El mundo de las preguntas.
El que hace una
pregunta es un tonto por cinco minutos,
y el que no la hace sigue siendo un tonto para siempre.
Proverbio chino
Dr. Xavier A. López y de la Peña.
Preguntar significa que una persona
pida a otra cierta información o, dicho de otra manera, es una expresión
lingüística utilizada para solicitar determinada información.
La
pregunta conlleva entonces una intención. Sin embargo, no todas las preguntas
presuponen a cambio recibir una respuesta específica o concreta, sino que se modelan
como una iniciativa por saber, para desarrollar, innovar y o, en su caso, para descubrir
algo.
En
el terreno de la docencia una pregunta suele considerarse ya “buena” o “mala”.
Buena si hace lo que se supone que debe hacer, o porque aclara o revela algo, o
genera alguna esperanza, y mala cuando confunde, hace dudar o genera un
equívoco.
Además,
las preguntas suelen contener un proceso evaluativo como lo es el
conocer que tanto conocimiento se tiene de alguna cosa y de saber qué tanta
capacidad se tuvo para transferir el conocimiento, y el de causar el pensamiento
retórico, esto es, lograr que el pensamiento provoque y cause emoción
durante el intercambio dialógico.
Toda pregunta, por supuesto, requiere de una interpretación basada en la capacidad que se tenga de comprenderla (conocimiento del lenguaje, por supuesto), y de la idea para poder tener la capacidad de dar una explicación o respuesta.
Veamos algunos ejemplos:
¿Vendrás
a comer hoy? le dice una persona a otra.
Esta parece una pregunta sencilla, pero con cierta frecuencia no lo es porque puede llevar cierta intención y esperar múltiples posibles respuestas. Volviendo a esta primera pregunta y como no conocemos a la persona que lo dice, ni a quien la recibe, y tampoco el contexto en el cual se dio dicha pregunta, podríamos especular sobre varias maneras de interpretarla.
Veamos, si es la esposa la que se lo pregunta al esposo, suponemos que de la respuesta que obtenga si es afirmativa, entonces ella tomará providencias y se preparará para que coman juntos en casa, preparará la comida o sacará del refrigerador la que ya está elaborada o solicitará con tiempo que por mensajería (Uber Eats, por ejemplo) le hagan llegar un caldo tlalpeño y orden de tacos de arrachera del restaurante Maxim, u ordenará a su cocinera Julieta que se encargue de tener para comer con su esposo, una tortilla a la española y pollo Rinbeau.
Pero también, la pregunta podría haberse hecho con la intención de que el esposo contestara con ¡no querida, comeré con el gerente de proyectos en el Salón Versalles!, entonces ella podría verse con su amiga Catalina, comer con ella el sushi que les gusta en el restaurante OyukiYang del centro comercial Altaria, e ir después al podólogo.
Tal vez, esta misma pregunta entre las mismas personas, presuponga un resultado distinto. Así, la esposa al recibir la misma respuesta del marido, se sienta aliviada y piense ¡qué bueno que no viene a comer, así me evito la lata de cocinar! estoy harta de tener que llevar sus trajes a la tintorería, ir a recoger a los niños a la escuela, pagar el agua y surtir la despensa, ¡Ah! Y, además, estar encerrada esperando que me traigan el gas. Ya no puedo…
Otra pregunta: ¿Quieres irte a tu casa?
En este caso, después de estar de viaje durante algunos meses por asuntos de negocios, viviendo temporalmente en varios países, comiendo alimentos muchas veces desconocidos y no infrecuentemente exóticos, con horarios variables y más, ¡claro que sí quiero irme a mi casa! le responderías enfáticamente a tu jefe inmediato.
En cambio, cuando trabajas en una oficina en un ambiente hostil, desorganizado, demandante y con una enorme responsabilidad y carga de trabajo al que se suman, envidias, malos tratos, pobre salario y compañeros de trabajo indiferentes, indolentes o antipáticos y ocupados cada uno en sus propios asuntos, ¡claro que sí quiero irme a mi casa! responderías casi a manera de súplica.
Bajo otras circunstancias, si tras ser detenido arbitrariamente por una autoridad por supuestamente parecerle “un individuo abiertamente sospechoso”, porque vistes lo que te da la gana y cómo quieres, porque tienes el cabello largo y despeinado y te perforas las orejas, y además calzas huaraches o te tatúas, ¡claro que sí quiero irme a mi casa! responderías airadamente, a más de confirmar tu desconfianza en la autoridad que te demuestra, una vez más, su falta de preparación, prepotencia y cuasi sempiterna arbitrariedad.
Quizás cuando concluyo una visita en un país equis a la que no me pude negar por el compromiso que anticipadamente había adquirido y confirmado, ¡claro que sí quiero irme a mi casa!, ¡faltaba más!, cuando el -permítaseme decirlo así- rústico anfitrión me había prevenido de antemano con un “comes y te vas”.
Cuando después de haber sido rescatado en las costas de Nayarit, tras haber naufragado en una tormenta que súbitamente se desató mientras pescaba en mi esquife, tres días después de zozobrar, ¡claro que sí quiero irme a mi casa! respondería con una inmensa alegría y casi sollozando.
Si de pronto me doy cuenta de que estoy en la Plaza del Calzado en León, Guanajuato, a la que no sé cómo llegué, en qué, para qué y qué hago allí, ¡claro que quiero irme a mi casa!, pues en este momento recuerdo súbitamente también que padezco demencia tipo Alzheimer y le agradezco a las personas que allí me ayudaron a avisarle telefónicamente a mi esposa para que viniera por mí, desde Aguascalientes.
Si yo que vivía en Guadalajara, Jalisco, con mi esposa Yvonne cuando fui a visitar a mi padre en Colima y discutí con él durante la comida dominical acerca de mi decisión de irme a estudiar a la República Checa, una maestría en comunicación organizacional dirigida por Szent Gettin, cuando los ánimos se caldearon porque mi hermana menor, de tan solo quince años de edad y con un trastorno psicomotriz severo requería de asistencia de manera muy especial y mi padre quería que yo me quedara con él para ayudarle. Le ofrecí apoyarle con los gastos que importara contratar un auxiliar sanitario para su asistencia y él lo comprendió y aceptó diciéndome: ¿quieres irte a tu casa?, ¡claro que quiero irme a mi casa!, respondí.
Desde
otro ángulo una pregunta puede “decir” algo muy diferente a solo esperar alguna
respuesta, negativa o positiva, esto es, que lleva o sugiere una determinada
intencionalidad.
Por ejemplo, cuando se le pregunta a una persona que solicita un trabajo, la o las preguntas que se le formulen deben llevar implícitamente conocer si la persona solicitante está capacitada técnicamente para el trabajo a realizar (competencia), el conocer porqué solicita el trabajo (motivación) y finalmente se le hacen preguntas para saber si su perfil encaja con las necesidades de la empresa (alineación). Con ello podrá formarse un juicio sobre si el solicitante reúne los requisitos correctos para enfrentar las responsabilidades del puesto, si posee la iniciativa e ímpetu necesarios y será capaz, posiblemente, de aportar ideas creativas para la empresa.
O
bien, para terminar. Cuando un médico dedicado a tratar pacientes con cáncer le
hace la citada pregunta a su paciente en situación terminal, en su cama en el
hospital: ¿Quieres irte a tu casa?, ¿Qué quiso decir?
Bueno,
independientemente de la respuesta del paciente que, además sería ya tal vez irrelevante
porque ¡claro que cualquier ser humano quisiera salir del entorno ajeno,
aséptico, incoloro e impersonal de un hospital! Con esta pregunta, el médico le
estaría diciendo o insinuando a su paciente que, si acepta salir del hospital
en casa continuaría su atención y tratamiento con tranquilidad y en su entorno
familiar.
Bien,
pero quizás también -aunque muy sutilmente por supuesto-, su pregunta
implicaría el mensaje de: ve a casa con los tuyos, no puedo hacer ya nada
más por tu salud.
Es así que, en este último caso, la pregunta lejos de servir para obtener cierta información, en contrasentido se formula para manifestar esta incapacidad de una manera gentil, sutil y perspicaz.
En el intrincado mundo de las preguntas, como se refiere en la obra de ciencia ficción Taken producida por Steven Spielberg en el año 2002: No sé qué pasará ahora, no sé lo que voy a ser ni lo que voy a aprender, pero lo que sí sé es esto: la vida, toda la vida, consiste en hacer preguntas, no es conocer respuestas; querer ver lo que hay al otro lado de la colina es lo que nos hace seguir avanzando, haciendo preguntas, queriendo comprender. Incluso cuando sabemos que nunca encontraremos las respuestas hay que seguir haciendo preguntas.
¿Quién honra a
los que amamos por la verdadera vida que vivimos?,
¿quién envía
monstruos para matarnos y al mismo tiempo nos canta que nunca moriremos?,
¿quién nos
enseña lo que es real y cómo reírse de las mentiras?,
¿quién decide
por qué vivimos y cómo moriremos por defenderla?,
¿quién nos
encadena y tiene la llave para liberarnos?,
eres tú.
Tienes todas las
armas que necesitas.
¡Ahora lucha!
De la película
escrita por Steve Shibuya: “Sucker Punch - Mundo Surreal” (2011).