Pero ¡cuánto más frecuente es
que la inclinación natural
a la sociedad sea perturbada o
destruida por la acción
del Gobierno! Cuando el
Gobierno, en lugar de estar
arraigado en los principios de
aquélla [la sociedad], pretende existir
por sí mismo y se conduce
parcialmente empleando
el favor [corrupción] y la
opresión, se convierte en la causa de los
males que debiera evitar.
THOMAS PAINE 1
Dr. Xavier A.
López y de la Peña.
México
provee en abundancia, sin embargo, el desarrollo del país es demasiado lento,
cargado del lastre corrupto y corruptor del sistema.
La
figura del emprendedor que lucha contra la naturaleza indómita, feraz y
terrible (si la comparamos con nuestro benigno clima y prolífico suelo) se nos ha
mostrado siempre como ejemplar. La vida de las personas en los países nórdicos
o en Canadá puede servir claramente de ejemplo.
Los
ciudadanos deben entonces comportarse de manera particular, en conjunto, para
sortear las dificultades enormes que la naturaleza les impone. Bajo estas
circunstancias, cada ciudadano debería acatar y seguir consecuentemente
determinadas reglas, lineamientos, normas o leyes tan diversas y variadas como
la complejidad del desarrollo le impusiera. De no hacerse así, había una sanción
inmediata o mediata como mecanismo de control social. No habría medias tintas y
todos debían reconocerlas como válidas e indiscutibles (hasta cierto punto, ya
que toda ley es perfectible). En ello estaba su misma supervivencia. La
libertad de cada persona entonces estaba limitada y regulada por la ley, en
consonancia con la libertad de la otra, u otras personas dentro del grupo
social. Nadie entonces podía hacer lo que le viniera en gana, habría orden y
concierto. Esta es la forma social de convivencia, plasmado en el llamado
contrato social desglosado hace mucho tiempo y que sigue siendo la forma de
relación en convivencia civilizada.
El
grupo o cuerpo social entregó entonces a ciertas personas el encargo de hacer
cumplir las leyes emanadas para el bien común de la misma sociedad y surgió el
Estado como organismo regulador
encabezado por el Gobierno. El empleado, artesano, industrial,
comerciante o profesor, podía entonces dedicarse a su actividad de forma plena,
creando nuevas técnicas o procesos, estructurando ideas y proyectos de mejora
en sus quehaceres en tanto que el Estado, a través del Gobierno se ocuparía de
regular, proveer orden, infraestructura, distribuir las riquezas
equitativamente y de aplicar, en su caso, las leyes con desarrollo y en armonía
mirando siempre hacia el bien común.
El
Estado a su vez creó instituciones de gobierno para “regular” dicha armonía. El
ciudadano debería entonces depositar su confianza y respeto hacia las
instituciones creadas por el Estado para el buen gobierno de las relaciones
sociales.
México
requiere que sus ciudadanos le tengan confianza y respeto a las instituciones
de gobierno creadas por el Estado.
Si el
ciudadano no tiene respeto y confianza en sus instituciones se inicia la
desintegración del Estado cayendo en la anarquía de forma progresiva.
Las
limitaciones a hacer lo que “me dé la gana” están impuestas por la ley, de las
mismas leyes emanadas de la sociedad a la que sirven.
México
requiere de una ciudadanía consciente de los problemas que afronta el país. Es
necesaria la mejora en educación, la información y la cultura de respeto a los
valores sociales entre muchas otras cosas. Para ello se requiere crear la
riqueza necesaria para cumplimentar con estas necesidades y para crearla, se
requiere incuestionablemente de un ambiente que propicie el trabajo, la
libertad, la paz y la confianza en las instituciones y las leyes. Es
inaplazable por ello mismo, que en la reforma del Estado recientemente hecha en
un marco de pluralidad tolerante y tolerada se ejerza la democracia y se
fortalezcan las instituciones en base a la certeza diáfana de su quehacer en
bien de la comunidad, pero ello a luces vistas no ha ocurrido.
Ya es
necesario que la ciudadanía conozca cuánto gana un senador, un diputado, un
representante popular cualquiera o el presidente de la república, ya que siempre
ha sido un misterio celosamente guardado. Ya basta de cuentas secretas, de
derroche financiero, de discrecionalidad en el manejo de los recursos y de la
aplicación equivocada de la ley. La austeridad tan deseada en el político o el
gobernante en turno ha sido la excepción -si es que la hay- más que la regla.
Seguridad en las personas y sus bienes; acceso a los servicios de salud;
salarios remuneradores que satisfagan las necesidades básicas, etc. Seguridad
en el trabajo, estímulos a la producción, respeto a las personas y grupos
vulnerables.
Los
mexicanos queremos creer en México, en sus instituciones, en sus leyes y la
procuración de justicia. La confianza y el respeto deben iniciar en el mismo
núcleo de la sociedad que es la familia. Una familia en la que cada uno de sus
integrantes crea, de la forma más simplista posible, que el semáforo en luz
roja indica, indiscutiblemente, que debe uno detenerse. Que el presupuesto para
desarrollo social será equitativamente el presupuesto adecuado y necesario y
que se aplique conforme se estipula. Que los escándalos de la Casa Blanca,
Odebrecht, la casa en Malinalco, los desaparecidos de Ayotzinapa, la guardería
ABC, Tlatlaya, los ex gobernadores ladrones y mil más se cierren con los
culpables debidamente sancionados y la reparación del daño, en su caso, y no
queden como hasta ahora y para siempre en la impunidad.
Los
ciudadanos ya estamos hartos de escuchar las inacabables, sucias y superfluas
descalificaciones entre los diversos actores con colores partidarios políticos
y no oírles propuestas creativas, constructivas. Los detentores de los reductos
del poder público se restringen y
desgastan en “buscar” los negritos en el arroz del contrario ideológico (contrario
en el poder para ser precisos, qué ideología ni que ocho cuartos) en una lucha
interna feroz en la que lo que menos importa es la ciudadanía.
La
ciudadanía no decidió quién la representara para presenciar los melodramas
entre colores, sus contubernios, trastadas, corruptelas y fechorías varias. No.
Quiere que sus elegidos actúen y se conduzcan con rectitud, con honestidad y
credibilidad. Mucho me temo que ni con la lámpara de Diógenes podamos encontrar
a uno de ellos.
Las
leyes son las rectoras del quehacer social y el ciudadano debería creer en
ellas y en quien las tutela.
Las
leyes, ordenamientos, reglamentos, normas, etc. están hechas para armonizar la
convivencia social. Son el substrato del desarrollo. Limitan el hacer “lo que me
dé la gana”. No son “pretextos” ruines y malintencionados para molestar.
El
año venidero es un año político en donde la ciudadanía puede y debe ejercer su
compromiso social y se muestra ávida por conocer propuestas serias,
respetuosas, tolerantes y creativas por parte de los diversos actores
políticos. No quiere oír tonterías, lambisconerías, denuestos y estratagemas
varias que, en discurso demagógico, populista y servil, ofrezcan más deshacer
que hacer. No quiere promesas vanas y seguir padeciendo tanta ratería. La
ciudadanía quiere escuchar debatir, frente a frente sobre los problemas,
necesidades y proyectos del México por venir a todos los aspirantes en la
contienda política.
Basta
echar una mirada al espectro político nacional para desencantarse y pensar que
tal vez estamos en un callejón sin salida. De hecho, “el 70% de los mexicanos
tiene poca o ninguna confianza en los partidos políticos y el 52% de los
ciudadanos está poco o nada satisfecho con la actual democracia”.2
Las
propuestas políticas deberían estar acompañadas de los “hechos” concretos en la
vida de los señalados para justipreciarlas.
Aguascalientes
representada por sus ciudadanos espera, observa, mide y juzga. Ya decidirá.
1 Paine T. Los Derechos del
Hombre. FCE México, 2a. Ed. 1986, p. 153.
2 Erick Osiris
Leines Jiménez. Credibilidad en los partidos políticos. Universidad Autónoma
del Estado de Hidalgo. Consultado en internet el 27 de octubre de 2017 en: https://www.uaeh.edu.mx/scige/boletin/prepa4/n4/e4.html