lunes, 7 de noviembre de 2016

Por una medicina defensiva.

Esto es, no ofensiva.
© DR. Xavier A. López y de la Peña.
Hay médicos porque hay enfermos. El enfermo así es causa y razón de la medicina. El médico es la persona que se ha dedicado a rescatar del sufrimiento y de la enfermedad a otra persona para con sus acciones procurar devolverle la salud.
El médico se ha convertido en el luchador contra el mal -la enfermedad- que con el paso del tiempo y la evolución tecnológica ha adquirido una amplia gama de destrezas y conocimientos que le ha alejado cada vez más -emocional y físicamente- del mismo enfermo. Así el estetoscopio representa simbólicamente el distanciamiento físico por excelencia entre ellos.
La relación ideal médico-paciente se caracterizaba comúnmente por una comunicación estrecha personal que llevaba a un conocimiento mutuo profundo entre ambos. Médico y enfermo constituían un todo que rebasaba los límites de la simple enfermedad para ser con cierta frecuencia amigos, compadres o establecer vínculos familiares.
No es mi intención parecer nostálgico, la sociedad y su cultura han modificado esas estructuras y nosotros como miembros de la misma hemos contribuido de alguna manera a que las cosas sean así. Sin embargo, algo que subyace en el quehacer médico y le mantiene por encima de todo es el deseo de ayudar al semejante que sufre. Esta es la cuestión principal.
Cuando la medicina se ejerce por razones ajenas -básicamente- al deseo de ayudar ésta se convierte en una medicina ofensiva.
En la relación médico-paciente se conjugan diversos intereses y propósitos. De un lado el interés del paciente por recuperar la salud comprometida por diversas causas en manos de tal o cual médico en quien deposita su confianza y el propósito de retribuirle por sus servicios; en el médico está el propósito de ayudar con sus conocimientos, habilidades y destrezas a recuperar la salud al enfermo y el interés de que sus servicios sean recompensados. Dicho con claridad y simpleza: tú me curas yo te pago, yo te curo tú me pagas.
Este tú y yo conforman la relación contractual médico-paciente que regula y norma nuestra sociedad a través de las leyes y reglamentos que definen los derechos y obligaciones a que cada uno de ellos se compromete.
El médico cuando lucha contra la enfermedad, de hecho defiende al enfermo, a su integridad física y psíquica amenazada. Sin embargo la defensa cada día se ha ejercido más contra la "enfermedad" como si se tratase de una entidad ajena a la persona, de tal suerte que hay cada día más enfermedades que enfermos. La enfermedad hoy suele concebirse como (si se me permite la burda comparación) si fuere un postizo en la cabeza o en el vientre: una cisticercosis cerebral o una apendicitis. La mirada médica actual en términos genéricos y bajo el auspicio de la burocratización, deshumanización y medicalización de la salud entre otros, "busca" y "ve" (si lo logra) a la enfermedad pero no al enfermo. Así al defenderle de la enfermedad le ofende como persona.
El paciente en el tiempo moderno ya no quiere que se le vean los postizos sino que se le tome en cuenta como una persona-enferma, quizá ya no para establecer una alianza amistosa, de compadrazgo o familiar pero sí que pueda formar "parte" de la relación médico-paciente con su capacidad de decisión, su libertad y su integridad.
La defensa médica puede ejercerse en diferentes escenarios, en la consulta privada, en la clínica, en el hospital y bajo modalidades diferentes de la prestación, ya se trate de social o pública. Sin embargo también estas modalidades pueden contribuir a entorpecer la defensa porque la relación médico-paciente (de dos) se ve comprometida por la concurrencia de más personas. De hecho, el médico bajo estas circunstancias debe ampliar su rango de defensa hacia los demás en la medida de sus posibilidades. El médico es el único responsable de la defensa de la salud comprometida del paciente, es su abogado defensor contra las deficiencias del sistema, la burocracia, la inexperiencia, la irresponsabilidad o negligencia de otro u otros.
La salud de su paciente puede ser amenazada ya no solamente por las circunstancias propias de su enfermedad sino por la de aquellos que coparticipen en su atención. Es ya mandatorio así, establecer una línea que defina el concepto de responsabilidad compartida, en donde la figura de la "responsabilidad profesional" se enriquezca y trascienda del profesional a todo el equipo de salud. ¿Acaso no es corresponsable el director de un centro de atención a la salud por contratar a un profesional no calificado para ejecutar ciertas acciones.
La demora en un procedimiento quirúrgico podría poner en un riesgo mayor a un paciente, el médico y el equipo de salud: ¿hacen realmente algo para resolverlo? esto es, ¿cada uno de ellos puso lo mejor de sí para solucionarlo, o se cruza de brazos culpando a otro porque él sí quiere ayudar, pero el otro no?
Mas allá de la contribución que el profesional pueda hacer de sus conocimientos habilidades y destrezas en el terreno médico estrictamente hablando hacia su paciente (y que tiene obligación de ofrecer) está lo que debe conocerse como la verdadera medicina defensiva.
Esta medicina que, superando su misión sobre el ámbito de la enfermedad, pugne porque exista la justicia en el cobro de honorarios y en las cuentas por la prestación de servicios a la salud en cualquiera de las modalidades en que esta se proporcione, en la igualdad en el trato y a la accesibilidad real y sin cortapisas a los servicios de salud, al respeto irrestricto hacia los derechos y la autonomía del paciente y su libertad, a su atención oportuna y de calidad constantemente evaluadas bajo leyes y reglamentos que le protejan verdaderamente será realmente medicina.
Una medicina así entendida cumple con la misión que desde siempre se ha propuesto: ayudar.
La medicina defensiva es la que el médico debe ejercer para la salvaguarda de los intereses del paciente primaria y secundariamente. Si es para que el médico se defienda del paciente (¿de qué?, ¿contra demandas por negligente?, ¿por pillo o abusivo?) deja de ser medicina y le envilece.

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