miércoles, 12 de mayo de 2010


“Om Mani Padme Om”
(¡Ah!, la joya en el loto, ¡ah!)*

* (DR) Xavier A. López y de la Peña

Esta es una oración mística budista impresa en una de las ruedas “para rezar” que los monjes budistas tienen en sus templos del Tibet.
El Tibet, cuyo nombre oficial es Xizang, conforma actualmente junto con Guangxi Zhuang, Nei Mongool, Ningxia Hui y Xinjiang Uygur una de las regiones autónomas de la República Popular de China.
La atmósfera del Tibet, de este lugar sagrado, se encuentra rodeada de un misticismo y devoción inimaginables. La oración seguida por los monjes tibetanos en su milenaria tradición apenas se alumbra por las lámparas que queman grasa de yak y que ennegrecen e impregnan con su fuerte olor todo el ambiente.
En modo creciente estos monjes van elevando sus voces al ritmo de sus oscilantes movimientos o “mudras” y hacen que todo en el recinto vibre conjuntando el cuerpo con el espíritu. También emplean para cumplir con sus oraciones unas varas altas de poco más de seis metros a las cuales tienen adosadas en el extremo unas tiras de muselina a manera de banderas (“caballos del viento”, como también les llaman) con la consecuente oración impresa. Hoy, lamentablemente, la cultura tibetana se transforma rápidamente dejando atrás su misterio, su poder y su legado merced a la penetración cultural occidental.
Tenzin Gyatso, el actual Dalai Lama (cuyo nombre significa Océano de Sabiduría), líder espiritual en el exilio del actual del pueblo tibetano y premio Nobel de la paz, estuvo en México para recordarnos a su pueblo, sus penurias y entregarnos su mensaje de paz.
El doctor Jan Gibbons, un anciano médico retirado que radica en Castro Valley al oeste de la costa este de la bahía de San Francisco y que conoció a uno de los ingleses que acompañó a la comitiva inglesa al Tibet en 1904, me contaba sobre este pueblo (al que también conoció posteriormente) de fantasía, deslumbrante y prohibido a los extraños, enclavado en un terreno hostil -en el “techo del mundo”- y al que sólo se podía acceder por una abertura al sur sobre la gran muralla de los Himalayas, el paso Jelep-la a 4 500 metros de altura sobre el nivel del mar, para llegar difícilmente también al valle del Yatung guiados y auxiliados por recios y curtidos conductores de yaks cubiertos con ropas hechas de pieles de oveja, tejidos de pelo y botas de cuero también de yak.
El valle del Yatung ofrece un espectáculo maravilloso amurallado por enormes montañas colmadas de pinos en sus laderas. Siguiendo el paso difícil, escarpado, sin caminos por supuesto -seguía diciendo-, y a unos kilómetros de distancia se llega a donde confluyen los escurrimientos montañosos dando paso al río Ammo-Chu; nueva y penosamente se asciende ahora para llegar hasta la altiplanicie del valle del Chumbi a unos 4 500 metros de altura en promedio, para llegar al lugar que ya nos deja ver y sentir la imagen del territorio del Tibet a seguir: desértico y hostil en donde sólo los yaks pueden sobrevivir con temperaturas inferiores a los 30 grados bajo cero en el mes de enero. Lugares que dejan atónito y perplejo al viajero que se abren al paso cansino de los cargados yaks: el valle del Paina-Chu, una de las pocas tierras fértiles al sur de Tibet; el paso por la nevada cordillera de Noijin Kang Sang, el paso del Karo-la desde donde descienden magníficos glaciares hasta bajar a la cuenca del Yamdok Tso (el Lago Turquesa) a cuya vera el camino conduce por el norte hasta Khambala y de allí a la ciudad de Lhasa, la ciudad bendecida por el Buda y el gran Potala, el palacio en donde habita el Dalai Lama.
Los caminos pedregosos en esta difícil latitud ofrecen abundante materia prima para la erección de los frecuentes túmulos que, en forma piramidal, se erigen sobre las reliquias de algún santo budista y sirven para hacer diversas ofrendas. También suelen verse multitud de mendangs o paredes también de piedra sobre las que se graban oraciones. De hecho, cuando los ingleses llegaron al Tibet a principios del siglo veinte para lograr un paso que permitiera el comercio entre el Tibet y la India, los sabios del Tibet tuvieron largas y difíciles negociaciones con ellos dado que se encontraban frente a frente dos culturas fuertemente diferentes, casi totalmente opuestas y supusieron los tibetanos que éstos mendangs, o “muros sagrados” serían suficientes para impedir la entrada de los extraños a su tierra.
La vena vivificante del Tibet la constituye el gran río del Tibet, el Tsang-po, que conforma el curso superior del Brahmaputra y que grácilmente serpentea de oeste a este por las yermas colinas y el altiplano desértico de ésta región. El Tsang-po ha servido como medio de transporte de personas y víveres de una a otra parte del Tibet en embarcaciones hechas de cuero de yak y, además, es el camino real del Buda por el que transitan río arriba los peregrinos que desean llegar hasta la corte del Panchen Rinpoche o Tashi Lama de Tashi Lumpo, el “gran Maestro querido”, el segundo Gran Lama del Tibet considerado en aquél entonces aún más sagrado que el propio Dalai Lama ya que éste es el detentor del poder político y aquél del poder espiritual.
La llegada a la ciudad de Lhasa, luego de espectáculo que la naturaleza ofrece y del esfuerzo por vencer mil y un obstáculos, nos deja ver desde la lejanía de poco más de diez kilómetros de distancia al Potala en el centro del valle, el palacio en que habita el Dalai Lama y que con su magnífica cúpula de oro resplandece mágicamente como lo haría una pepita de oro en la arenisca. Al sur se encuentra, sobre la roca llamada el Chagpori que se eleva desde las riberas del Kyi Chu, un castillo amarillo y el Colegio médico de los lamas. Entre ambas estructuras y sobre una colina pequeña se encuentra un típico templete tibetano que señala la entrada principal a Lhasa.
El Potala está construido sobre una colina rocosa de la que es difícil diferenciar dónde empieza el palacio y dónde la roca; son una sola espléndida estructura cuya pared sudeste de 270 metros de extensión brilla al sol. En la parte alta de este macizo bloque de roca y ladrillo se encuentra el Fodang-marpo, el palacio rojo del Dalai Lama conformado por una hilera de construcciones de color rojo carmesí intenso. Se oculta, otra maravilla de gran contenido simbólico, de la mirada ajena al rey-sacerdote tras una impresionante y bellísima cortina de pelo de yak negra. Santidad y soledad del Dalai Lama que vive en sí para los demás.
En 1950 el ejército chino de Mao Tse Tung invadió el estado teocrático del Tibet que cuenta con una superficie de 1 221 600 Km2, incorporándolo más tarde como provincia como lo había sido en el siglo XVIII. En 1959 una rebelión encabezada por los lamas del Tibet forzó al Dalai Lama a refugiarse en la India y desde allí el decimocuarto Dalai Lama ha seguido su peregrinaje por el mundo en pos no ya de su independencia, sino de su autonomía, llevando su mensaje de paz por el mundo.
La cultura tibetana, tachada de feudal, arcaica y oscurantista por el régimen de Pekín está siendo borrada por el ateísmo civilizador a la luz de su “reeducación patriótica”.
Antes de que el budismo conquistara el Tibet, el país tenía una religión propia denominada “bon” en la que pululaban infinidad de dioses y demonios a los que los magos debían exorcizar para ahuyentarlos por medio de la magia. Hoy, a pesar de su progresivo desmantelamiento perdura la magia en el mundo mágico del Tibet que Lobsang Rampa conociera y en el que se hiciera el médico de Lhasa.

1 comentario:

  1. Gracias Doc. por el afan de la historia y aunque usted diga que no domina la ventana del mundo en esta tecnologia aqui esta un claro ejemplo de que si se tiene la nesecidad informar el medio es lo de menos lo importante es el conocimiento a trasmitir

    atte
    david
    herran galeria

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