martes, 4 de marzo de 2014

Sobre la Ley.

LA LEY: SU VALOR Y LA BASE SOCIAL.
© DR Xavier A. López y de la Peña
El valor de los derechos del hombre está en... “el de los derechos que, aunque todavía no los son conforme a los textos de las leyes, han alcanzado o van alcanzando reconocimiento en la conciencia de los pueblos o en sectores importantes de ellos; pero no una conciencia pasiva o contemplativa sino, si se me permite la expresión, una conciencia militante, no en un sentido bélico, claro, sino en el de una voluntad de luchar, de asumir riesgos por una causa en que se cree.”
Antonio Carrillo Flores (1909-1986)
El punto de referencia entre las relaciones humanas se sitúa en la Ley y esta sirve para establecer orden y concierto en la sociedad orientándose hacia el bien común. Aristóteles con toda justicia en el siglo IV a.C. se refirió al ser humano como el de que es un “animal esencialmente sociable”. La ley, compuesta con diversos ordenamientos y utilizando un lenguaje propio se hace difícil, cuando no imposible de comprender para el ciudadano común que le mira receloso y se genera, aunado a la reiterada costumbre de violarla en nuestro medio, una gran desconfianza sobre la ley y el derecho.
La idea de la ley confrontada por los hechos en un juicio, inmediatamente trae a la memoria de las personas en general, la imagen de un tormentoso camino lleno de incomodidades, sinsabores y asperezas cargadas de enormes costos económicos y morales en manos de abogados que conocen, no una sino mil formas de “arreglar” el asunto a favor, por supuesto, de una y otra de las partes en conflicto. Hacen ver, además, que tanto una como la otra detentan la razón, es decir, su causa es legítima ¿quién entonces está equivocado? Los conflictuados así representados por sus abogados, cada uno con su pretendida “razón” se presentarán posteriormente ante el árbitro de la ley: el juez, quien teóricamente se hace cargo de seguir ciertas reglas encauzadas a la búsqueda de la verdad considerando las pruebas y los testimonios que de uno y otro lado se presenten, y que habrá finalmente de emitir una resolución, un juicio que sancione a favor de uno u otro el diferendo.
Históricamente los grupos sociales de antaño debieron subordinarse a una persona que hubo de constituirse en “jefe” emitiendo reglas o normas de conducta (leyes) para el buen desarrollo de la comunidad, tanto en el orden territorial, como en el de relaciones entre ellos mismos de forma organizada con lo que se sustenta de forma primitiva la idea del Estado. Este modelo primigenio de ordenamiento cimentó la estructura legal que aún nos rige, dando marcha atrás a la anarquía y la barbarie prehumanas. La palabra escrita desde sus orígenes hace 5000 años aproximadamente, ya registra testimonios de leyes y reglas dirigidas a las personas para hacerlas cumplir y lograr convivir en armonía y generalmente eran consideradas como provenientes de una divinidad.
El código babilónico de Hammurabi (1750 a.C) escrito en lenguaje sumerio es un ejemplo notable de ello ya que en la parte superior de la estela o cilindro de diorita que le contiene, tiene un relieve que muestra a el mismo rey Hammurabi recibiendo el código de manos del dios-sol Shamiash. Los hititas y sumerios posteriormente asimilaron las leyes babilónicas y las trasmitieron a la cultura judeo-cristiana. Algunas reminiscencias de este proceso quedaron plasmados en el Decálogo entregado por Yahvé o Jehová a Moisés en el monte Sinaí al año 1300 a.C y que a través de una recopilación pacientemente realizada durante siglos de este y más ordenamientos jurídicos, conformaron una serie de leyes conocidas como Ley mosaica. La ley hebrea que se conoció más ampliamente por su severidad ante el aserto del “ojo por ojo y diente por diente” (Éxodo 21:12). Solón (639-559 a.C.), el filósofo elegido como supremo arconte o gobernante de Atenas en el siglo 594 a.C., heredero de una cultura occidental rica en leyes y conceptos como los de la igualdad y libertad de los hombres, y sustentando el germen del conocimiento de que el real sentido de la ley es lograr una sociedad perfecta, transformó las despiadadas leyes de Dacrón ubicándolas en un ámbito de justicia dando seguridad a los ciudadanos de que las leyes no pudieran ser interpretadas por los jueces a discreción, y por ello, se le considera el verdadero fundador de la democracia. Dijo Solón que redactaría sus leyes de manera que todos los ciudadanos se convenzan de que les es más útil obedecerlas que violarlas.
El Corán (kitab-ullah, libro de Dios), la obra escrita que más ha influido en el mundo después de la Biblia, contiene la palabra divina para el mahometano revelada por Alá al profeta Mahoma ofreciendo el summum del saber y constituye la base de la política, la moral, las leyes y la religión musulmanas. El México prehispánico también tuvo un sistema legal conformado por tribunales y jueces encargados de la administración de la justicia encabezados por el cihuacóatl que hacía las veces de magistrado supremo y era nombrado por el rey. Tribunales como el tlacatecatl conformado por tres jueces y que despachaban en los palacios, o las solemnes audiencias que se celebraban cada 80 días, los nappapohuallatolli, que atendían los asuntos más graves y determinaban las sentencias, muchas veces severísimas, a los reos convictos. Los dioses en la cosmovisión náhuatl decididamente influían en las decisiones de los jueces y súbditos presentándose como señales diversas: la rotura de un cántaro o una lluvia de estrellas; por doquier se manifestaban, sólo habría que interpretarlas en el correcto sentido y proveer lo conducente. La Colonia en fin, ya tocando a su término, impuso en México una serie de leyes inspiradas en el depurado código napoleónico del que abrevó España y transmitió a Hispanoamérica vía descubrimiento, conquista y colonización.
Nuestras leyes actuales tienen una rica historia y tradición nutrida en muchas fuentes y que están amalgamadas en la Constitución. Empero, el precepto constitucional se ve violado con harta frecuencia. El sistema legal como inicialmente señalamos, se presenta ahora desvirtuado y parece manejarse en forma discrecional apartándonos de la opinión que Antonio Aparici y Guijarro (1815-1872) hiciera: ...si tenemos una ley, debemos cumplirla en el espíritu y en su letra; una mentira deshonra a un particular, una ley que es mentira corrompe a un pueblo. No queremos ver más a un puerco en el Congreso de la Unión como sucedió alguna vez en nuestro pasado histórico, como reflejo del desatino, desacierto, burla, mofa y descontrol de una sociedad de partidos, que verdaderamente están partidos, sumida en la desconfianza y la inseguridad, en la falta de respeto hacia las instituciones y en medio de una pobreza creciente en la que sienta reales la corrupción; el cáncer que devora despiadadamente a la sociedad mexicana como si fuese un buitre que hace suya la carroña. De una sociedad guiada por aquellos que tergiversan la verdad, aplican las leyes discrecionalmente y pretenden calificar la verdad o las leyes invocadas por una persona, o un grupo de ellas, en tener o no una base social, que no razón.
Los próceres de nuestra Independencia fueron tildados en su tiempo de rufianes sin base social, pero la razón de lo legítimo de sus ideales dio a su gesta insurgente luz en el camino del México en el que pretendemos vivir. A México lo oscurecen unos pocos. Por poco tiempo habrá de ser mientras se tenga el valor civil de denunciar y señalar los atropellos de los que hacen de las leyes, que hacen de ellas lo que les viene en gana y piensan que pueden engañarnos.
La sociedad está despertando y grita por la justicia. La ley tiene el valor de la base social que la creó, y el ciudadano o los ciudadanos que la invocan tienen la razón, aunque algunos ciegos y sordos a esta verdad no la quieran, todavía, ni “ver ni oír”. El último grado de perversidad es hacer servir las leyes para la injusticia, como dijo el enorme pensador Voltaire (1694-1778).