Nuestro lenguaje olvidado.
© DR. Xavier A. López y de la Peña
Tlacatle tlatoanie ca ye otimotequili,
ca ye otimotlacotili,
ca ye ompopouh ca ye on ixtlauh in itcoca in imamaloca in matzin in motepetzin...
La traducción de las líneas iniciales escritas en náhuatl, forman parte del Huehuetlatolli o “pláticas de los ancianos”, a partir del manuscrito MPM 4068.J83 de la Biblioteca de Bancroft de la Universidad de California, en Berkeley E.U.A. que nos ofrece el padre Ángel Ma. Garibay Kintana (1943), y dice así:
Señor Rey, pues ya cumpliste con tu encargo, ya has trabajado como esclavo pues ya se realizó se cumplió el gobierno el mando de tu ciudad... Cuando se desconoce una lengua, el contenido de sus escritos resulta enigmático, fascinante e indescifrable y limita en gran medida el acercamiento al “conocimiento” que se nos brinda. El conocerla al fin tras denodados esfuerzos, resulta en una explosión de belleza inconmensurable y representa la llave que abre el cofre del tesoro de ese conocimiento inscrito en caracteres mucho tiempo atrás ignorados. Con ello, un jirón más del ropaje cultural de la humanidad con un tejido otrora desconocido tras el que se ocultaban celosamente, tanto el artesano como el telar y su entorno, ha sido dado a la luz.
Otras veces, tenemos el conocimiento -por ejemplo- de que en el México prehispánico los sacrificios humanos como ofrenda a los dioses eran practicados como parte de un ritual de enorme trascendencia y, creo que para muchas personas, el conocer que sobre la piedra de los sacrificios el sacerdote abría el pecho del sacrificado para extraerle el corazón palpitante aún es algo familiar.
El padre Fco. Javier Clavijero se refería a éstas prácticas diciendo que “el empleo más considerable del sacerdocio y el acto principal de la religión de los mexicanos eran los sacrificios que hacían para merecer algún favor del cielo o en acción de gracias por los beneficios recibidos.” Sin embargo, no hay como las representaciones ideo-gráficas que nos ofrecen los códices para resumir, en unas cuantas figuras, tan enorme concepto con nombre y apellido -si se me permite decirlo así- de los protagonistas como podemos ver en la figura de arriba a la derecha tomada del Códice Selden A, pág. 12 que se encuentra en la Biblioteca de la Universidad de Oxford:
En ella se observa -basándonos en la interpretación realizada por el Dr. Hermann Beyer- que, sobre una “faja con almenas se asienta un techcatl o una piedra de sacrificio y sobre ella y de espaldas, a una víctima tendida. El sacerdote o ministro conocido generalmente como topiltzin que se encarga de la ejecución, apoya su cuerpo hendiendo con un cuchillo el pecho de la víctima abriendo una herida de la cual brota abundante sangre. Ambos personajes tienen sus nombres inscritos a la derecha con numerales e ideogramas que representan fechas del calendario; el hombre ritualmente sacrificado lleva el nombre de “13-ciervo” y el sacerdote el de “9-casa”. En la parte superior de la figura se observa la imagen de un dios solar recibiendo el corazón y sangre de la víctima llevada hasta él por dos figuras mitológicas: en la mano-garra de una águila al lado derecho, y en la mano de una deidad con caparazón de tortuga al lado izquierdo.
La “piedra del sol”, o “calendario azteca”, (imagen de arriba a la izquierda) es un monumento pétreo dedicado al culto solar cuya parte central se representa en las monedas de 10 pesos actuales. Esta obra del artífice prehispánico fue encontrada en 1790 al sureste de la actual Plaza de la Constitución en México, D.F. y por un tiempo se exhibió en el costado poniente de la torre occidental de la Catedral Metropolitana, hasta que en 1885 se llevó y guardó en el Museo Nacional de Antropología en un lado del Palacio Nacional. Hoy, esta soberbia pieza ocupa un sitio de honor en el Museo Nacional de Antropología e Historia de Chapultepec, y es considerado uno de los monolitos más conocidos sobre la cultura mexicana en el mundo.
Aparentemente esta piedra fue labrada en tiempos del rey Axayácatl, sexto rey de México, en el año de 1479 y estaba colocada en el Templo del Sol. Su contenido ideo-gráfico simbólico sin embargo, sigue siendo ajeno a muchos de nosotros a pesar de rodar en nuestras manos impresionado como moneda y utilizarle frecuentemente en nuestras transacciones comerciales.
Si le observamos detenidamente y quizá con la ayuda de una lupa, veremos que la parte central está representada por un rostro, reconocido hoy como tonatiuh el numen solar quien lleva en la frente una banda adornada con 3 chalchihuites , la central con forma de corazón. Se observa que Tonatiuh tiene así mismo la boca abierta simbolizando que de él emanan los rayos de luz y el calor que da vida a la tierra y de ella también sale su lengua transformada en un cuchillo de sacrificio, el tecpatl o “cuchillo de pedernal” como si se mostrase ávido de incidir sobre el pecho de los mortales para recibir de ellos el manjar de su corazón y su sangre: su “vitalidad”.
A la izquierda y derecha de la imagen de tonatiuh se observa una “garra” transformada en fauces que devoran un corazón y, complementando el marco se aprecian cuatro figuras rectangulares (Nahui-Ollin -cuatro-movimiento-) representando a los 4 soles, ya perdidos y que antecedieron al actual “quinto sol” central.
Arriba a la izquierda está Ehecatonatiuh , “el sol del aire” representando a Quetzalcóatl , el norte como punto cardinal y con el símbolo de tecpatl (pedernal) para significar que los vientos eran tan cortantes como el filo de un cuchillo. A la derecha y arriba está Tlaltonatiuh o “sol de tierra”, cuyo punto cardinal es el sur, su elemento la tierra y el símbolo es el tochtli (conejo). Abajo a la derecha está Atonatiuh “dios de agua” cuyo punto cardinal es el oriente, su dios Tezcatlipoca y su símbolo Acatl (caña) y la estación el verano. Por último abajo a la izquierda Tletonatiuh o “sol de fuego” representado por el dios Tonatiuh, punto cardinal poniente, estación del año que representa es la primavera y su símbolo calli (casa).
De esta manera y de forma muy sencilla, hemos apreciado que las obras artísticas del pasado prehispánico perduran grabadas en nuestras monedas -como la que analizamos- como una liga en el continum del saber con nuestros antepasados, en un vínculo temporal, aunque poco nos demos cuenta de ello.
Con la ayuda de la lupa también, si no se tienen buenos ojos, podrá leer con facilidad en los billetes de 100 pesos, al lado derecho (izquierdo en los billetes pequeños más recientes) de la figura de Netzahualcóyotl, el rey poeta hijo del soberano Ixtlilcozhitzin Ome Tochtli y de Matlalcihuatzin, uno de sus poemas más sobresalientes:
Amo el canto del zentzontle,
pájaro de cuatrocientas voces.
Amo el color del jade
y el enervante perfume de las flores.
Pero amo más a mi hermano el hombre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario