viernes, 1 de enero de 2021

 Orden y Biosemiótica.

Orden y Biosemiótica.

 

Pero ¿por qué la naturaleza produce orden?

No se puede responder aún, pero de cierto

es un proceso de la energía-materia que reta,

aun cuando temporalmente, a la entropía del Universo.

 


 

Dr. Xavier A. López y de la Peña.

 

Orden ¿qué es el orden?

            En el diccionario de la Real Academia Española se define el vocablo orden como la colocación de las cosas en el lugar que les corresponde (esto implica, necesariamente, que se establezca para ello con anterioridad, una particular secuencia); la buena disposición y concierto de las cosas entre sí (esto es, que tengan armonía, determinado sentido, funcionalidad en su caso); la regla o modo que se sigue al hacer las cosas o a la serie o sucesión de las cosas (un sistema o protocolo de elección y selección), entre otras Bien, pero abundando un poco más y complejamente sobre dicho término, el orden es la propiedad que surge cuando varios sistemas abiertos, pero en origen aislados, interactúan por coincidencia en el espacio y el tiempo, produciendo, mediante dichas interacciones, una sinergia que ofrece como resultado una realimentación en el medio, de forma que los elementos usados como materia prima dotan de capacidad de trabajo a otros sistemas en su estado de materia elaborada.

            Algunos sistemas son capaces de tener memoria y pueden establecer un método organizado y coordinado para repetir el logro alcanzado por selección natural, y acelerar el objetivo propuesto, pero pagando un precio: pérdida de su individualidad, mayor dependencia de nuevos elementos que pueden existir gracias a una economía más holgada, pero ganando en especialización. Con esta mirada, el orden es la organización de las partes para hacer algo funcional y preciso, lo cual implica la presencia de un cauce que establece una transacción de cargas con menor coste y por lo tanto con potencial de desarrollo a una psicodinámica emergente, dando la oportunidad al observador de imputar una finalidad intencional y, como puede deducirse, de una acción inteligente.

            Sea como sea, para el ser humano el orden es necesario y buscado simplemente para entender todo lo que hay en el mundo, ya sea una estructura física, el organismo de un animal, un suceso meteorológico, una ley física, un proyecto de diversa índole o simplemente para leer un libro entre otros. Todo lo inteligible requiere entonces, para su asequibilidad, de un orden determinado, una secuencia y con ello, desde los tiempos primitivos cada cultura ha estructurado sus propias explicaciones interpretando y ordenando todo lo que le rodea.

            Primitivamente la realidad era concebida dependiendo del azar, por los cambios estacionales, por influencia de los astros, por la voluntad de los dioses, por eventos fortuitos, por desobedecer ciertas costumbres, por pensar o comportarse de forma diferente al común, etc. Hasta llegar al pensamiento clásico griego que dio luz a la concepción de el orden en la naturaleza, rechazando la concepción primitiva azarosa del mundo y considerando que el orden de las cosas obedecía a una Ley natural, a un logos o principio ordenador, a una razón originada de una inteligencia.

            De hecho, en Las metamorfosis, obra del poeta romano Publio Ovidio Nasón (siglo I a. de C.), quedó registrada la siguiente máxima latina en referencia al origen del mundo:

            Tanto en el mar como en la tierra y el cielo (…unus erat toto naturae vultus in orbe, quem dixere chaos: rudis indigestaque moles nec quicquam nisi pondus iners congestaque eodem non bene iunctarum discordia semina rerum) uno era el rostro de toda la naturaleza en el mundo que se dice Caos: una masa bastante ruda e indigesta, un bulto sin vida, informe y sin bordes, de semillas discordantes.

            Con este pensamiento se establecieron las bases para explicar, de manera racional, el origen del Mundo y de la Vida; posteriormente surgieron las preocupaciones de los filósofos por saber qué es el conocimiento, en qué se fundamentaba y cuál era su forma y su esencia, así empezó a cambiarse el pensamiento físico por el abstracto y apareció también la discusión acerca del Ser. El pensamiento entonces adquirió un carácter dialéctico con Parménides, sobresaliendo el uso de la razón como el camino al conocimiento y se inició la diferenciación entre el conocimiento proporcionado por los sentidos o sensible, y el inteligible adquirido por la razón.

            El pensamiento o, mejor dicho, el razonamiento fue dejando atrás el sustrato y fermento ideológico metafísico y dogmático religioso o creacionista, por el científico o materialista, en donde nuestro sistema solar y el Universo en general se formaron mediante el acúmulo fortuito de átomos.

            Uno de los momentos estelares que reúne esta concepción se dio con la respuesta que diera el astrónomo, físico y matemático francés, Pierre Simon de Laplace a Napoleón, cuando este le dijo: “Me cuentan que ha escrito usted este gran libro sobre el sistema del universo (refiriéndose a la obra Exposition du système du monde), sin haber mencionado ni una sola vez a su Creador”, a lo que Laplace respondió simple y llanamente: Je n’avais pas bessoin de cette hypothèse-là (yo no necesitaba esa hipótesis). Con esta respuesta, quiso referirse posiblemente a que cien años atrás, cuando Isaac Newton aplicó a nuestro sistema solar su ley de gravitación y se le cuestionaron ciertas inexactitudes determinadas en los movimientos de Júpiter y Saturno, argumentó que tales anomalías se debían a la voluntad divina.

             De forma general, la realidad que concebimos esta ordenada en la exacta medida en que satisface nuestro pensamiento, siendo así que el orden es, pues, un cierto acuerdo entre el sujeto y el objeto, como escribiera Henri Bergson en su libro La evolución creadora (1907).

            El orden es entonces un valor que la persona confiere a una determinada disposición de las cosas entre sí y a saber qué lugar le corresponde a cada una de ellas. Sin embargo, con ello concedemos que mayoritariamente el significado que damos a las cosas es un producto resultante de nuestro estado emocional, esto es, entonces, una mera respuesta estética. El orden es así que lo dispuesto esté metódica y armoniosamente relacionado entre sí y con otras cosas.

            Consideremos a la empresaria y organizadora del hogar, la japonesa Marie Kondo, llamada la “gurú mundial del orden” como un ejemplo práctico de orden organizacional estético doméstico quien, seguramente, no conoce sustantivamente la definición que dimos del término “orden”, pero ciertamente su inquietud por el orden organizacional le lleva a la felicidad al darse respuesta a las siguientes preguntas ¿es necesario?, ¿lo quiero? y ¿me hace feliz? , siguiendo un orden o método particular: primero la ropa, después los libros, luego papeles, después artículos de belleza o de uso personal y al último los objetos con valor sentimental. Todo ello ordenado metódica, estética y armónicamente con su espacio; objetos de diversos colores y tonalidades, tamaños y formas; texturas, tiempos, necesidades y propósitos especial y específicamente determinados. ¡Un orden con sazón estético rayano en lo sublime para su meticulosa y ataxofóbica autora y sus posibles seguidores!

             Gracias al orden de nuestros pensamientos e ideas es que podemos comunicarnos entre nosotros y con los demás utilizando el lenguaje. Dicha comunicación se logra a través del intercambio de mensajes entre un emisor y un receptor, y dicho mensaje requiere de la utilización de un código, que es el lenguaje utilizado ya sean en palabras, gestos o símbolos. Por supuesto, el código debe seguir un orden determinado acorde con normas y reglas específicas que le den significación (esto es, una idea, una imagen o concepto que evoca cualquier signo interpretable).

            Dentro de la significación, la vida pertenece a este universo que con el pasar del tiempo (4 000 millones de años) se ha complejizado y con ello ha surgido el campo de estudio del carácter natural-cultural del signo o código, como la unidad de análisis esencial de los seres vivos: la biosemiótica.

            Con ello se quiere decir que todos los organismos vivos son sistemas semióticos (Semiótica: ciencia que estudia los diferentes sistemas de signos que permiten la comunicación entre individuos, sus modos de producción, de funcionamiento y de recepción) integrados en una teoría general de los signos orientada a escuchar las señales y los signos de la naturaleza, ya sea de la naturaleza humana o la naturaleza no humana, sin la necesidad filosófica de postular entidades ni supuestos metafísicos o religiosos.

            Todos los seres vivos conocidos conforman una unidad de mensajes interactuantes de doble código: el mensaje codificado en forma análoga en el organismo y su redescripción en el código digital del ADN (ácido desoxiribonucleico). Los organismos se reconocen e interactúan entre sí en un espacio ecológico que crea un sistema semiótico horizontal en tanto que, en la recombinación genética los rasgos se transmiten pasivamente de generación en generación en forma digital.

            El orden adecuado del código de información de la vida desde los extremófilos hasta el ser humano, está inserto en la información que proporcionan sólo cuatro nucleótidos: citosina, guanina, timina y adenina. Con ello ocurre una intrincada variedad de interpretaciones y decodificaciones de manera incesante en el organismo vivo, en una serie de constantes e inacabados procesos de semiosis en los que, a mejor y mayor semiosis, mejor adaptabilidad, en tanto que, a menor capacidad semiótica menor adaptabilidad.

            La vida de hecho, se sitúa en una disyuntiva Hegeliana entre la “tendencia cósmica hacia el orden” y la entropía como “tendencia general del universo material hacia el desorden y el perecimiento”. Preguntémonos entonces si el Universo tiene un orden, un código.       

Muchos científicos escudriñan en este campo y con acierto señalan que:

 

La ciencia no es un enemigo de la humanidad, sino una de las expresiones más profundas del deseo humano de llevar a cabo esa visión de conocimiento infinito. La ciencia nos muestra que el mundo visible no es ni materia ni espíritu; el mundo visible es la organización invisible de la energía. Yo no sé (Heinz R. Pagels) cuáles serán las futuras sentencias del código universal. Pero parece cierto que el reciente contacto humano con el mundo invisible de los cuantos y la grandeza del universo dará forma al destino de nuestra especie o de lo que quiera en lo que nos convirtamos.