BERTRAND RUSSELL (1872-1970),
EL PENSADOR LIBRE.
© DR. Xavier A. López y de la Peña.
La figura controvertida de este gran pensador quedará por siempre consagrada en su obra más conocida Principia mathematica que escribió en colaboración con Alfred North Whitehead (su maestro en el Trinity College) entre 1910 y 1913, libro con cuyas ideas revolucionó la lógica a partir de Aristóteles en su Órganon, y de la que el mismo Kant decía que a partir de ella no había nada escrito digno de considerarse.
La inquietud intelectual que le hizo voltear la mirada hacía la lógica y las matemáticas germinó previamente en las mentes de Frege y Peano, entre otros, en base de que la verdad a partir de la geometría no-euclideana se derrumbaba, o cuando menos se tambaleaba, y le hizo pensar en la Lógica para sustentar el valor de las conclusiones matemáticas, con lo que surgieron la Lógica matemática y la Lógica simbólica posteriormente.
La Lógica matemática se estableció en los cimientos del empirismo inglés, hoy llamado positivismo lógico o Filosofía analítica, que contiene el principio de verificabilidad que rechaza el sancionar como verdadero o falso a todo aquello que no ha sido posible comprobar de forma experimental o que no se ve cómo se pueda comprobar.
Bertrand Russell (1872 - 1970) nació en Inglaterra en el seno de una familia acomodada y aristocrática quedando huérfano a los tres años. Su padre le nombró como tutores a dos librepensadores, entre ellos al defensor de la libertad intelectual, John Stuart Mill, sin embargo, por azares de la vida un tribunal anuló las instrucciones testamentarias y se le educó en la fe cristiana bajo la rígida tutela de severas institutrices alemanas.
Hizo estudios de economía y teología, abandonando esta última por sus "inseguridades" y prefiriendo las "certezas" que le ofrecían las matemáticas, para en seguida abrazar a la filosofía "no por la esperanza de una satisfacción ética o teológica, sino por el deseo de descubrir si en verdad poseemos algo que pueda ser llamado conocimiento".
Grandes polémicas suscitó este gran librepensador inglés que se opuso férreamente a la creencia del impulso vital defendida por Bergson. Los lastres de la humanidad -decía- se deben al misticismo y la obscuridad de pensamiento; el pensar claramente y sin dar vueltas, debía ser la primer ley moral.
Filósofo y crítico social a ultranza, recibió la represión esperada en su tiempo por pensar y disentir contra lo establecido y fue multado en una ocasión con 100 libras (para el pago de la multa su biblioteca fue embargada) por escribir un panfleto defendiendo a un objetante de conciencia durante la Primera Guerra Mundial. Lo corrieron de su cátedra en el Trinity College y le fue negado el nombramiento para ir a enseñar a la Universidad de la ciudad Nueva York.
Su obra Introducción a la filosofía matemática la escribió en la cárcel en 1918 en la que se le recluyó un semestre por haber escrito un artículo pacifista y en 1961 volvió a visitarla por protestar contra la bomba atómica en un mitin público, siendo ya Lord Russell, con todo y su Orden del Mérito Británico que recibió en 1949, y el Nobel de Literatura del año 1950.
Cómo no va a dejar de ser controversial este filósofo si el 6 de marzo de 1927 pronunció su conferencia Porqué no soy cristiano en el Ayuntamiento de Battesa, bajo los auspicios de la Sociedad Secular Nacional (Sección del sur de Londres) cimbrando la conciencia de sus oyentes al concluirla diciendo:
Tenemos que hacer el mundo lo mejor posible, y si no es tan bueno como deseamos, después de todo será mejor que lo que esos otros han hecho de él en todos estos siglos. Un mundo bueno necesita conocimiento, bondad y valor; no necesita el pesaroso anhelo del pasado, ni el aherrojamiento de la inteligencia libre mediante las palabras proferidas hace mucho por hombres ignorantes. Necesita un criterio sin temor y una inteligencia libre. Necesita la esperanza del futuro, no el mirar hacia un pasado muerto, que confiamos será superado por el futuro que nuestra inteligencia puede crear.
En 1930, también generando fuertes polémicas por sus opiniones acerca de la religión, escribió su ensayo ¿Ha hecho la religión contribuciones útiles a la civilización? que termina con las siguientes palabras:
La injusticia, la crueldad y la miseria que existen en el mundo moderno son una herencia del pasado, y su raíz es económica, ya que la competencia de vida o muerte era inevitable en las primeras épocas. Pero ahora no es inevitable. Con nuestra actual técnica industrial podemos, si queremos, proporcionar una existencia tolerable a todo el mundo. Podríamos asegurar también que fuera estacionaria la población del mundo, si no lo impidiera la influencia de las Iglesias que prefieren la guerra, la peste y el hambre a la contraconcepción. Existe el conocimiento para asegurar la dicha universal; el principal obstáculo a su utilización para tal fin es la enseñanza de la religión. La religión impide que nuestros hijos tengan una educación racional; la religión impide suprimir las principales causas de la guerra; la religión impide enseñar la ética de la cooperación científica en lugar de las antiguas doctrinas del pecado y el castigo. Posiblemente la humanidad se halla en el umbral de una edad de oro; pero si es así, primero será necesario matar el dragón que guarda la puerta, y este dragón es la religión.
La producción de Lord Bertrand Russel fue vasta y abordó temas tan disímbolos como la educación, la libertad, la religión, la ética, la política y las costumbres entre otras, sin mencionar por supuesto a las filosóficas, reunidos en unos 65 libros y varios miles de artículos.
En su obra Matrimonio y moral publicada en 1929, Bertrand Russell sostenía que las rígidas leyes acerca del divorcio hacían del matrimonio una institución penal; y en la que además propugnaba por las relaciones sexuales pre y extramatrimoniales y se mostraba a favor del control de la natalidad, le ganaron aún más la animadversión de un fuerte grupo social dentro y fuera de su país. Luego, en 1936 publicó Nuestra ética sexual, que inicia de esta manera: El sexo, más que ningún otro elemento de la vida humana, es aún mirado por muchos, quizá por la mayoría, de un modo irracional. El homicidio, la peste, la locura, el oro y las piedras preciosas -todas las cosas que son objeto de esperanzas o miedos apasionados- han sido vistos, en lo pasado, a través de una niebla mágica o mitológica; pero el sol de la razón ha disipado ahora la niebla, excepto en algunos rincones. La nube más densa está en el territorio del sexo, cosa natural quizás, ya que el sexo es la parte que se mira más apasionadamente por la mayoría de las personas.
El 24 de febrero de 1940, Ordway Tead, Presidente de la Junta de Educación Superior de la Universidad de la ciudad de Nueva York escribió a Bertrand Russell notificándole su aceptación como profesor para impartir las cátedras de Filosofía 13 (Estudio de los modernos conceptos de lógica y de su relación con la ciencia, las matemáticas y la filosofía), Filosofía 24 b (Estudio de los problemas de los fundamentos de las matemáticas) y Filosofía 27 (Relaciones de las ciencias puras con las aplicadas, y la influencia recíproca entre la metafísica y las teorías científicas) en los siguientes términos:
Mi querido profesor Russell:
Como un verdadero privilegio aprovecho esta oportunidad para notificarle su nombramiento como profesor de Filosofía de la Universidad de Nueva York, durante el período comprendido entre el 1 de febrero de 1941 hasta el 30 de junio de 1942, de acuerdo con lo decidido por la Junta de Educación Superior en su reunión de febrero de 1940.
Sé que su aceptación del nombramiento añadirá lustre al nombre y las realizaciones del Departamento y la Universidad, y que ampliará y profundizará el interés de la Universidad por las bases filosóficas de la vida misma.
Al conocerse públicamente lo anterior, la respuesta opositora al nombramiento fue feroz y enconada. El obispo Manning de la Iglesia Episcopal Protestante, al encabezarla escribió: ¿Qué puede decirse de las universidades y colegios que presentan a nuestra juventud como maestro responsable de filosofía... a un hombre que es reconocido propagandista contra la religión y la moralidad, y que defiende específicamente el adulterio...? ¿Puede alguien interesado en el bien de nuestro país prestarse a que tales enseñanzas se difundan con el apoyo de nuestros colegios y universidades?
La filosofía, la religión y el sexo se entrelazaban en una lucha ideológica estéril, llena de prejuicios y tabúes en las mentes impotentes para dirimir sus diferencias con la razón en la discusión intelectual abierta.
Albert Einstein señaló entonces que los grandes espíritus han hallado siempre violenta oposición de parte de las mediocridades. Estas no pueden entender que un hombre no se someta irreflexivamente a los prejuicios hereditarios y use honrada y valientemente su inteligencia.
Bertrand Russell no pudo enseñar filosofía al fin en la Universidad de Nueva York, por sus ideas acerca de la religión el sexo y la moral, replicando lo siguiente en una carta fechada el 26 de abril de 1940:
Espero que me permitan hacer un comentario a su referencia a la polémica originada por mi nombramiento en la Universidad de la ciudad de Nueva York y particularmente de que "yo debería haber tenido la prudencia de renunciar a la plaza en cuanto se hicieron evidentes sus dañinos resultados".
En un sentido, esto habría sido lo más prudente; habría sido seguramente más prudente en lo relativo a mis intereses personales y mucho más placentero. Si yo hubiera considerado solamente mis intereses y mis inclinaciones, me habría retirado inmediatamente. Pero por prudente que hubiera sido tal acción desde el punto de vista personal, habría sido, a mi juicio, cobarde y egoísta. Una gran cantidad de personas que comprendían mis intereses y los principios de tolerancia y libre palabra que se hallaban en peligro estaban deseosas, desde el principio, en continuar la polémica. Si me hubiera retirado, les habría privado de su "causus belli" y tácitamente asentido a la proposición de la oposición de que los grupos importantes pueden quitar de los puestos públicos a los individuos cuyas opiniones, raza o nacionalidad les disgusta. Para mí esto es inmoral.
Mi abuelo fue el que provocó la derogación de la ley que imponía cierto juramento a los empleados públicos, y de las leyes corporativas que prohibían la entrada en los organismos del Estado a todo el que no fuese miembro de la Iglesia Anglicana, a la cual pertenecía él, y uno de mis primeros y más importantes recuerdos es una diputación de metodistas y wesleyanos que vinieron a dar vítores bajo su ventana el quincuagésimo aniversario de esta derogación, aunque el mayor de los grupos afectados era el católico.
No creo que sea dañina la polémica sobre temas generales. Lo que pone en peligro la democracia no son la polémica ni las diferencias claras. Por el contrario, son sus mayores salvaguardias. Es parte esencial de la democracia que los grupos importantes, incluso las mayorías, sean tolerantes con los grupos disidentes, por pequeños que sean, y por mucho que ofendan sus sentimientos.
Bertrand Russell, hablando de la Libertad en las universidades publicado en mayo de 1940, se refirió a que en la lucha por la libertad académica lo que está en juego, tanto en lo grande como en lo chico, es la libertad del espíritu humano individual para expresar sus creencias y esperanzas con respecto a la humanidad, ya sean éstas compartidas por muchos, por pocos o por ninguno. Las nuevas esperanzas, las nuevas creencias y los nuevos pensamientos son siempre necesarios a la humanidad, y no puede esperarse que surjan de una absoluta uniformidad.
En la sociedad, el pensamiento libre enfrenta los obstáculos de la obcecación, el dogma y la sanción adversa a la opinión diferente.
Bertrand Russel dejó en claro en su autobiografía que vivió en busca de una visión, tanto personal como social. Personal: cuidar lo que es noble, lo que es bello, lo que es amable; permitir momentos de intuición para entregar sabiduría en los tiempos más mundanos. Social: ver en la imaginación la sociedad que debe ser creada, donde los individuos crecen libremente, y donde el odio y la codicia y la envidia mueren porque no hay nada que los sustente. Estas cosas, y el mundo, con todos sus horrores, me han dado fortaleza.
¿Podremos nosotros actuar y vivir en libertad?
¿Podremos formar nuestras opiniones basados en la reflexión imparcial de los asuntos y tomar nuestras propias decisiones, con independencia de todo aquello que por dogma se nos quiera imponer?