sábado, 1 de mayo de 2021

Avaricia intelectual.

 

¿Qué aprendemos? y ¿Qué enseñamos? 

Nadie se ilumina imaginando figuras de luz,

sino haciendo consciente su oscuridad. 

Carl Gustav Jung. 


Dr. Xavier A. López y de la Peña

Padres, tíos, hermanos, primos, abuelos, vecinos, amigos, desconocidos (autores, técnicos, periodistas, artistas, relatores, conferencistas), profesores en muy diversos niveles y otros: todos nos enseñan, o nos pueden enseñar algo; bueno o malo, útil o inútil, grato o ingrato, con el tiempo aprenderemos también -y ojalá- a decantarlo y tamizarlo.

            Aprendimos a cifrar y descifrar nuestras palabras en símbolos, números o letras, arreglándolas con determinado orden y estilo, siguiendo particulares instrucciones con el propósito de comunicarnos con otros y de que ellos, a su vez, se comuniquen con nosotros.

            Aprendimos a mesurar todo lo que nos rodea, contar, sumar, restar, multiplicar, dividir; calcular áreas, volúmenes, velocidades, distancias, etc., y con ello poder aún prever o idear algo: objetos, instrumentos, técnicas, procesos, teorías. Aprendimos a resolver ciertos problemas que se nos presentan o pueden presentar, despejando ecuaciones, aplicando fórmulas o teoremas: razonando.

            Aprendimos y memorizamos -en algunos casos-, normas y reglamentos, alcances y límites, jerarquías, modales, posiciones, autoridades, comportamiento, costumbres, directrices, prejuicios y reglas; además de responsabilidades, consecuencias y recompensas o castigos.

            Aprendimos sobre los “otros” en nuestro entorno: diferencias varias (sexuales, morfológicas, vestimenta, valores, comportamiento, fuerza, capacidades y debilidades o limitaciones), compañerismo, juego, competencia, colaboración, rivalidad, lealtad; además de equidad, justicia, honestidad, reciprocidad, inspiración, consuelo, confianza y fe; como también, sobre el oportunismo, discordia, envidia, inquina, traición, suspicacia, engaño, cizaña, mentira, celos, infamia y más.

            Aprendimos sobre lo que es bueno o malo, susceptible o irrealizable, aceptable o inaceptable, insano o saludable, creíble o increíble, veleidoso, posible o imposible.             Aprendimos sobre algunos credos, dogmas, mitos y leyendas, al mismo tiempo que sobre disparates y tarugadas mil, tanto como realidades, certezas y verdades incontestables y, de la misma manera, pero en otra esfera: amor, libido, pasión, ternura, comprensión, compañía, tolerancia, solidaridad y, en otro sentido, desdén, infidelidad, indiferencia, rechazo, abandono y destrudo, a la manera como hizo referencia a la energía negativa o impulso destructivo humano, el psicoanalista Edoardo Weiss en 1935.

            Aprendimos a vestirnos, asearnos, ordenarnos, ejercitarnos o descansar y dormir, y a cumplir con nuestras labores siguiendo determinadas pautas, horarios y formas, y rutinas para ello.

            Aprendimos sobre nuestro cuerpo, partes, órganos, aparatos y sistemas. La composición química del mismo, sus procesos e interacciones, sus necesidades. Sobre nuestros talentos, pulsiones y voliciones, filias y fobias.

            Aprendimos sobre la naturaleza que nos rodea y de la que somos parte, geografía, historia, literatura, arte, ciencia, técnica y la filosofía. Aprendimos a conformar nuestra propia visión del mundo, tan amplia y diversa, como tan limitada y simple puede ser en consonancia con nuestras capacidades y oportunidades, que buscamos o que se nos presentaron. Según nuestra propia inquietud, por el deseo de saber y conocer más, por la constancia, determinación, tesón y esfuerzo en ello implicado.

             Esto es, aprendemos a aprender. A adquirir -poco a poco- los conocimientos que nos proporcionen todos aquellos recursos disponibles en nuestro entorno para afrontar la vida con mejores posibilidades de seguir adelante.

            Desde nuestras primeras letras, hasta la formación profesional, en su caso, vamos adquiriendo conocimientos, desarrollando habilidades y puliendo nuestro intelecto con la razón, esfuerzo y tenacidad y, ciertamente también, con algunos retrasos, tropiezos y fracasos, pero siempre interesados en seguir adelante construyendo nuestro propio destino.

            Aprendimos una tarea, un trabajo, un oficio o una profesión, dado que la vida es “hacer”. Diferenciamos lo que es un objeto de un sujeto e integramos -si podemos llegar a ello- el Yo con el Tú y el Todo, en el Universo.

            En esta constante y demandante labor, aprendimos también a lidiar con nosotros mismos, con nuestras propias cargas “positivas” o “negativas” (como todo en la materia -recuérdese-, dichas cargas, son una propiedad de la materia), refiriéndonos a lo que nuestro Yo piensa o desea hacer y lo que nuestro Ello nos opone, y acaso lo que nuestro Superyó severa e implacablemente nos cuestiona o critica. Esto es, que habremos de tomar constantemente múltiples “decisiones” en nuestro cotidiano hacer: hacer o no hacer (To do or not to do). Buscando y tratando siempre de llegar a lograr sublimar la prosa en poesía o, como en el psicoanálisis se asienta: dando cauce a nuestros instintos con acciones más aceptadas en concordancia con lo dispuesto por la moral y lo social. De cualquier manera, sólo con el entendimiento de lo aprendido y la razón, podremos aceptar y asumir -equilibradamente- nuestras verdades, tanto como atemperar nuestras propias dudas, y lidiar contra el narcisismo, el maquiavelismo y la psicopatía.

            Abramos pues los ojos a la búsqueda del conocimiento (en todos los órdenes posibles), a sabernos, a entendernos, a comprendernos y a tolerarnos -en su caso-; continuemos pues aprendiendo, dejando atrás la gazmoñería, fatuidad y petulancia del super Yo dominante, para poder seguir luchando por seguir pensando con libertad y actuando con responsabilidad.

            Ahora bien, de todo lo que hasta ahora hemos aprendido podríamos tener la suficiente entereza, honestidad y certeza de llegar a decir que:

            Tenemos un buen grado de madurez emocional. Esto es, que consideramos estar mejor con nosotros mismos, que tenemos tranquilidad, estabilidad, sensación de plenitud; que nos aceptamos y queremos como somos; que aceptamos nuestra posición en la multiculturalidad en la que vivimos; que respetamos, toleramos, nos adaptamos e incluso ayudamos a la comunidad social que hay y nos rodea en los “otros”; esto es que tenemos un buen grado de empatía y templanza.

            Que somos capaces de aceptar las críticas que recibimos y de responsabilizarnos por las consecuencias de nuestros actos, o que nos conducimos con prudencia o buen juicio y sensatez, como algunos indicadores de madurez mental lo señalan.

            Que somos capaces de entender -dicho sin pedantería- nuestra pequeñez en el Universo, al mismo tiempo que nuestra grandeza como entes “pensantes” únicos, irrepetibles e insustituibles.

             En estos tiempos que vivimos basados en la economía capitalista que lleva tras de sí una violencia (psicópata) de magnitudes catastróficas, la sociedad subvalúa el concepto de autoridad y mina socarronamente la solidez de las instituciones básicas: religiosas, educativas, políticas y familiares. Nos mantenemos en una situación de crisis crónica que arrasa con los valores éticos y morales en que se apoyaban, y domina entonces “el desapego afectivo, la anomia y el egocentrismo”.

            Como lo señala la doctora en psicología Inmaculada Jáuregui Balenciaga: “Nos desenvolvemos en una sociedad en donde “todo se vale”, se trastocan los legítimos valores y se promueven el engaño, la manipulación las emociones superficiales y las sensaciones. Esto es, vivimos y nos mantenemos cercados en nuestro Yo. Solemos ser indiferentes y despreocupados para con los “otros”, socializados en un entorno cultural individualista, amoral y hedonista, en donde el Yo se desarrolla a través de transacciones mercantiles de autorrealización”.

            El camino es difícil y el empeño arduo. Tratemos entonces de romper “con el mandato colectivo del éxito y el bienestar, nuestra adicción a la luz, a la evitación del dolor, el ir en contra de seguir protegiéndonos en una imagen falsamente construida para agradar a otros. Es hacer que el ego renuncie a su orgullo y fatuidad y decir Sí, ese soy yo, como refiere la psicóloga Carmen Pinto Larraín”.

            Pero, además, y ya que aprendimos algo acerca de esto y lo otro, ahora nos corresponde -continuar aprendiendo, desde luego-, reproducirlo, corregirlo -si es el caso- mejorarlo y compartirlo.

            No obstante -y esto es lo más importante-, pugnemos por No quedarnos atesorando el conocimiento adquirido para convertirnos en una especie de avaro intelectual. ¡No, compartámoslo!

Porque, a la manera como lo refiere Miguel de Unamuno: Es detestable esa avaricia intelectual que tienen los que, sabiendo algo, no procuran la transmisión de esos conocimientos e, íntimamente, como lo expresara Rudolf Steiner saber que, al final, la evolución espiritual no se manifiesta por la posibilidad de almacenar conocimientos, declamar verdades u obrar milagros, sino por la capacidad de corregir los propios errores, y de continuar aprendiendo a conocernos y tratar de ser mejores personas.