ZOOLOGÍA
FANTÁSTICA
© DR. Xavier A. López y de la Peña
El ser humano idealiza e internaliza todo lo que le rodea en la naturaleza. Hombres y bestias entretejen sus vidas en alegorías fantásticas llenas de simbolismo. Las figuras de los animales tienen representaciones en este vivir humano ya mágicas, religiosas, decorativas, demoníacas o sublimes. Ofreceremos algunos ejemplos de ello.
El caballo traído por los españoles, figura aterradora que impresionó notablemente a los habitantes de América fue para los indoeuropeos un animal sagrado que viajó ligando a comunidades lo más diversas ya como transporte, bestia de tiro, arma para la guerra, como integrante del quehacer lúdico y más. El caballo fue compañero inseparable de toda la vida para el nómada y elevado en muchos casos a la categoría de totem, fue vehículo también de traslado para el difunto en el más allá conjuntándose en un ideograma protector tanto de los vivos como de los muertos.
El centauro, la ideación fantástica zooantropomorfa (Kentauroi, hijos de Néfele, la nube -o de Centauros- y de Ixión, hijo de Ares, personajes mitad caballo y mitad humano, oriundos de Tesalia) representa indiscutiblemente la fuerza bruta de los instintos y los excesos de la naturaleza, de otra forma dicho, la naturaleza animal incontenida que cada uno de nosotros posee y que suele expresarse brutalmente. Símbolo también de la fuerza viril y de la potencia fecundante ligada al martilleo de sus cascos al chocar sobre la tierra.
El caballo ha sido montura liberadora, salvífica o aterradora (recuérdese a los cuatro jinetes del Apocalipsis: el primero montado sobre un caballo blanco, coronado y fuerte, representa a la conquista. El segundo, sobre un corcel de color de fuego y esgrimiendo una espada, es la guerra. El tercero sobre una cabalgadura negra y una balanza en el brazo representa a el hambre y finalmente, el cuarto jinete, montado sobre un delgado rocín y armado con una guadaña, representa a la peste), el caballo sigue ligado al ser humano y forma parte de su consciencia profunda como un poder más de la impronta que la naturaleza marca en sí misma.
El ciervo, rumiante esbelto de largas patas, ha sido considerado por las más variadas culturas y civilizaciones como una animal ligado a la idea de inmortalidad y a la pureza. A veces ha sido protector de los muertos y guía también en el Más Allá. Solo o asociado con otros animales (caballo, águila, serpiente) tiene sin embargo, e indefectiblemente, su nexo con la inmortalidad. La mitología le liga como atributo de Artemisa (Diana) una de las principales divinidades griegas, hija de Zeus (Júpiter) y de Leto (Latona), hermana gemela de Apolo. Se dice que temerosa Artemisa de los dolores del parto, le pidió a Júpiter permanecer célibe como Minerva y de él recibió el arco y las flechas, y habitó en los bosques dedicándose a la caza por lo que fue reconocida como la diosa protectora de los cazadores.
Para los egipcios, el ciervo era el símbolo del engaño, pues cierta fábula contaba que le atraían con el son de la flauta, y entre los cristianos representó el de la mutua ayuda y de la precaución ante el peligro. Los Padres griegos y Orígenes se refieren a la fábula del ciervo y la serpiente como la imagen de la lucha librada entre los creyentes y el demonio.
Bambi, en fin, el cervatillo tímido y dócil de la imaginería cinematográfica infantil, aún representa en nuestros días la ternura, inocencia y pureza que deleita a niños y adultos.
Dentro del culto zoolátrico prehistórico, la figura del toro en el Neolítico ha sido multirepresentado. Al toro, el bóvido astado, se le liga indiscutiblemente y desde entonces con la fuerza y la pujanza, con la mas recia potencia fecundante. El cuerno (como en otros muchos astados) se constituye en el equivalente al falo que hiende y penetra.
El Minotauro, fue el monstruo con cuerpo de hombre y cabeza de toro, hijo de la bestial relación sostenida entre Pasífae reina de Creta con el magnífico toro blanco que el rey Minos no quiso, desdeñosamente, sacrificar al dios Poseidón. Éste, terriblemente irritado hizo que el toro enloqueciera y devastó tierras y cosechas amenazando a los pobladores con la hambruna. Después de una encarnizada lucha, Hércules al fin logró capturarlo vivo y le llevó a Grecia en donde fue sacrificado a la diosa Atenea.
El jabalí, preciada pieza de caza, fue considerado entre los países indoeuropeos como un animal de propiedades inusitadamente demoníacas y entre los germanos tuvo un valor simbólico diferente: era un animal sagrado con propiedades generadoras. De hecho, su imagen, representando a Gullinburstis, el jabalí de pelaje de oro, acompañaba siempre al poderoso Ing-Freyr, dios de la fecundidad.
En el psicoanalísis, su simbolismo es ambivalente; de una parte simboliza valor y coraje irracional que podría llevar al suicidio; y de otra, al desenfreno y los bajos instintos. En la interpretación de los sueños se ha hecho la diferenciación entre el cerdo y el jabalí; para el primero suele asignarse o relacionarse con el desenfreno y los bajos instintos, en tanto que al segundo se le asocia con el coraje.
La serpiente (coatl, en náhuatl), símbolo fálico por excelencia, representaba en la Antigüedad clásica, unida a otra serpiente el símbolo de la fecundidad en la conjunción de dos principios, masculino y femenino. Fue también el emblema de la salud (una sola serpiente) en la vara de Esculapio (hijo de Apolo y Corónide, que aprendió el arte de la medicina por parte de Quirón y el poder de resucitar a los muertos de parte de Atenea, considerado el fundador de la medicina) y, en el báculo de pastor que Apolo entregó a Hermes, las dos serpientes entrelazadas alrededor de este y coronado con una pequeñas alas, simbolizan la sublimación de la energía sexual instintiva que permite al ser humano alcanzar planos superiores.
La mitología náhuatl es rica en ideologías ligadas con la serpiente: Quetzalcóatl, la Serpiente Emplumada, deidad solar del panteón mexicano ávida de corazones humanos en sacrificio para poder renovarse y seguir su camino al sol. Chicomecóatl, siete serpientes, hermana del dios Tláloc y diosa de la vegetación y el maíz maduro. Cihuacóatl, la mujer serpiente como diosa protectora de la guerra y los nacimientos y la Coatlicue, la diosa azteca de la falda de serpientes identificada con la primavera y patrona de la tierra y la fertilidad; creadora, madre de los dioses celestiales y de Huitzilopochtli (el colibrí zurdo), dios de la guerra y el Sol.
La serpiente también se liga con las potencias de ultratumba al salir y entrar a la tierra. Cristianamente es el espíritu del mal «Andaréis sobre áspides y basiliscos» dice el salmo 91, e induce a comer el fruto prohibido del árbol de la sabiduría a Eva por lo que es echada, junto con Adán fuera del paraíso.
El águila representa el símbolo cósmico. Su mito aparece en Eurasia Septentrional ligado al mito del Arbol del Mundo; árbol cósmico que asegura la comunicación entre el cielo y la tierra. La reina de las aves, el águila entre los griegos era el atributo y mensajera de Zeus (Júpiter). En la mitología india servía de corcel al dios Wisnú, en la escandinava y alemana acompañaba al dios Odín. El águila es un animal heráldico empleado en los estandartes antiguos persas y romanos como emblema y, después de la Edad Media en Europa, se le colocó en innumerable variedad de formas y posiciones dentro de los escudos de armas.
El águila se une a una mujer y se convierte en el padre del primer chaman, es decir, de un ser con prestigio y grandes poderes mágico-religiosos que en las sociedades primitivas se encargaba de curar a los enfermos. Dotados de una gran psicopompa los chamanes pueden también ser poetas y sacerdotes.
El águila, ave cósmica es así co-creadora de la heliolatría (de Helios, el sol, hijo de Hiperión y de Tía, hermano de Eros y Selene), el culto al sol.
El águila o cuauhtli en náhuatl, figura representativa en esta mitología mesoamericana actúa como mediadora, llevando los corazones aún palpitantes salidos del pecho del sacrificado, al sol, Tonatiuh, el que alumbra, dios del Sol del calor y la luz. Cuauhtémoc, (del náhuatl: cuāuh- 'águila' y témōhuia 'descender, bajar'; el “águila que cae”), fue el último tlatoani mexica de México-Tenochtitlán. Asumió el poder en 1520, un año antes de la toma de Tenochtitlán por Hernán Cortés y sus tropas.
El murciélago, que para los chinos la palabra murciélago es «FU», que tiene una pronunciación parecida a la palabra “Felicidad” y cuya figura gozó de gran popularidad como elemento decorativo durante la dinastía Qing en el siglo XVII, y su simbolismo como buen augurio preside aún gran parte de las manifestaciones artísticas de este pueblo. La figura de cinco murciélagos estampada en un círculo sirve para atraer suerte, salud, prosperidad y riqueza; la asociación de un durazno con varios murciélagos pronostican una vida larga y feliz, y la figura del murciélago junto con un ciervo prevé riqueza y felicidad.
En la Biblia es considerado como un animal impuro y en la Edad Media fue asociado con el demonio al que representaban con alas de murciélago, y los alquimistas lo consideraron como un símbolo con propiedades mixtas o ambivalentes, dada su apariencia entre pájaro y mamífero.
En la mitología mesoamericana el dios murciélago: Camazotz o Camazot es considerado y se representa generalmente como tal entre los aztecas y mayas. Su culto dio inicio alrededor del año 100 a. C. entre los indios zapotecas de Oaxaca, México; quienes veneraban un monstruo antropomórfico con cuerpo de hombre y cabeza de murciélago. El murciélago fue asociado con la noche, la muerte y el sacrificio. Este dios encontró su lugar rápidamente entre el panteón de los Quiché, una tribu maya que vivió en las selvas de lo que es ahora Guatemala y Honduras. Los quiché identificaron rápidamente el dios-murciélago con su dios Zotzilaha Chamalcan, dios del fuego.
Tzinacatlán, es el nombre de un pueblo de Chiapas, México, habitado por los tzotziles (palabra maya derivada de Zotz, “el murciélago de la muerte”) o «gentes del murciélago» de la familia maya y en el valle de Toluca (Edo. de México) se encuentra el pueblo de Zinacantepec, palabra del náhuatl que combina las voces Tzanacan, que significa "murciélago" y Tépetl, "cerro", que significa "en el cerro" o "junto al cerro de los murciélagos." En la matrícula de tributos del Códice Mendocino está representado por el jeroglífico de un cerro con un murciélago en su cima.
En el Popol Vuh el murciélago es un ángel que bajó del cielo para decapitar a los primeros hombres mayas hechos de madera, el murciélago celeste que aconsejó a Ixbalanqué y a Hunab Kú lo que debían hacer para salir victoriosos de la prueba de la caverna del dios murciélago.
Para terminar, tendremos que decir que el ser humano que participa de la naturaleza, la aprehende en su inconsciente y crea con ello los relatos fantásticos que ya en mitos, leyendas o sueños, que transmiten a otros el discurrir inverosímil o real de su existir lleno de alegrías o tristezas, de derrotas y triunfos como en esta pequeña muestra de las relaciones entre el ser humano y algunos animales.
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