En ciencia uno intenta decir a la gente,
en una manera en que todos lo puedan entender,
algo que nunca nadie supo antes.
La poesía es exactamente lo contrario.
Paul Adrien Maurice Dirac (1902-1984)
© DR Xavier A. López y de la Peña
Comparto con los lectores esta vivencia que tuve hace algún tiempo.
El escenario estaba determinado de antemano. El autor presentaba su obra escrita: “El animal sin manada” de manera verbal y pródigamente aderezada con gesticulaciones, manejo de luces y apoyos varios que incluían juguetes, cuentas, velas, linternas, fósforos y fuego.
La obra escrita que expresaba las vivencias de su autor, era transmitida de esta manera a los espectadores (nosotros) en un marco teatral festinado por las diversas escenografías que el museo ofrecía. Sí, la presentación de este libro fue en un museo. Precisamente en el Museo de Historia Natural de la ciudad de México.
No dejo de asombrarme por la capacidad creadora del ser humano, independientemente de que mi respuesta pueda ser y sea parcial o totalmente opuesta a la de otros. Cada quien percibe «su realidad» bajo diversos constructos. Por esto no resistí la tentación de expresar aquí mi sentir ante este acontecimiento del que fui testigo y actor involuntario (voluntario -debo aclarar- porque yo decidí asistir, involuntario porque fuimos incluidos todos los asistentes en la representación) en consideración al conflicto sentido entre la poesía y la ciencia.
La presentación de este libro por su autor en el referido museo, contaba además con la presencia de un hombre dedicado a la ciencia en el capítulo de las ciencias de la vida animal.
En tanto que el escenario se tenía y entretejía entre los diferentes módulos museográficos, el público era trasladado de uno a otro de éstos, guiado sólo apenas por las tenues luces que a diestro y siniestro nos conducían los presentadores.
De fondo, y sin poder ver a su ejecutante, se escuchaba el sonido armónico de un violín solitario que dejaba salir una composición lánguida y melosa al ritmo que su intérprete imponía.
En cada cambio de escenario se entremezclaban el sonido del violín con una grabación de fondo que dejaba escuchar un montaje de naturaleza con aullido de lobos, la alharaca de las chicharras y silbidos de mil y un habitantes nocturnos.
El autor, hacía gala de una impronta histriónica bien estudiada, artista al fin. Mientras decía alguno de los versos que contenía su libro, ya sentado de lado en una banca e iluminándose el rostro desde abajo con la luz de una linterna sorda, o jalando lentamente una cuerda atada a un barco de juguete desde la parte alta de un módulo que representaba un pasaje del pleistoceno, marcaba al público definitivamente.
El científico alternaba con el autor en una extraña combinación. Mientras este último se preparaba para la siguiente escena, el científico exponía su improvisada poesía científica hablándonos de la mano del ser humano como de las “alas que han guiado a la humanidad en el pasado, el presente y al futuro”. Metáfora sutil que unía la fría idea de la característica humana biológica con el encanto alado transportador del ayer y el mañana en el hacer cultura. Cantos diversos de ballenas en uno y otro lado del mundo estructurados en armonías particulares como señal de “cultura” y más.
El público (nosotros) también era así mismo un público sui generis. Resaltaba el maquillaje mortecino en las mujeres que les hacía lucir un aspecto cianótico por la moda del color obscuro del lápiz labial y de la pintura para las uñas simulando una cardiopatía cianógena avanzada en el humano, en este momento sano. Un sombrero aquí y allá parecido al que utilizan las indígenas peruanas; moda light en todo caso, atizada de post-modernismo y generacionalmente también post-pop. El vestir masculino no se quedaba atrás, ropa negra mayoritariamente, nada de corbatas -como señal velada de rechazo eterno al establishment- , mezclilla y rayón; barbas de intelectualidad tocadas simétricamente por canas; amaneramiento profuso.
Ciertamente la expresión artística por medio del verso como se define a la poesía, daba a la obra del autor un carácter muy particular, dejando entre su público aquél encanto indefinible que halaga y suspende, conmueve y deleita en el ánimo por un lado, o pasa sin trastornar la sensibilidad. Creación al fin.
Se recreaba un ambiente mágico en el medio de un escenario brutalmente natural. Poesía y ciencia entrelazadas por la palabra y el sentimiento. Corazón y razón. Ambos vibrando con el «impulso sensible» a la tónica que describiera Federico Schiller (1759-1805), y que habría de expresarse en esta presentación bajo su concepto universal que es la vida; dando el objeto de este impulso para valorar sus merecimientos estéticos a su aserto de que “a la libertad se llega por la belleza” . Libre fueron los actores y libre el espectador de juzgar la obra según sus apreciaciones ¿Libres? sí, no obstante con aquella libertad acotada y modelada por las vivencias de cada quien y por la que nos imponen los demás.
La creación artística ilimitada siempre, busca transmitir el “impulso sensible” del autor como en el caso presente a sus espectadores, de la misma manera como las vibraciones que el tañido de una campana emite se transmiten a cada tímpano que les recibe. El proceso de tal información ocurrida en el cerebro de cada quien, ya es otra cosa. Para unos podrá percibirse como un sonido estrepitoso en tanto que otros, podrán considerarlo como un llamado del gong tañido en un lamasterio tibetano.
La poesía y la ciencia no se oponen, se complementan como se hizo en esta presentación. Cada uno con su lenguaje y sus formas, cada quien con sus “sentires” y elementos expresivos.
La Divina Comedia de Dante Alighieri que nos ofrece diálogos filosóficos y teológicos con Santo Tomás de Aquino, San Buenaventura y Salomón, y los Miserables de Víctor Hugo para mencionar sólo algunos ejemplos nos pueden conmover hasta las lágrimas, como también puede hacerlo el contemplar la primera representación espacial del ADN (ácido desoxirribonucleico) elaborada por Watson y Crick expuesta en un museo de París o el comprender la magnificencia que encierra la ecuación que explica una posible nueva forma de materia llamada partícula Z(4430), elemento con una masa que supera a la de los protones y que tiene carga negativa.
Hay poesía en la ciencia como hay ciencia en la poesía.
El siguiente poema titulado “Ceniza, la hermosura” de Francisco López de Zárate (1580-1658) combina átomos con flores y polvo. Encuéntrense la ideación científica que en su primera parte nos muestra al sol vívido de explosiones termonucleares en un aparente proceso inacabable.
Átomos son al sol cuantas beldades
con presunción de vida siendo flores,
siendo caducos todos sus primores
respiran anhelando eternidades.
La rosa ¿cuándo, cuándo llegó a edades
con todos sus fantásticos honores?
¿no son pompas, alientos y colores
rápidas, fugitivas brevedades?
Tú de flor y de rosa presumida,
mira si te consigue algún seguro
ser en gracia a todas preferida;
ni es reparo beldad, ni salud muro,
pues va de no tener a tener vida
ser polvo iluminado o polvo oscuro.
Este otro de madame Marie Curie que plasma el difícil trabajo que se exigía en su dedicación a la ciencia:
«¡Ah, cómo la juventud del estudiante transcurre amargamente,
mientras que a su alrededor, con eterna pasión lozana,
otros jóvenes buscan ávidamente los fáciles placeres!
¡Y no obstante, en su soledad
vive, oscura y feliz,
pues en su celda halla la fuerza
que hace inmenso el corazón!
Mas el tiempo bendito se esfuma,
pues debe abandonar el país de la ciencia
para luchar por su pan
en los grises caminos de la vida.
…Y muy a menudo, el espíritu fatigado
vuelve bajo los techos
de este rincón siempre amado por su corazón,
en donde albergaba la labor silenciosa
y en donde quedó un mundo de añoranzas».
O en este reciente de Benjamín Valdivia (1986) cual descriptor poético de la muerte, reino eterno de la entropía a la que nos accesa Carón el barquero del Aqueronte:
Un día hilará sobre mi voz el sopor último.
Y los cordeles que tendones
eran del duro barco de los huesos
han de ceder al peso inmóvil de este tiempo,
certero apaleador.
Una piedra que casi puedo ver tiene mi nombre
sobre la tierra de ceniza.
Tamiz el cielo.
Otros vendrán, acaso en ellos
teje versos el aire,
de nueva cuenta su primer gemido.
Si la ciencia se define como el tipo de conocimiento sistemático y articulado que aspira a formular, mediante lenguajes apropiados y rigurosos, las leyes que rigen los fenómenos relativos a determinado sector de la realidad , la poesía expresa en su sentir y mediante la palabra la comprensión estética de aquella realidad que definiera o tratara de definir la ciencia. Miradas aparentemente disímbolas enfocadas hacia la “explicación” de una misma realidad: todo lo que atañe al ser humano.