miércoles, 1 de septiembre de 2021

En una palabra: Yo


Yo


A menudo las personas dicen que no han encontrado su Yo.

Pero el Yo no es algo que uno encuentra, sino algo que uno crea. 

Thomas Stephen Szasz.

Dr. Xavier A. López y de la Peña 

Hablemos ahora de una sola palabra y de su valor simbólico universal.

          De la palabra que, gracias a la tele encefalización de nuestro cerebro, emerge como una expresión verbal codificada cuya función surge a partir de nuestro lóbulo frontal izquierdo, dando el fonema con el que percibimos lo concreto de lo abstracto, lo tangible y las emociones, lo visible y lo metafísico. Siendo así el resultado del sentimiento y pensamiento que nuestro cerebro recibe, procesa y modela del entorno, nombrándole con una o muchas palabras.

            Me pregunto entonces ¿Qué palabra podría tener el significado más trascendental e importante para el ser humano?

            Bueno, hay una gran variedad de palabras importantes e interesantes, pero no trascendentes. Por ejemplo, la palabra ¿Eh?, es la palabra que todos los idiomas (en 31 idiomas, más precisamente) del mundo conocen y utilizan; es una interjección utilizada para llamar la atención de alguien o para advertirle de un riesgo que, en tono interrogativo se emplea para reforzar o enfatizar una advertencia o una reprensión.

            De otra parte, la palabra Mamihlapinatapai empleada por los indígenas yámanas de Tierra del Fuego, Argentina, es considerada la única “palabra más concisa del mundo” y describe “una mirada entre dos personas, cada una de las cuales espera que la otra comience una acción que ambos desean pero que ninguno se anima a iniciar”.

            Quizás sea la palabra mamá que suele ser la primera palabra que articulan los bebés, en otros casos pa o papá, y má por más, pero no.

            Podría ser la palabra amor, que se considera que expresa el sentimiento universal más importante y que muestra la afinidad entre seres que puede ser, a su vez, definido de muchas maneras según la ideología; así mismo, puede expresarse biológicamente de una manera egoísta o altruista como una expresión del instinto de conservación (egoísmo) y de la especie (altruismo) como refiere Richard Dawkins.

            Tal vez integridad, justicia, equidad, y muchísimas más, pero… ¿realmente éstas y las palabras anteriormente referidas contienen el significado más trascendental e importante para el ser humano?

            Todo está bien, pero… quizás, la única palabra más importante y significativa para cada ser humano sea “Yo”, palabra que se refiere al sujeto humano en cuanto persona; el yo, mi yo. Es la parte consciente del individuo, mediante la cual cada persona se hace cargo de su propia identidad y de sus relaciones con el medio. “Yo soy yo y mi circunstancia”, asentaba atinadamente Ortega y Gasset.

            El Yo como sentido personal (físico-corporal y emocional) de uno mismo.

            El Yo, sin embargo, es una palabra que contiene un simbolismo extraordinariamente plástico y complejo cuyo debate se perpetúa a nivel antropológico, filosófico, sociológico y psicológico, expresando el polifacetismo humano que nos caracteriza y que trata de entenderse y comunicarse con los otros de una mejor manera.

            El Yo que se inicia con el Yo nominativo al adquirir consciencia: Por ejemplo, al preguntarle a mi pequeño nieto ¿quién eres tú?, él me contesta: Yo soy Alek.

            Se aprende poco a poco a identificarse el paso entre el Yo y el Tú, con el Nosotros y Ellos: el Yo entonces se socializa, es decir, se pasa de la visión esencialista del Yo (como un ser único, inherente e inamovible; como una sustancia estanca, indisoluble y eterna que inicia con el nacimiento y termina con la muerte) a la existencialista, en la que el ser humano se relaciona e inter depende con los otros en la comunidad, integrado ya no como un individuo único aislado sino como parte de la totalidad social.

            Con el paso del tiempo (historia) en Yo individual y social, pasa de lo local a lo nacional y luego al Yo global, en el que las personas se conducen manipuladas por las prácticas institucionalizadas del poder. En este caso el Yo estaría sometido o dependería de otros, o ser consciente de ello, pero no independiente.

            Como ejemplos de esto último podemos mencionar al Humanum (me gusta más utilizar este término que el Homo, por considerarlo más inclusivo) consumens (Fromm), cuyo objetivo principal no es poseer cosas sino consumir cada vez más para compensar así su vacío interior; el Humanum oeconomicus (Smith), quien basa sus decisiones considerando su propia función de utilidad personal. Es decir, el individuo trata de alcanzar objetivos muy específicos y predeterminados en la mayor medida posible con el menor costo posible; el Humanum indifferens, que identifica al ser humano ante la indiferencia religiosa; el Humanum intersex, (Goldschmidt) que representa al Yo que trasciende el concepto binario de masculino-femenino al de una intersexualidad, demostrando con ello la mutabilidad histórica de la construcción categórica de lo humano.

            El Yo, donde el mundo es creado y objetivado por él (Fitche); el Yo que vive la realidad, que atempera los instintos del “ello” y se somete al juicio moral del “superyo” (Freud); el Yo, con sensibilidad al dolor y el placer, de ser feliz o miserable, preocupado por sí mismo (Locke); el Yo, como sentido corporal-emocional de sí-mismo, el ordenador de las percepciones e informaciones en el espacio-tiempo; el Yo, que requiere equilibrase con el Mi para darse coherencia y dar a los otros continuas explicaciones sobre sí mismo y el mundo (Guidano).

            El Yo viene a ser el sentido corporal-emocional del sí-mismo, que se experimenta momento a momento. Corresponde al conocimiento tácito del sí mismo y de la realidad. Es un nivel predominantemente inconsciente, que ordena las intuiciones perceptivas emocionales y de espacio-tiempo. Es el primer nivel de ordenamiento de la información (dado que es el más inmediato); el Yo, como en el emergentismo que considera el yo como un objeto de estudio válido el cual es un producto emergente de las funciones del organismo biológico en interacción con su medio.

            El Yo, como principio de la meditación y autoconocimiento (conócete a ti mismo según Sócrates), es lo único capaz de racionalizar en torno a sí mismo.

            De aquí se podría decir que “Existo, luego pienso”, de manera contraria a la frase de R. Descartes: “Pienso, luego existo” (cogito ergo sum); porque todos los seres viven o existen, pero no necesariamente piensan.

            Lejos de las sociedades tradicionales, el individuo inmerso en la globalización se encuentra con frecuencia “desorientado” con el rol que tiene y debe desempeñar sobre sí mismo y en el mundo social, y se cuestiona: ¿Quién soy yo?, ¿A dónde pertenezco?, ¿Qué he de hacer aquí y ahora?

            Es así que los tiempos modernos dejan al Yo a la deriva en medio de un galimatías étnico y geográfico, de ideología, de clase, de nacionalidad y de religión, forzándolo a romper con los determinismos que operan contra su raciocinio y libertad, abjurando de las tradiciones y los dogmas que le sometían.

            Lejos de la balbuceante respuesta que diera Galileo Galilei ante su juicio inquisitorial en 1633 por considerar que la tierra gira alrededor del sol diciendo, a la chita callando, “Pero se mueve” (Eppur si mouve); los seres humanos en tiempos de esta globalización ahora con mucha frecuencia gritan a voz en cuello como lo hiciera Mafalda ¡“Paren el mundo, que me quiero bajar”!

            Así, cada ser humano hoy se ve precisado a establecer un “equilibrio” de su propia identidad en un estrato multicultural y multiétnico complejo, cuyo terremoto sensorial le produce una gran inseguridad que le lleva a uno de los problemas sociales más apremiantes en la actualidad: el disturbio o la pérdida más o menos importante del Yo, de la identidad.

            De esta manera, si no luchamos y nos “adaptamos” al entorno del régimen “globalizado” reconstruyendo nuestro Yo, paso a paso y de la mejor manera posible, sucumbiremos a él destruyéndonos inmersos en la psicosis, demencia, angustia y depresión que a ello nos puede llevar, y sobreviviendo en torno del utilitarismo, capitalismo y hedonismo que campea en la vida moderna. O para acabar permanentemente en el diván del alienista atiborrado de ansiolíticos, antidepresivos, sedantes, o en el manicomio; caer en la delincuencia, la drogadicción u optar por la salida del suicidio.

            Recordemos entonces las palabras que escribiera el siquiatra austríaco, Viktor Frankl, en 1942 cuando estaba internado en el gueto nazi de Theresienstadt, para alentar a la re-estructuración de nuestro Yo:

“No hay nada en el mundo que capacite tanto a una persona

para sobreponerse a las dificultades externas

y a las limitaciones internas,

como la consciencia de tener una tarea en la vida”.