Disertación sobre el cuerpo.
“…se trate del cuerpo del otro o de mi
propio cuerpo,
no tengo modo de conocer al cuerpo más
que vivirlo”.
“...la experiencia vivida de cuerpo no
tiene que ver nada
con el pensamiento de cuerpo o idea del cuerpo”.
Maurice Merleau-Ponty
Dr. Xavier A. López y de la Peña
Al objeto estructural o conjunto de sistemas orgánicos que conforman a un ser vivo se le da el nombre de “cuerpo”; en nuestro caso particular, el cuerpo humano. Se tiene entonces así conformado, un dialelo (círculo vicioso) corpóreo-viviente. Aunque también puede reconocérsele como cuerpo, al de una persona o animal sin vida (“tras la explosión, sólo pudieron recuperarse unos cuantos cuerpos”) como apunta el diccionario, entre muchas otras acepciones.
Como quiera que sea, aquí nos
referiremos específicamente al cuerpo humano.
El cuerpo humano, como el de
todos los seres vivientes, está conformado por diferentes elementos materiales
(carbono, hidrógeno, oxígeno, nitrógeno, fósforo y azufre, principalmente, o CHONPS,
por sus siglas en la química) cuya estructuración molecular altamente compleja
desemboca en dos variantes humanas: hombre o mujer.
El cuerpo humano es entonces,
producto de una “singularidad originaria” (o singularidad espacio-temporal, o Big
Bang) evolucionada de la energía-materia del universo a lo largo de 13,800
millones de años siguiendo el curso por diversos niveles emergentes de complejidad
y, a partir de la conformación de los primigenios organismos vivos hace
aproximadamente 4,410 millones de años.
Con estas palabras preliminares
sobre el cuerpo, acentuamos nuestro propósito de enfocar el tema desde
el punto de vista del materialismo filosófico, es decir, negando la existencia
y posibilidad de cualquiera sustancia viviente incorpórea.
Difícil, por llamarlo de una manera
sencilla si no imposible, ha sido el camino seguido por el pensamiento
filosófico (materialista) moderno, el dar marcha atrás a la arraigada interpretación
religiosa cristiana del dualismo cuerpo-alma, en la que a esta última se le ubica
por encima del primero y además es considerada como inmaterial e inmortal.
El filósofo francés, Maurice Merleau-Ponty,
nos invita a comprender que el cuerpo humano es “algo” más que un objeto
del que se ocupa la ciencia y acentúa que es una condición permanente de su
existencia. Esto es, que entiende el cuerpo o su corporalidad “como una
instancia original y originaria”; es decir, “como un modo de ser propio que se
distingue totalmente del mundo inmanente de la conciencia, pero también de toda
reducción de lo corporal a su aspecto meramente físico-material. El cuerpo,
finalmente, es un sujeto-objeto”.
El cuerpo humano existe, esto
es, que tiene su ser fuera de sí, que tiene una exterioridad inmersa en una
dimensión relacional abierta con lo “otro”; que coexiste. Nuestro cuerpo
nos permite comunicarnos así, con todo lo que existe.
Gracias a esta relación del cuerpo
humano con lo “otro” es que percibimos, comprendemos, sentimos, deseamos,
obramos, nos expresamos, comunicamos, ideamos y sufrimos o gozamos; para
decirlo con una palabra, vivimos.
De todo ello nosotros, los seres
humanos y gracias a nuestro cerebro, hemos hecho conciencia, lo analizamos y
estudiamos tratando de descifrar sus orígenes, sus funciones y sus intrincadas
relaciones e interacciones.
Una teoría explicativa
simplista surgió a principios de la segunda mitad del siglo pasado con los
llamados postulados del cerebro “trino” o “triuno”, del médico y
neurocientífico estadounidense, Paul D. MacLean, quien refiere que los humanos
tenemos tres sistemas nerviosos interconectados en nuestro cerebro,
evolutivamente ascendentes: el cerebro primitivo o “reptiliano” encargado
de controlar instintos -defensa, ataque, huida-, reflejos, actividades
autónomas: respiración, ciclo cardíaco, etc.; el límbico quien regula la
memoria, orientación, emociones; y el neo-cortex
quien modela y regula el lenguaje, conciencia,
razonamiento y planificación.
Aunque esta teoría sigue siendo de gran ayuda didáctica para la explicación del mecanismo de la actuación cerebral, [Sigmund Freud manejó, 20 años antes ésta idea “Trina” en el sicoanálisis al referirse al Ello (innato, instinto), el Yo (pulsiones) y Superyó (conciencia moral), al dar forma al llamado “cuerpo u aparato intra síquico”], debe tomarse en cuenta que el proceso evolutivo avanza o actúa reorganizando el material neuronal preexistente, modelándolo hacia estructuras más complejas y por ende ejecutando nuevas funciones. Esto significa que el proceso evolutivo no actúa superponiendo una estructura sobre otra (como sucede con la formación de estalactitas o estalagmitas en que poco a poco se van adicionando capas minerales unas sobre otras); además, habrá de tomarse en cuenta que los cambios ocurridos mediante esta reorganización del material neuronal, tendrán o no viabilidad acorde con la teoría sintética (cuyos iniciadores fueron: Ronald Fisher, J. B. S. Haldane y Sewall Green Wright), en la que la selección natural juega un papel predominante.
Pero regresando al cuerpo humano,
que como inicialmente apuntamos, tiene su génesis con la aparición y ulterior
evolución de la primera estructura molecular compleja dotada de vida [característica
particular de la materia (CHONPS) alcanzado por ciertas estructuras moleculares
específicas: ARN -ácido ribonucleico-, ADN -ácido desoxirribonucleico-, que
confieren la capacidad para desarrollarse, mantenerse en un ambiente, reconocer
y responder a estímulos y reproducirse permitiendo la continuidad] ocurrida hace
unos estimados 4,410 millones de años.
El cuerpo humano, nuestro cuerpo,
con toda su maravillosa complejidad aún incognoscible, tuvo su origen según la Teoría
del progenote (hay otras) propuesta por el microbiólogo estadounidense, Carl
R. Woese, en un organismo ancestral habitante de un mundo de ARN. Sus estudios
posteriores con base en árboles filogenéticos de ARNr 16s y 18s (ácido
ribonucleico ribosomal, útiles para reconstruir filogenias), le llevaron a
concluir “que hay una gran divergencia entre tres grandes grupos descendientes
del progenote: Archaea, Bacteria y Eucarya, definiéndose así el sistema de los
tres dominios. Una hipótesis viral que apoya este modelo, sostiene que los tres
dominios pudieron originarse por transferencia genética entre las células
primarias de ARN y tres virus ADN, lo que dio origen a cada genoma ancestral”.
De esta manera, nuestro cuerpo, como el de todos los organismos vivos, generación tras generación como señala el doctor en biología Juan Ignacio Pérez Iglesias: “somos herederos de aquellas formas y, por lo tanto, todos los linajes, sean del reino que sean, del filo que sean o de la familia o género que sean, tienen la misma antigüedad, tanta como la vida terrestre tiene”.