domingo, 1 de enero de 2023

Intolerancia.

 

Intolerancia.
Incapacidad para soportar o aguantar
lo “otro”.

EI prejuicio parece cuando mira,
y miente cuando habla.
 
Laure Junot, Duchess de Abrantès


Dr. Xavier A. López y de la Peña

La palabra tolerar deriva del latín tolerare, que significa aguantar, soportar o sobrellevar algo; luego entonces, ello representa que tiene que hacerse un esfuerzo pequeño o grande para aguantar o soportar algo que, de alguna manera, se expresa o manifiesta como una carga que nos “pesa o incomoda”, ya sea de manera física o mental.

Además, tolerar no necesariamente significa que se acepten o respeten las actitudes, comportamientos, convicciones, creencias, decisiones o ideas contrarias o adversas a la nuestra, sino más bien, el de respetar el derecho que el ordenamiento jurídico reconoce a las personas que mantienen tales actitudes, pero defendiendo y difundiendo las nuestras sin recurrir a imposiciones violentas.1

Siendo entonces su opuesto: la intolerancia, que es el resultado de cualquier actitud asumida que sea contraria o diferente a la de la propia concepción, opinión o decisión (aceptada como “nuestra verdad” personal), aún y a pesar de las razones que otro u otros puedan esgrimir contra ella.

            Esta considerada certeza o “verdad” personal suele estar construida con base a diversas líneas de pensamiento que en seguida comentamos:

En la de la revelación, esto es, en la manifestación que una entidad sobrenatural o divina nos ofrece de una verdad secreta y oculta -como ocurre en algunas religiones-, que cuentan con su registro en libros considerados como sagrados en los que se expresan estas ideas como ocurre en el judaísmo, cristianismo, islamismo e hinduismo. De hecho, acorde a lo anteriormente dicho, el concepto de tolerancia históricamente se ha construido a partir del dogma religioso propalado por las referidas grandes religiones monoteístas.

En la verdad como producto de la razón que se dio en nuestra Cultura Occidental, a partir del pensamiento griego que zanjó el origen causal de la verdad, de lo divino (teocéntrico) a lo racional (antropocéntrico); mismo que se acentuó ulteriormente con el pensamiento de Renato Descartes y culminó con la luminosa tercia de palabras: libertad, igualdad, fraternidad que, en 1789, se proclamaran en la Revolución Francesa.Con este acontecimiento sentó sus reales el concepto de tolerancia en la esfera política, registrada en la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, texto en el que se convirtieron en inalienables la libertad de creencia, de opinión y de expresión, en conjunción con la libertad de decidir personalmente y de juzgar en conciencia.

A la idea de que, ante las diversas culturas a las que nos enfrentamos sólo la convivencia entre ellas sería posible y se lograría mediante la tolerancia, con lo que se llega al establecimiento del contrato social (Juan Jacobo Rousseau) en la que el ser humano expresa y transfiere las reglas de la regulación y control social, económico y político de la comunidad, acorde con sus deseos expresados en libertad, a determinados organismos del Estado.

Recordemos que la tolerancia se da con el origen mismo de las sociedades humanas, ya que en su construcción intervienen, interactúan y coexisten diversas personas con posibles diferentes ideas, concepciones y creencias en convivencia, sin que entre ellas se llegue a destruir el tejido y vínculo social.

            Culturalmente la intolerancia se da cuando no se conviene con las ideas, costumbres y/o tradiciones que tenga o tengan otras personas, en función de su raza, de su sexualidad, de su religión o de su lugar de origen.

            Ahora bien, estas discrepancias ocurren en torno a quién se considera el poseedor de la verdad como hemos referido anteriormente; de la “certeza” unívoca de algo, y que se actúa discriminando al otro; esto es, tratándolo de manera diferente y perjudicial ya sea por motivos de raza, sexo, ideas políticas o religiosas, condición mental, física o económica, por su edad y más. Expresándose con figuras como la segregación, falta de respeto, insulto o, inclusive, con conductas agresivas.

            Las formas más comunes de expresión de la intolerancia son el racismo, la homofobia, el sexismo, la xenofobia, la intolerancia política y la religiosa.

Sin embargo, la actitud intolerante campea y se expresa sutilmente entre nosotros de muchísimas otras maneras, por ejemplo: el comensal que se retira del restaurante cuando ve entrar a un político o un colega al que detesta, el fanático del club de futbol América que se pelea ya verbal o físicamente con un fanático de las chivas del Guadalajara, la persona que pierde los estribos cuando alguien le hace una crítica, el empleador que se irrita porque algún empleado llegue tarde a trabajar, el viajero que no soporta que una mujer o un hombre con sobrepeso ocupe un lugar junto a él, la persona conocedora de música que odia que un intérprete se equivoque en algún momento de tiempo o de tono, el profesor o la profesora que no aceptan ser interrumpidos durante su clase, o bien el artista que en la presentación que hace en una ceremonia grupal, no esté en el lugar central, etc.

En resumen, si hay realmente una verdad absoluta y además existe una institución, sea una iglesia, un partido, una raza, una cultura, una nación o una mayoría de la opinión pública, que son sus depositarias y guardianes, la tolerancia carece de fundamentos.

El gran bien de la tolerancia sólo es posible si aceptamos que la verdad no es unívoca sino plural, sea en el campo de la política, de la religión, de las costumbres y la cultura, y aún en el plano de la ciencia, que parece ser el saber menos vulnerable al disentimiento y al pluralismo de la verdad. La certeza en algunos, no obstante, puede ser considerada la mentira en otros.

            Actualmente:

La mitad del mundo se está riendo de la otra mitad, y ambas son necias. Según las opiniones, o todo es bueno o todo es malo. Lo que uno sigue el otro lo persigue. Es un necio insufrible el que quiere regularlo todo según su criterio. Las perfecciones no dependen de una sola opinión: los gustos son tantos como los rostros, e igualmente variados. No hay defecto sin afecto. No se debe desconfiar porque no agraden las cosas a algunos, pues no faltarán otros que las aprecien. Ni enorgullezca el aplauso de éstos, pues otros lo condenarán. La norma de la verdadera satisfacción es la aprobación de los hombres de reputación y que tienen voz y voto en esas materias. No se vive de un solo criterio, ni de una costumbre, ni de un siglo.3

Finalmente, podemos y debemos tener nuestras propias convicciones en cualquier asunto, sostenerlas y defenderlas; sin embargo, también podemos y debemos saber y reconocer que estas puedan no ser las mismas, ni ser ciertas y que por tanto estemos equivocados y que, solo siendo tolerantes y libres para exponerlas y defenderlas tanto de una parte como de la otra con razonamiento y mesura, se podrá mantener una convivencia armónica dentro de la diversidad y pluralidad en pugna por una mejor forma de vivir dentro de la sociedad en la que nos desenvolvemos.



1. Alvarado Planas, J., Estudios sobre Historia de la Intolerancia. Madrid y Messina, 2011, p. 9.

2. Jaramillo, Jaime. (2002). TOLERANCIA E INTOLERANCIA. SUS ORÍGENES Y CONSECUENCIAS EN LA HISTORIA DE LA CIVILIZACIÓN OCCIDENTAL. Historia Crítica, (23), 143-146. Retrieved November 14, 2022, from http://www.scielo.org.co/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0121-16172002000100008&lng=en&tlng=es.

3. Cristina Yanes Cabrera. Antecedentes de una educación para la tolerancia en la Historia de la Educación española a través de algunos de los educadores más representativos. Revista Iberoamericana de Educación. Consultado en internet el 15 de noviembre de 2022 en: https://rieoei.org/historico/deloslectores/1427Yanes.pdf