¿Qué aprendemos? y ¿Qué enseñamos?
Nadie se ilumina imaginando figuras de
luz,
sino haciendo consciente su oscuridad.
Carl Gustav Jung.
Dr. Xavier A. López y de la Peña
Padres, tíos, hermanos, primos, abuelos, vecinos, amigos, desconocidos (autores, técnicos, periodistas, artistas, relatores, conferencistas), profesores en muy diversos niveles y otros: todos nos enseñan, o nos pueden enseñar algo; bueno o malo, útil o inútil, grato o ingrato, con el tiempo aprenderemos también -y ojalá- a decantarlo y tamizarlo.
Aprendimos a cifrar y descifrar nuestras
palabras en símbolos, números o letras, arreglándolas con determinado orden y estilo,
siguiendo particulares instrucciones con el propósito de comunicarnos con otros
y de que ellos, a su vez, se comuniquen con nosotros.
Aprendimos a mesurar todo lo que nos
rodea, contar, sumar, restar, multiplicar, dividir; calcular áreas, volúmenes,
velocidades, distancias, etc., y con ello poder aún prever o idear algo:
objetos, instrumentos, técnicas, procesos, teorías. Aprendimos a resolver
ciertos problemas que se nos presentan o pueden presentar, despejando
ecuaciones, aplicando fórmulas o teoremas: razonando.
Aprendimos y memorizamos -en algunos
casos-, normas y reglamentos, alcances y límites, jerarquías, modales,
posiciones, autoridades, comportamiento, costumbres, directrices, prejuicios y
reglas; además de responsabilidades, consecuencias y recompensas o castigos.
Aprendimos sobre los “otros” en
nuestro entorno: diferencias varias (sexuales, morfológicas, vestimenta, valores,
comportamiento, fuerza, capacidades y debilidades o limitaciones), compañerismo,
juego, competencia, colaboración, rivalidad, lealtad; además de equidad,
justicia, honestidad, reciprocidad, inspiración, consuelo, confianza y fe; como
también, sobre el oportunismo, discordia, envidia, inquina, traición, suspicacia,
engaño, cizaña, mentira, celos, infamia y más.
Aprendimos sobre lo que es bueno o
malo, susceptible o irrealizable, aceptable o inaceptable, insano o saludable,
creíble o increíble, veleidoso, posible o imposible. Aprendimos sobre algunos credos, dogmas, mitos y leyendas,
al mismo tiempo que sobre disparates y tarugadas mil, tanto como realidades, certezas
y verdades incontestables y, de la misma manera, pero en otra esfera: amor, libido,
pasión, ternura, comprensión, compañía, tolerancia, solidaridad y, en otro sentido,
desdén, infidelidad, indiferencia, rechazo, abandono y destrudo, a la
manera como hizo referencia a la energía negativa o impulso destructivo humano,
el psicoanalista Edoardo Weiss en 1935.
Aprendimos a vestirnos, asearnos,
ordenarnos, ejercitarnos o descansar y dormir, y a cumplir con nuestras labores
siguiendo determinadas pautas, horarios y formas, y rutinas para ello.
Aprendimos sobre nuestro cuerpo,
partes, órganos, aparatos y sistemas. La composición química del mismo, sus
procesos e interacciones, sus necesidades. Sobre nuestros talentos, pulsiones y
voliciones, filias y fobias.
Aprendimos sobre la naturaleza que
nos rodea y de la que somos parte, geografía, historia, literatura, arte,
ciencia, técnica y la filosofía. Aprendimos a conformar nuestra propia visión
del mundo, tan amplia y diversa, como tan limitada y simple puede ser en
consonancia con nuestras capacidades y oportunidades, que buscamos o que se nos
presentaron. Según nuestra propia inquietud, por el deseo de saber y conocer
más, por la constancia, determinación, tesón y esfuerzo en ello implicado.
Desde nuestras primeras letras,
hasta la formación profesional, en su caso, vamos adquiriendo conocimientos,
desarrollando habilidades y puliendo nuestro intelecto con la razón, esfuerzo y
tenacidad y, ciertamente también, con algunos retrasos, tropiezos y fracasos,
pero siempre interesados en seguir adelante construyendo nuestro propio
destino.
Aprendimos una tarea, un trabajo, un
oficio o una profesión, dado que la vida es “hacer”. Diferenciamos lo que es un
objeto de un sujeto e integramos -si podemos llegar a ello- el Yo con el Tú y
el Todo, en el Universo.
En esta constante y demandante labor,
aprendimos también a lidiar con nosotros mismos, con nuestras propias cargas
“positivas” o “negativas” (como todo en la materia -recuérdese-, dichas cargas,
son una propiedad de la materia), refiriéndonos a lo que nuestro Yo piensa o
desea hacer y lo que nuestro Ello nos opone, y acaso lo que nuestro Superyó severa
e implacablemente nos cuestiona o critica. Esto es, que habremos de tomar
constantemente múltiples “decisiones” en nuestro cotidiano hacer: hacer o no
hacer (To do or not to do). Buscando y tratando siempre de llegar a
lograr sublimar la prosa en poesía o, como en el psicoanálisis se asienta: dando
cauce a nuestros instintos con acciones más aceptadas en concordancia con lo
dispuesto por la moral y lo social. De cualquier manera, sólo con el
entendimiento de lo aprendido y la razón, podremos aceptar y asumir -equilibradamente-
nuestras verdades, tanto como atemperar nuestras propias dudas, y lidiar contra
el narcisismo, el maquiavelismo y la psicopatía.
Tenemos un buen grado de madurez
emocional. Esto es, que consideramos estar mejor con nosotros mismos, que
tenemos tranquilidad, estabilidad, sensación de plenitud; que nos aceptamos y
queremos como somos; que aceptamos nuestra posición en la multiculturalidad en
la que vivimos; que respetamos, toleramos, nos adaptamos e incluso ayudamos a
la comunidad social que hay y nos rodea en los “otros”; esto es que tenemos un
buen grado de empatía y templanza.
Que somos capaces de aceptar las
críticas que recibimos y de responsabilizarnos por las consecuencias de
nuestros actos, o que nos conducimos con prudencia o buen juicio y sensatez,
como algunos indicadores de madurez mental lo señalan.
Que somos capaces de entender -dicho
sin pedantería- nuestra pequeñez en el Universo, al mismo tiempo que nuestra grandeza
como entes “pensantes” únicos, irrepetibles e insustituibles.
Como lo señala la doctora en
psicología Inmaculada Jáuregui Balenciaga: “Nos desenvolvemos en una sociedad
en donde “todo se vale”, se trastocan los legítimos valores y se promueven el
engaño, la manipulación las emociones superficiales y las sensaciones. Esto es,
vivimos y nos mantenemos cercados en nuestro Yo. Solemos ser indiferentes y
despreocupados para con los “otros”, socializados en un entorno cultural
individualista, amoral y hedonista, en donde el Yo se desarrolla a través de
transacciones mercantiles de autorrealización”.
El camino es difícil y el empeño
arduo. Tratemos entonces de romper “con el mandato colectivo del éxito y el
bienestar, nuestra adicción a la luz, a la evitación del dolor, el ir en contra
de seguir protegiéndonos en una imagen falsamente construida para agradar a
otros. Es hacer que el ego renuncie a su orgullo y fatuidad y decir Sí, ese soy
yo, como refiere la psicóloga Carmen Pinto Larraín”.
Pero, además, y ya que aprendimos algo
acerca de esto y lo otro, ahora nos corresponde -continuar aprendiendo, desde
luego-, reproducirlo, corregirlo -si es el caso- mejorarlo y compartirlo.
No obstante -y esto es lo más
importante-, pugnemos por No quedarnos atesorando el conocimiento
adquirido para convertirnos en una especie de avaro intelectual. ¡No,
compartámoslo!
Porque,
a la manera como lo refiere Miguel de Unamuno: Es detestable esa
avaricia intelectual que tienen los que, sabiendo algo, no procuran la
transmisión de esos conocimientos e, íntimamente, como lo expresara Rudolf
Steiner saber que, al final, la evolución espiritual no se manifiesta
por la posibilidad de almacenar conocimientos, declamar verdades u obrar
milagros, sino por la capacidad de corregir los propios errores, y de
continuar aprendiendo a conocernos y tratar de ser mejores personas.