jueves, 9 de agosto de 2012

La Naturaleza

IDEAS SOBRE LA NATURALEZA
© DR. Xavier A. López y de la Peña
“...nada muere ni nada vive; todo pasa por etapas que se suceden unas a otras sin que la esencia cambie. Al morir el Hombre se reintegra al telar cósmico y la aguja tejedora vuelve a comenzar a trabajar para él; todos los seres salen así un día de la hilandería cósmica para volver a entrar y luego volver a salir.” En el antiguo libro chino Chu-Fuh-Ling de Lieh Tsé.
Todo lo que rodea al ser humano es la naturaleza. Él mismo es naturaleza. En el pensamiento griego se generaron varias corrientes que trataron de explicar las relaciones entre el hombre y la naturaleza girando sobre dos ejes: el de la motilidad y la objetividad llevando implícitamente la tentativa de establecer una teoría general del mundo basada en el quehacer cotidiano, haremos un breve asomo a estas ideas. Tales de Mileto, el filósofo jónico considerado padre de la filosofía, estaba en la creencia de que el mundo estaba habitado por innumerables dioses que le regían, en contraposición con los atomistas que establecían la inexistencia de los espíritus y que sólo los cuerpos tangibles eran reales; principio divergente y común entre la ciencia y la fe. También a este pensador, maravillado con sus observaciones sobre el mar, en su ir y venir constante y del conocimiento de sus tres estados: líquido, sólido y gaseoso, se le hace acreedor a la teoría de que todas las cosas estaban constituidas originalmente por agua de la que se formaron la tierra, el aire y todos los seres vivos. Tales fue un hilozista porque se dice que reunía inseparablemente a la materia con la vida. Uno de sus discípulos, Anaximandro, introdujo después en su ideología un concepto importantísimo en la historia del pensamiento: el apeiron, traducido como lo infinito, lo indeterminado o lo infinito. Parménides de Elea (Elea, hoy llamada Castellamare, en Italia) sostenía que todo en el mundo era inmóvil, inmutable, en tanto que Heráclito afirmaba que todo estaba en movimiento basado en el elemento fuego. Todas las cosas -decía- se cambian en el fuego y el fuego se cambia en todas, como el oro por mercancías y las mercancías por oro. Protágoras, en fin, reunió las diversas ideas de pensamiento centrándolas en la persona -el hombre es la medida de todas las cosas-. El hombre era así el centro de la reflexión y su pensamiento en torno a la naturaleza estaba cimentada en que no había modos ni grados del ser, las cosas eran o no eran y para comprobarlo decía que si sentía frío al tocar un objeto era porque este era frío, si algo le sabía dulce, era porque dicho elemento era dulce. Su ideología se definía en base al nivel de las sensaciones y de su capacidad de percibirlas e interpretarlas, siempre en constante transformación. Para él todo era móvil coincidiendo con Heráclito. Mis sensaciones -decía Protágoras- no se producen por sí mismas, sino siempre en relación con algún proceso de estímulo. Este a su vez no se experimentará tal como es en sí mismo, sino sólo tal como es en relación conmigo y con mis órganos de percepción. El mundo cambia constantemente y no es posible, ni necesario especular sobre su causalidad. El hombre en el medio de la naturaleza cambiante surge con la intuición inventiva y creadora que le ha hecho sobrevivir entre los animales mejor dotados físicamente que él y sobre las fuerzas extrañas de la misma naturaleza mudable y muchas veces hostil. Pitágoras (582 - 500 a.C.) agregó los números a la naturaleza para darle sentido, y de su escuela los pitagóricos establecieron relaciones del alma con las formas eternas de los números llegando a la conclusión de que el mundo en su totalidad estaba constituido por números puros. Parménides de Elea (450 a.C.) de quien hicimos breve alusión más arriba, conocido como el filósofo de la razón pura, de la verdad, se opuso a la técnica de observación y experimentación basado en la falibilidad de los sentidos -ojos que ven pero no miran, como oídos que oyen pero no escuchan-, en contraposición a que las verdades relativas al número y apreciadas por la razón pura, eran absolutas. Demócrito salió al paso contra la teoría del universo constituido por números ideales al concebirlo formado por innumerables partículas indivisibles llamadas átomos que adoptaban muchas formas geométricas con lo que explicaban su gran capacidad de combinarse y de formar las múltiples estructuras de la naturaleza y, de cuyo movimiento en el vacío -otro nuevo concepto introducido por él y aterrador para los pensadores anteriores- se explicaban los cambios visibles. Sócrates, tan célebre como su frase del “conócete a ti mismo”, el enorme sofista amante de la bondad que contribuyó a la metodología racional con sus razonamientos inductivos y la definición universal, concibió el mundo más allá de una sencilla o compleja y embrollada percepción por los sentidos siguiendo a Parménides. El mundo tenía una estructura definida e invariable capaz de aprehenderse sólo con la razón y no con los sentidos. Así, la naturaleza no estaba constituida por un caos accidental sino como un sistema perfectamente ordenado de elementos interactuantes entre sí. El hombre es el término del orden natural y sólo él puede iluminar a la naturaleza con el entendimiento y conducir su vida y actividades en una armonía voluntaria con este orden. Su principal objetivo era la bondad individual, o virtud, que resultaba originalmente del conocimiento. Platón, el discípulo de Sócrates quien dijo refiriéndose al maestro: fue, en verdad, el más sabio, el más justo y el mejor de los hombres que jamás haya conocido llevó adelante las ideas del maestro estableciendo que los elementos de la naturaleza aparentemente estables como un caballo, el hombre o una montaña y las virtudes como la templanza y la justicia existen aparte de las cosas sujetas al cambio. Fue el filósofo de la belleza que enseñó durante cuarenta años en los jardines del héroe Academo (de aquí el origen de la palabra academia) su doctrina y a cuya entrada podía leerse la célebre frase: “No entre aquí quien ignore las matemáticas”. Platón vino a zanjar la diferencia entre el pensamiento popular que consideraba que los cuerpos celestes eran seres divinos, contra la impía creencia de los filósofos jónicos que les consideraba esferas de fuego que erraban a través del cielo, al reunir las matemáticas con la teología afirmando que los planetas mostraban su divinidad en la inmutable regularidad de sus movimientos perfectos y circulares, formando entre todos ellos la inaudible armonía de las esferas y proscribiendo con ello cualquier alteración en los cielos. Ahogó el pensamiento pitagórico que establecía que la tierra se movía y también estableció distingos de clase entre los hombres, algunos con cualidades del oro o del bronce dedicados a mandar y ser servidos, y otros, los más a servir y ser esclavos. La naturaleza en su concepción estaba conformada por tierra, aire, fuego y agua. Aristóteles, nacido el año 384 a.C. y discípulo de Platón discrepaba muchas veces con él diciendo, soy amigo de Platón, pero más amigo de la verdad, y considerada que sólo a través de los sentidos podría hacerse de la verdad y se dedicó fervientemente a clasificar todos los campos del saber por lo que se hizo acreedor a ser llamado el más enciclopédico de los filósofos. Para este pensador, el universo era un cosmos ordenado de entes en cambio constantes y en diferentes niveles; cosas inorgánicas, plantas, animales y hombres eran todos dependientes de un primer principio al que llamó el acto perfecto. Estableció que los cambios en los entes eran resultados de un acto cuya actividad (energeia) mediadora operaba indefectiblemente. Estos tipos de cambio eran: generación y corrupción, locomoción o cambio de lugar, crecimiento y disminución o cambio de tamaño y, por último, la alteración o cambio de cualidad. Consideraba que el cambio más importante era el de la generación, merced a la cual se originaba una nueva substancia. Esta substancia existe, no como una propiedad de otra (un accidente) sino en sí misma. Que contiene la materia de la que surgió y una composición esencial o forma que la convierte en el tipo de objeto que es. De ahí que la capacidad de la mente humana tienda a definir cada ser natural mediante un género, que está en correspondencia con su materia, y una diferencia específica, que corresponde a su forma última esencial.