sábado, 1 de febrero de 2020

Biofilosofía



Disertación sobre la teleología de la vida.

Todo organismo vivo tiene un fin o propósito principal: conservar su estructura sin
participación ni intención sobrenatural alguna.


Dr. Xavier A. López y de la Peña

             Para iniciar, aunque la definición de vida sigue siendo un tema altamente debatible, aquí consideraremos que los sistemas u organismos vivos son una organización especial y localizada de la materia cuya compleja estructura molecular está compuesta  particularmente por carbono, hidrógeno, oxígeno, nitrógeno, azufre, y fósforo (CHONSP, por sus siglas en inglés), autoorganizada, capaz de intercambiar energía y materia con el entorno con la finalidad de automantenerse, renovarse y finalmente reproducirse a través de información hereditaria codificada en ácidos nucleicos, produciendo un continuo incremento de orden sin intervención externa y que es capaz de evolucionar mediante la selección natural.
             Estos sistemas vivos poseen la capacidad de responder a múltiples estímulos tanto externos como internos mediante un mecanismo llamado irritabilidad, diferente a otras formas de respuestas observadas en la naturaleza. Estas respuestas son adaptativas, asegurando la integridad del sistema vivo y por tanto su sobrevivencia.
             Ahora bien, podremos plantearnos la siguiente pregunta: ¿qué finalidad, objetivo o meta tienen (si esto es así), los sistemas u organismos vivos? O dicho de otra manera ¿la vida tiene algún sentido? Se podría contestar entonces con una afirmación o con una negación, ya que no habría posibilidad de un término medio.
             Recuérdese que el fin, la meta o el objetivo de cualquier acción es siempre la resolución de un problema percibido, y de que un medio es lo que sirve para alcanzar cualquier fin, meta u objetivo.1
             A este respecto el filósofo, físico y epistemólogo argentino, Mario Bunge, refiere que los organismos no actúan o se comportan así para lograr tal o cual objetivo o meta, y agrega que ello sólo sería posible si tuviesen un sistema nervioso muy desarrollado para imaginarlo y planear estrategias para alcanzarlo. Esto es, que sólo sería posible si estos organismos tuvieren consciencia. Lo dice así:

(…) los organismos no se comportan como lo hacen para alcanzar tal o cual meta, a menos que posean un sistema nervioso altamente desarrollado que les permita, efectivamente, imaginar metas y estrategias para alcanzarlas.2

             Nosotros no compartimos este razonamiento, creemos que todos los sistemas u organismos vivos si persiguen una meta, un objetivo o un fin determinado, esto es, que no es necesario tener consciencia para lograrlo; desde el organismo vivo más simple hasta el más desarrollado o complejo, todos los seres vivos tienen la finalidad (meta, objetivo) de mantener su estructura funcional y por ende, la de seguir vivos. Esto es lo que podemos llamar, su teleología.
             La teleología es un neologismo creado por el filósofo alemán Christian von Wolff  en su obra de 1728 en latín titulada Philosophia rationalis sive lógica, uniendo las voces griegas teleos=fin y logia=estudio, ciencia. En filosofía, teleología se entiende como una creencia en que la marcha del universo es como un orden de fines que las cosas tienden a realizar, y no una sucesión de causas y efectos.
             Es así, que la teleología ocupa hoy un lugar preeminente en el debate epistemológico, particularmente en la biofilosofía.
             Al respecto, el biólogo evolutivo español nacionalizado estadounidense, profesor Francisco José Ayala, defensor de la teleología en los sistemas u organismos vivos, reafirma que la

“explicación teleológica es un modo de explicación aplicable a los organismos, pero no a otro género de objetos del mundo natural; que la explicación teleológica es compatible con la explicación causal, en el sentido científico, pero no puede exponerse en forma no teleológica sin perder sentido explicativo, y que la explicación teleológica es el distintivo de la biología como ciencia natural. Así también, es consciente de que no todos los procesos biológicos necesitan explicación teleológica; sólo son teleológicos aquellos que necesariamente están dirigidos al mantenimiento o supervivencia del sistema”.3

             Las características teleológicas de los organismos pueden identificarse como adaptaciones, sean estructuras, órganos, comportamientos. Dichas adaptaciones cumplen con ciertas funciones que incrementan el éxito reproductor y de supervivencia de sus portadores.
             Luego entonces, parece ser que el criterio determinante para distinguir si una explicación teleológica en biología es apropiada, es el indicado por la propia selección natural cuya finalidad es siempre la supervivencia del individuo y su éxito reproductor, lo cual concuerda plenamente con la ya citada definición de teleología facilitada por el Dr. Ayala.
             Para una comprensión y aplicación correctas del sentido teleológico de los sistemas u organismos vivos, presenta el profesor Ayala una división de la teleología de la siguiente manera:
             La Teleología puede ser:
1.      Natural o interna, y a su vez determinada (Función biológica) o indeterminada (Adaptación, características aportadas por la selección natural).
2.      Artificial o externa, como resultado de la intención de algún agente.

             Por otra parte, el filósofo francés Henri Bergson no compartió el racionalismo inscrito en la teoría de la evolución, manifestándose contrariado por el desperdicio ciego y sin razón de energía vital (Élan Vital) en ella, ya que tanto el ser humano como todos los organismos vivos, son fruto de una de las infinitas posibilidades en las que podía haber desembocado el proceso evolutivo y no un fin lógico previamente planificado por la naturaleza, pues esta, ni es racional ni actúa regida por patrones.4
             En este caso, la vida biológica estaría abierta a la novedad, a lo imprevisible: estaríamos dentro de un flujo vital del que cabría esperar lo inimaginable porque no estaría sometido ni al poder de una causa eficiente ni al poder de una causa final. Habría, por tanto, un “esfuerzo” (de “Dios”, o siendo “Dios mismo”) del que surgirían formas incesantes e imprevisibles. Eso sería la evolución creadora.5
             El concepto de vida bergsoniano no es elemento ni resultado, sino principio, como dice el filósofo español Xavier Zubiri, o como asienta el propio Bergson en su obra La evolución creadora, torbellino, proceso: nosotros no somos la corriente vital misma; somos esa corriente una vez cargada de materia, es decir, partes congeladas de su substancia que arrastra a lo largo de su recorrido 6. Biológicamente, sería que los átomos, moléculas, células germinales, etc., no son nada más que los medios necesarios para que aparezca la vida en los diversos organismos y no como resultante, sino como propiedad emergente. La vida, l’élan vital, no es una energía distinta como tantas veces se ha dicho, sino el conjunto de fuerzas naturales que actúan en los seres vivos como un empuje inicial. El error del finalismo clásico es haber situado la meta por delante, vis a fronte, en vez de situar el principio por detrás, vis a tergo.
             En opinión de otro estudioso, el jesuita, paleontólogo y filósofo francés, Pierre Teilhard de Chardin, considera que la teleología de la vida se alcanza con la llegada al punto omega (o Dios), la meta de la evolución. La historia evolutiva en la tierra se embebe en una complejidad y consciencia crecientes en la que el ser humano es el constructo más refinado del desarrollo evolutivo de la gran síntesis biológica.7
             El bioquímico francés, Jacques Monod, hace referencia a que la calidad del aparente propósito y orientación a objetivos de las estructuras y funciones de los organismos vivos, deriva de su historia y de su adaptación evolutiva para el éxito reproductivo, y emplea en ello un término diferente al de teleología, la teleonomía que conforma la teoría biológica que defiende que las estructuras y las funciones de los seres vivos están orientadas hacia un fin determinado.
             Igualmente que F.J. Ayala, tiende a admitir este rasgo teleológico de los seres vivos, empleando su término de teleonomía.

|            En la obra de J. Monod El azar y la necesidad, se encuentra estas frases:

(…) subrayar lo estéril y arbitrario de querer negar que el órgano natural, el ojo, representa el término de un proyecto. (…) Todo artefacto es un producto de la actividad de un ser vivo que expresa así, y de forma particularmente evidente, una de las propiedades fundamentales que caracterizan sin excepción a todos los seres vivos: la de ser objetos dotados de un proyecto que a la vez representan en sus estructuras y cumplen con sus actuaciones (tales como, por ejemplo, la creación de artefactos). En vez de rehusar esta noción (como ciertos biólogos han intentado hacer), es por el contrario indispensable reconocerla como esencial a la definición misma de los seres vivos. Diremos que éstos se distinguen de todas las demás estructuras de todos los sistemas presentes en el universo por esta propiedad que llamaremos teleonomía.8

             El biólogo francés, François Jacob, ganador del premio Nobel de fisiología en 1965 que compartió con André M. Lwoff y Jacques L. Monod, por sus descubrimientos sobre el control genético de la síntesis de enzimas y la síntesis de virus, afirmó en su explicación y comentario al programa genético la teleología de los sistemas u organismos vivos, de la manera siguiente:

(…) El organismo se convierte así en la realización de un programa prescrito por la herencia. La traducción de un mensaje sustituye a la intención de una Psique. Desde luego que el ser viviente representa la ejecución de un diseño, pero sin que éste haya sido concebido por inteligencia alguna. Tiende hacia un objetivo, pero sin que voluntad alguna lo haya decidido. El objetivo es preparar un programa idéntico para la generación siguiente. Es reproducirse.
(…) Hoy en día no es necesario cambiar ni una sola letra de estas líneas. No hay ni una sola frase que la biología moderna no pueda asumir. Sencillamente, con la descripción de la herencia como un programa cifrado en una secuencia de radicales químicos, la contradicción ha desaparecido. (…) En un ser vivo todo está dispuesto con vistas a la reproducción (…) la reproducción que constituye la causa misma de su existencia se convierte también en su fin.9

             El filósofo y científico estadounidense, Charles S. Peirce, postula a su vez una Teoría de la Teleología Natural señalando que la naturaleza tiene una predilección inherente y auto-engendrante del incremento de complejidad. Considera que en la evolución, el crecimiento,  y la complejidad son simplemente tendencias al desarrollo intrínsecas en la Naturaleza. El Universo físico es, en este respecto, autoteleológico, impulsándose a partir de sus propios recursos hacia una complejidad siempre mayor.10

             Entonces, se podría aceptar que la finalidad o teleología de los sistemas u organismos vivos es la conservación de su estructura en vistas a la reproducción, rechazando toda probable intencionalidad sobrenatural o humana en ello.

             Sin embargo y como apunta el doctor en filosofía, Diego Cano Espinosa, otros científicos argumentan que la explicación teleológica es aplicable a todo sistema dinámico organizado como es todo el Universo físico de quien también forman parte los seres vivos, pero no como exclusiva de éstos. Sin embargo, los conceptos de funcionalidad, adaptabilidad y supervivencia son más pronunciados en los organismos vivos y hacen que la explicación teleológica sea más evidente, apropiada e imprescindible en estos últimos por lo que puede ser considerada como distintivo de la Biología, pero no con carácter de exclusión.11


1 . Stefunko, Martin. Human Action: A Chapter-by-Chapter Summary. Published on mises.org, October 3, 2018. Consultado en internet en: https://mises.org/es/library/la-acci%C3%B3n-humana-un-resumen-cap%C3%ADtulo-por-cap%C3%ADtulo
2 . Mario Bunge. Epistemología: curso de actualización. 4a. Edición. Siglo XXI Editores. México 2004, p. 113.
3 . Diego Cano Espinosa. Teleología en el pensamiento biofilosófico de F. J. Ayala. PENSAMIENTO, 2009(65);246:915-946.
4 . Jorge Rodríguez. Henri Bergson, la Filosofía Francesa del Siglo XX y su Vitalismo. 19 de junio 2010. En: https://dialektika.org/2010/06/19/henri-bergson-vitalismo/
5 . David López. Un blog de Filosofía. En: https://www.davidlopez.info/diccionarios-filosoficos-es/filosofos-miticos-del-mitico-siglo-xx-henri-bergson/
6. Bergson, H. L’Évolucion créatrice, Ouvres, A. Robinet y H. Gouhier, Paris, 1959, p. 547.
7 . Teilhard de Chardin. El fenómeno humano, Edit. Taurus, Madrid, 1963.
8 . Monod, J. El azar y la necesidad. Tusquets Editores, S.A., Barcelona, 1981, pp. 19-31.

9. Jacob, F. La Lógica de lo viviente. Tusquets Editores, S.A., Barcelona, 1999, pp. 16-18.
10 . Rescher, N. Las modalidades de la complejidad. En Filosofía actual de la Ciencia, editor Pascual Martínez Freire, Suplemento 3 de Contrastes, 1998, Revista Interdisciplinar de Filosofía (ISSN: 1136-9922), Universidad de Málaga, pp. 223-243.
11 . Diego Cano Espinosa. Ob. Cit.