Dr. Xavier A. López y de la Peña
En la verdad
como producto de la razón que se dio en nuestra Cultura Occidental, a
partir del pensamiento griego que zanjó el origen causal de la verdad, de lo divino
(teocéntrico) a lo racional (antropocéntrico); mismo que se acentuó ulteriormente
con el pensamiento de Renato Descartes y culminó con la luminosa tercia de
palabras: libertad, igualdad, fraternidad que, en 1789, se proclamaran
en la Revolución Francesa.2 Con este acontecimiento
sentó sus reales el concepto de tolerancia en la esfera política, registrada
en la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, texto en el que
se convirtieron en inalienables la libertad de creencia, de opinión y de expresión,
en conjunción con la libertad de decidir personalmente y de juzgar en
conciencia.
A la idea de
que, ante las diversas culturas a las que nos enfrentamos sólo la convivencia
entre ellas sería posible y se lograría mediante la tolerancia, con lo
que se llega al establecimiento del contrato social (Juan Jacobo
Rousseau) en la que el ser humano expresa y transfiere las reglas de la
regulación y control social, económico y político de la comunidad, acorde con sus
deseos expresados en libertad, a determinados organismos del Estado.
Recordemos que
la tolerancia se da con el origen mismo de las sociedades humanas, ya que en su
construcción intervienen, interactúan y coexisten diversas personas con posibles
diferentes ideas, concepciones y creencias en convivencia, sin que entre ellas
se llegue a destruir el tejido y vínculo social.
Culturalmente
la intolerancia se da cuando no se conviene con las ideas, costumbres
y/o tradiciones que tenga o tengan otras personas, en función de su raza, de su
sexualidad, de su religión o de su lugar de origen.
Ahora
bien, estas discrepancias ocurren en torno a quién se considera el poseedor de
la verdad como hemos referido anteriormente; de la “certeza” unívoca de algo, y
que se actúa discriminando al otro; esto es, tratándolo de manera diferente y
perjudicial ya sea por motivos de raza, sexo, ideas políticas o religiosas,
condición mental, física o económica, por su edad y más. Expresándose con
figuras como la segregación, falta de respeto, insulto o, inclusive, con conductas
agresivas.
Las
formas más comunes de expresión de la intolerancia son el racismo, la
homofobia, el sexismo, la xenofobia, la intolerancia política y la
religiosa.
Sin embargo,
la actitud intolerante campea y se expresa sutilmente entre nosotros de muchísimas
otras maneras, por ejemplo: el comensal que se retira del restaurante cuando ve
entrar a un político o un colega al que detesta, el fanático del club de futbol
América que se pelea ya verbal o físicamente con un fanático de las chivas del
Guadalajara, la persona que pierde los estribos cuando alguien le hace una
crítica, el empleador que se irrita porque algún empleado llegue tarde a
trabajar, el viajero que no soporta que una mujer o un hombre con sobrepeso
ocupe un lugar junto a él, la persona conocedora de música que odia que un
intérprete se equivoque en algún momento de tiempo o de tono, el profesor o la
profesora que no aceptan ser interrumpidos durante su clase, o bien el artista
que en la presentación que hace en una ceremonia grupal, no esté en el lugar
central, etc.
En resumen, si
hay realmente una verdad absoluta y además existe una institución, sea una
iglesia, un partido, una raza, una cultura, una nación o una mayoría de la
opinión pública, que son sus depositarias y guardianes, la tolerancia carece de
fundamentos.
El gran bien
de la tolerancia sólo es posible si aceptamos que la verdad no es
unívoca sino plural, sea en el campo de la política, de la religión, de las
costumbres y la cultura, y aún en el plano de la ciencia, que parece ser el
saber menos vulnerable al disentimiento y al pluralismo de la verdad. La
certeza en algunos, no obstante, puede ser considerada la mentira en otros.
Actualmente:
La mitad del mundo se está riendo de la otra mitad, y ambas son necias. Según las opiniones, o todo es bueno o todo es malo. Lo que uno sigue el otro lo persigue. Es un necio insufrible el que quiere regularlo todo según su criterio. Las perfecciones no dependen de una sola opinión: los gustos son tantos como los rostros, e igualmente variados. No hay defecto sin afecto. No se debe desconfiar porque no agraden las cosas a algunos, pues no faltarán otros que las aprecien. Ni enorgullezca el aplauso de éstos, pues otros lo condenarán. La norma de la verdadera satisfacción es la aprobación de los hombres de reputación y que tienen voz y voto en esas materias. No se vive de un solo criterio, ni de una costumbre, ni de un siglo.3
Finalmente, podemos
y debemos tener nuestras propias convicciones en cualquier asunto, sostenerlas
y defenderlas; sin embargo, también podemos y debemos saber y reconocer que estas
puedan no ser las mismas, ni ser ciertas y que por tanto estemos equivocados y
que, solo siendo tolerantes y libres para exponerlas y defenderlas tanto de una
parte como de la otra con razonamiento y mesura, se podrá mantener una
convivencia armónica dentro de la diversidad y pluralidad en pugna por una
mejor forma de vivir dentro de la sociedad en la que nos desenvolvemos.
1. Alvarado Planas, J., Estudios sobre Historia de la Intolerancia. Madrid y
Messina, 2011, p. 9.
2. Jaramillo, Jaime. (2002). TOLERANCIA E INTOLERANCIA. SUS ORÍGENES Y
CONSECUENCIAS EN LA HISTORIA DE LA CIVILIZACIÓN OCCIDENTAL. Historia Crítica,
(23), 143-146. Retrieved November 14, 2022, from
http://www.scielo.org.co/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0121-16172002000100008&lng=en&tlng=es.
3. Cristina Yanes Cabrera. Antecedentes de una educación para la tolerancia en
la Historia de la Educación española a través de algunos de los educadores más
representativos. Revista Iberoamericana de Educación. Consultado en internet el
15 de noviembre de 2022 en: https://rieoei.org/historico/deloslectores/1427Yanes.pdf