Otredad.
A 500 años de la caída del imperio
mexica, pero…
In quexquichcauh maniz cemanahuatl,
ayc pollihuiz yn itenyo yn itauhcain Meshico-Tenochtitlan
En tanto que permanezca el mundo no
acabará,
no terminará la gloria y la fama de
México-Tenochtitlán
Memoriales de Culhuacan.
Dr.
Xavier A. López y de la Peña.
El reconocimiento que hacemos del
“otro” como diferente a nosotros, es lo que se conoce con el nombre de
“otredad”.
A nivel social, la “otredad” se suele
construir a partir de la alteridad, esto es que desde el punto de vista
del “yo”, se tenga “la cualidad de ser otro”, de entenderlo y aceptarlo o, coloquialmente
hablando, “de poder ponernos en sus zapatos”; y de la oposición, que es
la acción y efecto de oponer u oponerse (proponer una razón contra lo que otra
persona dice, poner algo contra otra cosa para impedir su efecto, colocar algo
enfrente de otra cosa, contradecir un designio) al “otro”, a aquello que nunca
fuimos, no somos y no seremos.
En síntesis, la “otredad” es
percibir al otro como No igual, sin embargo, ello no tiene relación con
algo “negativo” y, antropológicamente se concibe como el reconocer y apreciar
en el “otro” a un ente ajeno a nosotros, aceptar la diversidad y convivir con
ella.
A la “otredad”, lamentablemente en
algunos casos, se le puede asociar con formas de discriminación como la
xenofobia, homofobia, racismo o misoginia, entre otros.
M. Foucault señala que, en toda
sociedad, el discurso histórico que se emplea para el manejo de la “otredad” está
controlado, seleccionado y redistribuido por procedimientos que tienen la
finalidad de conjurar ciertos poderes y peligros, controlar los posibles
efectos aleatorios y esquivar su pesada y temible materialidad.
Sobre este vocablo, el caso de la
conquista y colonización de México por los españoles, nos ofrece un ejemplo del
desconocimiento y la negación de estos últimos hacia la “otredad” representada
por el indígena y su cultura; negación construida con una base
ideológica-discursiva para justificar el sometimiento, control y explotación de
ellos.
Por esto mismo, además, debe
aclararse y acentuarse que el "indio" recién descubierto no fue
reconocido como “otro” en sí mismo, sino como el igual al conocido “otro” asiático
(de allí que les nombraran “indios”), pero de la misma manera “incomprensible”,
negando y conculcando su “otredad”, para pretender dar validez jurídico-moral a
sus acciones.
La historia de dicha conquista ha
sido, es y seguramente será estudiada, discutida y reinterpretada muchas veces
más bajo ópticas diversas, militares, ideológicas, sociales, económicas y
culturales. Esto es, que esta historia como todas, habrá de conducirse según la
Ley Campoamor (llamada así por su autor, el poeta asturiano, Ramón de Campoamor
y Campoosorio) con el poema que dice que: …en el mundo traidor / nada es
verdad ni mentira: / todo es según el color / del cristal con que se mira.
Frase que implícitamente considera que ninguna “verdad histórica”, para
referirnos a nuestro caso, tiene un valor inmutable dado que, de cierto, en su
cuestionamiento y razonamiento intervendrán el subjetivismo, la arbitrariedad y
el relativismo.
La historia y, con más propiedad,
los historiadores se enfrentan inexorablemente entonces contra estos demonios
porque, como asienta el siquiatra e historiador argentino Mario Ernesto (Pacho)
O’Donell: “…si se insiste en que hay una historia imparcial es porque esa
corriente detenta el poder historiográfico. No quiere que se cuestione su
versión, la que es dada como natural, intachable. Y el que no lo acepte molesta
y hay que denostarlo e ignorarlo…”
Por todo lo anterior, se explica que
la conquista y colonización de México por parte de los españoles encabezados
por Hernán Cortés Pizarro, sea mostrada históricamente con distintos colores y
matices. La “otredad” conquistada y colonizada es denominada, vista y entendida
en múltiples formas que van, permítaseme decirlo simplemente, de lo sublime a
lo execrable.
Veamos algunos ejemplos
interpretativos de la “otredad” del indio:
El cronista español Gonzalo Fernández
de Oviedo (1478-1557), en su Historia General y Natural de Indias se refiere
así a la “otredad”, representada por los indios: “…son ociosos, mentirosos,
crueles, inhumanos, sodomitas, de frágil memoria, inclinados al mal y con toda
clase de vicios. Agrega que nada se puede esperar de ellos, porque tienen un
cráneo tan grueso y duro que las espadas de los conquistadores se rompen cuando
llegan a ellos…”
El sacerdote católico, jurista e
historiador español, Juan Ginés de Sepúlveda refiere que: “Con perfecto derecho
los españoles imperan sobre estos bárbaros del Nuevo Mundo e islas adyacentes,
los cuales en prudencia, ingenio, virtud y humanidad son tan inferiores a los
españoles como niños a los adultos y las mujeres a los varones, o los negros a
los blancos, habiendo entre ellos tanta diferencia como la que va de gentes
fieras y crueles a gentes clementísimas. ¿Qué cosa pudo suceder a estos
bárbaros más conveniente ni más saludable que el quedar sometidos al imperio de
aquellos cuya prudencia, virtud y religión los han de convertir de bárbaros,
tales que apenas merecían el nombre de seres humanos, en hombres civilizados en
cuanto pueden serlo? Por muchas causas, pues, y muy graves, están obligados
estos bárbaros a recibir el imperio de los españoles, [...] y a ellos ha de serles
todavía más provechoso que a los españoles, [...] y si rehúsan nuestro imperio
podrán ser compelidos por las armas a aceptarle, y será esta guerra, como antes
hemos declarado con autoridad de grandes filósofos y teólogos, justa por ley
natural.
De otra parte, Fray Bartolomé de las
Casas, reconoció el valor de la “otredad” del indio cuando en un famoso sermón
preguntó, haciendo referencia a ellos: “¿Y éstos no son personas? Y aun cuando
estaba en desacuerdo con su doctrina, luchó denodadamente porque se le diera al
indio un mejor trato en consonancia con el derecho natural y divino; esto es,
su concepción de la “otredad” de indio se sazonó con la alteridad necesaria
para con el “otro”.
El fraile dominico español,
Francisco de Vitoria (1483-1546) por su parte, también justipreció la “otredad”
del indio con sus “Justos Títulos” en los que establece:
“Los indios bárbaros antes de que
los españoles llegasen a ellos eran los verdaderos dueños en lo público y
privado. El emperador, aunque fuese dueño del mundo, no por ello podría ocupar
las provincias de los bárbaros, establecer nuevos señores, deponer a los
antiguos y cobrar tributos. El Papa no es señor civil o temporal de todo el
orbe, hablando con propiedad de dominio y potestad civil. El sumo pontífice,
aunque tuviera potestad secular en el mundo, no podría darla a los señores
seculares. El papa tiene potestad temporal en orden a las cosas espirituales.
El papa no tiene ninguna potestad temporal sobre los bárbaros indios, ni sobre
otros infieles. A los bárbaros, si no quieren reconocer dominio alguno del
papa, no por esto se les puede hacer guerra ni ocupar sus bienes. A los
bárbaros, porque se les haya anunciado probable y suficientemente la Fe y no
hayan querido recibirla, no por ello, sin embargo, se les puede perseguir con
guerra y despojarles de sus bienes. Los príncipes cristianos no pueden, ni aún
con autoridad del papa, reprimir a los bárbaros por los pecados contra la ley
natural, ni castigarles por razón de ello”.
El motor de la conquista de México
por los españoles estuvo liderado por el extremeño Hernán Cortés (1485-1547)
quien, a la vista del registro histórico, la “otredad” de este personaje ha
desatado una multitud de interpretaciones que varían desde considerarle un apóstol
del cristianismo a responsabilizarle por el genocidio indígena mexicano; o como el
avasallante e intrépido conquistador que supo entender y aprovechar las
circunstancias que se le presentaron y conquistó México, o fue un instrumento
títere manipulado por los propios indígenas para ganar su propia guerra contra
los opresores mexicas, como lo señala el historiador Federico Navarrete
Linares.
Acaso el indomable orgullo y valentía
de Hernán Cortés y de sus correligionarios, fueron las virtudes que le llevaron
a conquistar a un enemigo cien veces mayor en número (aquí se define la
“otredad”), pero sin fe y que parecía no jugarse sus tierras y su memoria,
comandado por el huey tlatoani Moctezuma quien, atrapado por su destino se
escondió tras su máscara de majestad y no reaccionó. De esta manera, en
menos de 2 años, 1519- 13 de agosto de 1521, la civilización mexica se iba a
diluir como se diluye un terrón de azúcar en una taza de chocolate caliente.
Atemperando el ánimo en la
percepción de “otredades” personales y circunstanciales, Hernán Cortés “sólo
fue un hombre de su época”, dice el historiador mexicano José Manuel Chávez
Gómez (CdMex 1969),
como también así lo consideró el historiador español, Esteban Mira Caballos, diciendo
que fue:
Una persona con las mismas
virtudes y defectos que la mayor parte de sus contemporáneos. Ni fue un héroe
ni tampoco un villano. Un conquistador con suerte, pero a fin de cuentas un
conquistador con sus grandezas y sus miserias.
Para terminar, refiriéndose y
coincidiendo ahora con la opinión del mexicano Premio Nobel de literatura
Octavio Paz, quien expresó:
El conquistador debe ser
restituido al sitio a que pertenece con toda su grandeza y todos sus defectos,
es decir, a la Historia. Así dejará de ser un mito antihistórico y
se convertirá en un personaje histórico, es decir, humano. Entonces los
mexicanos podremos vernos a nosotros mismos con mirada clara, generosa y
serena.
Es así que, entre lo bueno o malo,
justo o injusto, la verdad, el mito o la leyenda, el historiador, crítico,
biógrafo, ensayista o el simple comentarista ciudadano, se devanea en
consonancia con sus propias capacidades y limitaciones sobre el significado,
representación, interpretación, tolerancia y aceptación o rechazo -en su caso-,
de la “otredad”.