Dr. Xavier A. López y de la Peña
Cualquier profesional, esto es, la actividad habitual para la que una persona se ha preparado formalmente y que, al ejercerla tiene el derecho a recibir una remuneración económica, requiere de cierto tipo de utensilios para llevarlos consigo y ejecutar su trabajo.
Así, cada profesión demanda ciertos útiles para poder cumplir con su objetivo. En la profesión médica los útiles de trabajo conforman su particular armamentarium (en el diccionario inglés Collins: los objetos que componen el material y equipo utilizado por el médico en su práctica profesional)
El profesionista médico suele utilizar un cabás (palabra de origen provenzal, cabas, y del latín vulgar capacium, capazo o capacho originalmente, en Francia; cesto que servía para llevar provisiones de boca, durante mucho tiempo tejido con juncos o eneas) o maletín pequeño para cumplir con su función y con el que generalmente se reconoce al médico general que hace visitas a domicilio.
El empleo de este particular contenedor, bolso o cabás se remonta a los tiempos prehistóricos en los que el primer sanador, médico brujo o chamán -por llamarlo de alguna manera-, asiste a su prójimo enfermo apoyándose con las diversas hierbas, flores, frutos, tierra u otros variados y múltiples objetos que consideraba necesario llevar consigo y realizando diversas maniobras y rituales a la luz de lo que le indicaren las estrellas en el firmamento, o la historia reciente de una inundación o una plaga cualquiera o la ira sobrenatural de su creación de la divinidad.
Algunas personas, no necesariamente médicos, habían de estar provistas de un determinado bolso o cabás con lo necesario para atender sus propias necesidades de salud trastornada, como lo demuestra el hallazgo de Ötzi, el Hombre de Similaun u Hombre de Hauslabjoch, como suele llamarse a este hombre momificado que vivió cerca del año 3300 a.n.e., encontrado en los Alpes de Ötztal, cerca de Hauslabjoch en la frontera ítalo-austríaca a una altitud de 3200 msnm., y quien aparentemente trató de curar una herida en su mano usando un hongo que llevaba en su cabás, el Fomes fomentarius, que podía usarse tanto como yesca para hacer fuego como para curar heridas, ya que este hongo posee acción antibacteriana; también llevaba consigo otro hongo, el Piptoporus betulinus (hongo del abedul), usado como remedio tradicional para combatir los parásitos, lo cual tiene sentido porque también se encontraron huevos de parásitos en el intestino de ese hombre.
Como quiera que haya sido, el chamán o sanador generalista poco a poco fue diversificándose, según sus propias cualidades, gustos, capacidades y necesidades sociales hacia determinado ámbito de la salud trastornada con lo que empezaron a distinguirse los sanadores de ojos, de huesos, de humores desajustados y más. Siempre acompañándose con su respectivo cabás provisto con lo necesario para hacer su trabajo.
Documentalmente, uno de los más antiguos cabás formalmente empleados en la práctica de la medicina está representado en un grabado en piedra caliza de un templo egipcio dedicado a los dioses Apolo e Isis de Kom Ombo (templo comenzado a construir por Ptolomeo VI en el siglo II a.n.e., siendo Kom Ombo capital del primer nomo del Alto Egipto, y terminado por Ptolomeo XII en el siglo I a.n.e.) que nos muestra ciertos instrumentos médicos utilizados en aquella época para el tratamiento quirúrgico de cataratas ya que en el templo también se recibían y atendían personas enfermas.
Gran variedad de materiales han sido utilizados para confeccionar el cabás o maletín médico: vegetales, animales y minerales, y presentándose también en diversas modalidades: como el xiquipilli (bolsa en náhuatl) que llevaría el tícitl (médico en náhuatl) en la época prehispánica, cartera, faltriquera, macuto, bulto, caja, maleta, talego, alforja, valija, zurrón o estuche.
También el contenido de cada cabás informa, de alguna manera, sobre la capacidad de respuesta del profesional de la salud que lo utiliza ante determinado problema. De hecho, lo que lleva en él nos ofrece un perfil de su campo de acción ya que contendrá principalmente material quirúrgico si se trata de un médico que atienda pacientes con heridas, o analgésicos potentes como la morfina si se ocupa de la atención a enfermos terminales.
En ocasiones un cabás puede ser insuficiente para el médico generalista cuando éste ejerce en un lugar aislado (como suele ocurrir en el medio rural) en donde previamente debe procurarse la mayor información posible acerca del caso que irá a atender para estar en condición de llevar lo posiblemente necesario. Por ejemplo: cuando al médico en este lugar rural es llamado para dar servicio a una persona enferma a la que se puede llegar a pie a dos o tres horas de distancia, no es lo mismo llevar el cabás ordinario con el que se podrá asistir a una persona con un proceso neumónico, que encontrarse con una paciente en trabajo de parto distócico que demande el uso de un fórceps u otro material que tenemos preparado en otro cabás en el consultorio y que no llevamos con nosotros.
En términos generales el cabás domiciliario de los médicos generalistas o de familia en una ciudad suelen contener pero no limitarse a: material impreso como el recetario, equipo diagnóstico (esfigmomanómetro, estetoscopio, termómetro, estuche de diagnóstico, martillo percusor, glucómetro capilar, abatelenguas, cánula de Guedel) material de curación (vendas, gasas, esparadrapo, guantes, jeringas y agujas, gel lubricante, solución antiséptica, ligadura, equipo para pequeña cirugía), medicamentos (adrenalina, atropina, cortico esteroides, analgésicos, antieméticos, sedantes, antimicrobianos, antihipertensivos, diuréticos, anestésicos locales, solución salina y glucosada al 50% en ampolletas, etc.)
Aun con lo referido, algunos estudios realizados particularmente en España (Roca y cols. Los maletines domiciliarios de los médicos de familia. Aten Primaria. 2008;40(7):371-8.), evidencian graves carencias sobre el contenido del cabás del médico generalista o familiar como que en más del 30% de los 103 cabás revisados de estos profesionistas carecían de esfigmomanómetro o estetoscopio, más del 60% no tenían fármacos para la reanimación cardiopulmonar y ninguno llevaba antimicrobianos.
El estudio anterior demuestra la falta de interés de algunos profesionales de la salud por conocer la presión arterial de su paciente o por escucharle el pecho, esto es de establecer un contacto físico con él o ella, o tal vez por dar por sentado que toda consulta será fácil y estará bajo control con sólo dialogar y escribir una prescripción, o que habrán de remitirle al Centro de Salud.
Así, el icónico cabás o maletín del médico que destacaba a mediados del siglo pasado: languidece. Ya no le sostiene una mano interesada en atender conocer y solucionar el problema de salud de su congénere en la primera visita. Ya no lleva en sus entrañas el armamentarium elemental que le daba presencia, orgullo a su portador y tranquilidad, seguridad o esperanza al enfermo que le veía llegar.
Ya no nos muestra su curtido y reluciente cuero y las iniciales grabadas de su orgulloso portador que, con el paso del tiempo, se iba engalanando de raspones, grietas y fisuras ganadas en el servicio que su dueño le daba por servir a otros.
Persona y objeto en la atención al sujeto se han trastocado en los tiempos actuales dejando al cabás famélico e incapaz.
Ahora es la bata blanca y el estetoscopio al cuello del sujeto embutido en el ambiente aséptico del centro de salud u hospital que gira en torno a la medicina mercantilizada que brinda servicios de salud la que nos proporciona esta imagen icónica, y dejando abandonando en el rincón de un armario al cabás de otros tiempos.
Sin embargo, aún hay voces de aliento hacia el cabás o maletín médico como la siguiente:
El profesional de la salud -refieren los médicos españoles Juan Gérvas y Mercedes Pérez Fernández-, aparte de trabajar con sus conocimientos científicos, de los pacientes y de sus comunidades, y del compromiso con el paciente y la sociedad, debería mantener en saludable equilibrio material su cabás ya que “el trabajo sin ellos se torna de baja calidad, y termina llevando a la pérdida de autoestima y del prestigio profesional”.