miércoles, 12 de diciembre de 2018

"Hantiguedades" 5a. Parte


El hombre, nos lo han dicho muchas veces, es un oscuro enigma;
 pero ¿en qué lo es más que el resto de la naturaleza?




Dr. Xavier A. López y de la Peña


Le escribí al señor Apollinaire Clemenceau inquiriéndole acerca de la información que pudiera tener del criptógrafo suizo Dormstand Echke y, particularmente, acerca de su interés por el referido supuesto enigma criptográfico que dimos a conocer, y esto es lo que me contestó:

             El señor D. Echke nació en 1938 en Anet, comuna del Cantón de Berna, Suiza y fue el undécimo hijo del finado político y militar señor Werner Echke (1858- 1939) y de la señora Verena Baumann.
             Sus estudios primarios los realizó en su tierra natal y luego viajó a París, Francia, en donde siguió la carrera militar graduándose en la École Militaire. Allí se tituló como criminalista forense y perito criptólogo. Actualmente se encuentra en retiro dada su avanzada edad y estudiando el aún controvertido, enigmático e indescifrable Manuscrito Voynich del siglo XV con el apoyo de los científicos Gertrude McKraken y Douglas Hennessy, de la Universidad de Alberta en Canadá y el empleo de poderosas computadoras e inteligencia artificial. A la fecha se ha podido determinar que parece ser que dicho manuscrito está escrito, al menos hasta hoy, de una forma de idioma hebreo antiguo.

             El interés y vocación por la criptografía que tiene el señor Dormstand Echke lo adquirió así de su padre quien, en la misma institución militar referida se graduara en el año de 1878, en la entonces recientemente inaugurada Escuela Militar de Guerra donde había colaborado, por algún tiempo, con el lingüista y criptógrafo holandés Auguste Kerckhoffs, quien años más tarde (París, Francia 1883) daría a la luz pública su mundialmente conocido trabajo titulado La cryptographie militaire, en el Journal des sciences militaires, en donde formula y da cuenta de los deseables seis principios que debe cubrir un criptograma; a saber:

1. Si en teoría el sistema no es irrompible, si podría serlo en la práctica.
2. La efectividad no dependerá de que su diseño permanezca en secreto.
3. Su clave debe ser memorizable de tal forma que no requiera escribirse.
4. Los criptogramas deberán dar resultados alfanuméricos.
5. El sistema debe operarlo una única persona.
6. El sistema debe ser fácil de utilizar.

             También -siguió refiriéndome en su carta en señor Apollinaire Clemenceau-, averiguó que el señor Wermer Echke, padecía desde su juventud de jaquecas intensas, que sólo logró controlar con la ayuda que le prestó el médico militar Jacques Clemenceau, de propia Escuela Militar de Guerra, quien le prescribió para ello Láudano de Sydenham (que contiene Opio de Esmirna, Azafrán cortado, Canela de Ceilán, Clavos de especia y Vino de Málaga) al que se hizo finalmente adicto. De esta relación paciente médico, nació una estrecha relación amistosa y de negocios que les mantuvo en contacto por muchos años.

             Poco antes de su muerte ocurrida en 1939, en el apogeo de la Segunda Guerra Mundial, el señor Werner Echke había estado trabajado clandestinamente para el servicio de inteligencia suizo bajo las órdenes del comandante del ejército Henri Guisan, en descifrar el contenido de los mensajes encriptados a que tenían acceso por diversos métodos de contre-espionnage, de la planeada tentativa militar de las fuerzas del Estado Mayor Alemán, mejor conocido como la Whermacht, que estaba en marcha bajo las órdenes del comandante nazi Erich von Manstein para invadir Suiza en la llamada Operación Tannenbaum.

             Finalmente -señala el señor Apollinaire-, el interés que demuestra el Sr. D. Echke es conocer si habría algún asunto en el que su abuelo podría haber participado de manera directa o indirecta con el médico militar Jacques Clemenceau en México en la época del porfiriato, dado el singular hallazgo del posible mensaje encriptado del que di noticia. Y con ello, conocer el contenido y tal vez la trascendencia de mismo.

             Termina diciéndome que actualmente también está tratando de conseguir más información relativa a su abuelo, el médico militar Jacques Clemenceau (graduado en la École d'application de médecine militaire del Hôpital d'instruction des armées du Val-de-Grâce, de París), particularmente en lo referente a su periodo de estancia en México, pues sabe que en este país mantuvo, entre muchas otras personas, una estrecha relación con el  multifacético industrial, negociante, poeta, arqueólogo, naturalista y mexicanista, el belga-francés nacido en México en 1862, Auguste Génin, quien publicara entre otras magníficas obras: Notes sur le Mexique 1908-1910. Imprenta Lacaud, México.

             Aquí, traducida del francés, parte de uno de los poemas que Auguste Génin escribió en México en 1885:

El valle de Tenuchtitlan
(...)
Al oeste del lago más grande, la ciudad blanca
Azteca, México, en el fondo azul.
El frente de su teocallis;
a sus pies los palacios, las casas y terrazas.

Agrupados alrededor de grandes jardines, plazas,
canales llenos de embarcaciones.
Hacia los puntos cardinales, cuatro calzadas
hechas sobre pilotes y fuertes cuerdas.
Directamente desde la Ciudad de México;
los bonitos pueblos que rodean el valle
en la "Perla de las Aguas" forman una corona
de Tlacopan a Tezcuco.
A lo largo de las escaleras del templo, una multitud
de sacerdotes, señores y guerreros en la calle
En una gran procesión;
lo vemos ondeando, serpenteando hasta la cima
el monumento masivo, donde una gran fiesta
llama a la devoción.
                                           En los vastos mercados donde la multitud se apura,



martes, 20 de noviembre de 2018

Adiós.


Despedida.

Solamente quienes toman sosegadamente aquello
por lo cual se atarea la gente del mundo
pueden atarearse por aquello que la gente
del mundo toma sosegadamente.

CHANG CH’AO
Dr. Xavier A. López y de la Peña


             Cada uno de nosotros posee una percepción individual, sui generis puede decirse,  de los acontecimientos vividos y uno de ellos es el siguiente.
             Como antecedente debo decir que se trató de una batalla por la vida que ligaba, bajo circunstancias particulares, a dos personas en una noche fría de diciembre y en el ambiente aséptico, informal y mecanizado de una unidad hospitalaria.

             La  protagonista fue la  enfermedad, que como el guerrero heraldo de la muerte luchaba contra el personero de la vida arrebatándole  una víctima más.
             Apesadumbrado y abatido por lo arriba referido, me hice hace años la siguiente reflexión que guardé por escrito en el archivo de los recuerdos y hoy ve la luz diciendo así:
             No era fácil pensar ante la conciencia del dolor concentrado en la espalda. No era un dolor meramente físico como el que puede sentirse al pincharse un dedo o como el dolor que en ahogo revuelve el corazón desfalleciente. ¡No!. Era el dolor indescifrable que conjuntaba una vasta sensación de percepciones que reunían el desvelo, el hambre y la sed con el frío que envolvía al cuerpo y calaba el espíritu.
             El desasosiego del torbellino que en el pensar en esto o aquello se disuelve en nada. El sabor de boca que en jadeos tras el esfuerzo realizado, se entremezcla con el ayuno, el tabaco y la desesperanza. El sudor pegajoso que abrillanta la frente y acrecienta el frío, limitando el libre movimiento de brazos y piernas. El vacío silencio de la noche que salpica un quejido humano por allá, el monótono indicador electrónico por acá y el peso de las miradas, unas vivas, otras apesadumbradas, indiferentes o  sobrecogidas, y otras más mirando sin ver acullá, como muertas. El deseo de escapar al sueño para confortar el cuerpo y darle paz al espíritu. El por qué taladrando la conciencia que resiste al esfuerzo por descifrarlo, tan real y tan irreal, tan frecuente y obscuro. Tan sutil y cercano pero ininteligible. ¿Por qué? ¿Cómo explicarlo? ¿Cómo decirlo? ¿Qué formulación logística haré para acallar ese otro dolor? El peso concentrado de una ciencia que nos niega sus respuestas y nos coloca en el medio, atiborrados de conceptos escarbados en el tiempo cuya realidad obtusa sondea profundidades inalcanzables.
             Nos revelamos y sucumbimos al unísono. El entrecejo se frunce, la congoja húmeda y salada corre haciendo surco sobre los caminos del tiempo, con la libertad que la represión inútilmente imponemos al vítreo cáliz. Duele, pero así también el dolor es matizado por la aceptación del hecho y lo hecho. La conciencia y el sentimiento se reúnen ante la nada espoleando más, allá en la espalda. ¿Por qué la espalda y no el estómago? ¿Por qué no el corazón o el cerebro donde asienta el intelecto? Tiene dicho intelecto un lugar en nuestro cuerpo y no es éste o aquél lugar, es en el todo que como címbalo vibra y reverbera y nos da la consciente realidad del dolor de espalda.
             La espalda que sustenta, que resiste o cree resistir el peso de la ciencia, de lo natural y lo sobrenatural, de las ideas y del éter que nuestro microcosmos soporta doblándose poco a poco haciéndonos bajar la cabeza, humildemente en un ángulo cada vez más agudo.
             De la engreída postura erecta que los años mozos nos regaló, el cincel del tiempo, incansable, pertinaz y obcecado, nos golpea allí, en la espalda, hasta ponernos boca abajo, negándonos día con día el mirar hacia arriba, y como pago a nuestra insensatez y arrogancia, se permite  con inveterado desenfado decirnos: ¡Hasta aquí, necio!, descargando finalmente la guadaña en el ser que fue y ya no es.
             ¿Por qué?
             La ley universal de la entropía llama incansablemente y le ofrecemos oídos sordos. ¿Por qué se ensaña aquí, allá, ahora, mañana y siempre ante el minúsculo ser que lucha por vivir? ¿Por qué este hálito de vida y no sobre otro? ¿Por qué la luz del vivir desde que surge de lo ignoto, está determinada a recibir el golpe de la nada?
             ¿Por qué? ¿Por qué?
             Duele la espalda. La sombra del vacío dentro y fuera nos abriga pero no protege, es más, ofende cada molécula. La vida no nos pertenece aunque pareciera propia, sufrimos un espejismo de realidad fugaz y resistimos al golpe también fugaz y vanamente. Creemos poseernos y esgrimir entecas, blandas e inútiles espadas contra lo inevitable. Nutrimos nuestra mente de artificiosos y sofisticados recursos a la mirada del tiempo que benévolo sonríe con una risa sardónica, inexpresiva, tajante, única y definida siempre.
             Duele la espalda. Asoma el níveo brote en la mejilla que el substrato corporal expresa vencido al acoso temporal, cargado de inútiles nutrientes que, corriendo de uno a otro lado estimulados por la dinámica bomba, buscan eso: nutrir, reparar lo irreparable hasta caer atrapado en la necesidad de mostrarse tocando la faz silenciosamente, dejándose ver entre el ayer y el mañana y señalando, como en todo el contexto orgánico, una minúscula muestra más de nuestra ignorancia hacia el porqué.
             Aceptamos el hecho ¿qué otra cosa podemos hacer? y el dolor inenarrable conjunta la tibieza incompleta siempre de que lo hecho fue lo mejor. La falibilidad es un atributo humano. Mantener en concordancia el cuerpo y el intelecto no es fácil ya que le aguijonea la duda, propia o ajena sobre lo hecho, sin embargo la duda se suaviza cuando desde dentro, un grito nos convence y nos conforta.
             El grito inescuchable que surge de nuestro dolor ante el hecho, ante la realidad que desesperadamente tratamos de suavizar, a esa búsqueda de la templanza y coraje que nos hace calibrar, o tratar de hacerlo, las vibraciones de nuestro ser y concordarlo con las de los  que estuvieron cerca de aquél,  que ya no es.

             Finalmente, dejé su mano.

lunes, 1 de octubre de 2018

Existencia, Identidad.


Yo.

“Los seres humanos no nacen para siempre el día que sus madres los alumbran:
la vida los obliga a parirse a sí mismos una y otra vez, a modelarse, a transformarse, a interrogarse
 (a veces sin respuesta)
a preguntarse para qué diablos han llegado a la tierra y qué deben hacer en ella.”

“El amor en tiempos del cólera”.
Gabriel García Márquez

Dr. Xavier A. López y de la Peña.


            Para empezar, primero debemos existir, esto es, nacer.
            Una vez que nacemos empezamos a construir nuestra identidad.
            Este camino en la vida nos enfrenta constantemente con retos o con crisis, por llamarle de otra manera, que nos lleva a estructurar nuestro Yo.
            Lógicamente en ello influyen la familia: padre y madre, hermanos, tíos, abuelos, primos, vecinos. Sus personas en sí mismas, su carácter, personalidad, hábitos, costumbres, etc.
            La comida, los juguetes que tenemos, la ropa que se nos impone, el ambiente en el que vivimos, las creencias que nos imbuyen.
            Se nos dice cómo comportarnos, qué, cuándo y cómo hablar, lo que es bueno o malo, etc.
            El entorno social y cultural luego entonces también nos impronta. Las variadas y múltiples interacciones con otros nos imponen determinadas referencias de pertenencia tanto étnicos como regionales o de grupos, dándonos con ello una determinada conducta, valores morales, educación, lengua y otros componentes culturales más que ubican a cada uno de nosotros aquí, en la tierra.
            Día a día nos construimos. Tenemos vivencias, recuerdos, experiencias, enseñanzas; así como también tropiezos, fracasos, contrariedades y decepciones. Los sentidos nos conectan con el mundo que nos rodea y nos ofrecen sus contrastes, texturas, imágenes, colores, olores, sabores, equilibrio, distorsiones, sonidos, fuerzas, tensiones, pasiones, voliciones, necesidades. Analizamos, contrastamos y elaboramos respuestas a ello: actuamos.
            Día a día tomamos decisiones.
            La identidad no es fija e inamovible sino que es plástica, esto es, que se moldea según las circunstancias pero siempre hasta cierto límite.
            La identidad nos ofrece una certeza de lo propio en consonancia e interdependencia con lo ajeno. Es así que la identidad que surge de la relación con lo ajeno, construye y transforma la cultura.

            El etnólogo y antropólogo francés, Michel Agier, lo resume de la siguiente manera:

            “La identidad humana se configura a partir de la interacción con el medio y el funcionamiento individual propio del sujeto, formándose entre ellos una tensión dinámica que guía la configuración de la identidad hacia una dirección determinada. Gracias a esto es posible que el ser humano sea capaz de notar, que más allá de lo que es, forma parte de un algo mayor fuera de sí mismo.”1

            Bien. Vista así de grosso modo la formación de la identidad, pensemos: ¿Identidad a qué? Bueno, la palabra identidad viene del latín identitas, que significa lo mismo, y está estrechamente ligada a un sentimiento de pertenencia para la estructuración y significado de la identidad tanto personal como cultural. Por ejemplo, el sentido de identidad y pertenencia al lugar en el que vivimos ha sido producto de las vivencias que allí adquirimos, mismas que nos arraigan a ella y nos facilitan la vinculación, participación y ayuda que necesitamos y en la que nos sentimos incluidos y unidos.2

            El primer paso de la identidad es el de saberse parte de una familia mediante mecanismos de identificación, imitación e introyección que dan paso al mito o leyenda familiar subsecuente con características propias: la de ser parte de o pertenecer a un grupo consanguíneo de gentes blancas o negras, inteligentes o audaces, cariñosos o huraños, rígidos o blandos, honestos o truhanes, comerciantes o empleados, conservadores o liberales, católicos o musulmanes, longevos o frágiles, campesinos o industriales, etc.
            Posteriormente con la adolescencia se definirá el proceso de individuación con la interacción amplia o estrecha entre grupos ajenos: parientes, vecinos, amigos, condiscípulos, lecturas, enseñanzas y otros que, merced al aprendizaje diferencial y contrastante entre juicios y valores nos hará tomar las decisiones que afirmarán nuestro propio constructo identitario.
            Así, cuando en la familia no se acepta o tolera la diferencia entre sus  miembros, o cuando el mito o leyenda familiar se lesiona, o falta reconocimiento del universo emocional, o hay una dificultad para conciliar la lealtad entre diferentes grupos de pertenencia o identidad, la crisis ocurre.3

            La vida, al fin y al cabo, nuestra propia vida que nos obliga a parirnos a nosotros mismos una y otra vez, a modelarnos, a transformarnos e interrogarnos, transcurre en una búsqueda constante de satisfactores a necesidades varias como bien estableciera el psicólogo estadounidense Abraham Harold Maslow, para llegar a alcanzar la autorealización.4
            Dicho autor lo ejemplificó con un gráfico piramidal conteniendo cinco niveles que son, de abajo hacia arriba los siguientes:
            Necesidades fisiológicas.
            Necesidades de seguridad.
            Necesidades de amor, aceptación social y afiliación o pertenencia. Relacionadas con la esfera social y emocional en las relaciones interpersonales.
            Necesidades de reconocimiento.
            Necesidad de autorealización. Esto es el crecimiento personal, la autoestima. El sentido que cada uno damos a nuestra propia existencia desarrollando determinada actividad, centrados en la realidad y en sus problemas con espontaneidad, autonomía, moralidad, creatividad, armonía y entendimiento, que nos proporcionan confianza, respeto, placer, equilibrio y paz.

            Propongo que hagamos una cosa: En un momento tranquilo, lejos de posibles distracciones, vamos a ponernos frente a un espejo y hacernos la siguiente pregunta:
            ¿Cómo está mi identidad o sentimiento de pertenencia a mi género, a la familia, a la comunidad, a mi lugar de trabajo, a mi profesión, a mi ideología y otros?

            Más aún: ¿Cómo estoy yo conmigo mismo?

            Y por favor, aunque en ello haya algo o mucho de cierto, no echemos la culpa de nuestro mal carácter, de nuestra timidez, nuestra ignorancia o estulticia a la falta de identidad o de referencia con la figura paterna ausente (en su caso), o enérgica, metódica o intransigente. Tampoco culpe a su madre por no haberle heredado sus ojos azules y su carácter condescendiente o dominador.
            A los profesores que le adoctrinaron en una fe llena de tabúes, restricciones y hasta amenazas, de las que la razón ahora le exime.
            A sus compañeros de trabajo que no valoran sus empeños y esfuerzos o a los jefes que no le entienden, que le malinterpretan, que no le estimulan en su desarrollo laboral, institucional o empresarial.
            A la institución en la que labora que le explota, oprime, que no le paga lo que merece y que le exprime inmisericordemente.
            A la esposa o esposo, o acompañante sentimental (de la que ya hay una larga lista de variables) que le considera un desobligado, un incapaz de lograr el éxito, que le falta al respeto o le miente obcecadamente, que no le entiende y satisface sexualmente, que le limita en la toma de decisiones o lo considera un mandilón, etc.
            Al jefe de la colonia en que vive y que quiere nuestro apoyo, pero al que considera un arribista que no hace nada.
            Al vecino que se roba la energía eléctrica o el agua y sin embargo, yo si la pago.
            Al Sistema de Administración Tributaria (SAT) por imponerle tantos impuestos.
            Al sistema político en que vive.
            A la globalización que le carcome las entrañas.
            Al cambio climático.
            Al, Al, Al…

            ¡Sacúdase todo ello!, madure, reconozca sus debilidades y fortalezas. Identifíquese y adquiera sentido de pertenencia. Aprenda qué puede o no cambiar y cómo poder modificarlo o sustituirlo, o afectarle menos en todo caso.

            Encuentre en su vida todo lo que le obliga a parirse a sí mismo una y otra vez, a modelarse, a transformarse, a interrogarse y luchar por encontrar la respuesta de que para qué diablos ha llegado a la tierra y qué debe hacer en ella.


1. Agier, Michel. La antropología de las identidades en las tensiones contemporáneas, En: Revista Colombiana de Antropología. No. 36 (2000); p. 6-19.
2. El Diario de la Educación. Convivencia y educación en valores. Consultado en internet el 20 de septiembre de 2018 en: http://eldiariodelaeducacion.com/convivenciayeducacionenvalores/2018/03/06/identidad-sentimientos-pertenencia/
3. Psicólogos en Madrid. Identidad personal. Consultado en internet el 19 de septiembre de 2018 en: http://psicologosenmadrid.eu/identidad-personal/
4. Abraham Maslow. Consultado en internet el 24 de septiembre de 2018 en: https://es.wikipedia.org/wiki/Abraham_Maslow



jueves, 6 de septiembre de 2018

“Hantiguedades” 4ª. Parte.



El asunto criptográfico.

Hablan mucho de la belleza de la certidumbre
como si ignorasen la belleza sutil de la duda.
Creer es muy monótono; la duda es apasionante.

Oscar Wilde


Dr. Xavier A. López y de la Peña

            Tras de mis pesquisas en el Archivo Histórico local, particularmente en la hemeroteca, encontré las siguientes noticias acerca del doctor Abelardo Portugal, considerado el dueño del maletín que había comprado a doña Tula en su local comercial de “Hantiguedades”.
  

          Veamos:

Noticia en el DESPERTADOR del 14 de junio de 1905.

En la ciudad de Maravatío, Michoacán, falleció el día de ayer el ilustre Doctor Don Abelardo Portugal víctima de un accidente.
Su cuerpo será trasladado a esta ciudad en un vagón de ferrocarril especialmente fletado por el C. Gobernador del Estado.
El Director de este diario se suma a las sentidas e innumerables condolencias que la sociedad en general ha hecho llegar a sus familiares más cercanos.
Descanse en paz.

NOTA: El novenario se celebrará en el Templo del Señor del Sabino en el horario acostumbrado. Se contará con la presencia de su Ilustrísima Monseñor Enrique Montaño, Obispo de Guadalajara.

Noticia en LA CRÓNICA, 16 de junio de 1905

Mensaje del Director por el sentido fallecimiento del Doctor Abelardo Portugal:

No hay suficientes palabras para decir lo mucho que la sociedad siente ante la pérdida del Doctor Abelardo Portugal, ilustre aguascalentense, fallecido en Maravatío, Michoacán el pasado día 13.
Hombre sabio y probo, le dio al Estado su primera Biblioteca Pública gracias a sus incansables oficios, y dignificó la atención a los necesitados en el Hospital Civil.
El Dr. Abelardo Portugal ejerció como asistente sin honorarios en el Hospital Civil de 1890 a 1895 en que fue nombrado Director General.
Sus prácticas clínicas y quirúrgicas le habían dado importante fama en el ambiente médico local y regional; así mismo, ordenaba con frecuencia complicadas fórmulas que sólo el diligente boticario Don Artemio Guizar podía elaborar.
Don Artemio era un impenitente solterón regordete, bonachón y rubicundo cuya estancia en el Hospital se remontaba desde el año de 1829 cuando éste se encontraba en ruinas tras los problemas post independentistas que convulsionaron a la región y se acentuaron más tarde con la aplicación liberal de las Leyes de Reforma impulsadas por Don Benito Juárez. Cuando Don Artemio, por razones de salud frecuentemente, dejaba de asistir al Hospital o en casos especiales, el mismo doctor Don Abelardo Portugal, sabedor como el que más de la ciencia de la química y la farmacia, se encargaba de la preparación y administración, en muchos casos, de las pócimas y otros brebajes necesarios para sus pacientes. Ello le hizo merecer el reconocimiento de muchos enfermos y quizá hasta de ser recipiendario silencioso de palabras y afectos similares a las que dedicó Séneca a su médico:

Este médico empleó más de su labor en mí de lo que por obligación debería realizar; tuvo más cuidado de mí que de su reputación y crédito, no solamente se limitó a prescribirme remedios, sino también se dignó aplicármelos y administrármelos.

Entretanto, él me velaba cuidadosamente y me auxiliaba e impedía la presentación y el vigor de mi acceso; ninguna tarea le desagradaba, ningún pesar le disgustaba, si me veía lamentarme, se mostraba afligido. Entre todos aquellos que claman por él, tuvo particular cuidado de mí, llevaba consigo no otro tiempo que el de visitar al resto de sus pacientes enfermos, que así como mis achaques le retribuyeron y le dieron oportunidad. Con este hombre yo no estoy ligado como a un médico, sino como a un amigo.

Dios quiso llevarse a su lado al Doctor Abelardo Portugal dejando aquí a su inconsolable esposa Doña María Engracia Pedrero, refinada y abnegada compañera, y a su hijo Abelardo Jr. por quienes imploramos pronto consuelo ante tan irreparable deceso.

Noticia en EL REVERENTE, 17 de junio de 1905.

Palabras del señor doctor don Eutiquio Meléndez a nombre del Congreso del Estado en la despedida fúnebre del Dr. Don Abelardo Portugal en su última morada en el Panteón del Ruedo el 15 pasado.

“El hombre vive para la muerte. Es menester, sin embargo, seguir los pasos de la vida para tan inevitable fin cargados de bonhomía y don de gentes. Cualidades éstas que, a más de muchas otras guiaban el camino en la vida del ilustre e inolvidable amigo y coterráneo  doctor Don Abelardo Portugal cuyos restos hoy alcanzan prematuramente el reposo eterno.
Su distinguida trayectoria  profesional le valió el aprecio y la consideración de la sociedad aguascalentense, siempre con sus atinados diagnósticos guiados por su sabiduría en las intrincadas dolencias que la enfermedad inflige a la humanidad. Digno discípulo de las enseñanzas de Galeno forjado en el crisol de la Universidad de Guadalajara de la que egresó con mención sobresaliente en el año de 1880. El futuro se mostraba promisorio para el doctor Portugal cuando un infausto accidente cercenó su vida. La humanidad doliente queda huérfana con tan sensible pérdida.
El doctor Portugal fue -a más abundar- un dilecto amigo, comprensivo compañero y tolerante ante sus opositores ideológicos a los que trató siempre de frente, sin ambigüedades ni dobleces. Su digna y notoria trayectoria al frente del Hospital Civil imprimió renovados cambios a favor de los más necesitados siempre. Hombre de recio carácter y forjado a la antigua que, no obstante, moderaba con su trato gentil y respetuoso. Ávido de sabiduría llegó a poseer una biblioteca en la que los autores franceses, particularmente, resaltaban en tópicos diversos de la sólo medicina.
Impulsó de manera sobresaliente la educación en el Estado al erigir la Biblioteca Pública en la Plaza Centenario con donaciones del Ministerio de Educación, el Consulado Francés, la Representación Diplomática de España y el Fondo Gausset de la Universidad de Buenos Aires en Argentina. Dicha obra fue inaugurada distinguidamente por el señor Licenciado Don José Juan Mireles, Ministro de Educación en representación del señor Presidente Don Porfirio Díaz. Gracias a sus oficios también, logró importantes donaciones de filántropos anónimos para el Colegio San Juan y el Ateneo  Pedro de Gante en cuanto a mobiliario y equipos de física, química, astronomía, biología y electricidad.
Metódico y perspicaz como clínico brillante, llevaba notaciones especiales en la atención de cada uno de sus pacientes en su libro clínico al que recurría con frecuencia para saber si el Calomel o el Ruibarbo utilizados, entre otros en un paciente, habían dado el resultado esperado.
Repartía sus esfuerzos sin distinción entre la clientela de su consultorio particular y sus necesitados (como les llamaba delicadamente) que llegaban  al Hospital Civil. El interés por ayudar al prójimo le hizo habilitar en el propio Hospital Civil una habitación especial para cuidados a pacientes con necesidades de aislamiento y a la cercanía de su bien surtida botica.
Compartió con su esposa Doña María Engracia Pedrero un matrimonio cristiano ejemplar al que Dios bendijo con la llegada hace cinco años de un único hijo. Amante esposo y diligente señor de su casa, formó una familia digna de ser emulada.
En su domicilio se daban cita, ya para felicísimas tertulias como para diversos asuntos políticos, sociales y más, los personajes más destacados de la sociedad. Su magnanimidad era proverbial y nunca faltó en su mesa la charla amena, el vino y los bocadillos con los que Doña María Engracia obsequiaba a sus numerosas visitas.
El quehacer del Doctor Abelardo Portugal desde tempranas fechas estuvo ligado por circunstancias diversas al Poder Ejecutivo al que ofrecía su consejo, su propuesta y su atención cuando sus servicios profesionales eran requeridos. Nunca aceptó participar en ningún puesto de público a pesar de las reiteradas invitaciones a que era objeto por parte del sector conservador del poder, bajo su argumento de que “la política es al César, como el servicio es a Dios”.
Murió, como dije prematuramente dejando un lugar en el corazón de todos difícil de consolar.
Descanse en eterna paz en el Señor”.

Bien pero, vuelvo a preguntarme: ¿Qué hacían estas notas encriptadas en poder del Dr. Abelardo Portugal?, ¿qué significaban?, ¿quién las escribió?, ¿qué relación posible habría entre éste médico con el señor Jacques Clemenceau, los hermanos Guggenheim y el gobernador Nicéforo Domínguez Estrada?, ¿por qué el interés sobre el asunto del criptólogo suizo Dormnstand Echke?

            Seguiré investigando.

lunes, 13 de agosto de 2018

¿Cómo escribir un libro?



Dr. Xavier A. López y de la Peña


(...) Lo que me gusta es escribir y cuando termino
 es como cuando uno se va dejando resbalar de lado
después del goce, viene el sueño y al otro día ya hay
otras cosas que te golpean en la ventana,
 escribir es eso, abrirles los postigos y que entren.

                                                                 Julio Cortázar


            Veamos primero, ¿por qué se quiere escribir?

Se dice y con razón, que escribir es terminar de pensar.
Escribir es plasmar nuestras ideas, conceptos, planes, programas, inquietudes, recuerdos, deseos, intenciones, propuestas, etc., en palabras que queremos transmitir a los demás.
Recuérdese que en el principio fue… la palabra o el logos (en griego λóγος -lôgos-) que significa: la palabra en cuanto meditada, reflexionada o razonada, es decir: razonamiento, argumentación, habla o discurso con la que se expresan acciones, procesos, estados o existencia que afectan a las personas o las cosas; tiene variación de tiempo, aspecto, modo, voz, número y persona y funciona como núcleo del predicado.1

Múltiples razones podría haber para escribir: como método de enseñanza de algún arte u oficio, sobre cómo realizar determinada técnica o proceso, para aclarar o explicar algún evento, para expresar nuestros más variados sentimientos, como satisfacción personal, para el registro a la posteridad de un suceso fuera o no de lo común, para describir un concepto muy abstracto como el amor, el alma, la inmortalidad, o para recordar el pasado y más.
            El gusto por entretejer palabras que den salida real o ficticia a un secreto (tal vez el nuestro), a un íntimo deseo, a una inconfesable ambición y pasión o quizá para dar cuenta de un horrendo crimen cometido diez años atrás por un primo hermano.
            Las palabras salen, se moldean, modelan y se dejan caer, una tras otra, tanto por su sonoridad como por su riqueza conceptual, por su expresividad, su armonía, su sutileza, candor y pudor; como también por su energía, fuerza, contraste, tensión y carácter ya constructivo como destructivo.
            Las palabras (como bien apunta la filósofa y ensayista española María Zambrano) “van así cayendo, precisas, en un proceso de reconciliación del hombre que las suelta reteniéndolas, de quien las dice en comedida generosidad.”2
            Se escribe pues dejando caer las palabras ya poéticamente, con galanura, melancolía, desasosiego, cortesía o vulgarmente; con caridad, amor, hastío o emoción; pulcramente, con lentitud o premura; con claridad o torpeza; con una técnica y armonía deliciosamente estructurada o gramaticalmente de forma atroz y con lenguaje soez.
            Para empezar a escribir se necesitan sólo algunas pocas palabras iniciales; recuerdo, como sencillo ejemplo, esta bella dedicatoria en un libro (Plenitud, de Amado Nervo) que mi padre obsequiara a mi madre a mitad del siglo pasado:
            Mi cielo, si alguna cosa te gusta de este libro tómala como mía, si por el contario te disgustara, déjalo para los demás.

            Pero ¿por qué se escribe? Porque nos da la gana, porque algo nos impulsa a hacerlo, porque sufrimos o porque amamos y con ello nos desahogamos, porque queremos demostrar que podemos hacerlo aunque digamos puras aparentes tonterías, porque tenemos que hacerlo cada mes o cada semana como nos propusimos, porque algo hay que decir ahora, porque queremos opinar o influir en algún asunto económico, político o social, porque queremos compartir nuestras ideas o experiencias, porque queremos dar a conocer una noticia, porque se quiere ganar dinero o tener éxito, porque se nos considere interesantes, importantes o grandes, porque buscamos la expiación de una culpa o para calumniar a un vecino, por egoísmo, egocentrismo o fatuidad; por despecho ante un desamor, por megalomanía o, simplemente por el gusto y placer que nos ofrece el entretejido de palabras que ofrecemos cual si nos desnudáramos ante nuestro lector.
            Finalmente, como lo dice Primo Levi “…llega un momento en el que puede parecer que escribes por costumbre, pero lo que realmente ocurre es que escribes porque sientes el impulso y la necesidad de hacerlo. Sencillamente, no sabes no escribir.”3

            Pero ya sin más preámbulo ¿cómo escribir un libro?4
            En primer lugar, porque tenemos algo que queremos comunicar. Segundo, sólo necesitamos una hoja de papel y un lápiz, estilógrafo o bolígrafo y, ya. ¡Eso es todo!

Empiece  a escribir lo que se ha propuesto ya sea una novela, un ensayo, un pasaje, una poesía, un relato, una crónica, una historia, un texto un verso, etc.
            Relate sus experiencias como agricultor o como arquitecto, como analista informático o corredor de bolsa. Sus peripecias como estudiante de secundaria o de las fallidas relaciones intrafamiliares que supone, le fastidiaron el carácter.
Escriba sobre su primer viaje a Japón o sobre la desgracia, la solidaridad y la catástrofe ocurrida durante el terremoto de la ciudad de México en 1985. Estructure un manual para el operario de máquinas troqueladoras industriales o sobre cómo elaborar plantillas para cortar madera en una sierra de banco. Escriba sobre sus experiencias como asistente social en un manicomio rural casi en ruinas o sobre cómo se inició en el estudio del esperanto. También sobre cómo llegó a conquistar a su vecina Angélica y lo engorroso, inquietante y quizá hasta peligroso encuentro que tuvo con sus futuros cuñados.
Tal vez -como caso extremo-, desee escribir sobre sus vicisitudes al tratar de leer y entender un mafufo ensayo sobre “Los paralelismos entre la Apología de Sócrates y la Medicina Cuántica de Deepak Chopra”.
Abra las puertas a sus emociones, desperécese. Comparta sus ideas o sus inquietudes. Cierto es que en México no hay muchos escritores ni lectores, pero si le provoca escribir, hágalo.

            Si necesita más datos quizá esto le sirva:

            Defina el tema a seguir. Por ejemplo una novela policíaca.
            Piense en el protagonista principal y el argumento básico. Si se trata de buscar a un ladrón o de resolver un caso de homicidio. Tal vez ir tras la búsqueda de un valioso tesoro escondido en las islas Salomón o de resolver un intrincado, multimillonario y truculento fraude tramado por hackers croatas, a través de las bolsas de Nueva York, Hong Kong y Frankfurt.
            Aunque es posible que sólo quiera referirse a una apasionada y turbulenta relación amorosa entre dos lesbianas con severos e inconcebibles desajustes psicopatológicos.
En fin, a usar el lápiz y dejar fluir y caer las palabras. Eso sí, tiene que haber algo de constancia, dedicación, perseverancia y tenacidad.
            Haga borradores, planee capítulos si es necesario, póngase metas y tiempos para cubrirlas.
            Lea e inspírese en obras similares. Busque la manera de describir a sus personajes dotándoles de una determinada personalidad, desentrañe y desnude sus pasiones, pulsiones, errores y aciertos. Detalle el entorno en el que se desarrolla la trama de cada escena tratando de que el lector se ensimisme y vibre en ella, sufra en ella o ame en ella, según el caso.

            Como dato curioso, sepa que en la República de Islandia que cuenta con cerca de 340,000 habitantes, uno de cada diez habitantes publica un libro. En este país todo el mundo da a luz un libro ("Ad ganga med bok I maganum") y probablemente ello sea causado por el clima que obliga a los islandeses a estar recluidos por mucho tiempo y ello les permite idear y contar historias (sagas) y escribirlas prolijamente alrededor del hogar.5


1 . Verbo (cristianismo). Consultado en internet el 9 de agosto de 2018 en: https://es.wikipedia.org/wiki/Verbo_(cristianismo)
2 . Zambrano, María: Por qué se escribe. Revista de Occidente, tomo XLIV, p. 318, Madrid, 1934.
3 .Primo Levi. Consultado en internet el 10 de agosto de 2018 en: http://www.cosasqmepasan.com/2014/01/por-que-se-escribe-primo-levi-y-los.html#.W2x73M5KivE
4 . Recuerdo el libro con este mismo título, del autor Rafael Pérez Lobo. Ed. Diana 1975.
5 . Rosie Goldsmith. El país donde una de cada diez personas publica un libro. BBC, 21 octubre 2013. Consultado en internet el 11 de agosto de 2018 en: https://www.bbc.com/mundo/noticias/2013/10/131014_cultura_islandia_escritores_saga_jrg