viernes, 27 de octubre de 2017

Ciudadanos, confianza, gobierno.



Pero ¡cuánto más frecuente es que la inclinación natural
a la sociedad sea perturbada o destruida por la acción
del Gobierno! Cuando el Gobierno, en lugar de estar
arraigado en los principios de aquélla [la sociedad], pretende existir
por sí mismo y se conduce parcialmente empleando
el favor [corrupción] y la opresión, se convierte en la causa de los
males que debiera evitar.

THOMAS PAINE 1

Dr. Xavier A. López y de la Peña.

            México provee en abundancia, sin embargo, el desarrollo del país es demasiado lento, cargado del lastre corrupto y corruptor del sistema.
            La figura del emprendedor que lucha contra la naturaleza indómita, feraz y terrible (si la comparamos con nuestro benigno clima y prolífico suelo) se nos ha mostrado siempre como ejemplar. La vida de las personas en los países nórdicos o en Canadá puede servir claramente de ejemplo.
            Los ciudadanos deben entonces comportarse de manera particular, en conjunto, para sortear las dificultades enormes que la naturaleza les impone. Bajo estas circunstancias, cada ciudadano debería acatar y seguir consecuentemente determinadas reglas, lineamientos, normas o leyes tan diversas y variadas como la complejidad del desarrollo le impusiera. De no hacerse así, había una sanción inmediata o mediata como mecanismo de control social. No habría medias tintas y todos debían reconocerlas como válidas e indiscutibles (hasta cierto punto, ya que toda ley es perfectible). En ello estaba su misma supervivencia. La libertad de cada persona entonces estaba limitada y regulada por la ley, en consonancia con la libertad de la otra, u otras personas dentro del grupo social. Nadie entonces podía hacer lo que le viniera en gana, habría orden y concierto. Esta es la forma social de convivencia, plasmado en el llamado contrato social desglosado hace mucho tiempo y que sigue siendo la forma de relación en convivencia civilizada.
            El grupo o cuerpo social entregó entonces a ciertas personas el encargo de hacer cumplir las leyes emanadas para el bien común de la misma sociedad y surgió el Estado como organismo regulador  encabezado por el Gobierno. El empleado, artesano, industrial, comerciante o profesor, podía entonces dedicarse a su actividad de forma plena, creando nuevas técnicas o procesos, estructurando ideas y proyectos de mejora en sus quehaceres en tanto que el Estado, a través del Gobierno se ocuparía de regular, proveer orden, infraestructura, distribuir las riquezas equitativamente y de aplicar, en su caso, las leyes con desarrollo y en armonía mirando siempre hacia el bien común.
            El Estado a su vez creó instituciones de gobierno para “regular” dicha armonía. El ciudadano debería entonces depositar su confianza y respeto hacia las instituciones creadas por el Estado para el buen gobierno de las relaciones sociales.
            México requiere que sus ciudadanos le tengan confianza y respeto a las instituciones de gobierno creadas por el Estado.
            Si el ciudadano no tiene respeto y confianza en sus instituciones se inicia la desintegración del Estado cayendo en la anarquía de forma progresiva.
            Las limitaciones a hacer lo que “me dé la gana” están impuestas por la ley, de las mismas leyes emanadas de la sociedad a la que sirven.
            México requiere de una ciudadanía consciente de los problemas que afronta el país. Es necesaria la mejora en educación, la información y la cultura de respeto a los valores sociales entre muchas otras cosas. Para ello se requiere crear la riqueza necesaria para cumplimentar con estas necesidades y para crearla, se requiere incuestionablemente de un ambiente que propicie el trabajo, la libertad, la paz y la confianza en las instituciones y las leyes. Es inaplazable por ello mismo, que en la reforma del Estado recientemente hecha en un marco de pluralidad tolerante y tolerada se ejerza la democracia y se fortalezcan las instituciones en base a la certeza diáfana de su quehacer en bien de la comunidad, pero ello a luces vistas no ha ocurrido.
            Ya es necesario que la ciudadanía conozca cuánto gana un senador, un diputado, un representante popular cualquiera o el presidente de la república, ya que siempre ha sido un misterio celosamente guardado. Ya basta de cuentas secretas, de derroche financiero, de discrecionalidad en el manejo de los recursos y de la aplicación equivocada de la ley. La austeridad tan deseada en el político o el gobernante en turno ha sido la excepción -si es que la hay- más que la regla. Seguridad en las personas y sus bienes; acceso a los servicios de salud; salarios remuneradores que satisfagan las necesidades básicas, etc. Seguridad en el trabajo, estímulos a la producción, respeto a las personas y grupos vulnerables.
            Los mexicanos queremos creer en México, en sus instituciones, en sus leyes y la procuración de justicia. La confianza y el respeto deben iniciar en el mismo núcleo de la sociedad que es la familia. Una familia en la que cada uno de sus integrantes crea, de la forma más simplista posible, que el semáforo en luz roja indica, indiscutiblemente, que debe uno detenerse. Que el presupuesto para desarrollo social será equitativamente el presupuesto adecuado y necesario y que se aplique conforme se estipula. Que los escándalos de la Casa Blanca, Odebrecht, la casa en Malinalco, los desaparecidos de Ayotzinapa, la guardería ABC, Tlatlaya, los ex gobernadores ladrones y mil más se cierren con los culpables debidamente sancionados y la reparación del daño, en su caso, y no queden como hasta ahora y para siempre en la impunidad.
            Los ciudadanos ya estamos hartos de escuchar las inacabables, sucias y superfluas descalificaciones entre los diversos actores con colores partidarios políticos y no oírles propuestas creativas, constructivas. Los detentores de los reductos del poder  público se restringen y desgastan en “buscar” los negritos en el arroz del contrario ideológico (contrario en el poder para ser precisos, qué ideología ni que ocho cuartos) en una lucha interna feroz en la que lo que menos importa es la ciudadanía.
            La ciudadanía no decidió quién la representara para presenciar los melodramas entre colores, sus contubernios, trastadas, corruptelas y fechorías varias. No. Quiere que sus elegidos actúen y se conduzcan con rectitud, con honestidad y credibilidad. Mucho me temo que ni con la lámpara de Diógenes podamos encontrar a uno de ellos.
            Las leyes son las rectoras del quehacer social y el ciudadano debería creer en ellas y en quien las tutela.
            Las leyes, ordenamientos, reglamentos, normas, etc. están hechas para armonizar la convivencia social. Son el substrato del desarrollo. Limitan el hacer “lo que me dé la gana”. No son “pretextos” ruines y malintencionados para molestar.
            El año venidero es un año político en donde la ciudadanía puede y debe ejercer su compromiso social y se muestra ávida por conocer propuestas serias, respetuosas, tolerantes y creativas por parte de los diversos actores políticos. No quiere oír tonterías, lambisconerías, denuestos y estratagemas varias que, en discurso demagógico, populista y servil, ofrezcan más deshacer que hacer. No quiere promesas vanas y seguir padeciendo tanta ratería. La ciudadanía quiere escuchar debatir, frente a frente sobre los problemas, necesidades y proyectos del México por venir a todos los aspirantes en la contienda política.
            Basta echar una mirada al espectro político nacional para desencantarse y pensar que tal vez estamos en un callejón sin salida. De hecho, “el 70% de los mexicanos tiene poca o ninguna confianza en los partidos políticos y el 52% de los ciudadanos está poco o nada satisfecho con la actual democracia”.2
            Las propuestas políticas deberían estar acompañadas de los “hechos” concretos en la vida de los señalados para justipreciarlas.
            Aguascalientes representada por sus ciudadanos espera, observa, mide y juzga. Ya decidirá.



1 Paine T. Los Derechos del Hombre. FCE México, 2a. Ed. 1986, p. 153.
2 Erick Osiris Leines Jiménez. Credibilidad en los partidos políticos. Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo. Consultado en internet el 27 de octubre de 2017 en: https://www.uaeh.edu.mx/scige/boletin/prepa4/n4/e4.html