición que le resalta es la de que sea exclusiva, es decir que sólo a ellos competa. La religiosidad de los mexicanos es sólo de los mexicanos. La segunda condición es la permanencia, esto es, que se mantiene a través del tiempo. Nuestros tatarabuelos, abuelos y padres ya la tenían y, la tercera, es la de que se de en todos los estratos o niveles: entre ricos o pobres, entre cultos e incultos de una y otra parte ya vivan en Chiapas o Tamaulipas, es por tanto omnipresente. El milagro del Tepeyac así, cumple con estos requisitos en el pensamiento religioso del mexicano y es parte de su invariante. ¿Es lo religioso un valor? Desde la perspectiva de Carlos Marx, Federico Nietzche y Sigmund Freud seguramente que no, pero en el pensamiento de Tomás de Aquino, Jaime Balmes, Theillard de Chardin o del mismo Agustín Fernández del Valle citado, la respuesta será que sí. De acuerdo a M. Scheller los valores son aquellas cualidades de las cosas o realidades que nos llaman la atención, nos atraen como un fuerte imán, nos dinamizan y nos ponen en tensión de conquista despertando nuestra intencionalidad. Los valores cubren una amplísima gama ya se originen o asienten en lo objetivo, en lo subjetivo o en ambos y, dentro de las categorizaciones más elementales está la aristotélico-tomista que conjunta los valores principales con los trascendentales del ser, en que lo sagrado "asimila" a los valores de la verdad, el bien y el amor, y los trasciende.
La religión está presente en la humanidad y desde el punto de vista de la antropología social, lo religioso constituye un elemento imprescindible como elemento cultural que pretende dar respuesta a la angustia que genera en el ser humano su conciencia como ser limitado en el infinito inexpugnable. Bronislav Malinowsky y Radcliffe Browm se ocuparon con amplitud, de estudiar el sentimiento y pensamiento religioso en las sociedades primitivas y luego Mircea Eliade teorizó sobre lo religioso en el lenguaje contextual simbólico.
El fenómeno religioso gira en torno a la "experiencia de lo sagrado" que se conforma como explicación a las dudas acerca de la naturaleza en su conjunto, descrito como "la realidad totalmente superior al hombre en su ser, su valor y su dignidad, que le concierne incondicionalmente y exige de él una respuesta activa y personal" (Velasco Martín, 1978) La llegada de los españoles a México enfrentó a dos pensamientos religiosos fuertemente arraigados. El dios de la guerra Huitzilopochtli (Colibrí zurdo), Quetzalcóatl (Serpiente emplumada) y Tonantzin fueron destronados objetiva y subjetivamente por la fuerza y substituidos a machamartillo por Jesús, el Hijo de Dios, la Santísima Virgen María y la Virgen de Guadalupe. A la muerte del extraordinario historiador mexicano, Don Joaquín García Icazbalceta (1825-1896), quien se ocupó entre muchos otros temas, precisamente de la historia de Don Fray Juan de Zumárraga, primer Obispo y Arzobispo de México (México 1881) a quien Juan Diego le mostró personalmente "el milagro de las rosas" -ocurrido según la tradición- la mañana del sábado 9 de diciembre de 1551. Sin embargo, la monumental obra referida (consultamos la edición de Editorial Porrúa, S.A. de 1947), no hace ninguna referencia al milagro del Tepeyac por lo que el jesuíta Antícoli se quejó en un opúsculo que fue publicado después en forma anónima en Puebla diciendo que "el autor del estudio biográfico del venerable Zumárraga no escribió como escritor católico cuando nada dijo acerca de la aparición de la Virgen del Tepeyac". Dos años después en 1883, el señor García Icazbalceta le contestó en una carta al Arzobispo Labastida y Dávalos, que éste le había ordenado estudiar el asunto "desde el punto de vista histórico", y que por tanto no había ningún fundamento histórico en la aparición de la guadalupana.
La dignidad eclesiástica le reprochó acremente su "omisión" y Don Joaquín le escribió más tarde al Obispo de Yucatán en 1888 diciéndole: "Mas Vuestra Señoría Ilustrísima afirma y esto me basta para creerlo, que es asunto concluido porque Roma loquta causa finita; y siendo así no me sería ya lícito explayarme en consideraciones puramente históricas: en el teológico y en el histórico. El primero me está vedado por mi notoria incompetencia; y si está declarado por quien puede que el hecho es cierto, no podemos entrar los simples fieles en el otro". Antes de su muerte en abril de 1894 escribía don Joaquín al Padre Gerste: "Me conoce usted íntimamente, y le consta que por ningún interés del mundo desfiguraría yo la verdad histórica... Si esas acusaciones contra la Iglesia tuvieran fundamento, me limitaría a lamentarlo en silencio: ninguna causa debe defenderse con imposturas y mentiras".
Hace algún tiempo la discusión histórico-ideológica en torno a la Virgen de Guadalupe salió a la palestra oponiendo la perspectiva de la ciencia y la fe, y el entonces abad de la Basílica de Guadalupe, Guillermo Schulenburg (Cuando se le preguntó ¿Existió Juan Diego?, él contestó: No. Es un símbolo, no una realidad.) fue el causante. La razón y el corazón siguen líneas irreconciliables, así sin embargo, un sociólogo europeo -nos relata el Lic. Felipe Martínez Rizo en El catecismo electrónico y el futuro del mono semiótico, 1990- comenta que sus maestros jesuitas le decían al hablar de este tema: "Entre la ciencia y la religión no hay ningún conflicto. Cada una opera en un dominio diferente. La Fe no es susceptible de prueba o refutación científica. El mundo físico, a su vez, no es asunto de Fe. Punto". El milagro del Tepeyac es un ejemplo nacional de ésta disyuntiva y frecuentemente enconada controversia.
Cabe también señalar además, que la religión no tiene historia, en realidad es su historia. Como señala Gonzalo Puente Ojea, "No hay un conocimiento religioso que historiar, sino sólo conductas de los seres humanos acerca de referentes inexistentes". Los referentes religiosos no tienen potencia real, existencia en se, porque son el producto de la imaginación, son creados por la mente humana en el ámbito de la conciencia subjetiva y por tanto quedan fuera de las reglas que rigen a la razón.