lunes, 1 de octubre de 2018

Existencia, Identidad.


Yo.

“Los seres humanos no nacen para siempre el día que sus madres los alumbran:
la vida los obliga a parirse a sí mismos una y otra vez, a modelarse, a transformarse, a interrogarse
 (a veces sin respuesta)
a preguntarse para qué diablos han llegado a la tierra y qué deben hacer en ella.”

“El amor en tiempos del cólera”.
Gabriel García Márquez

Dr. Xavier A. López y de la Peña.


            Para empezar, primero debemos existir, esto es, nacer.
            Una vez que nacemos empezamos a construir nuestra identidad.
            Este camino en la vida nos enfrenta constantemente con retos o con crisis, por llamarle de otra manera, que nos lleva a estructurar nuestro Yo.
            Lógicamente en ello influyen la familia: padre y madre, hermanos, tíos, abuelos, primos, vecinos. Sus personas en sí mismas, su carácter, personalidad, hábitos, costumbres, etc.
            La comida, los juguetes que tenemos, la ropa que se nos impone, el ambiente en el que vivimos, las creencias que nos imbuyen.
            Se nos dice cómo comportarnos, qué, cuándo y cómo hablar, lo que es bueno o malo, etc.
            El entorno social y cultural luego entonces también nos impronta. Las variadas y múltiples interacciones con otros nos imponen determinadas referencias de pertenencia tanto étnicos como regionales o de grupos, dándonos con ello una determinada conducta, valores morales, educación, lengua y otros componentes culturales más que ubican a cada uno de nosotros aquí, en la tierra.
            Día a día nos construimos. Tenemos vivencias, recuerdos, experiencias, enseñanzas; así como también tropiezos, fracasos, contrariedades y decepciones. Los sentidos nos conectan con el mundo que nos rodea y nos ofrecen sus contrastes, texturas, imágenes, colores, olores, sabores, equilibrio, distorsiones, sonidos, fuerzas, tensiones, pasiones, voliciones, necesidades. Analizamos, contrastamos y elaboramos respuestas a ello: actuamos.
            Día a día tomamos decisiones.
            La identidad no es fija e inamovible sino que es plástica, esto es, que se moldea según las circunstancias pero siempre hasta cierto límite.
            La identidad nos ofrece una certeza de lo propio en consonancia e interdependencia con lo ajeno. Es así que la identidad que surge de la relación con lo ajeno, construye y transforma la cultura.

            El etnólogo y antropólogo francés, Michel Agier, lo resume de la siguiente manera:

            “La identidad humana se configura a partir de la interacción con el medio y el funcionamiento individual propio del sujeto, formándose entre ellos una tensión dinámica que guía la configuración de la identidad hacia una dirección determinada. Gracias a esto es posible que el ser humano sea capaz de notar, que más allá de lo que es, forma parte de un algo mayor fuera de sí mismo.”1

            Bien. Vista así de grosso modo la formación de la identidad, pensemos: ¿Identidad a qué? Bueno, la palabra identidad viene del latín identitas, que significa lo mismo, y está estrechamente ligada a un sentimiento de pertenencia para la estructuración y significado de la identidad tanto personal como cultural. Por ejemplo, el sentido de identidad y pertenencia al lugar en el que vivimos ha sido producto de las vivencias que allí adquirimos, mismas que nos arraigan a ella y nos facilitan la vinculación, participación y ayuda que necesitamos y en la que nos sentimos incluidos y unidos.2

            El primer paso de la identidad es el de saberse parte de una familia mediante mecanismos de identificación, imitación e introyección que dan paso al mito o leyenda familiar subsecuente con características propias: la de ser parte de o pertenecer a un grupo consanguíneo de gentes blancas o negras, inteligentes o audaces, cariñosos o huraños, rígidos o blandos, honestos o truhanes, comerciantes o empleados, conservadores o liberales, católicos o musulmanes, longevos o frágiles, campesinos o industriales, etc.
            Posteriormente con la adolescencia se definirá el proceso de individuación con la interacción amplia o estrecha entre grupos ajenos: parientes, vecinos, amigos, condiscípulos, lecturas, enseñanzas y otros que, merced al aprendizaje diferencial y contrastante entre juicios y valores nos hará tomar las decisiones que afirmarán nuestro propio constructo identitario.
            Así, cuando en la familia no se acepta o tolera la diferencia entre sus  miembros, o cuando el mito o leyenda familiar se lesiona, o falta reconocimiento del universo emocional, o hay una dificultad para conciliar la lealtad entre diferentes grupos de pertenencia o identidad, la crisis ocurre.3

            La vida, al fin y al cabo, nuestra propia vida que nos obliga a parirnos a nosotros mismos una y otra vez, a modelarnos, a transformarnos e interrogarnos, transcurre en una búsqueda constante de satisfactores a necesidades varias como bien estableciera el psicólogo estadounidense Abraham Harold Maslow, para llegar a alcanzar la autorealización.4
            Dicho autor lo ejemplificó con un gráfico piramidal conteniendo cinco niveles que son, de abajo hacia arriba los siguientes:
            Necesidades fisiológicas.
            Necesidades de seguridad.
            Necesidades de amor, aceptación social y afiliación o pertenencia. Relacionadas con la esfera social y emocional en las relaciones interpersonales.
            Necesidades de reconocimiento.
            Necesidad de autorealización. Esto es el crecimiento personal, la autoestima. El sentido que cada uno damos a nuestra propia existencia desarrollando determinada actividad, centrados en la realidad y en sus problemas con espontaneidad, autonomía, moralidad, creatividad, armonía y entendimiento, que nos proporcionan confianza, respeto, placer, equilibrio y paz.

            Propongo que hagamos una cosa: En un momento tranquilo, lejos de posibles distracciones, vamos a ponernos frente a un espejo y hacernos la siguiente pregunta:
            ¿Cómo está mi identidad o sentimiento de pertenencia a mi género, a la familia, a la comunidad, a mi lugar de trabajo, a mi profesión, a mi ideología y otros?

            Más aún: ¿Cómo estoy yo conmigo mismo?

            Y por favor, aunque en ello haya algo o mucho de cierto, no echemos la culpa de nuestro mal carácter, de nuestra timidez, nuestra ignorancia o estulticia a la falta de identidad o de referencia con la figura paterna ausente (en su caso), o enérgica, metódica o intransigente. Tampoco culpe a su madre por no haberle heredado sus ojos azules y su carácter condescendiente o dominador.
            A los profesores que le adoctrinaron en una fe llena de tabúes, restricciones y hasta amenazas, de las que la razón ahora le exime.
            A sus compañeros de trabajo que no valoran sus empeños y esfuerzos o a los jefes que no le entienden, que le malinterpretan, que no le estimulan en su desarrollo laboral, institucional o empresarial.
            A la institución en la que labora que le explota, oprime, que no le paga lo que merece y que le exprime inmisericordemente.
            A la esposa o esposo, o acompañante sentimental (de la que ya hay una larga lista de variables) que le considera un desobligado, un incapaz de lograr el éxito, que le falta al respeto o le miente obcecadamente, que no le entiende y satisface sexualmente, que le limita en la toma de decisiones o lo considera un mandilón, etc.
            Al jefe de la colonia en que vive y que quiere nuestro apoyo, pero al que considera un arribista que no hace nada.
            Al vecino que se roba la energía eléctrica o el agua y sin embargo, yo si la pago.
            Al Sistema de Administración Tributaria (SAT) por imponerle tantos impuestos.
            Al sistema político en que vive.
            A la globalización que le carcome las entrañas.
            Al cambio climático.
            Al, Al, Al…

            ¡Sacúdase todo ello!, madure, reconozca sus debilidades y fortalezas. Identifíquese y adquiera sentido de pertenencia. Aprenda qué puede o no cambiar y cómo poder modificarlo o sustituirlo, o afectarle menos en todo caso.

            Encuentre en su vida todo lo que le obliga a parirse a sí mismo una y otra vez, a modelarse, a transformarse, a interrogarse y luchar por encontrar la respuesta de que para qué diablos ha llegado a la tierra y qué debe hacer en ella.


1. Agier, Michel. La antropología de las identidades en las tensiones contemporáneas, En: Revista Colombiana de Antropología. No. 36 (2000); p. 6-19.
2. El Diario de la Educación. Convivencia y educación en valores. Consultado en internet el 20 de septiembre de 2018 en: http://eldiariodelaeducacion.com/convivenciayeducacionenvalores/2018/03/06/identidad-sentimientos-pertenencia/
3. Psicólogos en Madrid. Identidad personal. Consultado en internet el 19 de septiembre de 2018 en: http://psicologosenmadrid.eu/identidad-personal/
4. Abraham Maslow. Consultado en internet el 24 de septiembre de 2018 en: https://es.wikipedia.org/wiki/Abraham_Maslow



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