sábado, 28 de mayo de 2011

La mujer mexicana


Algunas palabras para la mujer.

© DR. Xavier A. López y de la Peña.



    El retrato de mujer, construido y teñido sobre suelo mexicano, guarda tonalidades diversas, incomprensibles algunas, misteriosas otras, bellísimas también las más, que nos muestran la posición mosaica que a ellas y de ellas se ha dado en nuestra tierra mexicana.
    La mujer en México, como en otras latitudes por supuesto, se reconoce como la del “rostro negado”, la que es un-no-es lamentablemente todavía, desde la perspectiva de muchos. Óptica cultural necesitada urgentemente de anteojos con graduación progresiva, no regresiva.
   ¿Qué o cuál mujer? La de Parácuaro, lindo nombre purépecha, la Cabello de Elote salida de la pluma de Mauricio Magdaleno, que nos muestra el encuentro moderno del extranjero italiano Felipe Galeri con Romana la india de la que nace Florentina, la Cabello de Elote recreando en el horizonte michoacano el vivir de una mujer en su circunstancia particular; una mujer mexicana cincelada por la cultura de su momento.
    Quizá Hortensia Chacón, la mujer descrita por Carlos Fuentes en La región más transparente que aprende a callar desde su más tierna infancia porque quien solicita, pide o abruma -dice-, no es mujer. “La mujer -sigue hablando Hortensia- tiene que esperar sin abrir los labios, esperar su momento de dolor y su momento de que la llamen, sin pedir anticipadamente ese dolor o esa llamada, usted lo sabe; y eso aprendí; no con palabras, le digo, no con claridad, pero sí en el lugar mudo de todo lo cierto”. ¿Quién más con su vida, su entrega, sufrimiento y luchas? ¿Sor Juana Inés de la Cruz enfrentando la terrible opresión y censura eclesiástica para “realizarse”, Doña Josefa Ortiz de Domínguez conspirando por la libertad mexicana? ¿Paula, Encarnación, Margarita, Jimena, Juana, Elisa, Martha, Florencia, Josefina, Mireya, Judith, Eloísa, Cristina, Esmeralda, Claudia, Verónica....? Cualquier mujer.
    La mujer y el hombre con diferencias, pero también, con semejanzas notables, se conflictúan no pocas veces en sus relaciones. Uno y otra se miran y conceptúan divergentemente. Mantienen un choque y una eterna pugna por diferendos culturales. Sí, sólo culturales.
    Los machos y las hembras entre otros mamíferos no pugnan entre sí, de suerte que las leonas son leonas y se comportan como leonas, y los leones son leones y se comportan como leones siempre.           Luego entonces ni las leonas quieren ser leones y comportarse como tales, ni los leones quieren ser leonas y comportarse también como ellas. Cada uno de ellos tiene su “hacer” determinado naturalmente. Sí, porque los animales No tienen cultura. La cultura sólo se da entre los seres humanos y ella, sí es orientada por y hacia un sexo, aquí está el conflicto. Mientras que en los otros seres hay “naturaleza”, armonía, en los seres humanos hay “culturaleza”, provocadora de disarmonía que impone a cada quién, ser humano macho o hembra, un rol determinado que “debe” seguir en su vida para legitimarse socialmente ya como macho o hembra. La lucha y diferendo entre hombres y mujeres hace tiempo, pretende desvanecer estos “debe” (culturales) que señalan diferencias a uno y otro en aras de un “ser” (natural). Podríamos preguntarnos entonces, ¿seremos capaces de modificar la cultura haciéndola unisex?
    Hoy como siempre, hechos de la “culturaleza”, hay casos de hombres que quieren ser “mujeres” y mujeres que quieren ser “hombres” y su comportamiento ya sencillo o complejo les hace llegar a extremos de someterse a cirugías de cambio de sexo; un cambio de sexo morfológico que les provea de atributos exógenos, que no genéticos, compatibles con sus “sentires” ya varoniles o femeniles. La “culturaleza”, en la pugna de la sociedad actual, abriga entonces la esperanza de llegarse a la cultura del ser humano “neutra”. Fuera lo masculino y lo femenino predominante de las leyes, igualdad para unos y otras, mismas oportunidades, obligaciones y derechos.
    La cultura ha sido modelada “masculina” quiérase o no y por muchas razones, este es el escollo, el punto álgido. De allí la terminología que, en el hacer “culturaleza”, acuñó en genérico para referirse al ser humano: homo (hombre) erectus, habilis, faber o sapiens, y nunca en la mulier (mujer) erectus, habilis, faber o sapiens. Hoy se pretende integrar la humanum culturae en general, la cultura sin sexo. Pero ya nos estamos desviando.
    La mujer y el hombre proceden del mismo barro, tienen ojos y brazos, cabeza y pies, un corazón y dos riñones, y genéticamente sólo se diferencian en tener (los hombres) una combinación cromosómica XY y las mujeres una doble X (XX).
    Ambos poseen hormonas tiroideas y suprarrenales y son capaces de comer los mismos alimentos si la “culturaleza” no les hace hacerse vegetarianos adictos a la lechuga y las zanahorias o carnívoros afectos a las “carnitas” o la birria, pero en los dos casos, fanáticos a ultranza. Pero... los modelos finales son diferentes. Distribuyen la grasa corporal de distinta forma, elaboran ciertas hormonas en cantidades, ritmos y a receptores en cantidades diferentes o hacia órganos distintos, poseen un timbre de voz también diverso, su pelo se distribuye de manera desigual en unos y otras, utilizan el cerebro integralmente en forma distinta (Los hombres son de Marte y las mujeres de Venus, ya se sabe), se tienen pene o vagina, y más. ¡vive le difference!
     Tienen en sus semejanzas y en sus diferencias sólo dos posibilidades a ser: hombres o mujeres. El intermediarismo e indiferenciación no infrecuentemente polifacético, terreno áspero en que se sitúan alguno/as, aceptado o rechazado por algunos de nosotros, dejan que la verdadera homosexualidad -como dice Oriol Anguera- una vez que se han roto “las amarras genitales a nivel orgánico, una vez liberadas las restricciones a nivel freudiano, una vez borrada la condena limitante a nivel religioso, una vez instalada la juventud en un ambiente de pornografía, “unisex”, discotecas y música electrónica, la sexualidad se hace múltiple y confusa. Ni homosexualidad pura ni heterosexualidad permanente. Lo grave es que una vez instalados sobre esta plataforma intersexual... Todo se vale. Todo es lícito. Todo apetece. Todo Cansa. Nada apetece. En una palabra: vivimos la época de las neurosis noogénicas, y por ende cosechamos a pasto: Depresiones y delirios. Drogas y alcoholismo. Suicidios y homicidios... ¡Esta es nuestra perspectiva para el futuro!”
    Vivimos una “culturaleza” -digo yo ahora- modernista que llega a legitimar uniones y expresiones contra “natura”, valga otro latinajo, ¡mutatio mundi!, afanada en la búsqueda, aún no lograda, del material genético en ellos/as que sea el que promueva ciertos impulsos altruistas de la humanidad, como sugirió el sociobiólogo Edward O. Wilson.
    Bueno, la aprobación de las preferencias sexuales, bajo cierta óptica, ya establecida por la “culturaleza” actual, que la siga el o la que le guste en tanto que cumpla “cabalmente en todos los frentes del comportamiento humano, [...] porque la alcoba del ser humano no forma parte de la vida pública del ciudadano/a”, como indica Oriol Anguera. Entiendo que a algunos/as les gusten los chocolates, yo, prefiero los caramelos y que cada quien disfrute su golosina.
    Pero regresamos a la mujer. Ella, (con la suma de algunos de nosotros, hombres) lucha por la igualdad enfrentando un mundo modelado con troqueles masculinos.
    La “culturaleza”, con más propiedad, debería entonces también ser llamada “culturalezo”. Enfrenta así dos retos de enorme profundidad y complejidad. Por un lado, el de revertir el mundo masculinizado en un orbe uni-genérico (“culturalez” simple podría denominarse, sin a ni o) y luchar contra sí misma por lograr una congruencia entre su concepción real y legítima de independencia, con su actuar autónomo en un medio hostil. De otro lado, compaginar su particularidad procreativa con su ser en “su” circunstancia. La liberación femenina no pretende enajenar a la mujer su capacidad gestadora ni de negar darle su leche al ser nacido, ¡no!, pretende hacerla accesar al voto (que no se piense que ésta es sólo una simpleza), a compartir y construir con el hombre un mundo nuevo en libertad e igualdad. Pretende retirar de la faz de la tierra el concepto represivo religioso (cristiano, musulmán, etc.) que le representa como un peligro y tentación temibles, o sujeta al hombre como lo dice la Epístola de Paulo a los éfesos (éfesos 5, versículos 22 a 23): Fratres: Mulíeres viris suis súbditae sint, sicut Dómino: quóniam vir caput est mulíeris: sicut Christus caput est Ecclésiae: Ipse, salvátor córporis ejus. «Hermanos: Las casadas están sujetas a sus maridos como al Señor; porque el marido es cabeza de la mujer, como Cristo es cabeza de la Iglesia y salvador de su cuerpo», y que cursa periódicamente con impurezas. La Eva inductora al pecado, causal de la tragedia humana. Tentación, pecado, suciedad, represión, histeria, frustración y más, unidos al sexo femenino como epítetos descalificadores elaborados e impuestos por hombres necios. La ideología religiosa lo machaca en sus fieles en interminables frases como esta del Corán (Sura II, La Vaca, 228): “Los maridos son primero que sus mujeres, Dios es poderoso y sabio.”
    La mujer tiene el derecho a accesar al fruto del bien y del mal como le plazca, ejerciendo su libre albedrío y mordiendo la manzana que elija con su propia dentadura; dejando en ella su huella marcada con dos cromosomas X por sobre la faz de la tierra y aún más allá, sin nadie por encima que se lo prohíba.
    La mujer utilizada, enajenada y constreñida debe ya quedar atrás y sólo permanece en remanente en algunas sociedades retrógradas y decadentes, o habitando la enteca mente de algunos estúpidos/as.
    Debe ser historia el mundo de la mujer que delineara Gabriel Careaga en su obra Mitos y fantasías de la clase media en México, describiendo a la mujer-objeto mexicana construida y acotada desde la ideología masculina. Debe ser historia también su retroyección con la Coatlicue, la diosa azteca de la tierra que dio vida a Huitzilopochtli (el colibrí zurdo) y de la que, por otras razones, se ha dado la explicación a su supuesto carácter endeble e indefenso; con la Malintzin de Coatzacualco que se dijo traicionara a su pueblo uniéndose al extranjero Cortés, o con la mujer que se raja o se abre en el lenguaje paziano (de Octavio Paz), quien quiera que sea; debe dejar atrás (su brega es por ello) ya la estigmatización impuesta por las religiones y toda la “culturaleza” machista que le enajena en lo familiar, social, económico, político, cultural y estético para decir hoy, uniendo voces como con la de quienes luchan por ello en sus trincheras:

Hoy soy y seré capaz de crear, creer, proponer y de soñar,
de sentir, vivir, discutir, disentir y compartir,
de disfrutar y sufrir también, ¿por qué no?
en libertad, igualdad y con autonomía en el mundo,
con la alegría y el orgullo de ser humanum mujer.