Disertación sobre la teleología de la vida.
Todo
organismo vivo tiene un fin o propósito principal: conservar su estructura sin
participación
ni intención sobrenatural alguna.
Dr. Xavier A. López y de la Peña
Para iniciar, aunque la definición
de vida sigue siendo un tema altamente debatible, aquí consideraremos que los
sistemas u organismos vivos son una
organización especial y localizada de la materia cuya compleja estructura
molecular está compuesta particularmente
por carbono, hidrógeno, oxígeno, nitrógeno, azufre, y fósforo (CHONSP, por sus
siglas en inglés), autoorganizada, capaz de intercambiar energía y materia con
el entorno con la finalidad de automantenerse, renovarse y finalmente
reproducirse a través de información hereditaria codificada en ácidos nucleicos,
produciendo un continuo incremento de orden sin intervención externa y que es
capaz de evolucionar mediante la selección natural.
Estos sistemas vivos poseen la
capacidad de responder a múltiples estímulos tanto externos como internos
mediante un mecanismo llamado irritabilidad,
diferente a otras formas de respuestas observadas en la naturaleza. Estas
respuestas son adaptativas, asegurando la integridad del sistema vivo y por
tanto su sobrevivencia.
Ahora bien, podremos plantearnos la
siguiente pregunta: ¿qué finalidad, objetivo o meta tienen (si esto es así), los
sistemas u organismos vivos? O dicho de otra manera ¿la vida tiene algún sentido?
Se podría contestar entonces con una afirmación o con una negación, ya que no
habría posibilidad de un término medio.
Recuérdese que el fin, la meta o el
objetivo de cualquier acción es siempre la resolución de un problema percibido,
y de que un medio es lo que sirve para alcanzar cualquier fin, meta u objetivo.1
A este respecto el filósofo, físico
y epistemólogo argentino, Mario Bunge, refiere que los organismos no actúan o se comportan así para lograr
tal o cual objetivo o meta, y agrega que ello sólo sería posible si tuviesen un
sistema nervioso muy desarrollado para imaginarlo y planear estrategias para
alcanzarlo. Esto es, que sólo sería posible si estos organismos tuvieren
consciencia. Lo dice así:
(…) los
organismos no se comportan como lo hacen para alcanzar tal o cual meta, a menos
que posean un sistema nervioso altamente desarrollado que les permita,
efectivamente, imaginar metas y estrategias para alcanzarlas.2
Nosotros no compartimos este
razonamiento, creemos que todos los
sistemas u organismos vivos si persiguen una meta, un objetivo o un fin
determinado, esto es, que no es necesario tener consciencia para lograrlo;
desde el organismo vivo más simple hasta el más desarrollado o complejo, todos los seres vivos tienen la
finalidad (meta, objetivo) de mantener su estructura
funcional y por ende, la de seguir vivos. Esto es lo que podemos llamar, su teleología.
La teleología es un neologismo creado por el filósofo alemán Christian
von Wolff en su obra de 1728 en latín
titulada Philosophia rationalis sive
lógica, uniendo las voces griegas teleos=fin
y logia=estudio, ciencia. En filosofía, teleología se
entiende como una creencia en que la marcha del universo es como un orden de
fines que las cosas tienden a realizar, y no una sucesión de causas y efectos.
Es así, que la teleología ocupa hoy
un lugar preeminente en el debate epistemológico, particularmente en la biofilosofía.
Al respecto, el biólogo evolutivo
español nacionalizado estadounidense, profesor Francisco José Ayala, defensor
de la teleología en los sistemas u organismos vivos, reafirma que la
“explicación teleológica es un modo de explicación
aplicable a los organismos, pero no a otro género de objetos del mundo natural;
que la explicación teleológica es compatible con la explicación causal, en el
sentido científico, pero no puede exponerse en forma no teleológica sin perder
sentido explicativo, y que la explicación teleológica es el distintivo de la
biología como ciencia natural. Así también, es consciente de que no todos los
procesos biológicos necesitan explicación teleológica; sólo son teleológicos
aquellos que necesariamente están dirigidos al mantenimiento o supervivencia
del sistema”.3
Las características teleológicas de
los organismos pueden identificarse como adaptaciones, sean estructuras,
órganos, comportamientos. Dichas adaptaciones cumplen con ciertas funciones que
incrementan el éxito reproductor y de supervivencia de sus portadores.
Luego entonces, parece ser que el
criterio determinante para distinguir si una explicación teleológica
en biología es apropiada, es el indicado por la propia selección natural cuya
finalidad es siempre la supervivencia del individuo y su éxito reproductor,
lo cual concuerda plenamente con la ya citada definición de teleología
facilitada por el Dr. Ayala.
Para una comprensión y aplicación
correctas del sentido teleológico de los sistemas u organismos vivos, presenta
el profesor Ayala una división de la teleología de la siguiente manera:
La Teleología puede ser:
1.
Natural
o interna, y a su vez determinada (Función biológica) o indeterminada
(Adaptación, características aportadas por la selección natural).
2.
Artificial
o externa, como resultado de la intención de algún agente.
Por otra parte, el filósofo francés
Henri Bergson no compartió el racionalismo inscrito en la teoría de la
evolución, manifestándose contrariado por el desperdicio ciego y sin razón de
energía vital (Élan Vital) en ella,
ya que tanto el ser humano como todos los organismos vivos, son fruto de una de las infinitas posibilidades en las
que podía haber desembocado el proceso evolutivo y no un fin lógico previamente
planificado por la naturaleza, pues esta, ni es racional ni actúa regida por
patrones.4
En este caso, la vida biológica
estaría abierta a la novedad, a lo imprevisible: estaríamos dentro de un flujo
vital del que cabría esperar lo inimaginable porque no estaría sometido ni al
poder de una causa eficiente ni al poder de una causa final. Habría, por tanto,
un “esfuerzo” (de “Dios”, o siendo “Dios mismo”) del que surgirían formas
incesantes e imprevisibles. Eso sería la evolución creadora.5
El concepto de vida bergsoniano no
es elemento ni resultado, sino principio, como dice el filósofo español Xavier Zubiri,
o como asienta el propio Bergson en su obra La
evolución creadora, torbellino, proceso: nosotros no somos la corriente vital misma; somos esa corriente una vez
cargada de materia, es decir, partes congeladas de su substancia que arrastra a
lo largo de su recorrido 6. Biológicamente, sería
que los átomos, moléculas, células germinales, etc., no son nada más que los
medios necesarios para que aparezca la vida en los diversos organismos y no
como resultante, sino como propiedad emergente. La vida, l’élan vital, no es una energía distinta como tantas veces
se ha dicho, sino el conjunto de fuerzas naturales que actúan en los seres
vivos como un empuje inicial. El error del finalismo clásico es haber situado
la meta por delante, vis a fronte, en vez de situar el principio por
detrás, vis a tergo.
En opinión de otro estudioso, el
jesuita, paleontólogo y filósofo francés, Pierre Teilhard de Chardin, considera
que la teleología de la vida se alcanza con la llegada al punto omega (o Dios), la meta de la evolución.
La historia evolutiva en la tierra se embebe en una complejidad y consciencia
crecientes en la que el ser humano es el constructo más refinado del desarrollo
evolutivo de la gran síntesis biológica.7
El bioquímico francés, Jacques
Monod, hace referencia a que la calidad del aparente propósito y orientación a
objetivos de las estructuras y funciones de los organismos vivos, deriva de su
historia y de su adaptación evolutiva para el éxito reproductivo, y emplea en
ello un término diferente al de teleología, la teleonomía que conforma la teoría biológica que defiende que las estructuras
y las funciones de los seres vivos están orientadas hacia un fin determinado.
Igualmente que F.J. Ayala, tiende a
admitir este rasgo teleológico de los seres vivos, empleando su término de teleonomía.
| En la obra de J. Monod El azar y la necesidad, se encuentra
estas frases:
(…) subrayar
lo estéril y arbitrario de querer negar que el órgano natural, el ojo,
representa el término de un proyecto. (…) Todo artefacto es un producto de la
actividad de un ser vivo que expresa así, y de forma particularmente evidente,
una de las propiedades fundamentales que caracterizan sin excepción a todos los
seres vivos: la de ser objetos dotados de un proyecto que a la vez representan
en sus estructuras y cumplen con sus actuaciones (tales como, por ejemplo, la
creación de artefactos). En vez de rehusar esta noción (como ciertos biólogos
han intentado hacer), es por el contrario indispensable reconocerla como
esencial a la definición misma de los seres vivos. Diremos que éstos se
distinguen de todas las demás estructuras de todos los sistemas presentes en el
universo por esta propiedad que llamaremos teleonomía.8
El biólogo francés, François Jacob,
ganador del premio Nobel de fisiología en 1965 que compartió con André M. Lwoff
y Jacques L. Monod, por sus descubrimientos sobre el control genético de la
síntesis de enzimas y la síntesis de virus, afirmó en su explicación y comentario
al programa genético la teleología de
los sistemas u organismos vivos, de la manera siguiente:
(…) El
organismo se convierte así en la realización de un programa prescrito por la
herencia. La traducción de un mensaje sustituye a la intención de una Psique.
Desde luego que el ser viviente representa la ejecución de un diseño, pero sin
que éste haya sido concebido por inteligencia alguna. Tiende hacia un objetivo,
pero sin que voluntad alguna lo haya decidido. El objetivo es preparar un
programa idéntico para la generación siguiente. Es reproducirse.
(…) Hoy en
día no es necesario cambiar ni una sola letra de estas líneas. No hay ni una
sola frase que la biología moderna no pueda asumir. Sencillamente, con la
descripción de la herencia como un programa cifrado en una secuencia de
radicales químicos, la contradicción ha desaparecido. (…) En un ser vivo todo
está dispuesto con vistas a la reproducción (…) la reproducción que constituye
la causa misma de su existencia se convierte también en su fin.9
El filósofo y científico
estadounidense, Charles S. Peirce, postula a su vez una Teoría de la Teleología
Natural señalando que la naturaleza tiene una predilección inherente y
auto-engendrante del incremento de complejidad. Considera que en la evolución,
el crecimiento, y la complejidad son simplemente tendencias al desarrollo
intrínsecas en la Naturaleza. El Universo físico es, en este respecto,
autoteleológico, impulsándose a partir de sus propios recursos hacia una
complejidad siempre mayor.10
Entonces, se podría aceptar que la
finalidad o teleología de los
sistemas u organismos vivos es la conservación
de su estructura en vistas a la reproducción, rechazando toda probable intencionalidad
sobrenatural o humana en ello.
Sin embargo y como apunta el doctor
en filosofía, Diego Cano Espinosa, otros científicos argumentan que la
explicación teleológica es aplicable a
todo sistema dinámico organizado como es todo el Universo físico de quien
también forman parte los seres vivos, pero
no como exclusiva de éstos. Sin embargo, los conceptos de funcionalidad, adaptabilidad y supervivencia son más
pronunciados en los organismos vivos y hacen que la explicación teleológica sea
más evidente, apropiada e imprescindible en estos últimos por lo que puede ser
considerada como distintivo de la Biología, pero no con carácter de exclusión.11
1 . Stefunko, Martin. Human Action: A
Chapter-by-Chapter Summary. Published on mises.org, October 3, 2018. Consultado
en internet en:
https://mises.org/es/library/la-acci%C3%B3n-humana-un-resumen-cap%C3%ADtulo-por-cap%C3%ADtulo
2 .
Mario Bunge. Epistemología: curso de actualización. 4a. Edición. Siglo XXI
Editores. México 2004, p. 113.
3 . Diego Cano Espinosa. Teleología en el pensamiento biofilosófico de F. J.
Ayala. PENSAMIENTO, 2009(65);246:915-946.
4 .
Jorge Rodríguez. Henri Bergson, la Filosofía Francesa del Siglo XX y su
Vitalismo. 19 de junio 2010. En: https://dialektika.org/2010/06/19/henri-bergson-vitalismo/
5 .
David López. Un blog de Filosofía. En: https://www.davidlopez.info/diccionarios-filosoficos-es/filosofos-miticos-del-mitico-siglo-xx-henri-bergson/
6.
Bergson, H. L’Évolucion créatrice, Ouvres, A. Robinet y H. Gouhier, Paris,
1959, p. 547.
7
. Teilhard de Chardin. El fenómeno humano, Edit. Taurus, Madrid, 1963.
8 . Monod, J. El azar y la necesidad. Tusquets Editores, S.A., Barcelona, 1981, pp. 19-31.
9.
Jacob, F. La Lógica de lo viviente. Tusquets Editores, S.A., Barcelona, 1999, pp.
16-18.
10 . Rescher,
N. Las modalidades de la complejidad. En Filosofía actual de la Ciencia, editor
Pascual Martínez Freire, Suplemento 3 de Contrastes, 1998, Revista
Interdisciplinar de Filosofía (ISSN: 1136-9922), Universidad de Málaga, pp.
223-243.
11 .
Diego Cano Espinosa. Ob. Cit.