El
método deductivo
en
la enseñanza.
Parece que va llover,
el cielo se está nublando,
parece que va llover
¡Ay! mamá me estoy mojando.
Canción de Lorenzo Méndez
Dr.
Xavier A. López y de la Peña.
En
esta frase inicial se evidencia el aprendizaje a través del método, el método
llamado deductivo.
¡Si!,
a través de la experiencia hemos aprendido que, si vemos que el cielo se está
nublando, muy probablemente lloverá. Racionalmente deducimos que ello ocurrirá
como una conclusión lógica a partir de una observación, principio o premisa
previa de que el cielo se está nublando.
Cuando menos desde el pensamiento
griego ya se esboza esta forma de racionamiento por medio de los llamados
silogismos (o argumento deductivo) como el siguiente:
Los
mexicanos son americanos,
Xavier es mexicano,
luego Xavier es americano.
Lo anterior se construye a través de
una premisa mayor (Los mexicanos son americanos), una premisa menor (Xavier es
mexicano) y una conclusión (Xavier es americano).
Veamos
otro enfoque del método deductivo:
En cierta ocasión, durante una clase
de clínica en gastroenterología, el profesor le solicitó a uno de sus alumnos
que le diera el diagnóstico clínico de un paciente que había hecho venir de uno
de los servicios del hospital, específicamente al aula, para cumplir con dicha
clase.
El paciente, que a la sazón todos los
alumnos vieron entrar, era un hombre adulto de mediana edad y de aspecto
“saludable”.
El alumno se quedó perplejo ante
esta tan específica solicitud del profesor y, de entrada, le respondió:
Pero,
¿cómo puedo ofrecerle un diagnóstico si no sé nada acerca del paciente que
acaba de llegar aquí con nosotros?, ¿puedo entonces acercarme e interrogarle y
a examinarlo, en su caso?
¡No!, contestó tajante el profesor. E
insistió cortésmente, por favor, deme su diagnóstico clínico.
Entonces el alumno le responde
nuevamente:
-Lo
siento profesor, pero no puedo darle ningún diagnóstico clínico si no he hecho
el abordaje procedimental clínico previo para cumplir con tal propósito.
A consecuencia de ello el profesor
solicitó, dirigiéndose al resto de los alumnos presentes en el aula, si alguno
de ellos podría darle el diagnóstico clínico del paciente aludido. Sin embargo:
el silencio fue total: nadie respondió. Acto
seguido el profesor dijo:
¡Vamos
señores, señores! …el diagnóstico clínico en el caso presente es, permítanme
decirlo así, relativamente sencillo y accesible.
Veamos
por partes, para colegir el cómo hacerlo:
Para
empezar, esta es una clase de medicina y, según sabemos, en medicina se han
descrito más de 55.000 patologías o enfermedades diferentes en el mundo.
En
el libro de medicina (Principios de Medicina Interna de Harrison) que ustedes
conocen, se hace referencia a una buena parte de estas patologías o
enfermedades en un texto de 4119 páginas.
Esto quiere decir
que, el diagnóstico del paciente estará incluido seguramente en ella.
Pero
¿en qué parte de este libro encontraríamos el diagnóstico?
Bueno, esta es una clase de clínica
de gastroenterología y el paciente que nos hace favor de acompañar proviene del
servicio de esta especialidad, así que el posible diagnóstico de este caso se
encuentra referido entre las páginas 1831 y 2005 del libro que corresponde al
capítulo de Enfermedades de las vías gastrointestinales, esto es, sólo en el
4.2% del libro en cuestión (174 páginas).
De otra parte, el paciente -como todos
han podido observar-, es un hombre adulto, que entró caminando sin dificultad,
se le aprecia bien nutrido, con una edad entre 30 a 35 años y se sentó
cómodamente en la silla (por tanto, es posible que no padezca de hemorroides);
no tiene cara de dolor o manifiesta alguna incomodidad.
Podemos sospechar entonces que, si
está hospitalizado, es porque requiere de algún estudio particular (endoscopia,
tomografía, etc.) o está en espera de algún procedimiento quirúrgico
programado. Desde luego no tiene un problema de urgencia como lo sería un
sangrado activo de tubo digestivo, una apendicitis, un síndrome oclusivo
intestinal o un cuadro abdominal agudo.
También, podríamos descartar que
tuviere algún problema tumoral o neoplásico, (cáncer de esófago, estómago o
colorectal) dado que su estado general no lo aparenta.
De esta manera los posibles
diagnósticos que se podrían hacerse aquí en México, para este paciente en
particular, dada la morbilidad que se ha descrito en este terreno, quedan
reducidos a:
Úlcera
péptica.
Enfermedad de reflujo gastroesofágico.
Cálculos biliares.
La enfermedad de Crohn.
Colitis ulcerosa.
Síndrome del colon irritable.
Diverticulitis.
Esto
es, las posibilidades diagnósticas para el paciente, en nuestro caso, se
reducen a sólo el 27% de la patología del aparato digestivo, que corresponden a
47 páginas del libro citado de Medicina Interna.
Luego,
ya con unas cuantas preguntas hechas al paciente se llegó a la conclusión
diagnóstica de que padecía de cálculos biliares (o litiasis vesicular) que
requería de tratamiento quirúrgico (colecistectomía).
Esta
representación nos muestra que partimos de seguir una estrategia de
razonamiento iniciado con un pensamiento general (incluir todas las
enfermedades descritas en la medicina), para emitir un posible diagnóstico,
basado en lo que detenidamente observamos en el paciente (conocimiento
particular) y sabíamos sobre las enfermedades gastrointestinales más frecuentes
en adultos en México.
Para cumplir con este método deductivo
es necesario saber observar, escuchar, oler, sentir, estar atento a los
detalles, al entorno y ligarlos después, paso a paso, con nuestros
conocimientos adquiridos y lograr conclusiones válidas o certeras.
Pero, también podríamos equivocarnos
si a nuestra apreciación de lo que vemos, sentimos, olemos, escuchamos o
leímos, le damos una interpretación equivocada.
Para esto último, recordemos una
pequeña parte de la descripción que hace Sir Arthur Conan Doyle, el magnífico
escritor que diera vida a Sherlock Holmes, el mago del método del razonamiento
deductivo, de la señorita Ainslie Grey, en el cuento de médicos y cirujanos que
tituló: La esposa del fisiólogo:
…era una mujer de estatura algo
superior a la mediana, delgada, de ojos de mirar fijo, algo arrugados, y de
espalda redondeada, signo distintivo de la mujer aficionada a los libros. Su
cara era larga y enjuta, con manchas de color sobre los pómulos, frente de
persona razonadora y pensativa y un toque de terquedad en sus labios delgados y
en su barbilla prominente.
Lo
de la espalda redondeada que atribuye a la lectura, podría ser por una cifosis
postural por dedicarse a la costura u otro tipo de actividad manual o
posiblemente también por una afección tuberculosa, no infrecuente en aquella
época. Y lo de la frente de persona razonadora, se lo sacó de la manga,
por ser una chica simplemente frentona -creo yo, respetuosamente dicho,
por cierto-. Ello se debió a la influencia que tuvo en el autor el desarrollo
de la frenología, la teoría pseudocientífica de su época, que postulaba
tanto la probable determinación del carácter, personalidad y tendencias
criminales, basándose en la forma y medida del cráneo, y facciones de las
personas. Teoría que, actualmente es considerada falsa en casi todo el mundo.
Deducir
es una palabra que proviene del verbo latino ducere que significa guiar
o arrastrar y del prefijo de que indica una separación, por tanto,
significa “llevar, extraer o conducir separando” a una idea particular a partir
de una verdad general.
Guíese
pues razonando con el método deductivo para prever, plantear o resolver algún
obstáculo, incógnita o problema, pero para ello debe aprender a aguzar su
sensibilidad mostrando interés por su entorno. Esto quiere decir: mirar sin
solo ver; oler, sin solo olfatear; escuchar sin solo oír; sentir sin solo
tocar; gustar sin solo deglutir; apreciar y valorar sin solo ser indiferente a
todo lo que nos rodea.