jueves, 1 de abril de 2021

Ajedrez: juego de la vida

 No saben que la mano señalada

del jugador gobierna su destino,

no saben que un rigor adamantino

sujeta su albedrío y su jornada.

 Ajedrez (fragmento). Jorge Luis Borges. 


Dr. Xavier A. López y de la Peña.

 Vivimos nuestras vidas como si estuviéramos rodeados por una enorme caja: cercados.

            Nacemos en un territorio, tiempo y cultura particulares. En un entorno de valores, emociones, saberes y sentimientos varios, en el que desarrollaremos actitudes, ideas, temores, prejuicios, envidias, deseos, ilusiones, experiencias, proyectos, miedos, dudas, inquietudes, pérdidas, logros, amarguras, amores, angustias, desgracias, enseñanzas, circunstancias, desencuentros, engaños, promesas…

            Llegamos a la vida como si fuéramos un peón (un …peón ladino sobre lo blanco y negro del camino -como señaló Borges-), la pieza de menor valor en un tablero del juego de ajedrez.

            Poco a poco iremos entendiendo nuestro rol a partir de nuestro nacimiento (la apertura del juego), sabremos al avanzar (seno familiar, escuela, lugar de trabajo), poco a poco en las casillas al frente, quién es el caballo, el alfil, la torre, el rey o la reina en nuestro entorno y el lugar y función que cada uno de ellos tiene y ocupan en el tablero inicialmente, además de la relación que guardan con nosotros mismos.

            Sin embargo, llegamos para luchar para vivir y por los nuestros, y a entender que los caminos desde nuestra llegada estarán más o menos ya trazados ( acorde con el estrato social que ocupemos, al país y la cultura en la que estemos): abiertos, libres o cerrados, y pugnando por llegar a alcanzar la casilla final del tablero (unas pocas casillas adelante, equivalentes a estimadas décadas de esperanza de vida, en nuestro país cuando menos); y podremos decidir entonces, en nuestro andar, sobre qué camino o derrotero seguir para lograr mantenernos con vida (vocación, inicialmente), para más tarde, ya en la juventud y madurez tratar de ser felices (quizás poder convertirnos en un alfil, caballo, torre o reina -nunca un rey, eso sólo es por linaje que no tenemos- si llegamos al extremo del tablero). Seguramente encontraremos dificultades en el camino: trabas, incompetencias, corrupción, amenazas, lesiones, desaguisados y sorpresas; por lo tanto, habrá que ser inteligentes, sensibles y perspicaces, hábiles para comprender las complejidades del terreno y aprovechar nuestras oportunidades. Ser sagaces y prudentes, ordenados, disciplinados y constantes: empáticos y creativos.

            Poco a poco aprenderemos de cada una de las piezas del ajedrez (sociedad) sus posibilidades, movilidad, enseñanzas, poder, fuerza y estrategias, su valor y alcances (reglas, leyes, mitos, dogmas), así como también sus limitaciones y debilidades.

            Pero no estamos solos en el tablero, ni limitados a una sola casilla: no. Tenemos frente a nosotros al “otro”, igual en número y territorio, todos en igualdad. Piezas blancas o negras, al azar y sólo para diferenciarse entre el aquí y el allá. Irremediablemente habremos de estar en y con “otros”, en la lucha homo homini lupus (“…el hombre es un lobo para el hombre”, según señalaba a modo de una licantropía filosófica, Thomas Hobbes, en su obra Leviatán de 1651).

            Avanzamos por el tablero (como en la vida) dando traspiés, decidiendo qué camino seguir y qué o no hacer, gozándolo o sufriendo quebrantos y alcanzando quizás logros, objetivos y sueños. Nos vamos acomodando al entorno (en el vivir), según el “otro” se mueva y nos deje -en su caso-, como mejor nos convenga, tal vez con el sacrificio de una u otra pieza en el tablero si ello fuere así.

            Como peones, permaneceremos en nuestro mismo lugar (estrato social), lo escalaremos o retrocederemos -el tiempo lo dirá-; será sólo nuestra decisión y si las circunstancias lo permiten.

            Recordemos: somos peones y por ello sólo podemos ir hacia adelante. El camino a seguir frente a nosotros, está tapizado por casillas alternadas blancas y negras (equivalentes al día y la noche). Probablemente en el andar (vivir) nos amenacen, faciliten, limiten o trunquen el paso o nos destruyan: cierto. Mientras tanto el único camino es seguir con el impulso, el deseo de mejorar, de ayudar, de servir, de amar, de llegar a la meta propuesta. Tendremos que ser inteligentes, estudiar el terreno (prepararnos, conocernos, sabernos), ser capaces de identificar las posibilidades (estudiar las variables) y ajustar nuestras capacidades acordes con nuestros propósitos (estrategias, juicio, raciocinio, sentido común); siempre mirando a los “otros” y evitando a toda costa desviarnos por el mal camino (vicios, pulsiones indeseables o destructivas, delincuencia) que nos coloquen en un posible “jaque”, o nos acaben con el ingenuo “mate del pastor”.

            No obstante, y a pesar de nuestra pequeñez, rápidamente nos percataremos de que no estamos solos en el tablero (mundo). Atrás de nosotros y acompañándonos siempre están nuestros padres, familia, comunidad, país, (representados en este caso por un rey y una reina, dos alfiles, dos caballos y dos torres). A ellos podremos aprenderles y abrirles o interrumpirles el paso. Cada uno de ellos con una historia de vida particular y experiencia en el terreno (motivación, educación-cultura). Se moverán siempre para lograr la meta: crecer, progresar, construir, enseñar y conseguir nuestros propósitos (acabar con el rey contrario -jaque mate-, no importando su color).

            Curiosamente y hablando de color, las piezas “blancas” siempre abren la contienda (apertura del juego), tema en el que los teóricos del ajedrez generalmente coinciden en que se trata de una posición de “ventaja” (la lucha en la vida) o del equivalente a una dictadura; ¿por qué tiene que ser así? ¿qué hará falta para que las piezas “negras” obtengan el mismo derecho?, tal vez democracia en el tablero, equidad en las maniobras, lealtad en los movimientos, perspicacia en las jugadas y honra en la derrota, si fuese el caso; pero, con serenidad, amor y responsabilidad; tal vez enrocarse, más no rendirse nunca… 

Porque esta vida no es

-como probaros espero-,

más que un difuso tablero

de complicado ajedrez.

Los cuadros blancos: los días

los cuadros negros: las noches...

Y ante el tablero, el destino

acciona allí con los hombres,

como con piezas que mueven

a su capricho sin orden...

Y uno tras otro al estuche

Van. De la nada sin nombre. 

Ajedrez. Omar Khayyám