Irak en la memoria.
© DR Xavier A. López y de la Peña
ANTES
El ser humano inició la transmisión de los conocimientos de forma precisa e imperecederamente a través de la escritura cuneiforme hace aproximadamente 6000 años, liberándolo del yugo oral y promoviéndolo de forma más amplia entre las personas en las cálidas y fértiles llanuras de Mesopotamia y el valle del Nilo.
Por entonces también se establecieron las bases de las matemáticas y florecieron la astronomía, la metalurgia el descubrimiento y uso de la rueda y las obras hidráulicas para canalizar las aguas y llevar el fertilizante limo de los ríos tierra adentro o para desecar pantanos, así como la conocida construcción de los Jardines Colgantes de Babilonia por órdenes del rey Nabucodonosor (aprox. 600 a. de C.) para mitigar la tristeza que su princesa meda tenía del verdor natal, y que fue considerada una de las siete maravillas del mundo antiguo e irrigados por el río Éufrates por medio de un sistema ingenioso, entre otros desarrollos.
La arquitectura de talla portentosa con fuerte contenido simbólico y teocrático, surgió en una demandante sociedad que requería del establecimiento de normas de conducta y leyes que normaran la convivencia entre ciudadanos de diversa dedicación: artesanos, sacerdotes, comerciantes, militares, escribanos y más. Formularon los primeros códigos escritos garantes de los derechos ciudadanos ante la autoridad teocrática, ya se tratase de personas con alta o baja condición social como queda manifiesto en el conocido código de Hammurabi (Hammurabi, rey de Babilonia cuyo reinado se remonta al año 2,100 a. de C.) que fue grabado en una estela de diorita negra conteniendo 3,600 líneas de caracteres cuneiformes y que hoy, aún podemos admirar.
El Tigris y el Eufrates nutrieron a la cultura sumeria floreciente en la ciudad de Ur, uno de los centros culturales más importantes que fue conquistada posteriormente por el implacable semita Sargón I (Sha-Rukin) rey de Acadia y cuyas ruinas, a causa de su destrucción en el siglo IV, apenas fueron descubiertas en el siglo XIX. En otro lado, el Nilo daba paso al curso de la humanidad del estado neolítico a la gran civilización constructora de pirámides.
La vida y la muerte se nutrieron de las ideas que la civilización imprimía en sus instituciones públicas en un lapso de 3,000 años de incesantes guerras contra los nómadas del desierto y de otras ciudades-estado que codiciaban (aún hoy lo hacen) sus riquezas.
Mesopotamia, cuna de la civilización cuya historia ha sido perpetuada por la Biblia, modeló una práctica médica mágico-religiosa nutrida por el castigo de los dioses al pecado cometido por el infractor. Adoraban a los dioses de la medicina Ninib, Gula y Ninazu con su hijo, cuyo símbolo era una serpiente en un cetro como antecedente histórico del caduceo y, sobresalientemente a Marduk el dios babilonio con poderes amplios sobre todas las enfermedades.
El médico-sacerdote mesopotámico tenía una enorme preparación aprendida en el templo. Sabía leer y escribir y era experto en astrología, literatura, ciencia, religión y era llamado âsû ("el que conoce las aguas") tenía como funciones las de tratar al paciente por medio de talismanes, con ciertas substancias y hacer pequeñas cirugías en tanto que al bârû, el docto en los vericuetos de la adivinación se le solicitaba el diagnóstico y pronóstico de cierta enfermedad, o se recurría al âshipu o sacerdote-hechicero para los casos en que era necesario hacer algún tipo de exorcismo.
La naturaleza proveía los elementos a utilizar en la práctica médica. Leche cuajada, linaza, alquitrán, estiércol, higos, dátiles y huesos eran combinados o mezclados para tratar esta u otra dolencia.
Los mesopotámicos creían que el hígado era el órgano en que asentaba la vida y consecuentemente desarrollaron una técnica de estudio y adivinación por el hígado asombrosa. La hepatoscopía, era el arte y técnica de la "lectura" (reservada para los poderosos que podían costearla) que hacían sobre el hígado de una oveja recientemente sacrificada frente a la efigie de una de sus deidades y de cuyas "alteraciones" (cambios de color, volumen, forma, peso y otras características más) deducían la violación a un precepto religioso, la transgresión a una norma, o presagiaban desastres o calamidades individuales o colectivas. El conocimiento de la víscera hepática les hizo manufacturar modelos en arcilla (uno de estos se puede admirar en el Museo Británico) o bronce que señalaban con divisiones e inscripciones y servían como textos para enseñar el difícil arte de la curación.
Por su situación geográfica en el paso de importantes rutas comerciales, las plagas y epidemias no eran raras por la constante mezcla de pueblos y, a causa de las constantes luchas entre sirios y caldeos, los médicos alcanzaron un importante conocimiento acerca de las heridas y fracturas y fueron diestros en el arte quirúrgico. Las leyes draconianas estaban destinadas a la salvaguarda de los súbditos contra los errores médicos (uno de los antecedentes más remotos acerca de la responsabilidad profesional) en quienes se reconocían sus habilidades tanto con el uso del cuchillo como con el empleo de venenos. Si el paciente perdía un ojo a consecuencia de un tratamiento juzgado inadecuado, el médico perdía una o dos manos y si el paciente pertenecía a la realeza pagaba con su vida su error.
Las frecuentes tormentas de polvo y los cambios de temperatura a extremos entre el día y la noche se conjuntaban para atacar a las vías respiratorias de la población en un ambiente lleno de moscas y mosquitos trasmisores del paludismo, la disentería y muchas otras. La basura se depositaba fuera de las casas a merced de los elementos.
En Mesopotamia también como hoy había extremos de bienestar. En tiempos del rey Nabucodonosor (ca. 600 a. de C.) la avenida que daba a su palacio estaba limitada a ambos lados por 20 leones de cerámica y la magnífica construcción adornada con mosaicos multicolores iluminados por lámparas de aceite durante las gélidas noches.
El mesopotámico enfermo se preguntaba ¿qué pecado he cometido para merecer este castigo?. Ishtar, la diosa del amor, de la hechicería y la peste acechaba al infractor en cada rincón para infligirle su castigo: la enfermedad. Si en caso contrario el sacerdote-médico o el propio enfermo no podían encontrar una justificación para merecer un castigo divino, el mal era considerado aún divino, tan divino que no eran capaces de descifrar los designios deidad.
Los fértiles valles entre los ríos Tigris y Éufrates que dieron vida a las ciudades de Ur, Babilonia, Assur y Nínive en donde floreciera la cultura que nos legó leyes, religión, ciencia, técnica y humanismo, perpetuó con su escritura cuneiforme en las tabletas de barro que Asurbanipal (ca. 668-626 a. de C.) el último de los reyes de la dinastía sargónida mandó reunir en su biblioteca real, su memoria.
AHORA
En la época actual la idílica mesopotamia, hoy República de Irak, padece la enfermedad negra: el petróleo (10 mil millones de barriles. El 10% de las reservas estimadas en Irak). Siglos de lucha fratricida entre sus pobladores divididos entre sunitas y chiítas por el asunto sucesorio del poder iniciado tras la muerte de Mahoma en el año 632, más el gigantesco manto petrolero del subsuelo de Kirkuk, conforman el demonio que destruye la esperanza de un pueblo otrora modélico.
Según el Informe Oxfam Internacional del 2007, en medio de la violencia armada sus pobladores sufren terriblemente: ocho millones de personas requieren ayuda humanitaria y tanto la enfermedad como la desnutrición conforman el horizonte del grueso de la población iraquí.
Los servicios sanitarios y de atención a la salud de la capital, de las principales ciudades y a lo largo de los territorios administrativos están colapsados.
El proveedor nacional de suministros médicos (Kemadia) está rebasado y el 90 por ciento de los 180 hospitales que existen en el país, carecen de recursos médicos o quirúrgicos básicos.
Se estima que desde la invasión de Iraq en 2003 han ocurrido cerca de 65.000 muertes violentas y por cada una de ellas hay cerca de tres heridas. La revista médica The Lancet en 2006, señalaba que la violencia podría haber llevado directa o indirectamente a 655.000 muertes desde 2003.
El hospital Al-Yarmouk, localizado en Bagdad, al lado del colegio médico de la universidad de Al-Mustansiriya y considerado el segundo en Irak, afronta serios problemas de seguridad. La policía, el personal militar y los integrantes de milicias irrumpen de manera regular en las salas de urgencias en busca de tratamiento para sus compañeros, disparando dentro del hospital para intimidar a los pacientes y amenazando al personal médico. La Asociación Médica Iraquí declara que el 50 por ciento de los 34.000 doctores registrados en 2003 han abandonado el país.
La cuna de la civilización mece ahora su propia mortaja.