miércoles, 6 de enero de 2016

Herbolarium Medicum

LA HERBOLARIA EN LA MEDICINA
© DR Xavier A. López y de la Peña.
El ser humano ínter depende con las plantas. De ellas obtuvo alimento para el cuerpo, abrigo, material para elaborar diversos objetos y remedio para sus males.
La biotecnología actual impulsa hace décadas a los grandes consorcios fármaco-biológicos en la búsqueda de los principios activos de las plantas alrededor del orbe. Dichas instituciones patrocinan a un nutrido grupo de investigadores de las más variadas disciplinas que recopilan información acerca de los usos tradicionales de las plantas en la atención de uno más problemas de salud. Interesa su reconocimiento, clasificación, propiedades reales y supuestas y el “posible” principio activo que le confiere sus cualidades. El conocimiento primigenio acerca de cómo se obtuvo el saber sobre las propiedades de las plantas se oculta en el pasado remoto por ausencia de fuentes que lo constaten, mismo que se generó, a no dudarlo, a fuerza del ensayo y error de nuestros ancestros. Sin embargo, datos acerca de la sistematización en el conocimiento de las plantas nos ofrece el primer catálogo conocido de hierbas de uso medicinal que se generó en China a manos del emperador Shen Nung, considerado el dios chino de la medicina e inventor también del arado en el tercer milenio a. de C., y los conocimientos sobre el tema que nos legaron los egipcios y que nos dejaron escrito en el conocido Papiro de Ebers. Teofrasto, seguidor y sucesor de Aristóteles nos dejó en su Historia de las plantas y Causas de las plantas, aparentemente la primera clasificación de las plantas que incluye su descripción física, formas de crecimiento y métodos de germinación, y cuyos datos obtuvo precisamente en el jardín botánico del Liceo que aderezó el propio Aristóteles.
El romano Plinio el Viejo acrecentó el número de plantas descritas con muchos aciertos y más errores; el médico y farmacólogo griego, Pedanio Discórides, como cirujano de las legiones romanas a través de sus múltiples viajes, acopió gran cantidad de ejemplares y su descripción aumentó de manera considerable el conocimiento acerca de las plantas en su época. De entre los egipcios se tienen pruebas de la época de los faraones (bajorrelieves, papiros) que muestran el gran conocimiento por ellos adquirido sobre una enorme cantidad de las plantas y, de ellas las de uso medicinal.
Los árabes no se quedaron atrás. El moro español de Málaga Ibn Baithar, infatigablemente y hasta su muerte en 1248 reunió datos y materiales botánicos al través de sus viajes por el norte de África, Egipto, Grecia, Arabia y Mesopotamia. Todo el panorama del conocimiento se transformó con el Renacimiento. La botánica fue una de las que mayor impulso tomó y de cuya memoria se conservan los extraordinarios herbarios exquisitamente ilustrados como los que hiciera el inglés John Gerard, o los estupendos escritos sobre la materia que nos legara Andrea Cesalpino, médico de los papas.
El envión tomado para viajar en esta época y conocer nuevas rutas, gentes y mercaderías; hizo que los andariegos y navegantes intrépidos se surtieran de acompañantes ávidos de conocer, palpar, gustar, oler, dibujar, describir y coleccionar nuevas especies ya vegetales como animales a más de recrear o repudiar usos y costumbres de los habitantes de lugares hasta entonces ignorados. La geografía del mundo inició su reconstrucción. Cayeron las ideas geocéntricas y el sol se entronizó al centro del universo. Martín Lutero se encargó de causar el cisma del catolicismo. Se “encontró” por error de cálculo al Nuevo Mundo más allá de las columnas de Hércules. América y el lejano Oriente exportaron sus mercaderías y plantas a Europa llenado de asombro a gentiles y soberanos. De la Nueva España llegó pronto a Europa para quedar oculto por siglos en la Biblioteca Vaticana, el Libelus de Medicinalibus Indorum Herbis, escrito por Martín de la Cruz y traducido por Juan Badiano, médicos indígenas de Tlatelolco, dando cuenta del extraordinario desarrollo alcanzado en este campo del conocimiento por los mexicanos acerca la herbolaria medicinal.
El Renacimiento inicio también el impulso a la técnica y surge el microscopio con los que Marcello Malpighi, en Bolonia, y Nehemiah Grew, en Coventry, iniciaron el estudio de la micro estructura las plantas. También se empezaron a conocer los fenómenos de circulación en las plantas, de hojas a raíces, como de raíces a hojas y otras, y recientemente acerca de los procesos de la fotosíntesis para generar nutrimentos a partir de sustancias inorgánicas.
Miles y miles de plantas empezaban a darse a conocer provenientes de los cuatro puntos cardinales. Todo el mundo también se afanaba en dar nombre a las plantas y a clasificarlas de una u otra forma haciendo de ello una nomenclatura caótica a la que hubo de avocarse Karl von Linné, o Carolus Linnaeus (1707-1778). Este profesor de la Universidad de Upsala, Suecia, que dedicó su vida a establecer una clasificación binaria de las plantas por género y especie; diseñó un sistema de 24 clases de plantas en base a las características sexuales y con ello sentó las bases modernas de la nomenclatura botánica. Luego de Francia surgió la clasificación basada en la anatomía quedando en los llamados “órdenes” o familias que en buena medida se siguen empleando aún.
El mundo vegetal sustentaba cerca del 80% del armamentario terapéutico médico hasta principios del siglo XX en que se inicio un “divorcio” temporal de la medicina y la botánica con la llegada de los medicamentos sintéticos. Los precursores de las hormonas esteroides se obtenían de la raíz del barbasco, sin embargo, su fabricación sintética hizo a un lado a esta planta. No obstante, la mirada se vuelca nuevamente hacia la naturaleza y se analizan en la actualizad millones de plantas en la búsqueda de sus principios activos. Se entrevistan a herbolarios y se hurga en el pasado a la búsqueda de señales acerca de sus usos. Curanderos y herbolarios son acosados y casi forzados a revelar sus milenarios secretos por los detentores del imperialismo farmacéutico. Y, no están equivocados pues la naturaleza mantiene aun en reserva muchas sorpresas.
Recuérdese el impacto que produjo el conocimiento y aplicación médica como sedante en la cultura de occidente hace trescientos años, de la Rauwolfia serpentina, planta del Himalaya que había sido usada por más de treinta siglos por los sanadores ayurvédicos para tratamiento de la disentería y el insomnio. Los investigadores patrocinados por la industria farmacéutica aislaron pronto sus cristales de reserpina como principio activo y luego dieron con otras plantas africanas que también contenían esta sustancia. Luego se le encontraron otras aplicaciones como la de medicamento contra la presión arterial alta.
Historias y leyendas se nutren y entretejen acerca de las plantas y sus usos. La Digitalis purpurea conocida desde la antigüedad, formando parte de las fórmulas medioevales y citado posteriormente como específico para el tratamiento de la hidropesía; la fascinante historia de la Cinchona calisaya cuyo nombre se toma de la virreina del Perú, la condesa Cinchón, y que sirvió para el tratamiento de la malaria gracias a su contenido en quinina que no se sintetizó sino hasta 1945; el aceite de ricino como laxante que se obtiene del Ricinus communis o planta del castor que ya va quedando en el pasado; el Plantago Psyllium que se emplea ahora el casi todo el mundo como formador de bolo fecal hidratado para el tratamiento de la constipación. La mandrágora, la valeriana, el ácido salicílico, el ginko biloba; la atropina (Atropa belladona) conocida como la mortal sombra de la noche ya utilizada para dilatar las pupilas de las mujeres –por eso de bella-mujer; belladona- el anticolinérgico por excelencia o empleada como veneno para deshacerse de la pareja infiel, el enemigo o el rival.
Los seres humanos somos naturaleza y dependemos de la naturaleza. Ella nos provee de alimentos y remedios. Debemos aprender de ella y aprovecharla racionalmente.
El premio Nobel de medicina otorgado conjuntamente en el 2015 al irlandés William Campbell, al japonés Satoshi Omura y a la china Tu Youyou, se debió a su desarrollo de tratamientos contra infecciones parasitarias. Particularmente la científica médica y químico farmacéutica, Tu Youyou, da cuenta de un eficaz tratamiento contra el paludismo (padecimiento que afecta anualmente a cerca de 200 millones de personas) obtenido de un extracto de la planta de ajenjo dulce Artemisia annua, basándose en lo referido en antiguos textos médicos chinos y remedios populares. El extracto que obtuvo de la Artemisia absinthium fue la artemisinina (dihidroartemisinina).