Desde
un recuerdo…
a
la termoterapia.
Dr.
Xavier A. López y de la Peña
Es
muy probable que alguna vez tratáramos de hacer memoria sobre un acontecimiento
pasado como, por ejemplo: ¿cuál es mi recuerdo sobre el primer libro que leí,
mi encuentro con el mar, la canción que mi madre me cantaba o cuando me
fracturé la clavícula al caerme de la cuna, o la primera travesura?, ¿Cuál es
el primer juguete que recuerdo?, ¿La ropa que más me gustaba?, ¿El primer regaño
o castigo que recibí en casa o la primer comida que recuerdo con más gusto?,
¿Recuerdo el olor de mi madre o padre? etc.
O tal vez nos preguntemos si nuestra
aversión a la gelatina o al melón tenga su origen en algún acontecimiento
desagradable en nuestra niñez. Todo ello es posible dado que somos un continuo
en el tiempo y todo lo que sucede a nuestro alrededor nos impresiona de una
manera favorable o desfavorable; con ello, nos vamos construyendo y modelando…
nos vamos haciendo.
Yo, por ejemplo, recuerdo haber
tenido a los cuatro años de edad un juguete muy querido en particular: un changuito
de peluche de color café. Seguramente tenía varios otros juguetes, pero
éste es el que más gratamente y mejor recuerdo con viveza.
Le recuerdo alrededor de un ambiente
de hospital, el del Hospital American British Cowdray (ABC), ubicado, en aquél
entonces, en la calle de Mariano Escobedo allá en el año de 1950. Casi creo
recordar el olor limpio y aséptico de la cama en que estaba, en una sala que compartía
con otros niños, niños que lloraban cuando les hacían curaciones en la cabeza
en la que tenían hoyos. También recuerdo el ver a otros niños metidos en una
especie de “calentador de agua” (pero en posición horizontal) a los que sólo se
les veía la cabeza por un extremo.
No recuerdo haber tenido molestia
alguna, sin embargo, no podía caminar y por ello me desplazaba en una silla de
ruedas acompañado por una enfermera que, a veces, me dejaba que yo avanzara con
ella impulsando las ruedas con las manos por los pasillos de la sala y los
amplios corredores fuera de ella. También me llevaban a una piscina cubierta
que contaba con un asiento que se desplazaba electro mecánicamente de delante a
atrás y de lado a lado, mediante un control que tenía cuatro botones.
Por las mañanas, llegaba una
enfermera al lado de mi cama con un carrito, como el de los helados que venden
en la calle, de cuyo interior sacaban unas cobijas o cobertores calientes y
húmedos emitiendo vapor y me los ponía, poco a poco, uno sobre otro en la
espalda estando yo boca abajo y desnudo durante cierto tiempo hasta que, según
me contó años después mi mamá, sudaba y sudaba hasta perder muchas veces el
conocimiento. También recuerdo que me daban como alimento muchas gelatinas
(seguramente también otras cosas).
Unos dos o tres meses después me
llevaron a casa, pero, sin mi querido y recordado changuito de peluche de
color café, ni cualquier otro juguete que hubiere tenido. Este juguete me
lo regalaron recién me habían internado y estaba junto a mí todo el tiempo. Mis
padres no quisieron que me lo llevara, ni nada que pudiera llevar el posible
“germen” de contagio a casa.
Resulta,
desglosando lo anteriormente dicho, que el diagnóstico que me hizo llegar al
hospital “inglés”, como vulgarmente se le conocía en 1950, fue porque mi tío,
el Dr. Omar I. Cravioto Barrera, sospechó que tuviera una posible poliomielitis,
ya que yo cursaba con malestar general, un poco de fiebre, dolor de cabeza y
vómitos, y algo de rigidez de la nuca e hiporreflexia en las extremidades
inferiores.
La sospecha diagnóstica estaba
justificada ya que, en este tiempo, la población mexicana estaba ante la
zozobra de esta infausta enfermedad porque, si bien, en México el primer caso
de poliomielitis se describió desde el año 1912 y su propagación ulterior se
relacionó, entre otros, con la migración entre Estados Unidos y México y que
fue reconocida en México en 1943, un año después de firmado el Proyecto
Bracero. Sin embargo, las alertas se dieron a conocer hasta 1946 al registrarse
ya el número de 122 casos en el Distrito Federal y 125 en el resto del territorio
nacional, y su tendencia crecía rápidamente.1
Ahora, ya me explico porqué veía a
niños a mi alrededor a quienes curaban unos agujeros en la cabeza. Era porque,
a causa de su enfermedad, cursaban seguramente con un aumento de la presión intracraneal
y se les había realizado una craniectomía descompresiva para aliviar los
síntomas de la hipertensión causada, tal vez, por una meningitis aséptica.
Este procedimiento quirúrgico fue
dado a conocer por el neurocirujano Victor Alexander Haden Horsley (1857-1916)
en 1886, cuya técnica consistía en realizar un gran colgajo óseo (Agujero) en
la región temporal derecha, asociado a la apertura de la duramadre; más tarde en
1905, el también cirujano Harvey Cushing publicó el uso de la craniectomía
descompresiva en pacientes portadores de hipertensión intra craneana,
secundaria a tumores no operables.
Sobre las personas que recuerdo
haber visto dentro del “calentador” de agua, era porque se trataba de pacientes
que no podían respirar por sí mismas, esto es, tenían una parálisis de los
músculos respiratorios y estaban entonces bajo asistencia con un equipo
electro mecánico llamado “pulmón de acero”, probablemente el de tipo Emerson
(del inventor y humanista norteamericano John Haven “Jack” Emerson (1906-1997),
ya actualmente en desuso por la casi erradicación de las poliomielitis gracias
al éxito mundial de los programas de vacunación y de la invención e
implementación de ventiladores modernos que asisten la respiración a través de
la intubación de la vía aérea.
Y, por último, ¿por qué me ponían
las frazadas calientes y húmedas hasta llegar a desmayarme?
Bueno,
es probable que cursara con algo de dolor o de espasmos musculares a este
nivel, ya que para ello ha resultado ser útil la termoterapia. Esta forma de
tratamiento suele hacerse con frazadas o compresas húmedas y calientes que
alcancen valores de temperatura entre los 70 a 79 grados C., y cuyos efectos
suelen ser: mejorar los niveles de nutrición y de oxigenación celular,
incrementar el flujo sanguíneo y con ello los elementos de defensa celulares,
mejorar el drenaje linfático, favorecer los mecanismos de reparación tisular y
otros, pero, particularmente en este caso, como agente analgésico y
antiespasmódico.
Para terminar esta historia salí del
hospital sin tener, afortunadamente, ninguna secuela de la poliomielitis ya que
se trató de una forma llamada poliomielitis abortiva, diferente de la poliomielitis
paralítica y al síndrome post poliomielítico2, pero… sin mi gratamente recordado
y querido changuito de peluche de color café.
Grandes estragos produjeron en
México la epidemia de poliomielitis de los años 40 a 60s, sin embargo, gracias
a las intensas campañas de vacunación, en el año de 1990 (hace 33 años) se
reportó el último caso de polio en México en Tomatlán, Jalisco.3
Por lo mismo, es necesario el mantener
altas las coberturas de vacunación que, a más de beneficiar a quien la recibe,
aumenta la inmunidad en la colectividad, dificultando la posibilidad de que el
virus pueda transmitirse e infectar a alguien más.
La
vacuna hexavalente, de aplicación en México (Secretaría de Salud. Campaña
Nacional de Vacunación), protege contra poliomielitis, tosferina, Haemophilus
influenzae tipo b, difteria, tétanos y hepatitis B, consta de tres dosis que se
aplican a niñas y niños de dos, cuatro y seis meses, y un refuerzo a los 18
meses de edad.
La
poliomielitis está casi completamente erradicada en los países occidentales,
sin embargo, aún medra en algunas regiones de África y Asia, por ello es
necesario y conveniente estar vacunado y recibir una dosis de refuerzo si se
quiere viajar a estas zonas.4
Cuídese
y cuide a los suyos, para que puedan disfrutar, en salud, el grato recuerdo de
su querido changuito de peluche de color café.
Nota técnica sobre este pequeño y hasta “desnudo”, pero… malvado
virus:
Pertenece a la familia
Picornaviridae, género enterovirus, especie virus polio (VP); es pequeño, de 20
a 30 nm de diámetro, esférico y con simetría icosaédrica, semejante a un
cristal. La partícula vírica o virión, está formada por el genoma viral, que es
un ácido nucleico y una cápside de proteínas llamada nucleocápaside. No tiene
envuelta o cubierta lipídica, es un virus desnudo.5 Según el Manual MSD versión para
público general, el virus de la poliomielitis es muy sensible al calor y se
inactiva rápidamente a temperaturas superiores a 50°C.
1 . José
Luis Gómez-De Lara, Carlos Agustín Rodríguez-Paz. Aspectos históricos, clínicos
y epidemiológicos de la poliomielitis en México (1946 - 1960). Rev Med Inst Mex
Seguro Soc. 2021;59(6):585-90.
2 .
Manual MSD:
https://www.msdmanuals.com/es-mx/professional/enfermedades-infecciosas/enterovirus/poliomielitis
3. Secretaría de Salud.
https://www.gob.mx/salud/articulos/mexico-libre-de-polio?idiom=es
4 .
La Vanguardia: https://www.lavanguardia.com/vida/salud/enfermedades-infecciosas/20190618/462946752978/polio-poliomielitis-infeccion-viral-poliovirus-vacuna.html
5 . Pilar
León Rega. Biología del Virus de la Polio. https://www.guiadisc.com/wp-content/uploads/2013/01/biologia-del-virus-de-la-polio.pdf
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