Yo
A menudo las personas dicen que no han
encontrado su Yo.
Pero el Yo no es algo que uno encuentra, sino algo que uno crea.
Thomas Stephen Szasz.
Dr. Xavier A. López y de la Peña
Hablemos ahora de una sola palabra y de su valor simbólico universal.
De la palabra que, gracias a la tele encefalización de nuestro cerebro, emerge como una expresión verbal codificada cuya función surge a partir de nuestro lóbulo frontal izquierdo, dando el fonema con el que percibimos lo concreto de lo abstracto, lo tangible y las emociones, lo visible y lo metafísico. Siendo así el resultado del sentimiento y pensamiento que nuestro cerebro recibe, procesa y modela del entorno, nombrándole con una o muchas palabras.
Me pregunto entonces ¿Qué palabra
podría tener el significado más trascendental e importante para el ser humano?
Bueno, hay una gran variedad de
palabras importantes e interesantes, pero no trascendentes. Por ejemplo, la
palabra ¿Eh?, es la palabra que todos los idiomas (en 31 idiomas, más
precisamente) del mundo conocen y utilizan; es una interjección utilizada para
llamar la atención de alguien o para advertirle de un riesgo que, en tono
interrogativo se emplea para reforzar o enfatizar una advertencia o una
reprensión.
De otra parte, la palabra Mamihlapinatapai
empleada por los indígenas yámanas de Tierra del Fuego, Argentina, es
considerada la única “palabra más concisa del mundo” y describe “una mirada
entre dos personas, cada una de las cuales espera que la otra comience una
acción que ambos desean pero que ninguno se anima a iniciar”.
Quizás sea la palabra mamá
que suele ser la primera palabra que articulan los bebés, en otros casos pa
o papá, y má por más, pero no.
Podría ser la palabra amor,
que se considera que expresa el sentimiento universal más importante y que
muestra la afinidad entre seres que puede ser, a su vez, definido de
muchas maneras según la ideología; así mismo, puede expresarse biológicamente
de una manera egoísta o altruista como una expresión del instinto de
conservación (egoísmo) y de la especie (altruismo) como refiere Richard
Dawkins.
Tal vez integridad, justicia,
equidad, y muchísimas más, pero… ¿realmente éstas y las palabras
anteriormente referidas contienen el significado más trascendental e importante
para el ser humano?
Todo está bien, pero… quizás, la
única palabra más importante y significativa para cada ser humano sea “Yo”,
palabra que se refiere al sujeto humano en cuanto persona; el yo, mi yo. Es la
parte consciente del individuo, mediante la cual cada persona se hace cargo de
su propia identidad y de sus relaciones con el medio. “Yo soy yo y mi
circunstancia”, asentaba atinadamente Ortega y Gasset.
El Yo como sentido personal
(físico-corporal y emocional) de uno mismo.
El Yo, sin embargo, es una palabra
que contiene un simbolismo extraordinariamente plástico y complejo cuyo debate
se perpetúa a nivel antropológico, filosófico, sociológico y psicológico,
expresando el polifacetismo humano que nos caracteriza y que trata de entenderse
y comunicarse con los otros de una mejor manera.
El Yo que se inicia con el Yo
nominativo al adquirir consciencia: Por ejemplo, al preguntarle a mi pequeño
nieto ¿quién eres tú?, él me contesta: Yo soy Alek.
Se aprende poco a poco a
identificarse el paso entre el Yo y el Tú, con el Nosotros y Ellos: el Yo
entonces se socializa, es decir, se pasa de la visión esencialista del
Yo (como un ser único, inherente e inamovible; como una sustancia estanca,
indisoluble y eterna que inicia con el nacimiento y termina con la muerte) a la
existencialista, en la que el ser humano se relaciona e inter depende
con los otros en la comunidad, integrado ya no como un individuo único aislado
sino como parte de la totalidad social.
Con el paso del tiempo (historia) en
Yo individual y social, pasa de lo local a lo nacional y luego al Yo global, en
el que las personas se conducen manipuladas por las prácticas
institucionalizadas del poder. En este caso el Yo estaría sometido o dependería
de otros, o ser consciente de ello, pero no independiente.
Como ejemplos de esto último podemos
mencionar al Humanum (me gusta más utilizar este término que el Homo,
por considerarlo más inclusivo) consumens (Fromm), cuyo objetivo
principal no es poseer cosas sino consumir cada vez más para compensar así su
vacío interior; el Humanum oeconomicus (Smith), quien basa sus
decisiones considerando su propia función de utilidad personal. Es decir, el
individuo trata de alcanzar objetivos muy específicos y predeterminados en la
mayor medida posible con el menor costo posible; el Humanum indifferens,
que identifica al ser humano ante la indiferencia religiosa; el Humanum
intersex,
(Goldschmidt) que representa al Yo que trasciende el concepto binario de
masculino-femenino al de una intersexualidad, demostrando con ello la
mutabilidad histórica de la construcción categórica de lo humano.
El Yo, donde el mundo es creado y
objetivado por él (Fitche); el Yo que vive la realidad, que atempera los instintos
del “ello” y se somete al juicio moral del “superyo” (Freud); el Yo, con
sensibilidad al dolor y el placer, de ser feliz o miserable, preocupado por sí
mismo (Locke); el Yo, como sentido corporal-emocional de sí-mismo, el ordenador
de las percepciones e informaciones en el espacio-tiempo; el Yo, que requiere
equilibrase con el Mi para darse coherencia y dar a los otros continuas
explicaciones sobre sí mismo y el mundo (Guidano).
El Yo viene a ser el sentido
corporal-emocional del sí-mismo, que se experimenta momento a momento.
Corresponde al conocimiento tácito del sí mismo y de la realidad. Es un nivel
predominantemente inconsciente, que ordena las intuiciones perceptivas
emocionales y de espacio-tiempo. Es el primer nivel de ordenamiento de la información
(dado que es el más inmediato); el Yo, como en el emergentismo que considera
el yo como un objeto de estudio válido el cual es un producto emergente de las
funciones del organismo biológico en interacción con su medio.
El Yo, como principio de la
meditación y autoconocimiento (conócete a ti mismo según Sócrates), es
lo único capaz de racionalizar en torno a sí mismo.
De aquí se podría decir que “Existo,
luego pienso”, de manera contraria a la frase de R. Descartes: “Pienso, luego
existo” (cogito ergo sum); porque todos los seres viven o existen, pero no
necesariamente piensan.
Lejos de las sociedades
tradicionales, el individuo inmerso en la globalización se encuentra con
frecuencia “desorientado” con el rol que tiene y debe desempeñar sobre sí mismo
y en el mundo social, y se cuestiona: ¿Quién soy yo?, ¿A dónde pertenezco?,
¿Qué he de hacer aquí y ahora?
Es así que los tiempos modernos
dejan al Yo a la deriva en medio de un galimatías étnico y geográfico, de
ideología, de clase, de nacionalidad y de religión, forzándolo a romper con los
determinismos que operan contra su raciocinio y libertad, abjurando de
las tradiciones y los dogmas que le sometían.
Lejos de la balbuceante respuesta
que diera Galileo Galilei ante su juicio inquisitorial en 1633 por considerar
que la tierra gira alrededor del sol diciendo, a la chita callando, “Pero se
mueve” (Eppur si mouve); los seres humanos en tiempos de esta
globalización ahora con mucha frecuencia gritan a voz en cuello como lo hiciera
Mafalda ¡“Paren el mundo, que me quiero bajar”!
Así, cada ser humano hoy se ve
precisado a establecer un “equilibrio” de su propia identidad en un estrato
multicultural y multiétnico complejo, cuyo terremoto sensorial le produce una
gran inseguridad que le lleva a uno de los problemas sociales más apremiantes
en la actualidad: el disturbio o la pérdida más o menos importante del Yo, de
la identidad.
De esta manera, si no luchamos y nos “adaptamos” al entorno del régimen “globalizado” reconstruyendo nuestro Yo, paso a paso y de la mejor manera posible, sucumbiremos a él destruyéndonos inmersos en la psicosis, demencia, angustia y depresión que a ello nos puede llevar, y sobreviviendo en torno del utilitarismo, capitalismo y hedonismo que campea en la vida moderna. O para acabar permanentemente en el diván del alienista atiborrado de ansiolíticos, antidepresivos, sedantes, o en el manicomio; caer en la delincuencia, la drogadicción u optar por la salida del suicidio.
Recordemos entonces las palabras que escribiera el siquiatra austríaco, Viktor Frankl, en 1942 cuando estaba internado en el gueto nazi de Theresienstadt, para alentar a la re-estructuración de nuestro Yo:
“No hay nada en el mundo que capacite
tanto a una persona
para sobreponerse a las dificultades
externas
y a las limitaciones internas,
como la consciencia de tener una tarea en la vida”.