miércoles, 5 de diciembre de 2012

Internalizar

INTERNALIZAR LOS DERECHOS.


© D.R. Xavier A. López y de la Peña.
la condición del paciente resulta vulnerable cuando
los valores que prevalecen en su atención son distintos de los
estrictamente humanistas, y aunque la ley es importante,
los derechos del paciente son frecuentemente cuestión de acuerdos
informales, de políticas hospitalarias y de sensibilidades éticas
de los prestadores de servicio. No todos los derechos del
paciente están en las normales legales o en declaraciones escritas.

          A. Lifshitz, D. Trujillo, 1992.
   La “internalización de las externalidades” constituyen un juego de palabras en el nuevo uso del lenguaje que hace referencia al proceso de hacer substancialmente nuestro aquello que decimos, que creemos, que buscamos. Como ejemplo, si hablamos de que el respeto al derecho ajeno representa un valor deseable (externalidad) y ejercitamos cumplidamente para con los otros este principio, entonces lo hacemos realmente nuestro, lo internalizamos. Si se tiene cierta creencia religiosa y se asume en su conjunto verdaderamente, se internaliza el ser religioso. La frase de William Shakespeare resumía el precepto internalizador de las externalidades en el conocidísimo “ser o no ser”, arquetipo de la congruencia integral.
   El asunto de los derechos humanos entendidos, según los define Gregorio Peces-Barba, como “la facultad que la norma atribuye de protección a la persona en lo referente a su vida, su libertad, a la igualdad, a su participación política o social, o a cualquier otro aspecto fundamental que afecte su desarrollo integral como persona, en una comunidad de hombres libres, exigiendo el respeto de los demás hombres, de los grupos sociales y del Estado, y como posibilidad de poner en marcha el aparato coactivo del Estado en caso de infracción”, representan una “externalidad” que la sociedad en su conjunto debe luchar por “internalizar”.
   Nuestra Constitución da cuenta de cierto número de derechos entendidos también como garantías individuales, que conforman el elemento “dogmático” de la misma y que obligan consecuentemente al Estado a cumplirlas. La Constitución entonces incluye un cierto número de “externalidades” que deben ser asumidas y garantizadas o internalizadas por el propio Estado.
   El derecho a la protección de la salud, como ejemplo, representa una obligación del Estado para ejercer las medidas conducentes a garantizarlo a todo ciudadano en el país y, en la medida que cumpla con ello, podremos decir que el Estado ha “internalizado” congruentemente su obligación expresada en el artículo 4º de la Carta Magna.
   Los derechos humanos son y deben ser siempre tema de actualidad. Constituyen el caballo de batalla de la sociedad ávida de justicia y ley. De internalizar el ideal de las externalidades útiles para la convivencia pacífica entre los seres humanos. De ser.
   Vamos a tocar un poco el asunto de los derechos en el terreno de la salud y concretamente en el de los derechos que al paciente asisten en su relación con el prestador de servicios de salud.
   La única liga que conjunta al paciente con el profesional de la medicina es la enfermedad o la salud trastocada. Así, el eje sobre el que giran ambos es la salud ya amenazada o evidentemente quebrantada, y el andamiaje que se construye a su alrededor se teje resumidamente con los preceptos médicos hacia el paciente de: beneficencia, no dañar, ser justos, responsabilidad, lealtad y respeto a su autonomía; y a los preceptos que guían al paciente hacia el médico como son la confianza, honestidad, adherencia a las indicaciones y la notificación oportuna de cambios inesperados.
   Esta relación paciente-profesional de la medicina, contiene una serie importante de derechos. De hecho, su relación es una relación contractual amparada por preceptos constitucionales y meta constitucionales. Es decir, con externalidades ya jurídicas o de otra índole a las que los contratantes deben sujetarse.

¿Cómo se introducen o abordan en el hacer o en la formación médica dichas externalidades con el objeto de que el futuro profesionista las internalice?
 Desde mi particular punto de vista en la formación curricular del médico dichas externalidades suelen quedar muy marginadas.
  La relación del estudiante de medicina para con la persona enferma de hecho o en potencia y en razón de su formación, se da tardíamente de manera parcial y “sobre la marcha”. La carrera (como en todas las escuelas de medicina) no inicia con el estudio del ser humano vivo sino, paradójicamente, con el ser humano muerto.
   Este asunto siempre me ha causado gran conflicto de manera personal. ¿Porqué el estudio de la medicina, por la vida-salud, empieza con la muerte o, más precisamente, con un ser humano muerto? ¿Porqué no se inicia por la vida? Además no se aborda el estudio de la muerte, tema de la tanatología, sino sobre la estructura de, generalmente hablando, una parte “muerta” de un ser humano.
   La muerte entendida como el final de la vida, carece desde siempre del interés médico con formación occidental fundamentalmente. Al muerto no hay nada que hacerle, carece de sentido el hacer médico ante la vida ausente. El profesional de la medicina se conduce para y por “la vida” no para la muerte.
   Inicia pues su formación sobre “partes” humanas muertas, inertes. Cual mecanismo de relojería acorde al pensamiento cartesiano, el médico en ciernes hurga en dicho intrincado mecanismo para comprender su estructura y las relaciones entre sus partes, y su funcionamiento.
   Las partes o el todo corporal inerte de un “otro” al que se estudia, sin relaciones con nosotros, sin identidad y sin historia: atemporal. Se trabaja sobre “objetos” de un sujeto anónimo, ahistórico e indiferente a nosotros. ¿Cómo iniciamos entonces en el educando médico la internalización de los derechos (externalidades) del futuro paciente, si lo iniciamos sobre componentes humanos inertes?
   ¿Los estudiantes en ciernes, internalizan entonces como tal el “derecho” al trato respetuoso, ético, que tiene el ser humano privado de vida? ¿El respeto a los derechos de la persona muerta tratada como objeto, se podrán extrapolar luego a los de la persona viva tratada como sujeto?
   Es notable que el perfil del egresado de la carrera de medicina, en general, destaque como un primer inciso que podrá identificársele por tener un espíritu eminentemente humanista, esto es, como una persona cultivada en el estudio y conocimiento del conjunto de disciplinas que no tienen una aplicación práctica inmediata (filosofía, historia, literatura), sin embargo la historia de la medicina ocupa un pequeño lugar hasta el décimo semestre, la filosofía se aborda someramente quizá en el módulo de Bioética, y la literatura queda ausente del programa, tiene además, “otras materias humanísticas optativas a cursar en la carrera” ¿Podrá entonces cubrirse su formación humanística?
   El educando médico necesita ya adentrarse en el mundo de los “derechos” del paciente para internalizarlos ciertamente con una sólida formación humanística. Esta formación le hará ver que los derechos se encuentran tanto en la filosofía, como en la historia, la literatura, etc. Los derechos son la contraparte de las obligaciones en la relación contractual y deben enseñarse en todos los niveles de la enseñanza médica aunque esta se inicie con el estudio de las partes humanas muertas. La misma enseñanza de la fisiología impronta la urgencia de delinear los “derechos” que a los animales les corresponden, como los derechos que a la persona asisten cuando ésta misma constituye el sujeto de observación y/o de experimentación.
   La clínica representa entonces el mayor reto ya que enfrentará al educando médico con sujetos. Con personas que aquejadas por este o aquél padecimiento, que sienten y piensan, lloran y ríen, esperan y demandan, buscan y construyen su vida como nosotros siguiendo ideales. El estudiante que aborda entonces a un paciente debe tener plena conciencia de sus derechos y obligarse a respetárselos.
   El paciente a su vez, debe conocer cuáles son sus derechos y hacerlos valer ante el prestador de servicios de salud. La orientación del hacer médico desde los preceptos hipocráticos de beneficiar, no dañar y atender con justicia, se ha enriquecido con la norma, ahora, del respeto a su autonomía. Que el profesional de la salud internalice las externalidades que constituyen los derechos de los pacientes, son el reto de los formadores de estudiantes en el área de la salud deben enfrentar.

Lo humanístico en su formación habrá de concretarse en el mirar y tratar al paciente como el reflejo de lo que uno mismo deseara para si.

Sólo así internalizaríamos lo humano.

lunes, 19 de noviembre de 2012

¿Escuchamos nuestro cuerpo?

A LA ESCUCHA DEL CUERPO.

© D.R. Xavier A. López y de la Peña


¿Cómo transmitir un modo de aproximarnos
a la persona que sufre? ¿Cómo hacer comprender
algo tan vasto, tan inasible, algo que implica a la
vez un modo de ver y un modo de ser?

Salomón Touson
Buenos Aires, 1995

 Las formas de comunicación humana que no utilizan el lenguaje siguen facetas extraordinariamente interesantes y ajenas frecuentemente al común de las personas, cuando menos a nivel consciente.
      Se suele conocer como el lenguaje no verbal a la comunicación que se establece con los demás a través de nuestra actitud, movimientos, gestos o acciones y en última instancia con nuestra presencia misma. También la mercadotecnia recurre al lenguaje no verbal «subliminal se dice» de sus anuncios y promociones para inducir a la compra de un determinado producto, o preferir su uso al asociarlo con ideas eróticas, juveniles, de poder, de “frescura” y más que le hagan deseable y hasta irresistible. En este terreno, como en otros, no pretendemos de ninguna manera seguir a pie juntillas el comentario del Sr. Marshall McLuhan quien fuera director del Centro de Cultura y Tecnología de la Universidad de Toronto que decía:
todas mis recomendaciones [hablando sobre la propaganda subliminal]se pueden reducir a una: estudie las formas de los medios de comunicación para extraer todas las suposiciones del reino subliminal no verbal con el fin de estudiar detalladamente y para predecir y dominar los propósitos humanos.
      Una persona segura de sí misma, cuando le contactamos, manifestando su lenguaje no verbal suele mirarnos de frente, saludarnos de mano con firmeza y verse relajada, esto es, que su rostro no mantenga el ceño fruncido, que su hablar sea pausado, con los brazos en posición “abierta” y que se conduzca sin modales atropellados, etc.; consecuentemente lo contrario se apreciará en una persona insegura.
      El psicólogo y el analista de actitudes están muy familiarizados con estas formas de expresión no verbal y suele empleárseles en la selección y reclutamiento de personal. Es útil para los analistas este reconocimiento del lenguaje no verbal en situaciones que demanden certeza o seguridad como lo son los vigilantes en las aduanas que se preparan arduamente para “percibir” los gestos, actitudes o formas de desenvolvimiento sospechosos de alguna persona posiblemente infractora. El policía que interroga a una persona como presunta responsable de algún delito o infracción también debe ser sensible a captar aquellos elementos que denoten inseguridad en el indiciado y le hagan reconocer que posiblemente esté mintiendo u ocultando algo.
      Nos hemos acostumbrado a nivel no consciente en general, insisto, a reaccionar al lenguaje no verbal emitido por otra persona o por un anuncio publicitario cualquiera, sin embargo no dejo de asombrarme por la indiferencia y falta de interés observado con largueza por comprendernos a nosotros mismos. Por escuchar a nuestro cuerpo, por identificar sus señales, por establecer un diálogo entre nosotros y nuestro propio cuerpo.
      Valga un ejemplo sencillo que me viene de pronto a la memoria. Un hombre de 60 años de edad que tiene un dolor en el pecho, suele atribuírselo inicialmente a una indigestión por la cena que comió ayer por la noche con los Gutiérrez, a un disgusto que tuvo con sus empleados el día pasado por faltantes en el control de almacén de su empresa, o porque no se cubrió bien por la noche e hizo mucho frío. Pensará en todo menos en la posibilidad de que su dolor exprese un infarto de miocardio. De igual forma los dolores que producen las contracciones uterinas anunciando el inicio de un trabajo de parto en una mujer al término de su embarazo, podrían interpretarse y atribuirse también erróneamente a una simple indigestión.     
¿Por qué nos mostramos incapaces de reconocer el lenguaje no verbal que nuestro propio cuerpo expresa?
      El cuerpo humano ha sido dividido desde hace muchísimo tiempo en dos objetivos de análisis operativo mutuamente, y de forma absurda por demás, excluyentes: cuerpo y mente. El primero suele manejarse objetivamente, esto es, como un objeto. El corazón enfermo, la fractura del peroné, una enfermedad autoinmune o hepatitis anictérica. La mente, en segundo término, se maneja de manera subjetiva y por tanto aislada del cuerpo, del «soma» mediante técnicas doctrinarias, etéreas, intangibles. Procesos interactuantes del yo, ello y el superyo en una lucha por expresarse o reprimirse emitiendo “señales” que el terapeuta descifra al través de la doctrina psicoanalítica.
      Puede decirse así que el ser humano enfermo actualmente ya no es dueño ni de su cuerpo ni de su mente fraccionados. Ha sido presa del discurso médico en cuanto que el cuerpo enfermo se expresa solamente mediante el “cuadro clínico” objetivante de la mirada médica. El dolor abdominal de una persona representa entonces no la angustia del sufriente de forma intrínseca sino el “dato” de un deterioro intestinal o ureteral en su caso. La mirada médica bajo esta perspectiva desconoce el padecer del sufriente en todas las esferas; es simple y llanamente un “dolor-dato-enfermedad” de tal o cual estructura corporal.
      G. Groddek considerado el padre de la medicina psicosomática era sensible a estas cuestiones y entendía muy bien la unidad cuerpo-mente como lo demuestra una parte de su carta dirigida a S. Freud el 27 de mayo de 1917 al decirle que
      A mis concepciones [anteriores a 1909]-o debo decir a las suyas- no llegué a través del estudio de las neurosis, sino a lo largo de observación de pacientes aquejados de enfermedades que se suelen denominar corporales. Mi celebridad médica la debo originalmente a mi actividad como terapeuta físico y especialmente como masajista. [Hace tiempo]... había abrigado en mí la convicción de que la distinción entre cuerpo y alma no era más que una distinción nominal e inesencial, y que el cuerpo y el alma constituyen una cosa común: que en ellos se encierra un Ello, una fuerza por la que somos vividos mientras creemos que somos nosotros mismos quienes vivimos.
      El cuerpo enfermo con sus señales (“signos y síntomas”), le impide hoy al terapeuta (médico) ver la mente sufriente, su padecer, en tanto que las señales de la mente enferma impiden a su vez ver al psicoterapeuta el cuerpo que le contiene. Representan en ambos casos a el árbol que les impide ver el bosque. Hay entonces médicos de cuerpos y médicos de mentes. El sentido holístico del quehacer médico se ha perdido y S. Freud, si se me permite la digresión, fue culpable de ello en gran medida. Su psicoanálisis desplazó al cuerpo del análisis médico, creando su propio lenguaje, su propio método de estudio, su propia “enfermedad”.
      Joyce McDougall, la psicoanalista se lo preguntaba de la siguiente manera ¿Qué ocurre con el psicoanalista? ¿Necesita que le recuerden que el analizado no es pura estructura psicológica? ¿Y que no está moldeado únicamente por la palabra? ¿Con qué oído oye el psicoanalista el cuerpo de sus analizados y los mensajes mudos del soma?
      Decíamos arriba que el ser humano enfermo ha perdido potestad sobre su cuerpo y su mente frente al discurso médico que además lo ha dividido en dos constructos funcionales irreconciliables. Así, el enfermo suele referirse a sus partes corporales como “me duele el hígado, la cabeza o el estómago y no como me duele mi cabeza, mi estómago o mi columna vertebral indicativos de una «falta de posesión corporal»; tengo hepatitis y no padezco hepatitis sería otra forma de expresarlo.”
      La medicina integralmente debería entonces reconstruirse a fin de llegar al abordaje holístico (completo) del ser humano como una unidad. Debe reaprenderse a escuchar al cuerpo y ver a trasluz del signo o síntoma expresado por el soma, la mente del sufriente y sus diversos modos de expresión corporal.

¿Podrá algún día el ser humano establecer comunicación válida con su cuerpo-mente? ¿Podrá hablarle a su hígado en forma coloquial, escucharlo en su protesta por desvíos alimentarios? ¿Podremos estar orgullosos tanto de nuestros ojos, como de nuestro plexo mientérico de Auerbach?

      Si sentimos nuestro cuerpo-mente (particularmente cuando alguna de nuestras partes está ausente o alterada) pero no nos percibimos, entonces no nos poseemos. ¡Démosle entonces el cuerpo al terapeuta para que en secciones nos interprete a su manera y a callar! El terapeuta al fin, ya del soma o de la psiquis, hará un revoltijo con sus ideas interpretando un cuerpo o una mente que, a fin de cuentas no le pertenece ni entiende ni sufre y, muchas veces quizá, ni le importa.

Sólo cuando el mismo terapeuta sufra en su soma-mente, se dará cuenta de que, en realidad, los terapeutas de cuerpos y mentes no entienden su lenguaje verbal o no verbal integralmente (ven el árbol que les impide mirar el bosque) aunque lo atiendan, y sufrirá el no haberse sabido poseer (establecer el dialogo con su cuerpo-mente, conocerse) a tiempo y clamará entonces por encontrar a un terapeuta holístico del ser humano.

lunes, 29 de octubre de 2012

El proceso mental.

VERICUETOS DEL PENSAR.
© D. R. Xavier A. López y de la Peña
Desde mucho tiempo atrás las ideas sobre las relaciones cerebro-mente, lo material y lo inmaterial, a causado polémica. El cerebro y el pensar son indisolubles ya que no se concibe el uno sin el otro, y muchos pensadores e investigadores han aportado una amplia variedad de conocimientos y concepciones en torno a ello. El pensamiento, la conciencia o la identidad personal radica en el yo interno que emerge de la función cerebral basada en su estructura orgánica al través de la interconexión de cerca de once mil millones de neuronas y cuya función fue poéticamente descrita por Sir Charles Scott Sherrington (1857-1952) galardonado con el premio Nobel en medicina por sus estudios neuronales realizados en 1932, de la siguiente manera:
El cerebro es… un telar encantado donde millones de centelleantes lanzaderas urden un fugaz diseño siempre significativo, aunque jamás duradero.
Al pensar sobre el cerebro se le puede llamar filosofar sobre la materia y de manera amplia unas de las corrientes actuales de este pensamiento se ubican dentro del llamado neorealismo inglés, el materialismo dialéctico y el neopositivismo. Ahora bien, ¿dónde, físicamente radica el pensar? Fuera de las concepciones que le ubicaban en otras partes del organismo humano que no fuera el cerebro, (hígado, corazón) ya Platón concebía al alma compuesta de tres partes y localizaba una de ellas, el alma vital en el tórax, el alma vegetativa en el abdomen y la pelvis y el alma racional en la cabeza. El concepto actual es de que están integrados ambos: pensar-cerebro, funcionalmente son una unidad. Desde el punto de vista de la perspectiva histórica-filosófica (por citar sólo a unos pocos) Heráclito en el siglo V a.C., reconocía la adquisición del conocimiento (o sabiduría) a partir de los órganos de los sentidos con lo que sentó las bases conceptuales de la sensopercepción; Hipócrates de Cos (460-377 a.C.) el llamado padre de la medicina, señalaba al cerebro como la base del pensamiento, la tristeza y el goce otorgándole un estatuto órgano-funcional de primer orden y además "doble", al observar que algunos de los heridos de la cabeza en el lado derecho tenían afectación del cuerpo en el lado izquierdo y viceversa; Herófilo de Calcedonia (año 300 d.C.) reconoció la diferencia que existe entre los nervios sensitivos y motores, el "sentir y el hacer" o lo subjetivo y lo objetivo en el nexo común de una estructura orgánica, y Galeno, el médico romano, quien se refería a las mentalidades agudas asociándolas a una textura cerebral fina y delicada en tanto que a las burdas les confería cualidades ásperas y duras, también ubicaba el sitio de las funciones mentales superiores en las cavidades cerebrales o ventrículos (particularmente el medio). La fascinación por las cavidades cerebrales o "ventrículos" hizo que los "anatomistas" del siglo XII asentaran al sentido común, la imaginación, el raciocinio y otros en los lóbulos frontales, el cerebelo y los ventrículos. Estas ideas y otras, llevaron también al cirujano de Enrique VIII, Thomas Vicary, a localizar (erróneamente por supuesto) a los cinco sentidos y la imaginación en el primer ventrículo, el pensar en el segundo y la memoria en el tercero. En 1575, Huarte de San Juan, relacionaba el tamaño del cerebro con sus capacidades diciendo: "entre los brutos animales, aquéllos que van llegando más a la prudencia y discreción humanas, como la zorra, la mona y el perro, tienen mayor cantidad de cerebro que otros". Renato Descartes (1596-1650) el enorme científico y filósofo-racionalista que en sus estudios sobre el cerebro se ocupó en contar y comparar sus estructuras de manera muy meticulosa, concluyó que la glándula pineal, órgano impar del simétrico cerebro cumplía la función de válvula maestra por su ubicación central. Él resumió, de manera concreta la relación entre mente y cerebro en una frase de extraordinaria sencillez pero de enorme contenido: pienso, luego existo (cogito ergo sum). Baruch Spinoza (1623-1677) unificaba conceptualmente al pensamiento y al cerebro (espíritu y materia) de forma que "la mente y el cuerpo son uno y el mismo individuo que se concibe ya bajo el atributo del pensamiento, ya bajo el de la extensión" y el racional espiritualista Leibniz (1646-1716) afirmaba que a cada acto de conciencia correspondía proporcionalmente un acto físico. De la frenología de Gall del siglo XIX que "localizaba" sobre las eminencias cerebrales actividades congnocitivas, morales y funcionales, a Levi-Montalcini y Cohen que en 1986 recibieron el premio Nobel por su descubrimiento del factor de crecimiento neural, han pasado enormes figuras en los campos de la anatomía, fisiología, bioquímica, patología, etc., ocupados de estudio del cerebro, ése maravilloso órgano con apenas un volumen de 1,500 cm3, en el ser humano, que opera con una corriente de menos de 25 vatios, que recibe la información de cerca de 100 millones de receptores sensoriales distribuidos en el cuerpo y que pesa en promedio unos 1,300 gramos. ¿Puede un cerebro comprender a un cerebro?, quizá la primera respuesta sería iniciar de manera humilde por comprender qué significa "comprender". El neurofisiólogo Dr. Paul MacLean del Laboratorio de Evolución y Conducta Mentales en Poolesville, Maryland, E.U.A. desarrolló hace algún tiempo un modelo conceptual del cerebro constituido por tres partes (el cerebro tri-uno) entrelazadas desde el punto de vista estructural y funcional a la vez, que evolutivamente han surgido y se han superpuesto una a la otra y que, de fuera hacia adentro son: la corteza cerebral (adquirida hace apenas unas docenas de millones de años), el sistema límbico y el rinencéfalo (que evolucionó hace varios cientos de millones de años) y que dan al cerebro "funciones" que van de las racionales a las irracionales. En ese mismo orden: corteza, sistema límbico y rinencéfalo la escuela neurofisiológica rusa (Ivan Pavlov) ubica al sistema de señales, a el reflejo condicionado y el reflejo no condicionado en último término; la psiquiatría psicoanalítica (representada por Sigmund Freud) al super ego, al ego y al id y, dicho ya de manera sintética: los procesos de abstracción, discriminación, simbolización y comunicación se procesan en la corteza, la conducta adaptada adquirida en el sistema límbico y la realización estereotipada innata en el rinencéfalo. El cerebro se comporta como una unidad, sin embargo, es ampliamente conocido que algunas regiones "procesan" ciertos datos, como el habla que le localiza en el área de Broca en un 90% en el hemisferio izquierdo y, como ejemplo sobresaliente tenemos la variación en la modalidad funcional sobre éste órgano, determinada histórico-socialmente y representada por el llamado "cerebro japonés" por cuanto su actuación sobre el habla y escritura "globales" ,ya que el hemisferio derecho se encarga de procesar los caracteres del sistema "kanji", en tanto que el izquierdo procesa los caracteres del sistema "kana" como en la lectoescritura occidental. La génesis y desarrollo de las ideas en torno al tema de la física y metafísica del interesante mundo del cerebro se vuelcan de manera exponencial y no es posible abarcarlo con unas pocas líneas. Se conoce mucho (si se permite el término) sobre su estructura y menos sobre su función. El pinchazo en el dedo de un pie nos mueve a retirarlo de inmediato al través de un arco reflejo con millones de unidades interactuando y que pretendemos conocer, ¿cómo podríamos comprender entonces la emoción que nos despierta un tibio atardecer de verano, la vista de una pintura al óleo o la aterradora violencia de un huracán? La función cerebral, su física y su metafísica son las responsables unitariamente de la conducta, del conocimiento y la sensopercepción a un nivel todavía de extrema complejidad. Dicho con las palabras del Dr. Carl Sagan: "el producto de la operación del cerebro que denominamos mente es, nada más, una consecuencia de su anatomía y función". Sin embargo, hay también corrientes de pensamiento que consideran a la mente y al cerebro como entidades separadas en el que la actividad mental representa una forma de energía cualitativa y cuantitativamente diferentes a los cambios morfo fisiológicos cerebrales y una tercera que integra a las dos teorías anteriores. En términos de la informática actual, como indica el Ing. en electrónica Sergio Moriello, puede considerarse al cerebro (estructura) como el “hardware” y a la mente (proceso) como el “software” que, en el orden biológico están integrados e interactúan entre sí constituyendo un sistema fluido, adaptable y elástico que evoluciona y se modifica con el tiempo a medida que la persona crece y aprende. Simplemente a la mente no puede considerarse separada del cerebro, como tampoco del cuerpo y del entorno (tanto físico como social). En consecuencia, se lo debe considerar como una unidad conceptual indivisible.
Probablemente sea válido ahora invertir la frase anteriormente referida de Renato Descartes que reza: pienso, luego existo (cogito ergo sum) por la de existo, luego pienso (sum ergo cogito). ¿Cuál es su corriente de pensamiento sobre el cerebro-mente?

jueves, 20 de septiembre de 2012

La Raza

DÍA DE LA RAZA
© DR. Xavier A. López y de la Peña
¿De dónde proviene, Arjuna, en estos instantes críticos, ese torpe desaliento, indigno de un hombre de noble raza; esa cobardía que cubre de ignominia y cierra las puertas del cielo? Palabras de Krishna. Canto II de El Bhagavad Gita. Siglo III a.C.
La humanidad es única y desde tiempos inmemoriales se han establecido “diferencias” raciales basados en su apariencia, costumbres, color de piel, lugar de origen, posesiones, capacidades, etc. Mucha tinta se ha usado sobre el análisis y discusión del asunto y ya la Conferencia de antropólogos físicos y genetistas convocada por la UNESCO en 1952 emitía -entre otras- la siguiente conclusión: “Los datos y los conocimientos científicos de que se dispone sobre esta materia [la raza]no constituyen una base que nos permita afirmar que los grupos que integran la humanidad difieren entre sí en su innata capacidad de desarrollo intelectual y emocional.” No es la naturaleza -señalamos de forma sobresaliente- sino la sociedad, la que ha pretendido dar un sitio diferente a la humanidad, clasificándolos en superiores o inferiores para -¡entiéndase bien!- justificar y racionalizar de alguna manera, la tendencia a la explotación y sometimiento de sus congéneres. Hesíodo (ca. 700 a.C.) el poeta épico ateniense ya nos regalaba en su poema Los trabajos y los días, la ideología mitológica de la creación con su diferenciación en razas -con grandes diferencias entre ellas, por supuesto- y referidas a las cualidades variantes de los metales diciendo que: de Oro fue la primera raza de hombres perecederos creada por los Inmortales, que eran a su vez moradores de las mansiones olímpicas. Existían en tiempos de Corno, cuando este reinaba en el cielo. Igual que dioses vivían, con el corazón libre de cuidados, lejos y a salvo de penas y aflicción. Una vez desaparecidos se convirtieron en los Genios buenos, guardianes de los mortales. La segunda raza, inferior a la primera fue la de Plata. De dilatada infancia -cien años- crecía entre juegos y, al llegar a la adolescencia, su vida duraba poco tiempo y sufrían dolores por sus locuras. No sabían abstenerse de recíproca insolencia arrebatada. No querían servir a los inmortales, ni ofrecer sacrificios por lo que Zeus Cronión los sepultó furioso al negarse a dar honores a las deidades. Zeus luego creó la tercera raza de hombres mortales, la de Bronce. Se ocupaban en las obras luctuosas de Ares y en las osadías. No comían pan; de duro acero tenían implacable corazón, e inspiraban miedo. Eran de bronce sus armas y murieron por sus propios brazos llegando a la pútrida mansión del escalofriante Hades, privados de nombre. Luego Zeus -también-, creó una cuarta raza, más justa y más valiente, la raza divina de los Héroes, que llaman Semidioses, la generación que nos precedió en la infinita tierra. En el México prehispánico, y particularmente en la mitología náhuatl se encuentran interpretaciones generacionales en cuanto a la creación, marcado en Eras o Soles en las que resaltan asimismo las diferencias. El primer mundo, Era o Sol, fue llamado el Sol de Noche o Sol de Tierra que estaba simbolizado por el totémico tigre y que constituía el reino de la materia obscura, sin esperanza de redención del que nadie pudo salvarse. Fue una generación primigenia perdida. El segundo Sol o la segunda Era estuvo presidido por Quetzalcóatl -la serpiente emplumada- como dios del Viento. Dios del Aire o del espíritu puro, predestinado a la reencarnación o el retorno como amargamente llegaría a reconocer el emperador Moctezuma cuando Hernán Cortés merodeaba por el Golfo de México, y cuyos habitantes eran convertidos en monos. El tercer Sol fue el Sol de Lluvia de Fuego que todo lo asoló y del que sólo los pájaros lograron sobrevivir. El Sol del Agua le siguió en el cuarto lugar y es de él de donde surgen los peces. En último lugar, el quinto Sol, el Sol del Movimiento (Naollin -cuatro movimiento-) es el sol de nosotros, de los que hoy vivimos. El Sol del Quetzalcóatl que retorna. El arriba y abajo como referentes sociales que adjetivan calidad, tienen como símbolos correspondientes al sol y la tierra, lo blanco y lo negro. El descubrimiento de América hizo que se llamaran “indios” en general a los nativos de América por un error de Cristóbal Colón, independientemente de sus enormes “diferencias” como lo demuestran los adjetivos con los que se refería a ellos, como el del caribe siempre fiero, belicoso y antropófago; el otomí ancestral que habitaba cuevas; el salvaje jíbaro; el uro, del que se decía que era más pez que hombre; el constructor maya y el orfebre chibcha; el legislador incaica y el ceramista yunga; el tejedor coya; el guerrero azteca guiado por Huitzilopochtli -el colibrí zurdo- en la búsqueda de corazones que ofrendar y el canibalesco chiriguano; los indómitos diaguitas y araucanos; el huidizo y tímido jurí; el nómada lule y los feraces chichimecas; el sedentario comechingón y el fiero guaraní. Todos ellos diferentes en colores de la piel, teogonías, destrezas, lenguas, costumbres y ambientes de desarrollo. Gonzalo Fernández de Oviedo hacía referencia a que los “indios” eran -marcaje o etiquetamiento social- “naturalmente vagos y viciosos, melancólicos, cobardes y, en general gente embustera y holgazana. Sus matrimonios no son sacramento -sigue marcando- sino un sacrilegio. Son idólatras, libidinosos y sodomitas. Su principal deseo es comer, beber, adorar a los ídolos paganos y cometer obscenidades bestiales”. Errores magníficos para “someter a los otros”, como la tristemente célebre Notificación y requerimiento que se ha de hacer a los moradores de las islas e tierra firme del mar océano que aún no están sujetos a Nuestro Señor, del jurisconsulto español Juan López de Palacios Rubios (1524) en la que demandaba el reconocimiento “a la Iglesia por señora y superiora del universo mundo y al Sumo Pontífice llamado Papa, ... y al rey y la reina nuestros señores, ... como a superiores e señores y reyes desas islas y tierra firme. [...] Si así lo hiciéredes, haréis bien, ... Si no lo hiciéredes, ... con la ayuda de Dios, yo entraré poderosamente contra vosotros y vos haré la guerra por todas las partes y maneras que yo pudiere, y vos sujetaré al yugo y obediencia de la Iglesia y Sus Altezas, y tomaré vuestras personas y de vuestras mujeres e hijos y los haré esclavos, y como tales los venderé y dispondré dellos como Su Alteza mandare, y vos tomaré vuestros bienes, y vos haré todos los males que pudiere, como a vasallos que no obedecen ni quieren recibir a su señor, y le resisten y contradicen, y protesto que las muertes y daños que dello se recrecieren sean a vuestra culpa y no de Su Alteza ni la mía, ni destos caballeros que conmigo vinieren....” La mezcla de sangres entre europeos y americanos llevó a establecer ciertas clasificaciones de cruzamientos en México, que dieron paso a la nominación y ulterior diferenciación en clases sociales por el color de la piel en la llamada “pigmentocracia” reinante hasta finales del dominio español, en Hispanoamérica como a continuación se señala: RAZA A + RAZA B = RAZA C Español + Indio: Mestizo. Español + Mestizo: Castizo. Español + Castizo: Española. Español + Negro: Mulato. Español + Mulato: Morisco. Español + Morisco: Albino. Español + Albino: Torna atrás. Torna atrás + Indio: Lobo. Lobo + Indio: Sambayo. Sambayo + Indio: Cambujo. Cambujo + Mulato: Albarazado. Albarazado + Mulato: Barcino. Barcino + Indio: Coyote. Coyote + Mulato: Chamiso. Las clases sociales establecidas en esa época eran, de mayor a menor jerarquía: 1) La de los españoles peninsulares y canarios que ocupaban la cúspide de la escala social y de la alta administración; 2) Los españoles americanos o criollos conformados generalmente por terratenientes, comerciantes e intelectuales; 3) La de individuos de “raza” mezclada como mestizos, mulatos y otros, estaban conformados por pequeños comerciantes, empleados subalternos y la milicia; 4) Indios dedicados a los trabajos agrícolas y mineros y, 5) La de los negros que conformaban la servidumbre y esclavitud. Colores de piel, diversidad categórica de la raza. Ahora bien podríamos preguntarnos como hace José Antonio Rial: ¿Hay una raza hispanoamericana? No; pero hay unos países llamados así -si es que no prefieren ser llamados latinoamericanos o indoamericanos-, y estos pueblos, que hablan un solo idioma, el español, y tienen una sola fe, la católica y dos tradiciones, la de sus aborígenes y la española, con la cual les llegó el aporte de toda Europa y parte de Asia y África, para España, que no entiende de colores de piel, son una raza porque implican unidad de lengua, creencias, costumbres, etc. Llamar a esto raza, es como llamar a España, España, y no establecer diferencias entre un andaluz, un marroquí, un vasco, un gallego o de un judío mallorquín, que también los hay, es lo que el hispano ha tratado de hacer siempre. El concepto de raza, entendido así, sirve para integrar, unir, acercar, en vez de servir para crear odio y distancias. El historiador norteamericano, Lewis Hanke, hablando de la influencia de los conquistadores por “adoctrinar en su religión” a los sometidos, dijo que “ninguna nación europea, exceptuando posiblemente a Portugal, tomó tan en serio sus deberes cristianos hacia los pueblos indígenas como lo hizo España. Inglaterra, ciertamente no lo hizo, pues como dijo un predicador de Nueva Inglaterra: “los puritanos esperan a encontrar a los indios pequots en el cielo, pero quieren mantenerse apartados de ellos en el país”. ¡Hágase la voluntad de Dios, pero en la parcela de mi vecino! El prejuicio que ocasionan las “diferencias” mantenidas a lo largo de las generaciones entre las personas nos llevan a recordar que Neftalí Ricardo Reyes Basoalto (1904-1973) mejor conocido como Pablo Neruda, recién llegado con carácter de diplomático a México se propuso elaborar una revista en la que pudiera dar a conocer a su patria, Chile. La revista que llevó por nombre Araucanía fue publicada al fin, y en su primer número se presentaba en la portada a una joven araucana de bella sonrisa. Su autor, lleno de orgullo por supuesto, hizo llegar por correo certificado algunos ejemplares de la misma dirigidos al Presidente, al Ministro y al Director Consular de su país. Pocas semanas después recibió la siguiente respuesta: “Cámbiele de título o suspéndala. No somos un país de indios”. Son órdenes de la Presidencia de la República, acotó el embajador chileno en México. Diego Robles, un arquitecto peruano negro dijo en 1964 acerca de la discriminación racial en su país: “Aquí no hay discriminación...[..] A veces un negro se va a inscribir en una escuela y no encuentra plaza. No hay plaza para negros. La policía peruana discrimina: cree que los negros son, en general, delincuentes, y en la sierra muchos negros viven todavía como esclavos de las haciendas”. En el asunto de la raza, España y América aún hoy divergen en sus apreciaciones precisamente en el llamado día de la raza que se celebra el 12 de octubre. Para los primeros relucen enormemente los recuerdos del capitán conquistador Hernán Cortés, de Francisco Pizarro o Jiménez de Quesada por citar sólo unos cuantos, en tanto que para los segundos, surgen egregias las figuras de el cura Miguel Hidalgo y Costilla, Simón Bolívar, la de Martí, Miranda o San Martín; los indígenas no se mencionan. Hay preferencias jerárquicas notables. La categorización escalar en nuestro país, aún con el matiz de los tiempos modernos no deja de ser manifiesta y los indígenas siguen ocupando un lugar bajo. Como ejemplo tenemos que “el 83% de la población indígena de México vive en condiciones de ‘alta’ y ‘muy alta’ marginación, y abundan los asesinatos y desapariciones, al extremo de que tan sólo en el sexenio 1988-1994 se registraron 18,031 casos de violaciones a las garantías individuales en este grupo, como lo revelaron los defensores de los derechos humanos”.
Como nación, exaltamos a la mirada ajena, la de los extranjeros, nuestro monumental pasado nativo representado en los magníficos monumentos pétreos y gráficos que exhibimos en el Museo Nacional de Antropología e Historia, mientras que rechazamos y marginamos a nuestro compatriota nativo, cuya cultura es tan ajena a nuestra propia mirada. El «Día de la Raza», 12 de octubre, es así un espejismo del multiculturalismo en México, repetido año con año a partir de 1928 en el que se estableció por iniciativa de José Vasconcelos dándole un significado de mestizaje y sincretismo cultural.

jueves, 9 de agosto de 2012

La Naturaleza

IDEAS SOBRE LA NATURALEZA
© DR. Xavier A. López y de la Peña
“...nada muere ni nada vive; todo pasa por etapas que se suceden unas a otras sin que la esencia cambie. Al morir el Hombre se reintegra al telar cósmico y la aguja tejedora vuelve a comenzar a trabajar para él; todos los seres salen así un día de la hilandería cósmica para volver a entrar y luego volver a salir.” En el antiguo libro chino Chu-Fuh-Ling de Lieh Tsé.
Todo lo que rodea al ser humano es la naturaleza. Él mismo es naturaleza. En el pensamiento griego se generaron varias corrientes que trataron de explicar las relaciones entre el hombre y la naturaleza girando sobre dos ejes: el de la motilidad y la objetividad llevando implícitamente la tentativa de establecer una teoría general del mundo basada en el quehacer cotidiano, haremos un breve asomo a estas ideas. Tales de Mileto, el filósofo jónico considerado padre de la filosofía, estaba en la creencia de que el mundo estaba habitado por innumerables dioses que le regían, en contraposición con los atomistas que establecían la inexistencia de los espíritus y que sólo los cuerpos tangibles eran reales; principio divergente y común entre la ciencia y la fe. También a este pensador, maravillado con sus observaciones sobre el mar, en su ir y venir constante y del conocimiento de sus tres estados: líquido, sólido y gaseoso, se le hace acreedor a la teoría de que todas las cosas estaban constituidas originalmente por agua de la que se formaron la tierra, el aire y todos los seres vivos. Tales fue un hilozista porque se dice que reunía inseparablemente a la materia con la vida. Uno de sus discípulos, Anaximandro, introdujo después en su ideología un concepto importantísimo en la historia del pensamiento: el apeiron, traducido como lo infinito, lo indeterminado o lo infinito. Parménides de Elea (Elea, hoy llamada Castellamare, en Italia) sostenía que todo en el mundo era inmóvil, inmutable, en tanto que Heráclito afirmaba que todo estaba en movimiento basado en el elemento fuego. Todas las cosas -decía- se cambian en el fuego y el fuego se cambia en todas, como el oro por mercancías y las mercancías por oro. Protágoras, en fin, reunió las diversas ideas de pensamiento centrándolas en la persona -el hombre es la medida de todas las cosas-. El hombre era así el centro de la reflexión y su pensamiento en torno a la naturaleza estaba cimentada en que no había modos ni grados del ser, las cosas eran o no eran y para comprobarlo decía que si sentía frío al tocar un objeto era porque este era frío, si algo le sabía dulce, era porque dicho elemento era dulce. Su ideología se definía en base al nivel de las sensaciones y de su capacidad de percibirlas e interpretarlas, siempre en constante transformación. Para él todo era móvil coincidiendo con Heráclito. Mis sensaciones -decía Protágoras- no se producen por sí mismas, sino siempre en relación con algún proceso de estímulo. Este a su vez no se experimentará tal como es en sí mismo, sino sólo tal como es en relación conmigo y con mis órganos de percepción. El mundo cambia constantemente y no es posible, ni necesario especular sobre su causalidad. El hombre en el medio de la naturaleza cambiante surge con la intuición inventiva y creadora que le ha hecho sobrevivir entre los animales mejor dotados físicamente que él y sobre las fuerzas extrañas de la misma naturaleza mudable y muchas veces hostil. Pitágoras (582 - 500 a.C.) agregó los números a la naturaleza para darle sentido, y de su escuela los pitagóricos establecieron relaciones del alma con las formas eternas de los números llegando a la conclusión de que el mundo en su totalidad estaba constituido por números puros. Parménides de Elea (450 a.C.) de quien hicimos breve alusión más arriba, conocido como el filósofo de la razón pura, de la verdad, se opuso a la técnica de observación y experimentación basado en la falibilidad de los sentidos -ojos que ven pero no miran, como oídos que oyen pero no escuchan-, en contraposición a que las verdades relativas al número y apreciadas por la razón pura, eran absolutas. Demócrito salió al paso contra la teoría del universo constituido por números ideales al concebirlo formado por innumerables partículas indivisibles llamadas átomos que adoptaban muchas formas geométricas con lo que explicaban su gran capacidad de combinarse y de formar las múltiples estructuras de la naturaleza y, de cuyo movimiento en el vacío -otro nuevo concepto introducido por él y aterrador para los pensadores anteriores- se explicaban los cambios visibles. Sócrates, tan célebre como su frase del “conócete a ti mismo”, el enorme sofista amante de la bondad que contribuyó a la metodología racional con sus razonamientos inductivos y la definición universal, concibió el mundo más allá de una sencilla o compleja y embrollada percepción por los sentidos siguiendo a Parménides. El mundo tenía una estructura definida e invariable capaz de aprehenderse sólo con la razón y no con los sentidos. Así, la naturaleza no estaba constituida por un caos accidental sino como un sistema perfectamente ordenado de elementos interactuantes entre sí. El hombre es el término del orden natural y sólo él puede iluminar a la naturaleza con el entendimiento y conducir su vida y actividades en una armonía voluntaria con este orden. Su principal objetivo era la bondad individual, o virtud, que resultaba originalmente del conocimiento. Platón, el discípulo de Sócrates quien dijo refiriéndose al maestro: fue, en verdad, el más sabio, el más justo y el mejor de los hombres que jamás haya conocido llevó adelante las ideas del maestro estableciendo que los elementos de la naturaleza aparentemente estables como un caballo, el hombre o una montaña y las virtudes como la templanza y la justicia existen aparte de las cosas sujetas al cambio. Fue el filósofo de la belleza que enseñó durante cuarenta años en los jardines del héroe Academo (de aquí el origen de la palabra academia) su doctrina y a cuya entrada podía leerse la célebre frase: “No entre aquí quien ignore las matemáticas”. Platón vino a zanjar la diferencia entre el pensamiento popular que consideraba que los cuerpos celestes eran seres divinos, contra la impía creencia de los filósofos jónicos que les consideraba esferas de fuego que erraban a través del cielo, al reunir las matemáticas con la teología afirmando que los planetas mostraban su divinidad en la inmutable regularidad de sus movimientos perfectos y circulares, formando entre todos ellos la inaudible armonía de las esferas y proscribiendo con ello cualquier alteración en los cielos. Ahogó el pensamiento pitagórico que establecía que la tierra se movía y también estableció distingos de clase entre los hombres, algunos con cualidades del oro o del bronce dedicados a mandar y ser servidos, y otros, los más a servir y ser esclavos. La naturaleza en su concepción estaba conformada por tierra, aire, fuego y agua. Aristóteles, nacido el año 384 a.C. y discípulo de Platón discrepaba muchas veces con él diciendo, soy amigo de Platón, pero más amigo de la verdad, y considerada que sólo a través de los sentidos podría hacerse de la verdad y se dedicó fervientemente a clasificar todos los campos del saber por lo que se hizo acreedor a ser llamado el más enciclopédico de los filósofos. Para este pensador, el universo era un cosmos ordenado de entes en cambio constantes y en diferentes niveles; cosas inorgánicas, plantas, animales y hombres eran todos dependientes de un primer principio al que llamó el acto perfecto. Estableció que los cambios en los entes eran resultados de un acto cuya actividad (energeia) mediadora operaba indefectiblemente. Estos tipos de cambio eran: generación y corrupción, locomoción o cambio de lugar, crecimiento y disminución o cambio de tamaño y, por último, la alteración o cambio de cualidad. Consideraba que el cambio más importante era el de la generación, merced a la cual se originaba una nueva substancia. Esta substancia existe, no como una propiedad de otra (un accidente) sino en sí misma. Que contiene la materia de la que surgió y una composición esencial o forma que la convierte en el tipo de objeto que es. De ahí que la capacidad de la mente humana tienda a definir cada ser natural mediante un género, que está en correspondencia con su materia, y una diferencia específica, que corresponde a su forma última esencial.

viernes, 27 de julio de 2012

Quetzalcóatl

QUETZALCÓATL, EL DADOR DE VIDA.
© DR. Xavier A. López y de la Peña
La práctica de la medicina en México tiene, indudablemente, raíces profundas en el conocimiento precortesiano tanto sobre la salud como sobre la enfermedad como lo demuestra como sencillo ejemplo el de que ciertos problemas de salud provengan influidos por el frío y la humedad. La historia así, nos lleva a comprender en la medida de las posibilidades éste tan prolífico tema. La historia de la medicina no busca simplemente conocer las “bases” de tal práctica con el propósito de hacerla “muy interesante” a secas, a quien a esto se asomen, o para satisfacer el interés meramente histórico de los conocimientos de los hechos del pasado en relación con la medicina a los que de ello se ocupen, sino que al penetrar en las entrañas (o cuando menos intentarlo) del llamado Ticiotl o arte médico precortesiano entre nuestros antepasados, se ofrezca una luz hacia las raíces de nuestra práctica médica actual por un lado, y sea la fuente de conocimiento acerca de muchísimas inquietudes sobre las propiedades medicinales de tantos elementos, casi todos vegetales, provenientes de la herbolaria precortesiana tan poco estudiada y apreciada aún. Fray Juan de Torquemada hacía referencia a que la historia ... “es un beneficio inmortal que se comunica a muchos: ¿Qué depósito hay más cierto y más enriquecido que la historia? Allí tenemos presentes las cosas pasadas y testimonio y argumento de las por venir. Ella nos da noticia y declara y muestra lo que en diversos lugares y tiempos acontece. Los montes no la estrechan, ni los ríos, ni los años, ni los meses, porque ni está sujeta a la diferencia de los tiempos ni del lugar. Es la historia un enemigo grande y declarado contra la injuria de los tiempos, de los cuales claramente triunfa. Es la reparadora de la mortalidad de los hombres y una recompensa de la brevedad de esta vida...” El tímido asomo que haremos a este Ticiotl o arte médico precortesiano tiene la intención de sembrar la inquietud hacia nuestro pasado, cimentar aún cuando superficialmente la raigambre de nuestro mestizaje cultural y demostrar el amplísimo panorama alcanzado en materia médica por los pueblos que conformaron la cultura Náhuatl. La investigación sobre los hechos del pasado necesitan indiscutiblemente, para su adecuada apreciación, ubicar los acontecimientos dentro del marco de referencia social, cultural ideológico y otros acorde con la época y, para ello, las fuentes más útiles aún cuando no necesariamente las mejores, las obtenemos de los escritos del siglo XVI. De una forma muy simplista podemos resumir el contexto histórico del desarrollo cultural náhuatl como base a la interpretación de su medicina, en que el ordenamiento material tenía como base el régimen militar, y el espiritual el teocrático. Así, la gestación de la práctica médica y el desarrollo alcanzado hasta el tiempo de la llegada de los españoles se desenvolvió en un continuo luchar, conquistar y domeñar tierras y hombres, amalgamando las tradiciones, costumbres, ideologías, conceptos, artes y técnicas de las culturas de otros pueblos mesoamericanos, desde el momento mismo del establecimiento del imperio azteca, militar por excelencia, en Tenochtitlán y guiados en su largo peregrinar por el implacable dios Hitchilopochtli -colibrí zurdo-, el dios de la guerra. Nace entonces el lazo de la lengua náhuatl y se fortalece el Ticiotl, el arte y la técnica de la medicina que nos darán a conocer los historiadores; recios conquistadores y pacientísimos sacerdotes principalmente. La espada, la cruz y la pluma (en este mismo orden) se enfrentaron en un choque ideológico-cultural portentoso, cuna de nuestro mestizaje y a la luz de la cultura europea con fuerte sabor medieval que, si bien es cierto que sus apreciaciones serán un tanto distorsionadas, constituyen la principal, sino única fuente de información para el conocimiento de la medicina náhuatl. No trataremos de “racionalizar” la medicina precortesiana a la luz de nuestros conocimientos actuales sino que dejaremos que sean sus obras ya en escultura, pintura o escritos las que nos muestren por sí mismas, las ideas que sobre salud y enfermedad imperaban en la época. “El hombre ejercía la práctica médica -nos dice el Dr. Gonzalo Aguirre Beltrán- en la edad adulta, en tanto que la mujer lo conseguía hasta pasada la menopausia, una vez libre de la impureza derivada de partos y menstruaciones”. La figura del que se ocupaba de restaurar la salud que pudiera ser comparable al chaman, nombre que se da en el ámbito antropológico al médico-brujo, podría estar dentro de la descripción que hace de él Fray Bernardino de Sahagún: “El médico suele curar y remediar las enfermedades; el buen médico es entendedor, buen conocedor de las propiedades de las yerbas, piedras, árboles y raíces, experimentado en las curas, el cual también tiene por oficio saber concertar los huesos, purgar, sangrar y sajar, y dar puntos, y al fin librar de las puertas de la muerte. El mal médico es burlador, y por ser inhábil, el lugar de sanar, empeora a los enfermos con el brebaje que les da, y aún a las veces usa hechicerías y supersticiones para dar a entender que hace buenas curas”. El ejercicio de la práctica médica se heredaba de padres a hijos de acuerdo a las declaraciones del Dr. Francisco Hernández, protomédico de las Indias en su obra Historia Natural de la Nueva España y la enseñanza pudiera decirse más formal (el pueblo tenía un amplio conocimiento de las propiedades medicinales de múltiples elementos de la naturaleza) se llevaba a cabo en el Cálmecac ya que también el propio Bernardino de Sahagún refiere que en estos templos había unos sátrapas ya médicos o ministros. Ciertamente que aún y a pesar de las ideas supersticiosas y mágicas, el conocimiento adquirido a través de la experiencia les había llevado a realizar procedimientos como el siguiente en referencia al tratamiento de las fracturas: “Las quebraduras de los huesos de los pies, curarse han con los polvos de la raíz que se llama acocotli, y la de la tuna que deberá ponerse en la quebradura del pie, y envolverse, y atarse con algún lienzo o paño, y después de puesto, se han de poner cuatro palitos o tablitas a la redonda de la quebradura, y atarse han fuertemente con algún cordelejo, para que de esta manera salga la sangraza, y también se sangrará de las venas que vienen a juntarse entre el dedo pulgar del pie y el otro porque no se pudra la herida; y los palillos o tablillas se han de tener atados por espacio de veinte días, y después de este tiempo, se ha de echar una bilma de ocozótl con polvos de la raíz de maguey, con alguna poca de cal y sintiendo alguna mejoría, podránse tomar algunos baños”. Las sangrías representaban un insuperable remedio terapéutico ya realizado como elemento único o combinado en el que se utilizaban con frecuencia puntas de maguey y cuyo simbolismo no tenía únicamente el fundamento (como el europeo) de ayudar así a la eliminación del agente morboso, sino que representaba en sí misma una ofrenda a los dioses rememorando el auto sacrificio de Quetzalcóatl, fuerza positiva del panteón Azteca que dio origen a la humanidad presente según esta descripción que nos hace llegar en versión del ilustre nahuatlato, el padre Ángel Ma. Garibay Kintana:
“Luego deliberan los dioses, Dijeron: -¿Quién habrá de morar? Consolidóse el cielo, se consolidó la Señora Tierra, ¿quién habrá de morar en ella, oh dioses? Todos ellos se preocuparon. Pero ya va Quetzalcóatl, llega al reino de la Muerte, al lado del Señor y la Señora del Reino de la Muerte. Al momento les dijo: -He aquí por lo que he venido. Huesos preciosos tú guardas: yo he venido a tomarlos. Pero le dice el rey de los muertos: -¿Qué vas a hacer, Quetzalcóatl? Y éste de nuevo responde: -Preocupados están los dioses de quien ha de habitar la tierra. El Señor del Reino de la Muerte dice: -Bien está, tañe mi trompeta de caracol y cuatro veces llévalos en torno de mi redondo asiento de esmeraldas. Pero como el caracol no tiene asa, llama luego a los gusanos. Ellos le hicieron muchos agujeros por donde al instante, entraron avispones y las abejas nocturnas. Una vez más dice el Señor del Reino de la Muerte: -¡Bien está, toma los huesos! Pero dice a sus vasallos los muertos. -¿Decidle aún, oh dioses, que ha de venir a dejarlos! Pero Quetzalcóatl responde: -¡No, para siempre los tomo! Pero su doble le dijo: -Diles: ¡Los vendré a dejar! Y Quetzalcóatl va a decirles, y a gritos les dice: -¡He venir a dejarlos! -Ya con esto subir puede, ya toma los huesos preciosos. En un sitio hay huesos de varón, en otro sitio, huesos de mujer: los coge, los hace fardo, y luego los lleva consigo. Pero otra vez dice el Señor de los Muertos a sus vasallos: -¡Dioses, de veras se los lleva, los huesos preciosos! Venid y ponedle un hoyo. -Ellos vienen a ponerlo: él azotó en el hoyo y cayó, azotó en tierra consigo, lo espantaron las codornices, cayó como un muerto, y con ello desparramó por tierra los huesos preciosos, lo mordisquearon, lo picotearon las codornices. Mas pronto se recuperó Quetzalcóatl, llora por lo sucedido y dice a su doble: -Doble mío, ¿cómo será esto? Y él dice: -¿Cómo será? ¡Pues cierto se echó a perder, pero sea como fuere! Y luego ya los recogió, uno a uno los levantó, y con ellos hizo un fardo, y los llevó a Tamoanchan. Y cuando a Tamoanchan llegó, ya los remuele Quilaztli, en un lebrillo precisos hecha los huesos molidos, y sobre ellos su sangre sacada del miembro viril echa Quetzalcóatl y luego todos los dioses hacen penitencia y por esto dijeron luego: “Nacieron los merecidos de los dioses, pues por nosotros hicieron penitencia meritoria”.

martes, 26 de junio de 2012

Pensar libremente

BERTRAND RUSSELL (1872-1970), EL PENSADOR LIBRE.
© DR. Xavier A. López y de la Peña.
La figura controvertida de este gran pensador quedará por siempre consagrada en su obra más conocida Principia mathematica que escribió en colaboración con Alfred North Whitehead (su maestro en el Trinity College) entre 1910 y 1913, libro con cuyas ideas revolucionó la lógica a partir de Aristóteles en su Órganon, y de la que el mismo Kant decía que a partir de ella no había nada escrito digno de considerarse. La inquietud intelectual que le hizo voltear la mirada hacía la lógica y las matemáticas germinó previamente en las mentes de Frege y Peano, entre otros, en base de que la verdad a partir de la geometría no-euclideana se derrumbaba, o cuando menos se tambaleaba, y le hizo pensar en la Lógica para sustentar el valor de las conclusiones matemáticas, con lo que surgieron la Lógica matemática y la Lógica simbólica posteriormente. La Lógica matemática se estableció en los cimientos del empirismo inglés, hoy llamado positivismo lógico o Filosofía analítica, que contiene el principio de verificabilidad que rechaza el sancionar como verdadero o falso a todo aquello que no ha sido posible comprobar de forma experimental o que no se ve cómo se pueda comprobar. Bertrand Russell (1872 - 1970) nació en Inglaterra en el seno de una familia acomodada y aristocrática quedando huérfano a los tres años. Su padre le nombró como tutores a dos librepensadores, entre ellos al defensor de la libertad intelectual, John Stuart Mill, sin embargo, por azares de la vida un tribunal anuló las instrucciones testamentarias y se le educó en la fe cristiana bajo la rígida tutela de severas institutrices alemanas. Hizo estudios de economía y teología, abandonando esta última por sus "inseguridades" y prefiriendo las "certezas" que le ofrecían las matemáticas, para en seguida abrazar a la filosofía "no por la esperanza de una satisfacción ética o teológica, sino por el deseo de descubrir si en verdad poseemos algo que pueda ser llamado conocimiento". Grandes polémicas suscitó este gran librepensador inglés que se opuso férreamente a la creencia del impulso vital defendida por Bergson. Los lastres de la humanidad -decía- se deben al misticismo y la obscuridad de pensamiento; el pensar claramente y sin dar vueltas, debía ser la primer ley moral. Filósofo y crítico social a ultranza, recibió la represión esperada en su tiempo por pensar y disentir contra lo establecido y fue multado en una ocasión con 100 libras (para el pago de la multa su biblioteca fue embargada) por escribir un panfleto defendiendo a un objetante de conciencia durante la Primera Guerra Mundial. Lo corrieron de su cátedra en el Trinity College y le fue negado el nombramiento para ir a enseñar a la Universidad de la ciudad Nueva York. Su obra Introducción a la filosofía matemática la escribió en la cárcel en 1918 en la que se le recluyó un semestre por haber escrito un artículo pacifista y en 1961 volvió a visitarla por protestar contra la bomba atómica en un mitin público, siendo ya Lord Russell, con todo y su Orden del Mérito Británico que recibió en 1949, y el Nobel de Literatura del año 1950. Cómo no va a dejar de ser controversial este filósofo si el 6 de marzo de 1927 pronunció su conferencia Porqué no soy cristiano en el Ayuntamiento de Battesa, bajo los auspicios de la Sociedad Secular Nacional (Sección del sur de Londres) cimbrando la conciencia de sus oyentes al concluirla diciendo: Tenemos que hacer el mundo lo mejor posible, y si no es tan bueno como deseamos, después de todo será mejor que lo que esos otros han hecho de él en todos estos siglos. Un mundo bueno necesita conocimiento, bondad y valor; no necesita el pesaroso anhelo del pasado, ni el aherrojamiento de la inteligencia libre mediante las palabras proferidas hace mucho por hombres ignorantes. Necesita un criterio sin temor y una inteligencia libre. Necesita la esperanza del futuro, no el mirar hacia un pasado muerto, que confiamos será superado por el futuro que nuestra inteligencia puede crear. En 1930, también generando fuertes polémicas por sus opiniones acerca de la religión, escribió su ensayo ¿Ha hecho la religión contribuciones útiles a la civilización? que termina con las siguientes palabras: La injusticia, la crueldad y la miseria que existen en el mundo moderno son una herencia del pasado, y su raíz es económica, ya que la competencia de vida o muerte era inevitable en las primeras épocas. Pero ahora no es inevitable. Con nuestra actual técnica industrial podemos, si queremos, proporcionar una existencia tolerable a todo el mundo. Podríamos asegurar también que fuera estacionaria la población del mundo, si no lo impidiera la influencia de las Iglesias que prefieren la guerra, la peste y el hambre a la contraconcepción. Existe el conocimiento para asegurar la dicha universal; el principal obstáculo a su utilización para tal fin es la enseñanza de la religión. La religión impide que nuestros hijos tengan una educación racional; la religión impide suprimir las principales causas de la guerra; la religión impide enseñar la ética de la cooperación científica en lugar de las antiguas doctrinas del pecado y el castigo. Posiblemente la humanidad se halla en el umbral de una edad de oro; pero si es así, primero será necesario matar el dragón que guarda la puerta, y este dragón es la religión. La producción de Lord Bertrand Russel fue vasta y abordó temas tan disímbolos como la educación, la libertad, la religión, la ética, la política y las costumbres entre otras, sin mencionar por supuesto a las filosóficas, reunidos en unos 65 libros y varios miles de artículos. En su obra Matrimonio y moral publicada en 1929, Bertrand Russell sostenía que las rígidas leyes acerca del divorcio hacían del matrimonio una institución penal; y en la que además propugnaba por las relaciones sexuales pre y extramatrimoniales y se mostraba a favor del control de la natalidad, le ganaron aún más la animadversión de un fuerte grupo social dentro y fuera de su país. Luego, en 1936 publicó Nuestra ética sexual, que inicia de esta manera: El sexo, más que ningún otro elemento de la vida humana, es aún mirado por muchos, quizá por la mayoría, de un modo irracional. El homicidio, la peste, la locura, el oro y las piedras preciosas -todas las cosas que son objeto de esperanzas o miedos apasionados- han sido vistos, en lo pasado, a través de una niebla mágica o mitológica; pero el sol de la razón ha disipado ahora la niebla, excepto en algunos rincones. La nube más densa está en el territorio del sexo, cosa natural quizás, ya que el sexo es la parte que se mira más apasionadamente por la mayoría de las personas. El 24 de febrero de 1940, Ordway Tead, Presidente de la Junta de Educación Superior de la Universidad de la ciudad de Nueva York escribió a Bertrand Russell notificándole su aceptación como profesor para impartir las cátedras de Filosofía 13 (Estudio de los modernos conceptos de lógica y de su relación con la ciencia, las matemáticas y la filosofía), Filosofía 24 b (Estudio de los problemas de los fundamentos de las matemáticas) y Filosofía 27 (Relaciones de las ciencias puras con las aplicadas, y la influencia recíproca entre la metafísica y las teorías científicas) en los siguientes términos: Mi querido profesor Russell: Como un verdadero privilegio aprovecho esta oportunidad para notificarle su nombramiento como profesor de Filosofía de la Universidad de Nueva York, durante el período comprendido entre el 1 de febrero de 1941 hasta el 30 de junio de 1942, de acuerdo con lo decidido por la Junta de Educación Superior en su reunión de febrero de 1940. Sé que su aceptación del nombramiento añadirá lustre al nombre y las realizaciones del Departamento y la Universidad, y que ampliará y profundizará el interés de la Universidad por las bases filosóficas de la vida misma. Al conocerse públicamente lo anterior, la respuesta opositora al nombramiento fue feroz y enconada. El obispo Manning de la Iglesia Episcopal Protestante, al encabezarla escribió: ¿Qué puede decirse de las universidades y colegios que presentan a nuestra juventud como maestro responsable de filosofía... a un hombre que es reconocido propagandista contra la religión y la moralidad, y que defiende específicamente el adulterio...? ¿Puede alguien interesado en el bien de nuestro país prestarse a que tales enseñanzas se difundan con el apoyo de nuestros colegios y universidades? La filosofía, la religión y el sexo se entrelazaban en una lucha ideológica estéril, llena de prejuicios y tabúes en las mentes impotentes para dirimir sus diferencias con la razón en la discusión intelectual abierta. Albert Einstein señaló entonces que los grandes espíritus han hallado siempre violenta oposición de parte de las mediocridades. Estas no pueden entender que un hombre no se someta irreflexivamente a los prejuicios hereditarios y use honrada y valientemente su inteligencia. Bertrand Russell no pudo enseñar filosofía al fin en la Universidad de Nueva York, por sus ideas acerca de la religión el sexo y la moral, replicando lo siguiente en una carta fechada el 26 de abril de 1940: Espero que me permitan hacer un comentario a su referencia a la polémica originada por mi nombramiento en la Universidad de la ciudad de Nueva York y particularmente de que "yo debería haber tenido la prudencia de renunciar a la plaza en cuanto se hicieron evidentes sus dañinos resultados". En un sentido, esto habría sido lo más prudente; habría sido seguramente más prudente en lo relativo a mis intereses personales y mucho más placentero. Si yo hubiera considerado solamente mis intereses y mis inclinaciones, me habría retirado inmediatamente. Pero por prudente que hubiera sido tal acción desde el punto de vista personal, habría sido, a mi juicio, cobarde y egoísta. Una gran cantidad de personas que comprendían mis intereses y los principios de tolerancia y libre palabra que se hallaban en peligro estaban deseosas, desde el principio, en continuar la polémica. Si me hubiera retirado, les habría privado de su "causus belli" y tácitamente asentido a la proposición de la oposición de que los grupos importantes pueden quitar de los puestos públicos a los individuos cuyas opiniones, raza o nacionalidad les disgusta. Para mí esto es inmoral. Mi abuelo fue el que provocó la derogación de la ley que imponía cierto juramento a los empleados públicos, y de las leyes corporativas que prohibían la entrada en los organismos del Estado a todo el que no fuese miembro de la Iglesia Anglicana, a la cual pertenecía él, y uno de mis primeros y más importantes recuerdos es una diputación de metodistas y wesleyanos que vinieron a dar vítores bajo su ventana el quincuagésimo aniversario de esta derogación, aunque el mayor de los grupos afectados era el católico. No creo que sea dañina la polémica sobre temas generales. Lo que pone en peligro la democracia no son la polémica ni las diferencias claras. Por el contrario, son sus mayores salvaguardias. Es parte esencial de la democracia que los grupos importantes, incluso las mayorías, sean tolerantes con los grupos disidentes, por pequeños que sean, y por mucho que ofendan sus sentimientos. Bertrand Russell, hablando de la Libertad en las universidades publicado en mayo de 1940, se refirió a que en la lucha por la libertad académica lo que está en juego, tanto en lo grande como en lo chico, es la libertad del espíritu humano individual para expresar sus creencias y esperanzas con respecto a la humanidad, ya sean éstas compartidas por muchos, por pocos o por ninguno. Las nuevas esperanzas, las nuevas creencias y los nuevos pensamientos son siempre necesarios a la humanidad, y no puede esperarse que surjan de una absoluta uniformidad. En la sociedad, el pensamiento libre enfrenta los obstáculos de la obcecación, el dogma y la sanción adversa a la opinión diferente. Bertrand Russel dejó en claro en su autobiografía que vivió en busca de una visión, tanto personal como social. Personal: cuidar lo que es noble, lo que es bello, lo que es amable; permitir momentos de intuición para entregar sabiduría en los tiempos más mundanos. Social: ver en la imaginación la sociedad que debe ser creada, donde los individuos crecen libremente, y donde el odio y la codicia y la envidia mueren porque no hay nada que los sustente. Estas cosas, y el mundo, con todos sus horrores, me han dado fortaleza.
¿Podremos nosotros actuar y vivir en libertad? ¿Podremos formar nuestras opiniones basados en la reflexión imparcial de los asuntos y tomar nuestras propias decisiones, con independencia de todo aquello que por dogma se nos quiera imponer?

lunes, 30 de abril de 2012

Conciencia social

¿QUÉ ES LA CONCIENCIA SOCIAL?* *© D.R. Xavier A. López y de la Peña Es frecuente escuchar hablar sobre la conciencia social y dentro del contexto en que se maneja se percibe que se refiere a una necesidad humana, algo importante que debe tenerse en referencia a una percepción de la dinámica social. Conciencia social es así el tener (entre otras) la capacidad reflexiva acerca de las interrelaciones humanas tanto a nivel personal como comunitario, el qué, cómo y porqué de las situaciones desde la perspectiva a extremos tanto como sea posible, es decir, mirando a uno y otro lado de las cuestiones, buscando mantener una postura de equilibrio entre ambos con base en el respeto a la autonomía y libertad del ser humano y a través de acciones incidir sobre ellos en la medida de las posibilidades en forma razonada para construir una sociedad capaz de vivir en términos de convivencia cada vez más armónica. Es, en pocas palabras cuestionarse sobre el entorno y actuar, dado que el sólo "conocer" sin "hacer" representaría el más alto grado de avaricia de conciencia. Asimismo, la profundidad en la concepción que pueda tenerse acerca de la conciencia social estará determinada por el grado de cultura que la persona pueda poseer, de la información a la que pueda acceder y de sus posibilidades intelectuales que permitan el análisis lúcido para conducir sus acciones propositivas para generar el cambio que su pensar considere legítimo y factible. La vida en sociedad impone reglas y normas de conducta que cada sociedad ha establecido acorde con su trayectoria histórica y que incluye, por supuesto, los procesos que conformaron su "modo de vivir" religioso, académico, legislativo, económico, filosófico, científico, etc. y en base a éste entorno la conciencia social se moldea en los individuos, matizando su percepción de lo "bueno" y lo "malo", lo "conveniente" de lo "inconveniente", etc. dentro del lugar y tiempo en que cada persona ha vivido y vive. Conciencia social es un ejercicio de aprendizaje que madura el intelecto al través de apropiarse los problemas que inciden en la sociedad de una manera reflexiva. Es el esfuerzo por la búsqueda de soluciones al conflicto presente o futuro ya que nada se puede hacer sobre lo pasado. Es tener conciencia de los problemas de la sociedad. Si la sociedad reconoce que el cambio sufrido por la industrialización y su modo de producción genera contaminación de la tierra, del aire y del agua, destrucción de bosques, fractura de ecosistemas, sobreexplotación de recursos, pérdida irreparable de flora y fauna e impacto consecuentemente adverso para el mismo ser humano en múltiples órdenes y lucha por encontrar soluciones, entonces puede decirse que tiene conciencia social, en este caso de que tiene más adecuadamente, conciencia ecológica o ambiental. Conciencia social es también ejercer un compromiso solidario en la solución del o los problemas, es la asunción de actitudes que miren por fuera del yo hacia el tú y el nosotros. Es participar en la construcción de una vida en sociedad perfectible y no ser un mero ente pasivo. Es sentir el conflicto generado a nuestro derredor y convertirse en actor en el escenario de la vida y no permanecer sólo como un espectador apático e indolente. Conciencia social es reaccionar ante lo que lesione el interés humano, que lo limite, coarte o soslaye de alguna manera o por algún motivo. Cada uno de nosotros debe luchar por vencer las fuerzas opositoras a la creación de la conciencia social justa que sutil o descaradamente, ejercen sus acciones para que el ser humano permanezca ignorante de sus derechos, sea explotado, controlado y sometido por los intereses mezquinos de quien detente el poder y lo administre equivocadamente. La clave para la lucha radica en que cada persona se preocupe por adquirir información, porque la misma pueda llegar a él y él pueda acceder a ella, porque llegue sin ser tamizada, tergiversada o censurada y en forma oportuna. El conocimiento adquirido a través de la información y madurado, proporciona el substrato que la persona requiere para conformar su conciencia social sobre su entorno y le da el poder para confrontarlo y modificarlo si fuere necesario, la información le proporciona las herramientas que activan el intelecto y que deben fluir en acciones tendientes a establecer relaciones armónicas, respetuosas y dignas entre los seres humanos. Si la información constituye el basamento para la conciencia social, el eje lo conforman los valores personales. ¿Cómo podría actuarse con justicia ante la miseria (información -base-) si no se tiene un justo reparto de la riqueza, oportunidad de empleo, educación, etc. (valor -eje-)?. Podrá decirse que se comprende un problema social pero; ¿se tuvo la información correcta y oportuna? y que se procede correctamente, es decir, ¿la acción tiene un valor justo?. Qué es bueno o malo depende de la formación individual en primer término (conciencia personal) y secundariamente de la formación social (conciencia colectiva o conciencia social) que a su vez retroalimenta a la primera. Si el valor de lo bueno o lo malo se estructuran en la persona hacia sí y a los demás en términos de respeto, libertad, solidaridad, subsidiariedad, responsabilidad y justicia su proceder será armónico. En tanto que, si no encuentra una respuesta concordante y recíproca a sus valores, habrá de luchar por conseguirla de una u otra forma. El hombre o la mujer que enfrentan el reto con una conciencia personal informada y con valores constituyen el motor que habrá de dar a la comunidad la conciencia social que eleve su bienestar en todos los órdenes. Se preguntaría uno: ¿soy justo -conciencia personal-? y ¿hay justicia -conciencia social-?. El yo y el tú del "nosotros". Desempleo, carestía, marginación, discriminación, prepotencia, represión, miseria, analfabetismo, imposición, insalubridad, pobreza, intimidación, injusticia, desinformación, explotación, ignorancia, allanamiento, expropiación y más amigo lector.
¿Le dice "algo" su conciencia?, ¿Lo "siente" cerca o lejos? y ¿Qué hace su conciencia personal y su "conciencia social"?

jueves, 8 de marzo de 2012

Sobre los sueños


INTERPRETANDO SUEÑOS

© DR. Xavier A. López y de la Peña



Así como un pez nada a lo largo
de ambas márgenes de un río,
así también cada persona se desliza
entre dos estados, el del sueño y el de la vigilia.

Uspanishad


Ayer soñé algo verdaderamente angustiante -me decía una persona-, un hombre de 45 años, profesionista socialmente bien aceptado en la comunidad en la que vive, culto y elocuente.
Soñé –continuó diciendo- que subía no sabía cómo a una columna muy alta de concreto pintada de blanco de unos 2 metros de ancho y aproximadamente cuatro de altura. Esta columna, aunque firme, estaba situada en medio de un mar agitado y me sentía aterrado porque, tanto en este sueño como en la realidad siento un terror pánico a las alturas. Al lograr llegar a la cima y echado de bruces en la parte alta, terriblemente cansado por el esfuerzo realizado para subir, miraba tímidamente y con horror hacia abajo sin poder comprender qué hacía allí, ni cómo podría hacer para bajar y, peor aún, ya en el agua, también no sabía qué habría de hacer.
Escuchaba con atención a este hombre que vestía pulcramente y se sentaba rígidamente frente a mí. Sus ademanes eran discretos, se le veía tenso y se expresaba en forma fluida, espontánea y abierta. Yo le conocía bien de tiempo atrás por otras razones.
Su sueño, le dije al terminar su relato, es ciertamente extraordinario. El hecho de que en su sueño haya podido usted reunir dos componentes tan disímbolos como son el elemento móvil e inestable del agua, con el elemento inmóvil, fijo, de una columna que, usted mismo en el sueño reconoció como de “concreto” tienen connotaciones peculiares. Ello nos da una primera aproximación a inferir que su sueño expresa, ciertamente, elementos de choque en función de su seguridad. Hay en el contenido del sueño -continué diciendo-, revelaciones íntimas de que hay situaciones que le enfrentan en su vida personal a circunstancias cambiantes, inciertas algunas, firmes otras y que le mantienen en zozobra en su representación onírica.
Déjeme tratar de explicárselo. El agua, por un lado, simbólicamente remite a reconocer en su sueño un retorno a nuestros orígenes. La vida como usted bien sabe -continuo diciendo-, se originó en el océano en el llamado “caldo primigenio” en el que se generó la vida en el planeta y hace referencia también al medio acuoso en el que el ser humano se desarrolla y llega a la vida; aquí, el agua es el representante del líquido amniótico que le envolvió y le protegió hasta su llegada al mundo.
El océano, el mar, el agua en fin, se muestra como un fluido en movimiento constante. El movimiento, a su vez, es parte esencial de la vida. Agua-dinámica-vida. Términos ligados indisolublemente entre sí con nuestro concepto de “vida”; no existe el uno sin el otro en los procesos vitales. Por ello, es posible que su desconcierto en el sueño acerca de “no saber qué hacer” en el agua una vez llegado a ella, pueda representar una negación íntima a “regresar” a sus orígenes o, si bien se quiere entender y expresado de otra forma, que la situación de zozobra que el sueño le ofrece obedece a una determinada circunstancia de su vida personal a la que usted no quiere regresar.
Prefiere entonces, de otro lado, la firmeza de una columna sólida (representativa de su situación actual) que, proyectada hacia arriba expresa, casi con seguridad y simbólicamente por supuesto también, su deseo de superación. A sus esfuerzos por alcanzar metas superiores como corresponde a su vida en constante lucha por mejorar.
La columna que usted refiere de forma peculiarmente rectangular, podría guardar una estrecha relación con rasgos que esbocen las características de una personalidad rígida, recta, con contornos y límites perfectamente delineados y definidos y, por añadidura “blanca” pareciendo conformar representativamente a un ideal o un proyecto de vida que usted ha seguido y en el que usted ha cifrado sus esperanzas. La columna parece representar entonces a una línea de conducta que usted procura seguir en todos sus asuntos de manera incontrovertida, firme, constante y por tanto segura a la que se llega sólo con esfuerzo y tesón, por ello se siente seguramente “cansado” al llegar a la cima.
El esfuerzo que imprime usted para lograr sus metas en la vida le producen ése estado, nada es gratuito. Está cansado pero se siente “seguro” en la base de sustentación que le da la cima, convencido de que los medios utilizados para lograr sus objetivos han sido puros, diáfanos, legítimos. Ello explica, casi con certeza, el color “blanco” de la columna, símbolo consecuente de la pureza, de la claridad. Rectitud en el quehacer diario.
Los sueños son así, hogaño como antaño, representaciones personales. Producto de nuestras propias vivencias. La situación del país -entorno circunstancial propio-, con sus altibajos económicos, políticos y sociales con toda seguridad imprime su huella en el quehacer de todos nosotros. Además, la lucha a la que nos enfrenta una sociedad cada día más competitiva y demandante, exige nuevas estrategias, técnicas, habilidades o métodos que quizá ya no seamos capaces de generar o aprender. Ello suscita ciertamente angustia entre los individuos y con ello surge el mecanismo posible de la depresión. Una forma de auto evasión al conflicto.
El sueño suyo podría entonces interpretarse, finalmente, como una lucha entre el ser y hacer en su vida, conducida bajo patrones rígidos y en contraposición ante situaciones controversiales nuevas y en el que subyacen matices posiblemente depresivos ante ésos nuevos retos difíciles de sortear. Incómodos.
El sueño o los sueños en general constituyen en toda persona, una forma de expresión de las vivencias personales, únicas e irrepetibles. Saber interpretarlos es llegar a conocer nuestra intimidad por intrincados, complejos o terribles que pudieran ser. Fue dicho por el rabino Chisda de Jerusalén hace mucho tiempo: Un sueño que no se interpreta es como una carta que no se lee.
Recordamos que ya Platón se refería a los sueños y a su contenido de la siguiente manera: “En todos nosotros, aun en los hombres virtuosos, existe una naturaleza salvaje e indómita que se revela en el sueño... No hay locura o crimen concebible, ni siquiera el incesto u otra pasión antinatural, hasta el parricidio, que durante el sueño, libre de vergüenza y todo sentido, el hombre no sea capaz de cometer”, teoría que reafirmara como la “relajación de los frenos morales” según el investigador Havelock Ellis.
Hace 3000 años en la literatura hindú el texto Suhrita Samhita determinaba que una persona estaba enferma cuando soñaba con frecuencia que era “tragada por un pez o que caía desde lo alto de una montaña a una caverna tenebrosa”.
Artemidoro ya había dicho con toda claridad que el sueño era un sentimiento expresado en lenguaje simbólico y Sigmund Freud, con su teoría del inconsciente y la interpretación de los sueños del año de 1900, su obra posiblemente mejor acabada, daba a los sueños la categoría de forma de expresión de las emociones -sentimientos- reprimidas en las que reconocía dos elementos de singular importancia: el contenido llamado manifiesto, es decir, el sueño propiamente experimentado por el individuo, y el latente o el verdadero significado del sueño.
Se descubrió -decía Freud- un día que los síntomas patológicos de determinados sujetos nerviosos poseían un sentido, descubrimiento que constituyó la base y el punto de partida del tratamiento psicoanalítico. En este tratamiento se observó, después, que los enfermos incluían entre sus síntomas algunos de sus sueños, y esta inclusión fue lo que hizo suponer que dichos sueños debían poseer igualmente su sentido propio. Freud sin embargo, dio a la interpretación de los sueños tintes sexuales exagerados criticados acremente luego por Carl Gustav Jung y Alfred Adler.
Posteriormente siguieron líneas de pensamiento que dieron a los sueños un contexto más amplio como el de Karen Horney quien señaló que el hombre no es una criatura guiada sólo por los instintos, sino un organismo complejo íntimamente relacionado con el ambiente, y que sus sueños expresan tanto sus deseos creadores y afirmativos de la personalidad, como sus problemas.
Hoy, sin embargo, puede decirse siguiendo al Dr. Walter Bonime que “el simbolismo onírico es resultado de la historia vital de cada individuo, sólo ésta nos ofrece la clave para interpretar el contenido simbólico de los sueños”. ¿Quieres saber porqué sueñas lo que sueñas? Dime entonces qué sueñas, cómo eres, cómo has vivido y te diré qué significado tiene.
Interpretar sueños, o tratar de hacerlo puede ser simple o complejo. Se requiere sin embargo, de una particular formación para traducir su oculto mensaje expresado de manera simbólica. No todo soñar con serpientes tiene un sentido simbólico fálico, como tampoco el repicar de campanas deba representar un rito funerario o que la visión de siete vacas flacas represente escasez.
El sueño puede ser tan absurdo y sin sentido como coherente y lleno de razón, sin embargo el sueño es en última instancia, como el reflejo en un espejo de nuestra imagen ya terriblemente distorsionada o fiel a nosotros mismos.

miércoles, 1 de febrero de 2012

De la diatriba y el sarcasmo


EL CIENTÍFICO,
SEGÚN GIOVANNI PAPINI*

© DR. Xavier A. López y de la Peña


La agudeza y penetración de las ideas de Giovanni Papini (1881-1956), cargadas de un sarcasmo sutil que hunde como un puñal filoso en los asuntos que analiza, no deja fuera a los científicos desde la perspectiva del eterno conflicto sobre la materia y el espíritu, como tampoco dejó a los filósofos, desde la óptica de la filosofía, como a Manuel Kant, Jorge Hegel, Augusto Comte, Arturo Schopenhauer y Federico Nietzsche.
De Kant -nada más como ejemplo-, dijo que no estaba seguro de que fuera un gran filósofo, ni siquiera que fuera siempre filósofo y le cataloga, simple y llanamente, como un burgués honrado y ordenado en la que toda su filosofía se remite a éstos tres adjetivos y, fuera de ella es un perfecto filisteo que por la noche bebe cerveza con negociantes, riendo de las historias de la jornada, y calculando cuántas onzas debe comer y cuántos minutos debe pasear. Alguien que se refiere al arte sin haber conocido jamás las obras de Shakespeare, que nunca ha visitado una galería de cuadros y que prefiere la música generada por una banda militar por sobre cualquier otra. Enseñó geografía y nunca salió de Koenisberg más allá de diez millas a la redonda; habla de los sentimientos y nunca quiso tener relación alguna con sus hermanas pobres. Kant negó lo que existía, descubrió lo que no era, y dio al a priori lo que es del lenguaje; no podía comenzar peor su Crítica de la razón pura en la que, queriendo aclarar las cosa ha iniciado con no verlas y enredarlas por completo.
Sobre el científico, ya para entrar en materia, lanza el primer dardo diciendo en su exposición del 14 de agosto de 1928, que es un parricida que, en lugar de honrar a su padre legítimo -el Mago- lo escarnece y jacta de haberle dado muerte.
El científico y el mago creen en la sucesión de los fenómenos y se valen de asociaciones de ideas por semejanza y por contigüidad. Ninguno de ellos cree en las intervenciones personales en el decurso de la naturaleza y no echan mano de las divinidades para dominarla. La diferencia entre ellos radica en que, mientras el mago inexperto confía en apreciaciones erróneas y analogías ilusorias, el científico con paciencia llega a observar sucesiones reales y ello le da la posibilidad de hacer eficaces previsiones. Por esto, el científico carece del derecho de matar a su progenitor brujo de quien ha heredado lo esencial y no pocos rasgos de su fisonomía.
El científico también es un Deicida ya que la ciencia desde su inicio busca desconocer a los dioses y expulsar los espíritus dejándola sin misterios ni milagros. Dios es una fábula fabricada en la noche de la ignorancia, una hipótesis innecesaria que no vive sino en las pálidas almas de las santurronas analfabetas.
Como Deicida, el científico adula en el hombre su propia soberbia y le ofrece el dominio. Volar como los pájaros y dominar a la naturaleza; saborear la victoria y omnipotencia en el espacio por medio de la tecnología; detener y hacer retroceder aún a la muerte con elíxires e injertos glandulares en la idea de la inmortalidad y, en cierto orden de hechos, con el don de la profecía matemática.
Imagina conocer la realidad sin saber que sólo conoce una pequeña parte, la materia mensurable. En por tanto un mensurador, un agrimensor, un metro ambulante encargado de hacer un inventario y catastro del universo tangible por mediación de aparatos del que, no obstante, escapa el conocimiento del infinito profundo y complejo del espíritu.
Pretende llegar a la verdad pero confiesa más su amor por la búsqueda que llegar a la verdad misma a la que, en el fondo no cree llegar a conquistar y, si lo lograra, sería su fin. Su búsqueda aún en las ciencias aparentemente más desinteresadas es hacia la utilidad, la comodidad, la aplicación práctica, el imperio. Su necesidad es servir a la vida más que para revelar el ser. Cree en el determinismo universal pero es refutado por la libertad atestiguada por el espíritu y por el milagro certificado por la fe.
El científico se enorgullece de haber contribuido a disminuir la carga física y la infelicidad de los hombres, y con su contribución en la industria no ha hecho sino multiplicar las necesidades y, consecuentemente, el trabajo y la esclavitud, aumentando con su carga de conocimientos inútiles y una vida más insaciable, el peso de nuestros dolores. Pretende reemplazar al sacerdote y no logra, sin embargo, dar respuesta a las interrogantes apremiantes del ser humano como su destino y la muerte por efecto de su servidumbre a la materia y al cuerpo.
Reconoce en el científico su saber -aunque poco- sobre la materia, como si mirase al mundo desde afuera reduciéndolo a cantidades y números o símbolos, pero no desde adentro, no su alma. Los primeros paso de la ciencia se orientaron a las matemáticas, la física y la astronomía que lo llevaron indefectiblemente por el camino de la materia condenándola y restringiéndola entre los márgenes de la espacialidad.
El científico al cuantificar el universo, a la materia, no hace sino reducirla a leyes necesarias para fijar previsiones y éstas, a su vez, mecanizarlas para dominar a la naturaleza. Ello le hace un servidor de las necesidades del cuerpo y de la utilidad social.
A esto debe su poder actual, sus inhumanos derechos y la admiración de semidoctos e ignorantes. No es admirado por su búsqueda de la verdad sino por los resultados útiles de sus afanes. Si los científicos no consiguen darle a los hombres las satisfacciones materiales que a ellos les parezcan valiosas, serían tratados como parásitos insoportables, peor que a los poetas que, cuando menos a veces nos hacen pasar agradablemente el tiempo.
La admiración hacia la ciencia no proviene de una verdadera y sincera gratitud hacia los esfuerzos inhumanos de los neo-Magos, sino de un inconsciente cálculo del egoísmo universal.
Y termina diciendo: Se aproxima el tiempo en que serán condenados los pecados de este usurpador de la sapiencia divina. Los oculistas, nietos de los Magos, vuelven atrevidamente para vengarse del Parricida; la religión, que se fortalece después de las desilusionantes experiencias satánicas, pondrá en su lugar al Deicida, y los hombres, desengañados por las promesas jamás mantenidas, y diezmados por las catástrofes de las que la ciencia también es responsable, abandonarán al Tentador y a sus lisonjas.

El florentino Giovanni Papini fue, ciertamente, un irredento irreverente; un hombre prisionero de sí mismo, mordaz e insatisfecho con la vida que transitó empuñando la ironía para, con su literario retruécano, denostar y desfigurar sagaz, aunque falsariamente el pensamiento ajeno.
Transitó en su existencia del escepticismo al más ferviente catolicismo. De fascista y antisemita a refugiado en el convento franciscano de Verna tras la caída de su amigo, el Duce, Benito Mussolini.
Enojoso escritor en la época de nuestros abuelos que entretejió sus palabras contra el stablishment al entrevistarse Gog (apócope de su imaginario personaje, el hawaiano Goggins; Libro publicado en 1931) con algunos personajes, entre otros, con Mahatma Gandhi, al que tildó como el menos indio de todos los humanos, motivo por el cual se ha convertido en guía de los indios; con Sigmund Freud, a quien se refirió como ser un poeta y novelista bajo el aspecto de un hombre de ciencia; literato por instinto y médico por la fuerza, que tuvo la ilusión de transformar a la psiquiatría -rama de la medicina-, en literatura.
Él mismo catalogó a su obra (Gog) como un monstruo que reflejaba ciertas tendencias modernas de su época, una expresión grotesca que permite una mejor percepción de las enfermedades secretas o espirituales de la civilización actual.
El pensamiento de Giovanni Papini plasmado en sus obras, podremos sufrirlo o gozarlo, pero no podremos apartarlo de nuestra memoria al mostrarnos otro punto de vista, apenas en un controvertido atisbo, de lo que en la historia de las ideas el ser humano a generado.