miércoles, 1 de mayo de 2024

Yo Creo. Erich Fromm.

 

Yo Creo.


Yo creo que hoy, esencialmente, para el hombre moderno,
y en general para el hombre que vive en la Tierra,
tan sólo hay una alternativa:
la barbarie o un nuevo renacimiento del humanismo.
 
Erich Fromm.


Dr. Xavier A. López y de la Peña.

            La grave tensión geopolítica generada en el mundo actual en la que se determina un belicoso reacomodo de las fuerzas globales y se vislumbra la inminente posibilidad de una Tercera Guerra Mundial a causa de múltiples diferencias ideológicas, económicas, territoriales, políticas y sociales, me llevan a considerar que la destrudo o “pulsión de muerte” -concepto desarrollado por Sigmund Freud- como fuente de agresión humana, ha aflorado en nuestra sociedad ávida de consumo e insaciable por “tener” cada vez más y más, y que nos estimula y predispone a actuar de manera egocéntrica y materialista, me lleva a compartir las ideas expresadas por el destacado psicoanalista, psicólogo social y filósofo humanista alemán, Erich Fromm (1900-1980), en su libro titulado El humanismo como utopía real (1965), sobre lo que él cree en su pensamiento humanista.
            A mi modo de ver, Erich Fromm modela con ello un humanismo racional en el que preconiza el amor -antónimo del odio-, como la fórmula para inhibir la actual y actuante destrudo de nuestra primitiva naturaleza que hoy, como ayer, amenaza con destruirnos.
 
            ¡Escuchémoslo!
                        Dice así:
 
            Creo que la unidad del hombre, a diferencia de otros seres vivientes, se debe a que el hombre es la vida consciente de sí misma. El hombre es consciente de sí mismo, de su futuro, que es la muerte; de su pequeñez, de su impotencia. Es consciente del otro en cuanto otro. El hombre está en la naturaleza y sometido a sus leyes, aunque la trascienda con el pensamiento.
            Creo que el hombre es consecuencia de la evolución natural: que ha nacido del conflicto de estar preso y separado de la naturaleza y de la necesidad de hallar unidad y armonía con ella.
            Creo que la naturaleza del hombre es una incoherencia, debida a las condiciones de la existencia humana, que exige buscarle soluciones, las cuales a su vez crean nuevas incoherencias y la necesidad de nuevas soluciones.
            Creo que toda solución a estas incoherencias puede cumplir realmente la condición de ayudar al hombre a superar el sentimiento de separación y a lograr un sentimiento de concordancia, comunidad y participación.
            Creo que, en toda solución a estas incoherencias, el hombre sólo tiene la posibilidad de escoger entre avanzar o retroceder. Estas opciones, que se manifiestan en actos precisos, son medios para rebajar o para desarrollar la humanidad que tenemos dentro.
            Creo que la alternativa fundamental para el hombre es la elección entre “vida” y “muerte”, entre creatividad y violencia destructiva, entre la realidad y el engaño, entre la objetividad y la intolerancia, entre fraternidad con independencia y dominio con sometimiento.
            Creo que podemos atribuir a la “vida” el significado de continuo nacimiento y constante desarrollo.
            Creo que podemos atribuir a la “muerte” el significado de suspensión del desarrollo y continua repetición.
            Creo que, con la solución regresiva, el hombre trata de encontrar la unidad librándose del insoportable miedo a la soledad y a la incertidumbre, desfigurando lo que lo hace humano y lo atormenta. La orientación regresiva se desarrolla en tres manifestaciones, juntas o separadas: La necrofilia, el narcisismo y la simbiosis incestuosa.
            Por necrofilia entiendo el gusto por todo lo que es violencia y destrucción: el deseo de matar, la adoración de la fuerza, la atracción por la muerte, el suicidio y el sadismo y el deseo de transformar lo orgánico en inorgánico sometiéndolo al “orden”. El necrófilo, por carecer de las cualidades necesarias para crear, en su impotencia encuentra más fácil destruir, porque para él sólo una cualidad tienen valor: la fuerza.
            Por narcisismo entiendo la falta de un interés autentico por el mundo exterior y un intenso apego a uno mismo, al grupo, clan, religión, nación, raza, etc., con graves distorsiones del juicio racional. En general, la necesidad de satisfacción narcisista deriva de la necesidad de compensar una pobreza material y cultural.
            Por simbiosis incestuosa entiendo la tendencia a seguir ligado a la madre y a sus equivalentes: la estirpe, la familia o la tribu; a descargarse el insoportable peso de la responsabilidad, la libertad y la conciencia, para ser protegido y amado en un estado de seguridad con dependencia, que paga el individuo con el cese de su propio desarrollo humano.
            Creo que, escogiendo avanzar, el hombre puede encontrar una nueva unidad mediante el pleno desarrollo de todas sus energías humanas, que se muestran en tres orientaciones, juntas o separadas: la biofilia, el amor a la humanidad y a la naturaleza y la independencia y libertad.
            Creo que el amor es la llave principal para abrir las puertas al “crecimiento” del hombre. El amor y la unión a alguien o algo fuera de uno mismo permite trabar relaciones con otros, sentirse uno con otros, sin reducir el sentido de integridad e independencia. El amor es una orientación positiva, para la cual es esencial que se hallen presentes al mismo tiempo la solicitud, la responsabilidad, el respeto y el conocimiento del objeto de unión.
            Creo que la experiencia del amor es el acto más humano y humanizador que es dado gozar al hombre y, como la razón, carece de sentido si se entiende de manera parcial.
            Creo en la necesidad de “liberación” de los lazos, externos o internos, como condición para poder tener la “libertad” de crear, obrar, querer saber, etc., para poder llegar a ser un individuo libre, activo y responsable.
            Creo que libertad es la capacidad de obedecer la voz de la razón y del conocimiento, en contra de las voces de las pasiones irracionales. Es la emancipación que libera al hombre y lo pone en el camino de emplear sus facultades racionales y de comprender objetivamente el mundo y el papel que en éste representa.
            Creo que la “lucha por la libertad” tiene, en general, el sentido excluido de lucha contra la autoridad impuesta sobre la voluntad individual. Hoy la “lucha por la libertad” debe significar liberarnos, individual y colectivamente, de la “autoridad” a la que nos hemos sometido “voluntariamente”: liberarnos de las fuerzas interiores que exigen este sometimiento porque somos incapaces de soportar la libertad.
            Creo que la “libertad de elección” no siempre es igual para todos los hombres en todo momento. El hombre de orientación exclusivamente necrofílica, narcisista o simbiótico incestuosa, puede tomar sólo una opción regresiva. El hombre libre, liberado de lazos irracionales, no puede tomar ya una opción regresiva.
            Creo que el problema de la libertad de elección existe sólo para el hombre de orientaciones contrapuestas, y que esta elección siempre está estrechamente condicionada por deseos inconscientes y por justificaciones tranquilizadoras.
            Creo que nadie puede “salvar” a su prójimo decidiendo por él. Únicamente podrá ayudarlo señalándole alternativas posibles, con toda sinceridad y amor, sin sensiblería ni engaño alguno. La conciencia intelectiva de las alternativas liberadoras puede reavivar en un individuo sus energías ocultas y ponerlo en el camino en el que escoja la “vida”, en lugar de la “muerte”.
            Creo que la igualdad se siente cuando, al descubrirse uno mismo por completo, se reconoce igual a otros y se identifica con ellos. Todo individuo lleva la humanidad en su interior. La “condición humana” es única e igual en todos los hombres, a pesar de las inevitables diferencias de inteligencia, talento, estatura, color, etc.
            Creo que la igualdad entre los hombres se debe recordar especialmente para evitar que uno se convierta en instrumento de otro.
            Creo que la fraternidad es el amor dirigido a nuestros semejantes. No obstante, se quedará en palabra hueca mientras no se hayan eliminado todos los lazos “incestuosos” que impiden juzgar objetivamente al “hermano”.
            Creo que el individuo no puede entablar estrecha relación con su humanidad en tanto no se disponga a trascender su sociedad y a reconocer de qué modo ésta fomenta o estorba sus potenciales humanos. Si le resultan “naturales” las prohibiciones, las restricciones y la adulteración de los valores, es señal de que no tiene un conocimiento verdadero de la naturaleza humana.
            Creo que la sociedad ha chocado siempre con la humanidad, aun teniendo una función a la vez estimulante e inhibitoria. La sociedad no dejará de paralizar al hombre y promover la dominación hasta que su fin se identifique con el de la humanidad.
            Creo que podemos y debemos esperar una sociedad cuerda que fomente la capacidad del hombre de amar a sus semejantes, de trabajar y crear, de desarrollar su razón y un sentido real de sí mismo basado en la experiencia de su energía positiva.
            Creo que podemos y debemos esperar la recuperación colectiva de una salud mental caracterizada por la capacidad de amar y crear, por la liberación de los lazos incestuosos con el clan y la tierra, por un sentido de identidad basado en la experiencia que tienen de sí mismo el individuo como sujeto y agente de sus facultades y por la capacidad de influir en la realidad exterior e interior a uno mismo, logrando el desarrollo de la objetividad y de la razón.
            Creo que, mientras parece que este mundo nuestro enloquece y se deshumaniza, cada vez más individuos sentirán la necesidad de asociarse y colaborar con quienes compartan sus preocupaciones.
            Creo que estos hombres de buena voluntad, no sólo deben hacerse una interpretación humana del mundo, sino que también deben señalar el camino y trabajar por su posible transformación: la interpretación sin voluntad de reforma es inútil; la reforma sin previa interpretación es ciega.
            Creo posible la realización de un mundo en que el hombre “sea” mucho, aunque “tenga” poco; un mundo en que el móvil dominante de la existencia no sea el consumo; un mundo en que el “hombre” sea el fin primero y último; un mundo en que el hombre pueda encontrar la manera de dar un fin a su vida y la fortaleza de vivir libre y desengañado.1

            Y digamos, si se quiere: Así sea.

Mas Zaratustra contempló al pueblo y se maravilló. Luego habló así:
El hombre es una cuerda tendida entre el animal y el superhombre
— una cuerda sobre un abismo.
 
Friedrich Nietzche, en Así Habló Zaratustra.2
Fuentes:

1 . Erich Fromm. El credo de un humanista. “El credo de un humanista,” in: E. Fromm El humanismo como utopía real. La fe en el hombre. Obra póstuma.  VIl Edición a cargo de Rainer Funk, Barcelona, Buenos Aires, México (Paidós) 1998, pp. 109-114. Consultado en internet el 15 de abril de 2024 en: https://fromm-online.org/wp-content/uploads/13sp.pdf
Puede consultarse también: Erich Fromm. El humanismo como utopía real. La fe en el hombre. Ediciones Paidós Ibérica, S.A., Barcelona 2007. Consultado en internet el 15 de abril de 2024 en: https://pdfcoffee.com/eric-fromm-humanismo-como-utopia-real-pdf-free.html

 

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