Sobre el hacer médico.
© DR. Xavier A. López y de la Peña.
El arte y ciencia de la medicina giran en torno a lo lúdico, y al histrión. El hacer en las artes de la sanación desde siempre se ha rodeado de diversos escenarios, maniobras, gesticulaciones, frases, poses, ritmos, malabares, prestidigitación y locución, entre otros, que producen un gran impacto sobre el ser humano enfermo.
La sorpresa y cuasi adivinación de lo que acontece en el enfermo, podría decirse, suele dejar perplejos tanto a los estudiantes de la profesión como a los pacientes mismos y sus familiares como también al potencial auditorio presencial, máxime si se le logra rodear el acto de una particular teatralidad.
El aguzar los sentidos y pulir la vena perceptiva de los gestos, expresiones, y ambiente que rodea al paciente en la búsqueda de datos y señales acerca de la enfermedad suele redituar en prestigio profesional. De hecho, el médico griego Claudio Galeno (130-200 a.C.) refiere el caso en la que su astucia le llevó a ganar la confianza del enfermo de la siguiente manera: al acudir al llamado del paciente y entrar a su casa se topó con uno de los sirvientes que salía con un recipiente en el que llevaba las heces del paciente, y en cuyo color y consistencia advirtió de manera rápida que se trataba de una afectación hepática. En una mesa cercana advirtió también de que había un recipiente conteniendo hisopo e hidromiel, por lo que dedujo que el paciente estaba siendo tratado como si tuviese una pleuresía. Luego “pulsó” al paciente y le anunció, de manera solemne que su enfermedad estaba situada del lado derecho del cuerpo y por debajo de las falsas costillas; después predijo un ataque de tos, que se produjo casi simultáneamente, y luego añadió que sin duda alguna el dolor se le agudizaba con la inspiración profunda. Pronto habrá de sentir -predijo Galeno- dolor a nivel del hombro derecho, hecho que fue confirmado posteriormente y remató, diciéndole al paciente que, sin duda alguna el diagnóstico anterior a su llegada había sido de cierto confundido con una pleuresía. Este ejemplo ilustra las dotes de observación de Galeno que le dieron las pistas adecuadas para el diagnóstico correcto de un mal hepático, ciertamente, no constitutivas de una arte de adivinación de su parte, sino de una magistral forma de deducción ante las evidencias y experiencias acumuladas a lo largo de su vida práctica.
Igualmente el escritor inglés Arthur Conan Doyle, médico de profesión, dio vida al personaje de Sherlock Holmes mediante su asombroso método deductivo basado en la también minuciosa observación de los personajes o de la escena del crimen en su caso. A esto puede llamársele con el neologismo presticoncientización (como símil de la prestidigitación) de los hechos. Si a esta capacidad perceptiva de los elementos por parte de los profesionales de la salud se les agregan ciertas destrezas histriónicas, el resultado sobre el paciente es el esperado anticipadamente y con gran impacto colectivo.
Las artes dramáticas como la música, el teatro, la danza, la poesía, constituyen herramientas utilizadas por las personas dedicadas a la atención de problemas de salud en la historia de la humanidad, haciéndole aparecer imponente y lleno de teatralidad. Baste evocar la imagen del shaman actuando en cualquier ceremonia ritual de sanación individual o colectiva. Ya se trate de una ceremonia indígena de los norteamericanos paviotsos de entre Nevada y California, o como la de nuestros huicholes para referirnos a nuestro folclore, o a las “ceremonias” postmodernas que se escenifican diariamente en los grandes centros médicos de París o Australia.
De las tertulias que el médico austriaco Frederick Antón Mesmer en el siglo XVIII realizaba en torno del baquet, una cuba llena de bolsas que habían sido cargadas con “magnetismo animal”, y sobre las cuales la gente se congregaba y se aliviaba de una u otra afección, hasta los modernos equipos de resonancia magnética y de emisión de positrones, el patrón de influencia sobre el paciente sigue siendo el mismo.
Los indígenas que referimos arriba utilizan ya vestimentas con plumas, con telas de vistosos y llamativos colores (Mesmer solía utilizar extravagante ropa de color lila), sonajas y emiten ruidos, cantos y hasta bailes con aromatizante de incienso. Hoy, el sanador viste ropas blancas, cubrebocas, gorros o cofias y blande en sus manos ya el estetoscopio o el electroestimulador y se rodea del ruido de las máquinas que actúan a telecomandos en un ambiente con olor aséptico.
El teatro constituye una herramienta en las manos del profesional (o no) de la salud. El campesino Velentine Zeileis, también austriaco como Mesmer, adicionó a las ideas de este último términos atómicos y “curaba” empleando una varita que emitía una corriente eléctrica que producía diversos colores ¡Imagínese el espectáculo que representaba Zeileis lanzando coloridas chispas con su varita en medio de un auditorio de 50 a 100 personas a diestro y siniestro y en semi oscuridad! Hoy, con el simple toque en la frente del indiciado, el influyente sanador puede hacer que se desmaye y al volver en sí, se muestre “recuperado” de sus males.
El uso de imanes está todavía muy difundido y se colocan en cualquier parte del cuerpo; sirven ya para control del apetito como para corregir un espasmo muscular a más de atraer buena suerte o para protegerse de ciertos maleficios; en algunos casos, basta con ejecutar este procedimiento en un familiar muy cercano al paciente para lograr que éste -dicen- se cure.
El psicodrama como método acompañante de estos procesos sin embargo, obtuvo su patente científica al través del “Teatro Psiquiátrico” que impulsó a mitad del siglo pasado el Dr. Jacob. L. Moreno en Nueva York. En esta modalidad terapéutica, los mismos pacientes hacían los guiones y participaban como actores. En ellos expresaban sus tendencias, emociones, represiones, miedos, odios y más y eran entonces analizadas y encauzadas por el propio psiquiatra hacia la curación. Así mismo lo espectadores, pacientes también, expresaban con sus respuestas hacia la obra y sus personajes sus propios problemas emocionales y/o conductuales.
La música así mismo ha sido siempre socorrida aliada de la medicina. “Levanta el ánimo de tus pacientes al son de la viola y el salterio” reza la frase de Henri de Mondeville, considerado el padre francés de la cirugía, allá por el año de 1316. La música tiene propiedades sedantes o estimulantes y combinada con la danza ha logrado importantes alternativas de curación en diversos trastornos tanto de orden psíquico como somático. Estimulan la convivencia, la cooperación, la interacción y la acción física misma tonificante, relajante. Permiten ayudar a reducir el aislacionismo de algunas personas, la timidez y retracción de otros, como a expresar ya sutil o explosivamente sentimientos no manifiestos por otros medios. Una persona autista podría, en ciertos casos, por medio de la danza percatarse de su propio cuerpo y superar con ello su crisis.
La poesía ha sido utilizada también como un catalizador psicoterapéutico en el que, después de la lectura de un poema se interroga al paciente sobre su percepción del mismo, con ello se inician pasos hacia el traslado del contenido poético a la realidad vivida. Manejo técnico de la palabra de los modernos terapeutas que transforman, paso a paso, la percepción del poema en la interpretación más variopinta del complejo psicodinámico del paciente.
La ludoterapia gana cada día más adeptos engalanándose con las bellas artes que ejecutan los modernos sanadores de cuerpos y almas en múltiples latitudes.
México, ciertamente, no es uno de los más beneficiados de esta herramienta a pesar de que la comedia y el drama conforman una unidad en el arte de curar. La ludoterapia no aparece en ninguna currícula escolar.
El arte galénico, más que ejercerse iatrolúdicamente en nuestro medio, se ejerce iatrohistriónicamente.