LÍMITES
© DR Xavier A. López y de la Peña.
«Sólo sé que no sé nada»
Sócrates el ateniense, hijo de Sofronisco y Fenaretes
¿Cuál es nuestro origen -o el de la vida en general-? ¿qué sentido tiene el vivir -o de otra forma quiénes somos-? ¿qué sucede después de la muerte -o a dónde iremos, si es que lo haremos-? Estas son las preguntas aún inconclusas que todo ser humano suele hacerse ya de una forma sencilla o compleja, y constituyen la tríada que sustenta el pensamiento filosófico universal, pero... ¿hay límites? ¿hay algún concepto universal? La historia ha demostrado que los seres humanos pueden avanzar, y de hecho lo hacen a pasos agigantados en la obtención del conocimiento. Para decirlo de otra manera, al paso del tiempo encuentra cada día “nuevas” soluciones a sus incógnitas aparentemente inacabables. Se sabe también y es innegable que cada día que pasa sabemos más de menos. Nuevos paradigmas substituyen a los viejos. Pareciera entonces no haber límites a tal esfuerzo por conocer. De manera alegórica podemos afirmar que el árbol prohibido de la sabiduría no agota sus manzanas a pesar de que las cosechamos y nos las comemos vorazmente. La consecución del conocimiento corre paralelo al desarrollo y evolución social del ser humano en todos los órdenes y se conforma como modeladora del llamado “progreso” modificando el entorno y adaptándolo a sus necesidades cada día crecientes. Es así que la gente por citar un ejemplo de esto, ligada eternamente a la tierra llegaba a la descripción de que el trabajo agrícola, como resultado del conocimiento generado ancestralmente en este campo, era posible hacerlo mediante tres categorías según Marco Terencio Varrón: el hecho por instrumentos parlantes (seres humanos), semiparlantes (las bestias de tiro) y los mudos (objetos materiales). En el campo de la física el conocimiento sobre la materia se ha transformado desde Arquímides con sus aportaciones a la estática entre muchas otras, hasta científicos modernos como Blojintzev quien hace esfuerzos por reunir en una sola teoría la relatividad y la mecánica cuántica, o el descubrimiento de la llamada partícula de Higgs (partícula de tipo bosón de masa 125.3 gigaelectrónvoltios (GeV), también llamada “partícula de Dios”, recientemente dada a conocer. El origen de la vida, para hablar del campo de la biología, ha «humanizado» (es decir, ha dejado atrás a los dioses creadores como uno de los primeros vestigios heréticos) su visión refiriéndolo a la física con el postulado de Tales de Mileto que le define como proveniente del agua y apoyado por Anaximandro quien aseguraba que “los primeros seres vivientes nacieron en lo húmedo, envueltos en escamas, que al crecer, se desplazaron a las partes más secas y que, cuando se rompió la corteza de escamas que les rodeaba, vivieron, en poco tiempo, una vida diferente”. La “generación espontánea”, otra herejía contraventora al origen divino, sostenida por Aristóteles y que permeó por siglos en el mundo occidental y musulmán, vino a ser desbancada por el naturalista alemán Schwann que sostenía que “las fuerzas que actúan en la materia viva son las mismas que juegan en el mundo inanimado” y que el químico francés Pasteur dio por cancelada totalmente dicha teoría. La teoría de la evolución que expresa el fluir del tiempo con sus cambios modificadores sobre la materia viva, son representaciones del conocimiento adquirido que nos acercan a los orígenes aún desconocidos. Todo el conocimiento se basa en el esfuerzo por comprender al mundo y a nosotros mismos a través de la curiosidad humana. Sin embargo, repetimos ¿hay límites para ello? Por ahora, abordaremos algunos de los límites que los fenómenos físicos nos imponen y por ello debemos decir que los fenómenos del universo pueden reducirse a complejas interacciones físicas y aquí es donde podemos encontrar un primer límite al conocimiento: la velocidad. La velocidad de la luz que en números redondos es de 300 000 km/seg es una velocidad insuperable en el universo. No hay más fronteras. Este es un límite a nuestro conocimiento, no podemos aspirar a «encontrar» una mayor velocidad y todos los fenómenos físicos, físico-químicos o biológicos encontrarán como límite de circunscripción ideológica y fáctica este término. El taquión, esto es, cualquier partícula hipotética capaz de moverse a velocidades superiores a la de la luz en el vacío, sigue siendo eso, una hipótesis. La división de la constante de los gases R por el número de Avogadro N nos ofrece como resultado otro límite del conocimiento: K, la constante de Boltzmann (1844-1906). Esta representación teórica de la constante de Boltzmann viene a establecer un puente entre la entropía de un sistema y su estructura atómico-molecular y que, planteada en el campo de la informática, la constante de Boltzmann puede ser interpretada como el cuánto de información. Boltzmann llegó a la conclusión de que la entropía es una medida del desorden molecular: al estado más probable, que es el más desordenado, corresponde el máximo de entropía. En las interacciones de fuerzas siempre se intercambia algo y ello origina cambios tanto en el emisor como en el receptor de la acción. El límite mínimo (otra frontera del conocimiento) para esta «acción» se conoce como H, la constante de Planck y que corresponde al número de 0,000000000000000000000000006626 erg x segundo. Este es el límite o tiempo mínimo de trabajo, o cuánto de acción. La mecánica cuántica es la encargada de la descripción adecuada de estas magnitudes del saber. Estos límites, como muchos otros (la constante G de Newton, referida en la ecuación de la gravitación universal, la constante dieléctrica del vacío, etc.) no obstante, no impiden el avance por conocer, no; sin embargo, si tratamos de un fenómeno cualquiera sabemos ya de antemano que dicho proceso no podrá ser o tener en su composición «algo» superior al límite de la velocidad de la luz, o inferior a un cuánto de acción para utilizar los mismos ejemplos referidos. Y, al principio, todo fue curiosidad. Esta son las primeras palabras con las que inicia Isaac Asimov su libro Introducción a la Ciencia, y de esta curiosidad de los humanos surgen las preguntas con que iniciamos este texto y otras como las siguientes: ¿porqué nos movemos? ¿qué hace fluir el impulso nervioso a través de los axones neuronales? ¿porqué lloramos o reímos? ¿cómo almacenamos la energía proveniente del sol? ¿qué función ambiental tienen la cucarachas? ¿dónde está la memoria? ¿cómo contener un fluido a 100 000 grados centígrados? ¿porqué y porqué..., qué? Límites a contracorriente, y nuevas herejías surgidas contra la ortodoxia del pensamiento generan nuevas teorías como la del Caos (la creencia primitiva griega en una naturaleza impredecible regida por el capricho de los dioses) que nos señala que el conocimiento preciso de los componentes de una estructura no es suficiente para describir el comportamiento de esa estructura. De hecho, se puede predecir con máxima precisión la ocurrencia de un eclipse solar dentro de 189 años o más y, sin embargo, somos incapaces aún de prever las condiciones climatológicas para las siguientes tres semanas. Por esto mismo, es inasible hoy creer que la posesión del conocimiento íntimo de las fuerzas fundamentales de la naturaleza nos permitiría, algún día, aprehender los enigmas de la física y del universo todo.
Nuestro saber es minúsculo comparado con el todo. Nuestro presupuesto curioso se ve condenado a sufrir el mito que simboliza la elevación y la caída, consecuencias de la vanidad humana como lo sucedido al hijo de Zeus, Tántalo (el que titubea), que tras traicionar los «secretos» de los dioses olímpicos fue condenado a padecer eternamente sed y hambre, en este caso, de sabiduría. El crimen cometido por Tántalo extendió la maldición a sus descendientes, Níobe, Pélope y los hijos de éste, Atreo (y sus descendientes los Atridas Agamenón y Menelao) y Tiestes. Hoy, no obstante, la maldición sigue con los y las Molina, López, Brown, Claus, Hubberman, Driesch, Gödel, Eckhart, etc., etc.