miércoles, 26 de octubre de 2011

Polifonía a Dios


¿QUÉ ESCUCHA DIOS?

©DR. Xavier A. López y de la Peña


(Salmo de David) YHWH es mi pastor; nada me faltará.
En prados de tiernos pastos me hace descansar. Junto a aguas tranquilas me conduce.
Confortará mi alma y me guiará por sendas de justicia por amor de su nombre.
Aunque ande en valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo. Tu vara y tu cayado me infundirán aliento.
Preparas mesa delante de mí en presencia de mis adversarios. Unges mi cabeza con aceite; mi copa está rebosando.
Ciertamente el bien y la misericordia me seguirán todos los días de mi vida, y en la casa de Jehovah moraré por días sin fin.

SALMO 23: ORACION JEHOVÁ ES MI PASTOR


Imaginemos a un grupo de diez y siete personas balanceándose rítmicamente hacia atrás y hacia adelante durante horas seguidas mientras recitan de forma acompasada la Tora en una sinagoga situada en un suburbio de Tel-Aviv, o en un bullicioso barrio bonaerense. El movimiento oscilante de sus cuerpos recuerda la prohibición ancestral a montar sus caballos en el desierto a estos practicantes de judaísmo cuyos orígenes se remontan a un puñado nómada asentado finalmente alrededor del año 3000 cerca de Jerusalén y cargado de historia de los sumerios, hititas, asirios, babilonios y egipcios. Las oraciones se encaminan a la búsqueda del Dios, Yahavé, “Oye, Israel, Yahavé es, nuestro Dios, y Yahavé es único” (Deuteronomio 6:4) con lo que imprimen el concepto monoteísta a su religión y le siguen fielmente.
En la República Islámica del Irán entre tanto, y particularmente en la ciudad de Mashhad al oriente del país, un grupo de obreros de la construcción terminan sus oraciones -las quintas de aquél día- postrados de rodillas y con la frente en el piso siempre en dirección hacia la Meca en un ritual propio del islamismo. El islamismo surgido con Ismael, hijo de Abraham y su segunda esposa Agar, que debía caminar hacia el sitio donde debería erigirse La Meca -según reza el Corán-. El islamismo tomó su forma final con Mahoma (el “muy alabado”) nacido en el año 570 a.C. en el seno de la tribu koreish, a quien le fue revelado el Corán, la biblia del islam, la palabra de Alá.
Cargado de reflexión interior en la búsqueda incesante del autoconocimiento para llegar al centro que da vida a la mente humana, ser inagotable que nunca muere, ilimitado e infinito, el practicante del Hinduismo en Nueva Delhi a su vez persigue el Atman o Brahmán (Dios en sánscrito), la Divinidad. El cuerpo, la personalidad y el Atman-Brahmán, forman la unidad mística a cuya esencia puede accederse por diversas vías. A través del yoga jnana (conocimiento) que unifica al reflexivo practicante con Dios por mediación del conocimiento, pero no del conocimiento que proviene la información, sino del discernimiento intuitivo que hace vivir las ideas con una gran intensidad; por medio del yoga bhakta (servicio devoto) , camino de amor hacia Dios dado “como el fluir el agua del Ganges hacia el océano”; por medio del trabajo siguiendo el yoga karma; o a través del ejercicio psicofísico mediante el yoga raja que, en una introversión voluntaria, da al yogui practicante la experiencia personal “del más allá que reside en su interior”, utilizando el cuerpo como vehículo para la mente.
Siddaharta Gautama de Sakya, mejor conocido como Buda (el Iluminado o Despierto) nacido en lo que ahora es Nepal hacia el año 563 a.C. generó el budismo que practica hoy un monje tailandés de Bangkok a las orillas del río Chao Phraya meditando inmóvil, con las piernas cruzadas y con los ojos abiertos durante horas en la ejecución del séptimo paso, uno de los múltiples ejercicios para alcanzar el Nirvana (la “extinción”, en la que toda noción del yo se disuelve ante la divinidad). El Nirvana entendido no como Dios definido como creador personal, sino como Divinidad; el Nirvana permanente, estable, imperecedero, inamovible, sin edad, inmortal, nonato y no convertido, que es poder, beatitud y felicidad, el refugio seguro, el cobijo y el lugar donde se está a salvo de todo acoso; que es la Verdad real y la Realidad suprema -señala Edward Conze-
Al pie del T’ai Shan, la montaña sagrada de China los seguidores del confucianismo (religión nacional de China durante la dinastía Han) siguen su doctrina, ya algo modificada, orientada hacia la perfección del hombre, compenetrándolo con sus deberes a través de la enseñanza en cuyo eje se sitúa el respeto a sí mismo y a los demás. La influencia ética de la ideología confusiana se muestra como ejemplo al observar a un grupo de taxistas japoneses que, reunidos frente a la estación central de Kioto, impecablemente vestidos con camisa blanca, corbata, pantalón negro y el calzado lustroso a primera hora de la mañana, hacen la promesa de servir a sus clientes, a su compañía, a la ciudad de Kioto, al Japón y al mundo momentos antes de iniciar sus labores cotidianas.
En la capital Taipei de la próspera e industrializada isla de Taiwán, llamada anteriormente Ilha Formosa (“isla bella o hermosa”) por los portugueses en 1517, radica la Iglesia taoísta llamada en chino Tao Chiao atribuída a Lao Tsê (ca. 604 a.C.). Artífice de ésta corriente de pensamiento, Lao Tsê guió y guía el pensamiento de millones de chinos por la senda romántica, espontánea, natural y trascendentes inspirados en su pequeño libro de cinco mil palabras apenas, el Tao-te-king (Libro del poder del camino) la biblia del taoísmo. Los practicantes taoístas pretenden incrementar su “energía vital” o ch’i mediante rituales y acciones en torno a una selectiva alimentación, a través de ciertas prácticas sexuales y ejercicios respiratorios con los que pretenden atraer el ch’i de la atmósfera para incorporarlo a sí mismos. No sorprenden sus dinámicas psicofísicas marciales del t’ai chi chuan que combinan movimientos, danza y meditación bajo el marco filosófico del yin y yang. Dice el Tao-te-king: “Hay un ser maravilloso, perfecto. Existía antes que el cielo y la tierra. ¡Qué calmo es! ¡Qué espiritual es! Está solo y no cambia. Gira y gira, pero no por ello sufre. Toda vida proviene de él. Cual manto, cubre todo con amor y, sin embargo, no pide honores ni exige ser el Señor. Yo desconozco su nombre, y lo llamo Tao, el Camino, y me regocijo en su poder”.
Inserto en la tradición histórica judía nació Jesús en Nazaret hace más de 2000 años dando inicio al cristianismo que hubo de dividirse pasados unos siglos en el catolicismo romano con sede en el Vaticano, y que fue la religión oficial del Imperio Romano en el año 380 y hasta el 1504, fecha en que se escindió en la ortodoxia oriental (Iglesia ortodoxa con sedes en Albania, Bulgaria, Georgia, Grecia, Rumania, Rusia, Serbia y Sinaí) y la católica romana occidental escindida a su vez por razones ideológicas, económicas, sociales y políticas en el protestantismo surgido en el siglo XVI (Lutero, Calvino, Enrique VIII, etc.) y que dio origen a varias iglesias o ramas: la bautista, luterana, calvinista y anglicana. Todos los seguidores de ellos ya estén en México, Dublín, Cochabamba, Holanda, Rochester, París o Filipinas, sin embargo, refrendan el compromiso del ser humano con Dios a través de la fe como respuesta personal.
Termino este brevísimo asomo hacia algunas religiones con las palabras del autor (Houston Smith: Las Religiones del Mundo. Ed. Océano, México 1997) que me inspiró a escribirlo:
“¡Qué extraña compañía es ésta! Los seguidores de Dios de todos los países elevando sus voces al Dios de toda vida de las maneras más dispares que puedan imaginarse. ¿Cómo suena en las alturas? ¿Como un alboroto? ¿O las razas se fusionan en una armonía extraña, etérea? ¿Es que una religión va a la cabeza, o algunas hacen el contrapunto y la antifonía cuando no todas corean a la vez?”.
Así entonces, para el que cree:
¿Qué escucha Dios?,
¿Entenderá algo?