Algo del más
allá con un poco de
más acá o de la depresión.
¡Ser, o no ser, es la
cuestión!
-¿Qué debe
más dignamente optar el
alma noble
entre sufrir de la fortuna
impía
el porfiador rigor, o
rebelarse
contra un mar de desdichas,
y afrontándolo
desaparecer con ellas?
[...]
Hamlet, William
Shakespeare
Dr. Xavier
A. López y de la Peña
Vamos a comentar algo acerca de un
libro que leí hace poco tiempo y que llamó mi atención desde su mismo título: Angustia en las filosofías. Aporética de la
filosofía trascendental, escrita por el Lic. José Merino Blázquez y
editado por el mismo autor en México, en el año de 1945.
De entrada, hablar de angustia en las filosofías parece una perogrullada pues la filosofía siempre está angustiada
en la búsqueda de respuestas acerca de la esencia, las propiedades, las causas
y los efectos de las cosas naturales, especialmente sobre el hombre y el
universo. El ¿qué?, ¿cómo?, ¿cuándo?, ¿dónde?, ¿por qué?, acerca de la vida, de
la mente, de la verdad, del conocimiento y más. Esto vuelve locos (y con angustia,
por supuesto) a los filósofos y a cualquier mortal que de esto se ocupe
tratando de encontrar respuestas a ello.
Ahora, la segunda palabra: aporética. Ese es un adjetivo que viene
de la palabra aporía, que significa paradoja o dificultad lógica insuperable o
situación sin salida y que surge del vocablo griego ἄπορον con el significado de “algo” muy difícil de entender o de
interpretar, impracticable; la palabra surge con la partícula negativa o
privativa "α" y la palabra πόρος (pasaje). Cuando se hacía
una pregunta que no tenía respuesta los antiguos filósofos griegos
(especialmente los academistas)
solían expresar: «ἀπορέω»..."no se puede a través de esto" con
el significado de "no concibo esto" o "esto no puede ser
aclarado". También recibe el nombre de "aporía" la fase de la
mayéutica de Sócrates en la cual aparece el "falso saber" para ser develado.
Luego entonces el subtítulo que
lleva esta obra: Aporética de la
filosofía trascendental, nos indica que la filosofía a tratar será la
importante no la baladí, la que nos da alguna luz, la que sea digna de
discutir, la que contenga los mejores razonamientos; en fin, la trascendente, misma
que se encuentra ante una dificultad
lógica insuperable o lo que es lo mismo, en un callejón sin salida que nos
dejará perplejos una vez más.
Sigamos…
El libro consta de una introducción
(que el autor nomina introito), 28
capítulos y un colofón. Los últimos dos capítulos están separados con un
subtítulo: Segunda época.
Ya con leer el introito empiezo a sufrir. A percibir la angustia, desesperanza,
ansiedad, dolor, tristeza, desazón y otros adjetivos similares proyectados por
el autor de acuerdo a mi personal punto de vista.
He aquí una parte de dicho introito y usted juzgará lo conveniente:
¿Prólogo? - ¿Epílogo?
Me da igual. En el hacer y deshacer,
nunca tengo una idea justa de lo que estoy haciendo; ni como terminarlo.
Una fuerza superior empuja de nuevo
mi mano cuando el cansancio y el hastío infinitos me invaden con ansias
destructoras y las páginas escritas vuelan en pedazos al cesto de los papeles o
las sepulto en el cajón más profundo de mi mesa.
¿Escribir? - ¿Qué?
¿Qué decir de mí, ni de lo que dicen
los demás? - Allá cada cual con sus manías y flaquezas. -Debiera dejarles en su
afán; en su expansión sincera o insincera. También de seguro, es vibración de
cansancios abrumadores; como los míos.
Pero no hay ningún inconveniente en
exhibirlos. En verdad; espero impasible los más furibundos palmetazos o las más
irónicas sonrisas de suficiencia altísima.
[…]
En
el acontecer, fui resolviendo lo cotidiano anónimo; como todos. -Entre
aspiraciones y desengaños. -Ni mejor, ni peor; pero por mí mismo, con firme
rebeldía. Sin la humillación del favor, ni el sonrojo de la limosna.
¡Non serviam!
Corrí entonces a consultar estas
últimas palabras en latín, y encontré que la expresión latina Non serviam equivale a decir "no te
serviré". Esta frase generalmente se le atribuye a Lucifer, quien se dice
que pronunció estas palabras para expresar el rechazo a servir a su Dios en el
reino celestial y, en tiempos recientes los escritores del modernismo
anglosajón utilizaron el non serviam
como expresión radical, aunque no limitada exclusivamente a cuestiones
religiosas.
¡Santa cachimba de Asis! -me dije a
mi mismo- ¿Que voy entonces a leer?
Hice rápidamente un paréntesis en mi
lectura para saber algo sobre el autor.
El licenciado José Merino Blázquez fue
un técnico ferrocarrilero español, profesor y matemático, refugiado en México
tras la guerra civil sufrida en su país (1936-1939) y que laboró en la
Secretaría de Comunicaciones de nuestra patria. Publicó en Barcelona, España
(1933): Ferrocarriles. Manual de formularios
de reclamaciones ante las juntas de tasas y comentarios a la ley y reglamento
de las mismas; en México (1944): En
defensa de la ciencia ferroviaria. Fue miembro de la Sociedad Mexicana de
Geografía y Estadística.
Esta breve información me permitió
saber que se trata de una persona preparada, culta y que pasaba por una época
de su vida muy difícil cuando escribió este libro; más aún, me atrevo a decir
que esta obra es consecuencia de un fuerte proceso depresivo.
Para insistir, veamos otra parte del
introito:
¿A quién puede interesar? - De seguro a
nadie; ni a mí mismo.
¿Aspiración? - ¿Cuál?
¿Una réplica? - ¿Una ironía? - ¿Un
desdén indiferente?
¿Una satisfacción? - ¿Un análisis? -
-¿Un hálito misántropo?
¡Quién sabe! - Todo ello en
conjunto; nada, intrascendencia. - Vacío en el corazón y en el cerebro.
No sé si esto verá la luz o morirá
conmigo en el polvo del polvo de un olvido integral, somático. - Tampoco se me
ocurre, si el prólogo tendrá en aquel instante los límites del epílogo o aún
habré de andar más en derredor de mi inquietud insatisfecha, sin rozar todavía
el límite máximo de mi soledad.
Acabé la lectura con cierto trabajo
iniciado ya desde algunos títulos de los capítulos como éstos: Capítulo III.
Retórica malabarista o las tragedias de la apofántica conceptual. Capítulo VII.
Sarampión retórico. - El olimpillo ibérico. - Torneos y escarceos
filosófico-diletantes. Bueno, siquiera hay algo de humor negro en ellos, pero
ni hablar, me contagió su depresión.
Sí, depresión. Depresión que muestra
en el conjunto de sus expresiones de predominio afectivo, el grado variable de
afectación al talante: tristeza, apatía, anhedonia, desesperanza, decaimiento,
irritabilidad, sensación subjetiva de malestar e impotencia frente a las
exigencias de la vida.
Seguramente una depresión que tiene
como posibles causas tanto factores genéticos como bioquímicos y psicosociales
que distorsionan el funcionamiento de alguno o ambos circuitos importantes
involucrados -morfológicamente hablando- del control del talante: el circuito
limbo-talámico-cortical y el límbico-estriado-pálido-talámico-cortical.
La comunicación neuronal se
“enloquece” entonces, bioquímicamente hablando ahora, por el disturbio
producido a nivel de alguno o varios de sus neurotransmisores: Serotonina,
Norepinefrina y Dopamina.
Pero volviendo al tema:
Después de leer esta obra que
expresa una verdadera aporética vital,
recordé algunas otras piezas literarias cargadas (o proyectadas) de
alteraciones en el ánimo o talante. En
este caso la angustia, o para mejor
decirlo, una forma de expresarla por escrito como se muestra plasmada en el poema
“Lo Fatal” del poeta, periodista y diplomático nicaragüense Félix Rubén García
Sarmiento (1867-1916) mejor conocido como Rubén Darío, el príncipe de las letras castellanas:
Dichoso
el árbol, que es apenas sensitivo,
y
más la piedra dura porque esa ya no siente,
pues
no hay dolor más grande que el dolor de ser vivo,
ni
mayor pesadumbre que la vida consciente.
Ser
y no saber nada, y ser sin rumbo cierto
y
el temor de haber sido, y un futuro terror ...
y
el espanto seguro de estar mañana muerto
y
sufrir por la vida y por la sombra y por
lo
que no conocemos y apenas sospechamos,
y
la carne que tienta con sus frescos racimos,
y
la tumba que aguarda con sus fúnebres ramos,
¡y
no saber a dónde vamos
ni
de dónde venimos!...
Y este de otro de la profesora y
poetisa uruguaya María Eugenia Vaz Ferreira (1875-1924):
Y
no tengo camino.
Mis
pasos van por la salvaje selva
en
un perpetuo afán contradictorio.
La
voluntad incierta se deshace
para
tornasolar la fantasía
con
luz y sombra. Con silencio y canto
el
miraje interior dora sus prismas,
mientras
que siento desgranarse afuera
con
llanto musical los surtidores
siento
crujir los extendidos brazos
que
hacia el materno tronco se repliegan:
temor,
fatiga, solitaria angustia
y
en un perpetuo afán contradictorio
mis
pasos van por la salvaje selva.
Y ni que hablar de la Carta al padre (1919) del escritor
checoeslovaco Franz Kafka (1883-1924), una carta que como el propio Kafka
refirió en otra ocasión: escribir cartas…
significa desnudarse uno mismo ante los fantasmas […]”. En ella expresa su propio yo, como el filósofo alemán, Martin Heidegger, definiera
diciendo que la lengua es la casa de la
verdad del ser:
[…]
Para ti la cuestión fue siempre
sencilla, tanto que te referías a ella delante de mí y sin que te inhibiera la
presencia de otras personas. Según tu criterio, las cosas eran más o menos así:
has trabajado duramente toda tu vida, te has sacrificado por tus hijos, en
especial por mí; por eso mi vida fue tan "disipada" y tuve la
libertad de estudiar lo que se me antojara; además, no tenía necesidad de
preocuparme por mi subsistencia ni por cualquier otro problema; tú no exigías
ninguna retribución a cambio por conocer "la gratitud de los hijos",
pero esperabas al menos un mínimo halago, alguna señal de reconocimiento. Pero
ante tu presencia yo siempre me recluía en mi cuarto, entre libros, amigos
absurdos e ideas extravagantes; jamás te hablé con franqueza, nunca te acompañé
al templo ni te visité en el Fransensbad, nunca tuve interés por los problemas
familiares y jamás me ocupé del negocio o de otros problemas tuyos, transferí
la fábrica y luego te abandoné, fomenté los caprichos de Ottla y mientras soy
incapaz de mover un solo dedo por ti (ni siquiera tuve la cortesía de comprarte
una entrada para el teatro) lo sacrifico todo por los amigos.
[…]
Después de esta depresión y
angustia, tuve que buscar consuelo (no con tabletas de Prozac, por supuesto) y
releí en calma y recomponiendo mis neurotransmisores cerebrales al talante
“normal” u homeostático, al poeta mexicano Amado Nervo (1870-1919), con su
poema En Paz y pude dormir tranquilo:
Muy
cerca de mi ocaso, yo te bendigo, vida,
porque
nunca me diste ni esperanza fallida,
ni
trabajos injustos, ni pena inmerecida;
porque
veo al final de mi rudo camino
que
yo fui el arquitecto de mi propio destino;
que
si extraje las mieles o la hiel de las cosas,
fue
porque en ellas puse hiel o mieles sabrosas:
cuando
planté rosales, coseché siempre rosas.
...Cierto,
a mis lozanías va a seguir el invierno:
¡mas
tú no me dijiste que mayo fuese eterno!
Hallé
sin duda largas las noches de mis penas;
mas
no me prometiste tan sólo noches buenas;
y
en cambio tuve algunas santamente serenas...
Amé,
fui amado, el sol acarició mi faz.
¡Vida,
nada me debes! ¡Vida, estamos en paz!