LAS MANOS.
© DR Xavier A. López y de la Peña.
La mirada acaso muestre el estado de nuestro ánimo,
mas la mano traduce todo a la vez, los secretos
del cuerpo y del pensamiento.
Honorato de Balzac.
Las manos han sido las herramientas del intelecto y sin ellas los seres humanos no hubieran podido alcanzar su desarrollo actual.
Las manos y el cerebro guardan vínculos muy estrechos y es prácticamente inconcebible disociar una estructura de la otra. En la forma gráfica de representar la influencia que la corteza cerebral concede a la mano, de acuerdo con el neurocirujano canadiense Wilder Graves Penfield, la zona motora que corresponde a la mano en la zona cerebral, representa aproximadamente un 28% -¡una tercera parte!- del total del área en cuestión, evidenciando la enorme importancia que tiene esta estructura anatómica nuestra.
Las manos nos sirven tanto para acariciar como para destruir y sin ellas nos vemos terriblemente limitados, incapaces incluso de sobrevivir sin una ayuda externa eficaz.
El ser humano ha conformado su entorno en concordancia siempre con sus manos y sin ellas, ve reducida su capacidad operativa a nada. Desde los interruptores eléctricos, los libros, el martillo o destornillador, hasta las mismas monedas o el ordenador, están elaborados acorde a nuestras manos para poder manipularlos.
Aunque para todas las personas las manos constituyen un apoyo a su expresión verbal en mayor o menor grado, en algunas de ellas es tan sobresaliente que, si se les atara, prácticamente no podrían comunicarse o lo harían con enormes dificultades. Las manos así les sirven como complemento a sus conversaciones. Los movimientos, las posiciones y direcciones que le imprimen a las manos apoyan de una forma gráfica y simbólica al tema de la conversación ya moviéndolas en forma de círculo cuando se habla de un grupo y reuniendo los dedos para completar y dar forma a la idea de que el grupo de que se habla, de alguna manera se mantiene unido o sólido, quizá congruente con un ideal.
Las manos son parte de lo “humano” y transmiten no sólo ideas, emociones, pasiones y sentimientos diversos sino que ofrecen a la vista de los otros, la imagen, concepto y costumbres del poseedor. ¡Muéstrame tus manos y te diré quién eres!
Pero cuidado, podría caerse en el mismo error en que incurrió el doctor Adolphe Desbarolles (1804-1886) -quiromántico científico, como solía llamarse a sí mismo- quien habiendo estudiado las manos de Alejandro Dumas y de Musset, leyó también las manos del romántico escritor francés Alphonse de Lamartine y, en un grito de dolor y con las manos elevadas al cielo le confesó: ¿Queréis que os diga, señor, una cosa? -exclamó- . Yo creía que tendríais una mano femenina, delicada, blanca, con dedos afilados, las manos que han escrito Graziella, Las meditaciones y Jocelin. Tenéis, en cambio, perdonadme señor, una mano gruesa, con dedos gordos y nudosos ¡Una mano de mercader!
Los artistas, anatomistas y psicólogos se han dado a la tarea de descubrir en las manos ya su maravillosa estructura y funcionalidad, como sus más sutiles e intrincados secretos que le dan una plasticidad incomparable, y la gitana, en un ambiente de superstición, hechicería y magia sazonado con perfumes o incienso, anuncia la buena o la mala nueva al personaje que ansiosamente busca “saber” lo incognoscible siguiendo la “lectura” de los hechos pasados y futuros impresionados en los surcos (pliegues) de la línea de la vida, del amor o la fortuna evidenciados en la mano.
Las manos conectan con el corazón -creencia añeja-, residencia de las emociones y los sentimientos, así que no es inverosímil entonces que al dedo medio se le llame cordial y que los corazones de los desposados se unan simbólicamente con un anillo colocado, también en uno de los dedos de la mano: el anular. De la amada, se pide la mano, no más. Las manos de la mujer que se ama, se muestran perfectas al enamorado ya por su suavidad y tersura, por el contorno suavemente delineado de los dedos o quizá por los hoyuelos que su mano regordeta hace a nivel de los nudillos. Con las manos, sin embargo, se toma al sujeto amado y se nos toma en el acto del amor. Las manos guían, exploran, reconocen conducen, quizá -y porqué no- también contienen o detienen pero nunca podrán ser indiferentes a la emoción que la intención les imprime ya de manera impetuosa y ardiente, o mesurada y sutil, brusca o suave, tímida o enérgica.
En los últimos instantes de la vida del creador de La comedia humana, Honorato de Balzac, se acercó a su lecho Defina de Girardin y aquél le dijo: “Mi gran amiga dejad vuestras manos entre las mías, que yo siento vuestra belleza por el tacto... porque no veo más”. El amor llegó a su vida, a su lado, acompañado de la muerte en la unión de sus manos.
Las manos realizan el último acto del pensar que es el escribir dando certeza a la frase que dice que “escribir es terminar de pensar”, creando, descubriendo, trasmitiendo ideas, sentimientos, emociones, pasiones, incoherencias, estupideces o ya simples informes.
Con las manos damos la bienvenida a los visitantes con un gesto amistoso y con ellas también les despedimos. La mano abierta representa una señal de amistad como si se “estuviese diciendo” al otro: mira, soy capaz de empuñar un arma, sin embargo, no lo hago; vengo en paz; no tengo nada que te amedrente. El puño cerrado denota ira, rabia, enojo y amenaza -fuerza agresiva- o expresa en otro contexto dolor e impotencia, o fuerza, decisión y coraje. Unidas las manos ayudan a solicitar clemencia o perdón, denotan concentración o ensimismamiento y pretenden, en la oración, como si su conjunción sirviese de guía para llevar hasta la deidad simbolizando una zambullida celestial. Formando con los dedos pulgar e índice un circulo y los dedos medio -o cordial-, anular y meñique extendidos; la ideología oriental expresa concentración y contacto místico profundo del Yo con el Ser Supremo.
Al estrechar una mano proyectamos y recibimos información sobre la persona, y para el Dr. Gregorio Marañón las manos encerraban el gesto simbólico de nuestro ser. En sus estudios endocrinológicos hacía referencia a que las manos húmedas y frías eran comunes en las personas hipoemotivas, indiferentes e hipogenitales, en tanto que las cálidas pertenecían a los apasionados, vehementes, ansiosos, impetuosos e hipertímicos. La mano que saluda con firmeza revela aplomo y seguridad en quien la ofrece y la proyecta a quien la toma, y en contrario, el saludo huidizo, fláccido y breve transmite de inmediato inseguridad y timidez.
Las manos que se ocultan tras el hábito (que no es lo mismo que guardarlas en los bolsillos del pantalón) de ciertas órdenes religiosas quizá sirva para demostrar a su poseedor y a los ojos de los demás, que no son sus manos -herramientas del intelecto- públicas, sino manos privadas dedicadas exclusivamente al servicio de Dios y que sólo pueden ser mostradas unidas y elevadas en la oración.
Algunas personas en fin, lejos de reconocer en sus manos unos apéndices maravilloso que, como el rostro nunca se muestran inexpresivas, pretenden darle lucimiento -bárbara idea- con adornos en la muñeca o en los dedos y les llenan de anillos con piedras preciosas o no, engarzadas en metales varios siguiendo una antigua tradición en el uso de los anillos que otorgaban -aún pretenden hacerlo- ya posición social, eclesiástica y preeminencia en otros órdenes al poseedor que establece con ello en ciertos casos -como cuando se besa el anillo de un jerarca de la iglesia- probablemente un límite artificioso entre los labios del gentil, del miserable o plebeyo y la mano indigna de ser tocada.