¿Qué
hacer? o
el
gusto por el “hacer”.
Empiece a hacer lo que quieras hacer
ahora.
No vivimos en la eternidad.
Solo tenemos este momento, brillando
como una estrella en nuestra mano
y derritiéndose como un copo de nieve.
Francis Bacon.
Dr. Xavier A. López y de la Peña.
Hacer, es un verbo
transitivo que significa “realizar una actividad que comporta un resultado;
esto es, idear, producir, fabricar, arreglar, iniciar, donar, cambiar, formar o
hasta proponer algo, etc., dándole la forma, norma y trazo que debe tener,
mediante la capacidad física, artística, imaginativa o intelectual que se
posee.
Muchas veces entonces, nos
preguntamos o nos podríamos preguntar: ¿qué hacer? o ¿para qué?, ¿lo cotidiano
o algo nuevo?, ¿ahora o mañana?, ¿me sirve o no?, ¿lo necesito o no? y ¿me
satisface o no?, ¿debo hacerlo o no? etc., aunque siempre podríamos tener
también la opción contraria: No hacer nada, el dolce far niente, que
para los italianos y, en general, significa “lo dulce de hacer nada”.
¿Qué hacer? Esta pregunta me hizo
recordar lo siguiente:
Una tarde de otoño en París,
Francia, estaba sentado en el antiguo Café de Flore saboreando un café
con mezcla arábica y robusta, uno de los establecimientos más antiguos de la
ciudad fundado en 1880 y ubicado en el histórico y tradicional Boulevard
Saint Germain, conversando con Medeleine Gayou, una pintora belga que
residía en la ciudad hacía 15 años y que, en su tiempo libre se dedicaba a
guiar a turistas como yo.
Hablábamos de planes para hacer un
recorrido por la mundialmente célebre plaza Vendôme, con su columna helicoidal
erigida por Napoleón Bonaparte en 1810 para celebrar su victoria en la batalla
de Austerlitz y que imita a la columna
Trajana de Roma, la Rue des Capucines,
la Rue de Rivoli y otros lugares que, como casi todo en la ciudad está
lleno de recuerdos, sucesos e historia; cuando -inesperadamente-, Madeleine se
percató de que pasaba cerca de nosotros un viejo conocido suyo, se levantó
entonces, cordialmente le saludó y me preguntó si tendría yo algún
inconveniente de que se sentara a platicar con nosotros. Respondí que, de
ninguna manera, me presentó entonces con él y se sentó a la mesa.
El recién llegado era un hombre
viejo, de rostro amable, alto y robusto y expresándose con un castellano
entrecortado y limitado sugiriendo el frañol, pero suficiente para
seguir una ligera conversación. Su nombre era Gustave Garnier, ciudadano
francés poseedor de ojos garzos de mirada intensa y vivaz, su cabello blanco
con barba crecida y el bigote con color amarillento particularmente del lado
derecho que sugería que fuese diestro y ocasionado por el hábito de fumar.
Gustave -me informó Madeleine
iniciando la conversación-, es un graduado Ciencias Históricas y Filología de La
École Pratique des Hautes Études (EPHE) de París pero que, gracias a su
gran interés y deseo de conocer el mundo, aprendió por sí mismo
radiocomunicación y se unió como operador experto en este campo a la Armada
francesa recorriendo el mundo en fragatas de defensa aérea de la clase Horizon
y las fragatas multimisión, hasta hace dos años en que recibió su retiro.
En seguida Gustave intervino y con
amabilidad comentó que él, simplemente, era un viajero del mundo en constante
búsqueda de todo aquello que nos hace humanos: nuestras costumbres y culturas,
pero… -hizo entonces un breve paréntesis de silencio-, y nos preguntó: Y
ustedes: ¿Qué hacen?
Planemos el visitar algunos lugares
de interés en ciertas calles de los alrededores de París -contestamos casi al
unísono Madeleine y yo-.
Qué bien -contestó Gustave-, hacer
turismo histórico es enriquecedor. Sin embargo, -apuntó seguidamente-, de
cuando en vez resulta interesante mirar hacia atrás y rememorar nuestro “hacer”
pasado.
¿Por qué? -señaló Madeleine,
frunciendo algo el ceño, como muestra inconsciente de su verdadero interés en
el asunto.
Bien, respondió al punto Gustave, al
tiempo en que se levantaba de la silla y hurgaba con su mano derecha en el
bolsillo de su pantalón para terminar sacando un puñado de monedas que puso
sobre la mesa. Colocó parsimoniosamente entonces, ocho monedas de 10 francos
cada una, poniéndolas una seguida de la otra haciendo una fila. Acto seguido
dijo: Estas monedas representan simbólicamente y en promedio la esperanza de
vida al nacer estimada para cada ser humano en el mundo. Así que,
estimativamente tenemos 8 décadas de vida para “hacer o no hacer algo”.
Yo pensé entonces ¿qué caramba nos
querrá decir Gustave?
Gustave siguió con su idea y nos
dijo -al tiempo que retiraba de la mesa -una a una-, siete de las referidas
monedas-, al terminar dijo: éste es el tiempo que, estimativamente a mí me
queda de vida: ¡diez años!, bueno cinco -luego matizó-, porque a la fecha tenía
la edad de 75 años. Luego entonces -continuó-, debo planear y decidir qué
hacer en éstos últimos años “probables” que me quedan.
Buena explicación figurativa o
analogía -expresó Madeleine- acompañado con una pequeña sonrisa en su
semblante.
Pero… -apuntó en seguida Gustave-, las
decisiones que se tomen para “hacer” a futuro, invariablemente van precedidas
por nuestra propia experiencia de vida; es decir, la manera como abordemos el futuro
está modelada por nuestras experiencias pasadas, ya sean creencias, vivencias, valores,
cultura y educación, capacidad física e intelectual, entre muchos otros
factores.
Luego entonces podremos preguntarnos
y con conocimiento de causa, ¿qué voy a hacer?, dando entonces valor y
significado a ése nuestro “hacer” en nuestra decisión.
Seguramente habrá que hacer ajustes
en tu vida. Tal vez moderar tu carácter impositivo e impulsivo que te reconoces,
deshacerte de ligas dolorosas ocurridas en el pasado, tratar de ser más tolerante,
aprender algunas nuevas cosas, arreglar alguna que otra diferencia con la
familia, buscar la manera de mejorar o tener nuevas relaciones sociales,
desarrollar nuevas habilidades y destrezas, resolver algunos problemas
económicos; en fin, reestructurarte para recrearte de la manera más armónica
posible en tu mundo.
Viajar para conocer, es
extraordinario -apuntó enseguida y enfáticamente Gustave-, disfruten su paseo
por las calles de París, rememorando que en esas mismas calles vivieron
personas y personajes, como lo son todos: interesantes.
Justamente a la derecha de este café
en el número 202 está el edificio en el que residió, Guillaume Apollinaire, el
poeta y dramaturgo romano creador del caligrama y que dio nombre a la
corriente llamada surrealismo como una forma nueva de mirar la realidad,
expresándolo así: «Cuando el hombre quiso imitar el andar, creó la rueda,
que no se parece en nada a una pierna. Así hizo surrealismo sin saberlo».1
Adelante en el 215 está el edificio
en donde inició la Alliance Francaise, institución que promueve el
idioma francés y la cultura francesa en el mundo, impulsada por Pierre
Paul Cambon, con el apoyo de Louis Pasteur, el diplomático Ferdinand de
Lesseps, los escritores Julio Verne y Ernest Renan y el editor Armand Colin,
entre otros; en el número 252 está una placa conmemorativa dedicada al héroe nacional
español José Barón Carreño, en el lugar en que murió ("Mort pour la France"), en
la esquina con la calle de Villersexel y quien fuera jefe de la Agrupación de
Guerrilleros Españoles que participaron en la Liberación de París en 1944.
A la izquierda de este café
-continuó diciéndonos Gustave-, en el número 145, frente al hotel Madison, está
una estatua dedicada al escritor, filósofo y enciclopedista francés, miembro
distinguido de La Ilustración, Denise Diderot, obra del artista Jean Gautherin;
y más allá en el número 87, está el edificio en donde vivió el francés Édouard
Branly, físico, inventor y profesor francés del Institut Catholique de
Paris, conocido por sus aportaciones a
la telegrafía sin hilos (derivadas de su descubrimiento del llamado «efecto
Branly») y por su invención del cohesor hacia 1890.2
Sin que pudiéramos intercambiar
palabras con Gustave, se levantó de su asiento y se despidió efusivamente de
nosotros con un Bon voyage les amis, que vous "faites" à Paris est
enrichissant et agréable. Bonne après-midi. (Buen viaje amigos, que su
"hacer" en París sea enriquecedor y agradable. Buena tarde.)
Continuamos después conversando
sobre el tema Madeleine y yo, comentando que, ciertamente, las calles son y
representan entonces los asentamientos y vías del desarrollo en la historia de
la humanidad, calles integradas por hogares que dieron abrigo a personas que
gozaron y padecieron, disfrutaron y sufrieron, crearon o destruyeron, soñaron y
pensaron, nacieron y murieron de una y mil maneras ya complicadas o sencillas,
diferentes o indiferentes, tradicionales o reformistas en el “hacer” cotidiano
del vivir la vida.
De hecho, en la interpretación de
los sueños las calles simbolizan nuestra trayectoria de vida; son, además,
exponentes de un significado y expresión en sí mismos que nos “hablan” (si
sabemos y somos capaces de descifrarlo) de un determinado rasgo cultural. Que
ocultan quizá sórdidos y terribles secretos y que nos “dicen” mucho acerca de
sus habitantes. Simbolizan determinada interacción y comunicación social; son a
la vez historia y memoria; manifiestan libertad o restricción de movimiento; vitalidad,
dinamismo y la diversidad de la vida comunitaria; divisiones físicas y sociales
o grupos étnicos; prosperidad o pobreza, así como salud o enfermedad, en el largo
camino del “hacer” humano.
Viajar pues, es una forma de “hacer”
para nuestro saber y entendimiento que deberíamos de apreciar y saborear,
enriqueciendo nuestro vivir flirteando con sus variadas costumbres y culturas
al recorrer vivazmente sus calles.
¡Oh
calles, arterias vivas de nuestras ciudades y pueblos,
Testigos
mudos de historias, alegrías y desvelos!
En tu
pavimento se escribe el tránsito de la vida,
Con pasos
apresurados y miradas perdidas.
Eres la
línea trazada entre el hogar y el destino,
Sendero
de encuentros, de sueños y de caminos.
En tus
esquinas se mezclan risas y lamentos,
En tus
plazas se detiene el tiempo en momentos.
Calles
adoquinadas, con su eco de antaño,
Susurran
leyendas de un pasado que no engaño.
Calles
modernas, de asfalto y luces brillantes,
Reflejan
el pulso de un presente palpitante.
En tus
veredas se cruzan vidas y destinos,
Historias
entrelazadas, como enredaderas de vino.
Eres el
teatro de la vida cotidiana,
Donde el
drama y la comedia van de la mano hermana.
Tus
nombres llevan ecos de héroes y batallas,
De
poetas, de seres distinguidos, de calles y murallas.
Eres
testigo del amor bajo la farola,
De
promesas susurradas en la noche sola.
Oh
calles, en tu trama se teje la existencia,
Eres el
lienzo de la humana persistencia.
Desde los
callejones ocultos hasta las avenidas abiertas,
Eres la
ruta infinita que nunca está desierta.
Que nunca
falten tus senderos ni tus huellas,
Que
siempre resuenen tus historias más bellas.
En cada
rincón guardas un secreto a revelar,
Oh
calles, eternas, siempre listas para andar.
En tus
calles se cruzan todas las historias,
Y es allí
donde se teje el tejido de los pesares o las glorias.3
1 . https://es.wikipedia.org/wiki/Guillaume_Apollinaire
2.
https://es.wikipedia.org/wiki/%C3%89douard_Branly
3 . Oda a las calles, creada a solicitud mía por Inteligencia Artificial: ChatGPT
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